
Calentamiento global, contaminación, consumismo, sobrepoblación, escasez de alimentos, catástrofes naturales, enfermedades, hambre, crisis sociales, crímenes, inseguridad, guerras… ¡Cuántos males azotan y amenazan continuamente a nuestro mundo contemporáneo! ¿Se puede saber, sin embargo, cuál de estos es el peor de todos los males? Tal vez no esté en la lista anterior… ¿Lo sabe usted?
Hno. Andrés Felipe Franco Lozano, EP.
Un mundo enfermo
Cada día que pasa es, para la mayoría, una incertidumbre, una sorpresa esperada con ansiedad, a veces con miedo. Hay demasiadas cosas que preocupan a la actual generación que habita el mundo. Y el futuro no es muy prometedor. Sin duda vivimos la época más inquietante que jamás haya pasado la humanidad.
Este “valle de lágrimas”, así acertadamente llamado por San Bernardo en la oración de la Salve hace casi mil años, cumple adecuadamente su nombre, pues las tragedias se suman al pánico generalizado, haciendo que miles de hogares, familias, pueblos enteros, derramen abundantes lágrimas de dolor y pena, de miedo y de impotencia. Impotencia, sí, porque en la mayoría de ocasiones el hombre no puede contra fuerzas que lo superan enteramente y no puede incluso ni comprender del todo. Para muchas cosas puede encontrar explicación, a veces después de profundos y complicados estudios, pero dicha explicación en raras ocasiones viene junto con su solución.

Campo de refugiados en Grecia
El presente no puede ser más doloroso y angustiante para el hombre, para el hombre contemporáneo, sobre todo, que se desespera y tiembla de miedo o de odio ante aquello que no entiende, no supera y no controla.
Si nos damos a la tarea de crear la lista de los males que azotan a nuestro mundo actualmente, quizás no alcance el espacio de miles de páginas, pues son tan numerosos y de tan variada naturaleza…

Efectos del calentamiento global
Algunos de ellos traen solo con nombrarlos un terror tan grande que puede ocasionar censura a quien los mencione: Calentamiento global, contaminación, consumismo, sobrepoblación, escasez de alimentos, catástrofes naturales, enfermedades, hambre, crisis sociales, crímenes, inseguridad, guerras, y un largo, casi infinito etcétera. Y lo más triste, lo más trágico, es que los hombres buscan soluciones y remedios para todos estos males, pero infructuosamente… ¿Por qué? ¿Será posible que no haya nada que hacer contra estas calamidades? ¿Deberá el hombre esforzarse en vano en esa búsqueda? ¿O no será necesario más bien buscar otro remedio, diferente de todos los aplicados hasta ahora?
La falla del mal diagnóstico
Muchos hombres y mujeres deciden contribuir con propósitos y con medidas pequeñas pero que a su parecer puedan resultar efectivas en un futuro, esforzándose por no solo ponerlos en práctica ellos mismos sino enseñarlos a otros, concientizándolos de la urgencia de estas actitudes. Reciclar, separar basuras, reducir el consumo de combustibles fósiles, disminuir el gasto de agua, usar fuentes de energía renovables… Todo esto son, sin duda alguna, medidas importantes, loables y recomendables para todos. Y muchos las asumen junto con todas las consecuencias que puedan conllevar para su vida práctica, muchas veces incómodas, evitables en otras circunstancias… Algunos llevan su preocupación y “compromiso” hasta el punto de dejar de alimentarse de productos animales, sacrificando así de un modo, dirían muchos, heroico, el legítimo placer que el nutrirse de ellos trae. “Empieza por ti mismo —nos dicen cuántas veces—. El cambio empieza por ti”.

Los tratados de no agresión que se firman aquí y allá muestran un interés por alejar toda posibilidad de conflicto entre los hombres
Las organizaciones internacionales se esfuerzan día a día para que la frágil “paz” entre las naciones se mantenga todo lo posible. Los tratados de no agresión que se firman aquí y allá muestran un interés por alejar toda posibilidad de conflicto entre los hombres. Todo esto sin hablar del continuo adoctrinamiento en escuelas, universidades, empresas, centros sociales y demás, sobre la importancia del “respeto”, la “tolerancia” y la “inclusión”, con el fin de hacer que los hombres no tengan motivos para generar violencia en su convivencia social, evitando a futuro conflictos de mayor y más grave envergadura.

