
Debemos tener una postura habitual de admiración por la cual seamos capaces de ver en las almas de los otros toda la belleza existente deseada por Dios. Al mismo tiempo, precisamos considerar en ellas lo que es diferente de eso, para rechazarlo. Esa posición continuamente admirativa nos da la posibilidad de discernir el bien del mal, la verdad y el error, lo bello y lo feo. Sin eso, la vida no es interesante.
Plinio Corrêa de Oliveira
Por ser espiritual. El alma es de una categoría muy superior al cuerpo. Por eso, ver en alguien el reflejo de algo que hay en su alma vale incomparablemente más que considerar aspectos materiales.
La admiración llena la vida de alegría

Coronación del último Sha De Persia, Mohammed Reza Pahlevi y de su esposa Farah Diba en 1968
Por ejemplo, discernir el alma de un hombre que está recogiendo basura en una calle cualquiera tiene muchísimo más valor que admirar la corona magnífica del Sha de Persia, de tal manera un alma bien entendida es más valiosa, aunque sea un alma deformada en que reconozco defectos repugnantes, a los cuales adquiero horror y me uno a Dios que los execra también.
A mi ver lo pintoresco de la profesión de basurero está en que él vive luchando contra la basura y conservando la llama de su espíritu en medio de la basura; es un batallador contra la suciedad, un anti-basura. Por lo tanto, es bonito ser basurero.
Todo eso muestra el aspecto bonito de la vida. Conocer un alma y percibir en qué ella es conforme o contraria a la Iglesia Católica, notar las afinidades, las desarmonías, la belleza interna de todo
ese universo que es un alma, en fin, admirar el alma en cuanto alma me hace comprender mejor aún cómo debe ser magnífico Dios, puro espíritu.
Quién me conoce hace años me vio en las más variadas circunstancias, inclusive quebrado, golpeado por un desastre de automóvil. A pesar de eso, nunca me vieron con tedio, con aires de quién no tiene qué pensar porque, aunque sea para prestar atención a un interlocutor lo más sin gracia posible, me quedo admirando cómo es un hombre sin gracia…
Mientras tanto, si es tan atrayente analizar un hombre, ¡cómo debe ser prodigiosamente más interesante conocer las miríadas de ángeles! Ver pasar delante de mí tal y tal ángel, todos interesantísimos, curiosísimos, con reflejos magníficos, rutilantes, ¡qué estupendo!

Coronación de Nuestra Señora, por Fray Angélico – Museo del Louvre, Francia
Me complace imaginar cuando yo, por la bondad de Nuestra Señora, estuviere en el Cielo, cómo será poder cruzarme con los Ángeles en las vastitudes celestiales y notar sus armonías magníficas. Por derás y por encima está Nuestra Señora, Reina de los Ángeles y más bella, Ella sola, que todos ellos juntos; y encima de Ella, Nuestro Señor Jesucristo, Hombre–Dios.
Vemos así, cómo la posición de admiración llena la vida de interés, de alegría. No es una tristeza, una cruz que hay que cargar, sino que es tener alas. Rechazar la admiración porque ella pesa equivaldría a un sujeto tan perezoso, que si un ángel le ofreciese alas, él dijese:
“Pero yo ya cargo piernas y brazos, ¿y todavía voy a tener que llevar esas alas en la espalda? ¡Tonto, ¿no percibes que son las alas que te cargan y no tú que las cargas?!
Transformar esa admiración en alas que nos transporten es lo que debemos desear, adquiriendo una capacidad de ver en los otros toda la belleza existente o que fuese deseada por Dios. Pero, al mismo tiempo, debemos considerar en ellos lo que es diferente de eso, para rechazar y tener horror, creciendo así en el amor al Creador.
Esa posición continuamente admirativa nos da la posibilidad de discernir el bien del mal, la verdad del error, lo bello y lo feo. Sin eso, la vida no es interesante.
Simbolismo del pez volador
Si, por ejemplo, estoy viajando a Europa en un trasatlántico, teniendo a mi lado un hombre de Nueva Zelanda, el cual conocí en aquel instante, y vemos pasar, de repente unos peces voladores
y él me dice:
– ¡Qué interesante es ver un pez volador!
Yo pienso: “Es realmente interesante, pero más interesante es analizar el efecto del pez-volador en el alma de ese neozelandés.”
No obstante, aunque conocer a ese hombre valga más que conocer el pez, no voy a dejar de conocer uno para conocer al otro. Quiero conocerlos a ambos y admirar lo que Dios puso de admirable en ellos, como también censurar lo que hay de censurable o defectible.
El pez volador, por ejemplo, puede ser visto como la imagen de la veleidad de un individuo que hace sueños y no es capaz de realizarlos: vive dentro del agua, salta para afuera y se hunde de nuevo… Por un lado, miro y digo: “¡Qué elegancia! De algún modo supera a todos los peces. Pero, por otro: “¡Qué desilusión! Él quiso ser ave y no lo consiguió.”
Miro a mi interlocutor y le pregunto:
– ¿A Ud. le gusta el pez?
Él piensa que estoy hablando sobre el pez, cuando de hecho lo estoy analizando a él. Un viaje así, para mí, alcanzó pleno éxito. Es de ese modo que se vive.
Vivir analizando así es la alegría de vivir porque es vivir amando, odiando, de cara a Dios Nuestro Señor, o sea, odiando lo que es contra Él y amando lo que le es favorable.
Alguien podrá objetar: “Pero, Dr. Plinio, ¿será verdaderamente posible que una persona tenga en la cabeza todo cuanto Ud. acaba de decir? ¿Se le puede pedir a alguien que tenga ese estado de
espíritu, esa mentalidad?”
