Contrariamente al concepto liberal y comunista de bondad, Doña Lucilia ejercía sobre las almas una acción benigna e intransigente, amenizando y sanando los aislamientos y amarguras, frutos de la orfandad inherente al hábito de la autosuficiencia.
Plinio Corrêa de Oliveira
Hay ciertas formas de sinceridad y de intensidad de afecto que solo les es dado tener a los combativos.
El descrédito causado por el pacifista No creo en la amistad del pacifista.
Él se pone como amigo de todos, pero eso es justamente lo que no es, pues quien no quiere pelear con nadie no es amigo de nadie. Porque por su modo de ser, en su presencia toda injusticia se resuelve mediante un diálogo de paz y, por lo tanto, no se necesita punir.
Ahora bien, si alguien me calumnió y yo pruebo que aquello es una calumnia, no se trata de hacer un diálogo para saber si soy inocente: el otro es un calumniador. Luego, exijo que él se desdiga, y tengo dos derechos: uno es la retractación debida a mi reputación; el otro es un derecho de verlo punido.
Quien fuese mi amigo debería asociarse a ambos derechos míos. El pacifista no hace eso. Entre el calumniador y el calumniado, él procura hacer un arreglo, por el cual el calumniado, en el fondo, tiene que ver la impunidad de la calumnia hecha contra sí. Además, se percibe en la conducta de ese tipo de pacifista que, si queremos forzarlo a una actitud lógica, él pelea con nosotros y no con el calumniador. Por lo tanto, no merece crédito. Esa es una de las mentiras de la Revolución.
Concepto equivocado de bondad
Otras mentiras de la Revolución dicen con respecto al concepto de bondad. Una afirma que toda persona con cierta elevación y distinción 6 no tiene lástima de quien no posee esas mismas cualidades y hace sentir su superioridad por falta de misericordia. Luego, espíritu jerárquico y bondad son incompatibles. La bondad consiste en el igualitarismo.
Otra mentira es: intransigencia y bondad son incompatibles, porque la intransigencia hace sufrir. Ahora bien, quien es bondadoso tiene horror al sufrimiento; luego, es propio de la bondad tener horror a la intransigencia.
Yo podría presentar aún otras contradicciones de ese mismo género. Pueden estar seguros de que ellas tienen un peso enorme para hacer antipática la Causa de la Contra-Revolución.

Túmulo de Doña Lucilia, en 1984 Cementerio de la Consolación, São Paulo
Acción materna e intransigente
El modo de ser de mi madre prueba que varias de esas pseudo-contradicciones no existen. Por ejemplo, su acción sobre las almas es la más maternal posible, pero es una acción intransigente. O sea, ella conduce al cumplimiento de los Mandamientos y a la fidelidad a la Providencia. Y si no es eso, se percibe que hay una ruptura con ella, pues a pesar de todas las bondades, ella es intransigente.
Tomen el Quadrinho: en él reluce la bondad. Por otro lado, el modo como ella se presenta y es, es enteramente el de una señora de la élite de su tiempo y, por lo tanto, a leguas del patrón democrático hoy en día en vigor. Por otro lado, trasluce de bondad.
Así, una serie de aparentes antítesis de esas que a la Revolución le gusta lanzar en oposición a la Contra- Revolución, Doña Lucilia las destruye simplemente por su ser, sin nada más, únicamente porque ella es, porque está presente, ella provoca esa destrucción.
Bajo ese punto de vista, ella ayuda a los miembros del Grupo a comprenderme mejor, porque perciben a través de ella cómo esos preconceptos que llevan a mucha gente a pensar que soy un Ferrabrás, [personaje de la ficción medieval, tendiente a lo bravucón] un tirano, no son realidad. Ahí está su papel.
Gracia que convida a la unión y a la simpatía estables
He notado el siguiente fenómeno: un gran número de personas recibe gracias por intercesión de mi madre.
Mientras dura el recuerdo de esas gracias, hay una posición muy conmovida y fervorosa; después, eso se desvanece. Al desvanecerse, se manifiesta la debilidad humana que no sabe ser grata. Sabemos que la gratitud es la más frágil de las virtudes… Pero hay otra cuestión.
Generalmente, las personas en las cuales el recuerdo vivo de esas gracias se desvanece sin su culpa, revelan una especie de rechazo en volver a apelar y pedir a mamá, que va mucho más allá de la aridez, queda en el límite de lo explicable, roza en una especie de incomprensión y antipatía. No una antipatía militante, sino una actitud así aborrecida: “¡No quiero pedir!” Hasta que, de repente, por la intercesión de ella, la persona pasa por cierto apuro y es llevada a pedirle alguna cosa. Pidiendo, la obtiene y vuelve la acción de aquella admiración, de aquella consolación. Eso se repite, hasta desaparecer en ese tipo de almas un género determinado de obstáculo interior en ser uno solo con ella y, digámoslo, simpatizar con ella vehemente y establemente.
Ahora bien, es lo que Doña Lucilia parece pedir en las gracias que ella confiere. Porque, mientras la persona está bajo la acción de una gracia recibida por ella, comprende perfectamente ciertas cosas, como, por ejemplo, su insuficiencia. El mito de la autosuficiencia –muy revolucionario y difundido no sé en qué proporciones– se desarma y desaparece. Entonces la simpatía, la propensión por alguien que nos ama, que nos quiere, pero nos ve con cierta compasión un poco sonriente y nos promete su afecto, eso vuelve a flote. Cuando la persona se olvida de las gracias recibidas, el estado de espíritu de autosuficiencia reaparece y ella no quiere ser objeto de tanto cariño ni de tanta amistad, porque quiere abrir por sí misma su propio camino.
Un vicio profundamente revolucionario: la autosuficiencia
Es preciso hacer notar que la autosuficiencia es el propio presupuesto tanto de la doctrina liberal, como de la comunista. En la idea de los ciudadanos libres e iguales está subyacente el concepto de que cada uno se basta a sí mismo, porque, si hay algunos que necesitan de otros, la desigualdad desaparece en rigor de justicia, pues si alguien dio y otro recibió, quedó obligado. El modo por el cual se agradece es decir “muito obrigado”, o sea, estoy obligado a algo con relación al bienhechor. Es el sentido de la expresión francesa “remercie, remercier”: estoy a tu merced por lo que me hiciste. El vínculo, por así decir, feudal, va imponiéndose, mientras que, en la autosuficiencia, no: ciudadanos libres, iguales, todos votan, cada uno deposita su voto en la urna y vale tanto cuanto el del otro, y la suma aritmética de lo que fue contabilizado es el camino a seguir.