Estragos causados por la guerra
Es imposible, después de todo este análisis, no formular la siguiente pregunta: ¿Por qué, después de este esfuerzo ingente de tantos seres humanos para paliar los males que vive el mundo, nada parece mejorar? Antes al contrario ¿por qué todo parece ir de mal en peor? Hay que decir, por triste que esto sea, que, para el ser humano contemporáneo, que cuántas veces quiere explicar las cosas sin entenderlas bajo el prisma sobrenatural, religioso, su búsqueda del remedio para sus males está condenado al fracaso. Y no solo eso: ¡su diagnóstico del mal en sí está equivocado! Quien no conoce cuál es el mal que padece, ¿cómo lo podrá remediar? Es, además, de conocimiento general que, cuando un remedio no funciona para una enfermedad determinada, es necesario aplicar otro remedio más fuerte o en mayor dosis, que pueda ser más eficaz, más acertado. Aceptando esta premisa, debemos aceptar que el hombre no ha podido dar con el remedio adecuado, pues su enfermedad continúa, y cada vez más grave…
¡Hay solución!
Alguien podría objetar que de nada sirve quejarse, criticar, apuntar el error, si no se va a contribuir. En vez de hacer todo esto, deberían plantearse soluciones, aportar. Nos repetirían lo que antes decíamos: “empieza por ti mismo, el cambio empieza por ti”. ¡Y qué verdadero es esto! El cambio de una situación en apariencia irreversible está, efectivamente, en nuestras manos. Todo lo que el ser humano se esfuerce es de vital importancia, desde su vida personal, porque desde allí empezará el proceso del cambio. Querido lector, ¡sí hay solución! ¡Sí podemos revertir la situación desastrosa del mundo! ¡Y empieza por mí, por usted!
Sin embargo, comencemos por lo verdaderamente importante. Respondamos de una vez a la pregunta que formulábamos al principio: ¿cuál es el mayor de los males? No es ni la contaminación, ni las guerras, ni las enfermedades, ni la pobreza, ni el hambre. El mayor mal del mundo es el pecado. El pecado que trastorna el orden del alma humana, haciéndola tendiente a las malas obras. Absolutamente todos los males que se puedan enumerar junto con los que ya hemos mencionado aquí tienen su raíz más profunda en el pecado, en la ofensa a Dios. ¡Esta es la visión verdadera! ¡Este es el diagnóstico correcto! El pecado es la más grave enfermedad que padece el mundo, y mientras exista el pecado todo lo demás seguirá existiendo, el mal seguirá imperando y ninguno de esos desastres tendrá solución.
Entonces sí existe remedio. Empieza por nosotros. ¡Dejemos el pecado! Cuántos, decíamos antes, no hacen todo tipo de sacrificios, de renuncias, de esfuerzos, para ayudar a disminuir la contaminación, por ejemplo. Pues si en vez de todos esos actos que, repetimos, son sin duda loables e importantes, encauzaran esa fuerza para la práctica de la virtud, ¡cuánto más no se habría conseguido ya! Muchos prefieren, sin embargo, las medidas inmediatas de que hablábamos, pero sin cambiar de vida, llevando su alma a la perdición y ofendiendo a Dios sin dolor ni arrepentimiento. ¡Inútiles esfuerzos los que hagan, pues nada cambiará!
¿De qué me vale tomar resoluciones de cuidado ambiental si en mi vida no decido resolutamente dejar de contaminar mi alma? ¿De qué servirá que se hagan campañas contra la contaminación si la codicia, “que es una idolatría” (Col 3, 5) sigue incitando a abusar del uso de los bienes que Dios creó para nuestra vida en la tierra? ¿Qué utilidad tienen los tratados y edictos contra la violencia si el orgullo sigue guitando la paz de las almas y gobierna la conducta humana? ¿Para qué esforzarse en promover los valores éticos de tolerancia, inclusión, respeto, si la impureza, la lujuria y el desenfreno siguen siendo los motores del relacionamiento entre los hombres y mujeres? ¿Con qué fin luchar contra la pobreza y el hambre cuando la envidia y el odio están presentes tanto en quien da como en quien recibe? ¿De qué sirve, en fin, preocuparse por el mundo, si Dios es puesto de lado de esa preocupación, ofendido e insultado, siendo Él el Creador, único dueño de todo el Universo?
Buscad el Reino de Dios y su justicia…
El daño más profundo que el demonio logró infligir a la humanidad fue el quitar paulatinamente la preocupación por la eternidad, dando una visión atea de la vida en la tierra, invirtiendo los valores en las mentes de las personas, haciendo que todo adquiera mayor relevancia que lo único realmente importante: la salvación eterna y la instauración del Reino de Cristo en la tierra. Esta ceguera espiritual es la real causa de todos los males en la tierra, así como de que todo parezca seguir igual o peor. Pero esto, a diferencia de muchos de los desastres actuales, sí tiene vuelta atrás. ¿En qué sentido? Abrirnos a la Gracia. Ella puede lo inimaginable, pues su poder es el del propio Dios. Pero hasta que nuestra alma esté abierta a su acción, nada estará hecho.

“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura”
Jesucristo Nuestro Señor nos dio ya la regla de conducta para que todo esté adecuadamente llevado en nuestra vida terrena: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura” (Mt 6, 33). No es al contrario, buscando la añadidura que encontraremos el Reino de Dios y su justicia. Esta es la conciencia que debemos adquirir ante los males del mundo y la responsabilidad que tenemos para remediarlos y hacerlos cesar, y hasta que el mundo no se compenetre de esta verdad, seguirá luchando infructuosamente contra fantasmas, pues estará aplicando un remedio insuficiente a una enfermedad mucho más grave y profunda.

El pesimismo y el derrotismo son antónimos del catolicismo.
El pesimismo y el derrotismo son antónimos del catolicismo. La certeza de la victoria hace parte de nuestra Fe. No dudemos, por tanto, que por grave y terrible que sea la situación, Dios intervendrá. ¿De qué depende? De cómo dispongamos nuestra alma y el mismo mundo para esa intervención. La renovación de la faz de la tierra no es solo de carácter espiritual, aunque sobre todo sea esto. Con esta certeza alimentando nuestra alma, con el esfuerzo que hagamos, cada uno en su vida personal, para abandonar el pecado y abrazar la virtud, con el auxilio perenne de María, el Reino de Dios y su justicia triunfarán… y la añadidura llegará también.
¿Quién sabe esto? Muy pocos. ¿Quién lo pone en práctica? Menos aún. ¡Ahora usted lo sabe! ¡Comience usted! Que la Santísima Virgen, Reina del Universo, que gobierna los acontecimientos y las almas, nos ayude a dejar el pecado y ser santos, y así lograr por fin remediar los males que azotan a nuestro mundo.