Después de arrepentirse, Santa María Magdalena empezó a representar claramente dos virtudes unidas: la contemplación y la penitencia.
La contemplación por distinción con su hermana, en el famoso episodio en el que el Señor le dijo a Marta: «María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada» (Lc 10, 42). Entonces, ella pasó a representar la pura contemplación, no tanto unida a la vida activa, sino como un estado enteramente contemplativo.
Al mismo tiempo, por su enorme arrepentimiento y su fidelidad al pie de la cruz, y por el hecho de haber sido la primera en tener noticia de la Resurrección del Señor, ella no sólo representó la contemplación, sino la penitencia en su gloria, en el estado de mayor perdón, de mayor intimidad con el divino Maestro. Hasta el punto de que, con el ejemplo de su vida y la de otros santos, algunos teólogos pretendieron afirmar que el estado de penitencia —una penitencia seria, profunda— es incluso más bello que el de inocencia.