Esta es la posición normal del católico, y para eso nos son dadas gracias especiales.
Conferencia sobre Santo Domingo Savio
En cierta ocasión leí una biografía de Santo Domingo Savio, santo salesiano que fue, en cierto sentido, uno de los discípulos perfectos de un verdadero gran santo, San Juan Bosco.
Esa lectura correspondió a un apuro en que me encontraba: fui invitado por los salesianos de la ciudad de San Juan del Rey a hacer un discurso sobre Santo Domingo Savio, y acepté sin pensar más.
Ellos mandaron una avioneta para recogerme en San Pablo, embarqué y, cuando dejé todas mis actividades para atrás, ya sentado en el avión, pensé: “Bien, ahora tengo esa conferencia sobre Santo Domingo Savio… Pero ¿cómo voy a hacer una exposición a respecto de quién no conozco nada?”
Llegué allá para el almuerzo, donde estaba el Arzobispo, el Intendente y otros notables de San Juan del Rey.
Me avisaron que la sesión sería solemnísima, en la mayor iglesia de la ciudad. Habría, por lo tanto, millares de personas presentes, y confirmaron que yo debería hablar sobre Santo Domingo Savio. Y pensé: “Pero ahora, ¿cómo voy a hacer eso?”
Terminada la comida, yo le dije al padre responsable por el evento: “¿Ud. podría conseguirme un lugar para descansar?, porque me gustaría hacer una siesta antes de la sesión. ¿Y también una biografía bien pequeña de Santo Domingo Savio?”.
Él me dio un librito bien popular que traía trazos de la vida del joven Santo, que murió a los catorce años de edad. ¿Qué tendría de extraordinario? Leí aquello y pensé: “De aquí no saco nada…
Qué va a salir como discurso, no sé. ¡Dios te Salve Reina, Madre de Misericordia!” Y por increíble que parezca, dormí.
Me desperté y, mientras me preparaba para ir a la iglesia, se me ocurrió la siguiente idea. El libro contenía la narración de hechos que indicaban, entre otras cosas, cuánto la vida de Santo Domingo Savio fue marcada por una seriedad enorme, desde pequeño.
Aunque el autor no resaltase ese aspecto, en los episodios contados por él esto trasparecía. Por ejemplo, cuando iba al colegio, Santo Domingo se levantaba temprano, aún antes de la aurora, y a veces, mientras nevaba, lo veían pasar enfrente de la iglesia, aún cerrada, se sacaba el sombrero y, si fuese necesario, en la nieve, se quedaba rezando algún tiempo terminando sus oraciones de la mañana. Después se ponía el sombrero de nuevo y caminaba hacia el colegio. Quién lo veía andar por detrás diría: ¡es la miniatura de un hombre!
Hice la conferencia al respecto de eso y Nuestra Señora me ayudó, pues apenas comencé, cuando dije: “Él debería llamarse el Santo de la seriedad”, todos que conocían bien a Santo Domingo Savio comprendieron que correspondía tanto a la verdad que hubo una larga salva de aplausos. Comprendí que estaba en el punto y podía proseguir. Fue un gran alivio y la conferencia se hizo quedando todos contentos.
Digo esto para resaltar como de una narración de la vida de un niño, leída en un libraco, se puede hacer la reconstitución de su mentalidad.
Lo más importante en la vida es leer las almas
Vemos, así, cuanto los menores episodios son interesantes, pues lo que Dios colocó principalmente en la vida para que nosotros leamos son las almas: admirar las virtudes, las cualidades, detestar los defectos; conocer nuestras cualidades y amarlas, conocer nuestros defectos y detestarlos.
Me recuerdo de una época de mi vida, aún de niño, en que me preguntaba a mí mismo lo siguiente: “¿Quién soy yo? ¿Yo me defino por dónde? ¿Cuáles son las características principales de mi alma y de qué manera ellas corresponden a los trazos de mi rostro, a la conformación de mi cuerpo, y lo que debo acrecentar en mí para que los otros vean lo que yo soy y para que yo represente mi papel en la vida, siendo a los ojos de los otros aquel que sé claramente que debo ser?”.
Eso venía con un cierto tormento cuando yo sentía que no era bien expresado y que los otros me tomaban más o menos como un anónimo, me trataban como si fuese lo que no soy, bien fuera para más, o para menos, pero sobre todo para otra cosa. Una sensación de malestar, hasta que me compuse como me parecía que era, dando mi expresión a lo que deduje de mi alma: “Lo que mi alma tiene de bueno es tal lado así, lo que ella tiene de ruin y que es preciso vencer es tal aspecto. Ese lado ruin debo vencerlo por una cualidad muy preponderante en sentido contrario, y que, por lo tanto, mi personalidad aparezca mucho, bajo pena de que yo no tenga identidad verdadera, de no ser sincero; construyo un modo de ser donde soy enteramente yo mismo.”
¿Cómo se consigue eso? Es un fruto de la admiración. Admirando, se discierne; discerniendo, se escoge; escogiendo, se acepta o se rechaza. Sin admiración no hay nada de eso. Quiere decir, para el trabajo de la inteligencia y de la observación, tener padrones según los cuales se ven las cosas es absolutamente fundamental.
Dejo estas consideraciones entregadas a la meditación de todos, para que comprendan como es normal ser como estoy describiendo y, por el contrario, cómo es inhumano no ser así.
Debemos, por lo tanto, censurar los ambientes sin admiración y admirar los ambientes en los cuales se admira.
Extraído de conferencia del 15/2/1977
Notas
1) Cfr. Revista Dr. Plinio n° 256. pág. 32-33.