El Dr. Plinio en agosto de 1982
Una cosa curiosa es que el hábito de la autosuficiencia constituye una especie de orfandad, fuente de cuántas amarguras interiores y de cuántos aislamientos, ¡no sé qué decir! Creo que entre autosuficiencia, orfandad y neurosis hay una relación muy próxima. Muchas y muchas veces me pregunto: si sobre mí no hubiese flotado el afecto de mi madre, ¿yo sería un hombre calmado como soy y habría tenido la facilidad de comprensión y la apetencia de la devoción a Nuestra Señora, que es esa disposición del alma agradecida llevada a un grado superlativo, en fin, en el nivel de la hiperdulía?
Sin embargo, percibo que esas situaciones falsas crean una especie de apego, porque el hombre es una criatura muy rara y llena de posiciones paradójicas. Y cuando tiene una paradoja muy irracional, él adora esa paradoja. Y al mismo tiempo que sufre los tormentos de la autosuficiencia, no le gusta ser ayudado, porque “él resuelve”.
Esa posición lleva la persona a implicar con Doña Lucilia, porque ella ofrece una superabundancia de bondad, de cariño, de protección, pero en la cual la dependencia aparece y la autosuficiencia desaparece.
El individuo no puede ser el gran hombre que quería ser a sus propios ojos, el dueño de su propia vida, que resuelve porque es un gran hombre. Por el contrario, tiene que reconocer que hubo en relación con él una cosa llamada misericordia, compasión, dada por quien no tenía obligación de dar, que fue tratado como hijo, que fue enteramente gratuito y le dio en abundancia lo que él no podía esperar, acompañado de la sensación de que él no vive sin eso.

Doña Lucilia y el Dr. Plinio en enero de 1959
En las horas en que ese reconocimiento no está presente, la persona es llevada a esta esperanza tonta: “Yo ahora quiero ver si vivo sin la ayuda de ella”. Es un horror, pero, por eso mismo, probable.
Por ejemplo, de los diez leprosos del Evangelio, nueve no fueron a agradecer. ¿Por qué? En el fondo, autosuficiencia. Si todos fueran a hablar con Nuestro Señor, Él los recibiría rebosando de bondad, pero el mito de que ellos resolvieron su caso desaparecía.
Hay un proverbio portugués, al menos en el portugués de Brasil: “El uso de la pipa tuerce la boca”. El vicio de la autosuficiencia vuelve a la persona incapaz de recibir socorro. Y, vuelvo a decir, es un vicio profundamente revolucionario.
(Extraído de conferencia del 21/8/1982)
___________
1) Cuadro al óleo que le agradó mucho al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia.
2) En portugués, literalmente: [Estoy] “muy obligado”. Es la forma habitual de agradecimiento en esta lengua.