
Para ilustrar los aspectos tendenciales y sofísticos de la Revolución, el Dr. Plinio hace un clarividente análisis de un cuadro representando un bello salón de conversación del Ancien Régime. El ambiente es muy bonito, los personajes allí presentes son rutilantes, bien vestidos, finos, mas todos hacían parte del séquito enorme de la nobleza corrompida que apoyaba a la Revolución Francesa en sus comienzos.
Plinio Corrêa de Oliveira
Tanto la Revolución como la Contrarrevolución avanzan recorriendo simultáneamente dos pistas —la tendencial y la sofística—, aunque en rumbos contrarios.
La Revolución tendencial trabaja las tendencias del hombre llevándolo hacia el mal; en sentido opuesto, la Contrarrevolución lo conduce para el bien. Después, en la línea sofística, la Revolución actúa con base en el raciocinio humano: sube al mundo de las ideas, de las doctrinas y de la teoría. La Contrarrevolución no es sofística, ella es la verdad. Si se diera un nombre adecuado a esta Contrarrevolución en el campo de las ideas, de la doctrina y del raciocinio, tal vez fuera el de la Contrarrevolución escolástica. Esto es, según el método filosófico y la Teología de Santo Tomás de Aquino, que dan el arcabuz del sistema opuesto a los sofismas de la Revolución sofística.
Aspecto tendencial de la Revolución
¿Por qué insistir en el aspecto tendencial de la Revolución?
En primer lugar, porque, conforme afirmo en mi obra “Revolución y Contra-Revolución”, una de las partes más originales y menos tratadas en otros libros es el tema de la Revolución tendencial. Es natural que conozcamos más aquello que es el producto original de la casa.
En segundo lugar, porque la guerra psicológica revolucionaria, es decir, el conjunto de trucos usados por un partido o por una nación para llevar a otro partido, nación o a otra corriente ideológica a perder la voluntad de luchar y, por tanto, a entregarse, a producir la capitulación del espíritu de la otra parte, es mucho más tendencial que sofístico. Y con el paso del tiempo, se va volviendo más tendencial y menos sofística por la imbecilización de los hombres.
Tenemos que aprender, poco a poco, a enseñar al hombre actual para conducirlo a la templanza, a la fortaleza, a la justicia, a la prudencia, que ordenan sus tendencias, y a la lógica del pensamiento. El hombre es completo desde que tenga todo eso, no por vanidad o egoísmo, sino para servir a Nuestra Señora, a la Causa Católica, a Nuestro Señor Jesucristo.
Por otro lado, una persona percibe fácilmente que está siendo objeto de una persuasión por medio del raciocinio, pero la maniobra psicológica tendencial, pocos individuos la notan. Por causa de eso es necesario que nos sepamos defender contra ella. Necesitamos, en consecuencia, conocerla bien y saber hacer la maniobra tendencial para el bien a fin de llevar a las personas a la virtud, conceptuada como la Iglesia Católica enseña. Para eso, vamos a conocer el mundo de las cosas complejas y delicadas situado en el terreno de lo tendencial. Con este objetivo, pretendo presentar algunos ejemplos históricos.
Batalla cuyo centro es la Iglesia Católica
La Historia de la humanidad se divide en dos grandes períodos: antes y después de Cristo, división ésta ligada a las más altas razones. Nuestro Señor Jesucristo es el Hombre Dios, y el acontecimiento más alto de la Historia es que el Verbo se haya encarnado en las entrañas purísimas de la Bienaventurada Virgen María y habitado entre nosotros. Además, Él murió en la cruz para obtener el perdón de nuestros pecados.
Ningún otro hecho histórico que no diga al respecto de Él mismo puede ser considerado comparable a eso. Alejandro Magno invadió Persia; el Imperio Romano tomó cuenta del Mediterráneo; los bárbaros invadieron Europa… Podemos enumerar esos acontecimientos, pero ¿qué es eso en comparación con el hecho de que el Hijo de Dios haya muerto en la Cruz para salvarnos? ¡Y a su gloriosísima Resurrección y Ascensión a los Cielos! Después, con un brillo más dulce, pero cuán brillante, ¡la Asunción de Nuestra Señora al Cielo! Queda fundada la Iglesia Católica, fuente de paz que, en cuanto Iglesia militante, está permanentemente en guerra contra el mal.
Comienza entre los hombres una batalla cuyo centro es la Iglesia Católica, la cual tiende a expandirse por el mundo entero llevando esta Buena Nueva a todos los pueblos.
Los demonios y los hombres malos que dan rienda suelta a sus defectos constituyen un ejército contra la Iglesia: son los cismáticos, los herejes, los ateos, y también los malos católicos que trabajan dentro de la Iglesia contra ella.
La época cristiana, por tanto, después del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, se divide en: Antigüedad, Edad Media, Tiempos Modernos y Tiempos Contemporáneos.
Simplificando mucho, el territorio europeo era ocupado por dos imperios. El Romano de Occidente, con la capital en Roma, después en Milán o en Ravena, y alcanzando, en líneas generales, todo el territorio de la Europa Occidental de hoy. Y en los Balcanes, extendiéndose por toda la cuenca del Mediterráneo, gran parte del Norte de África rumbo al Oriente Medio, había el Imperio Romano de Oriente, con la capital en Constantinopla.
Durante este período la civilización, la lengua, las tradiciones, la cultura eran la romana, con fuertes contribuciones de Grecia. El Mediterráneo era el eje del mundo.
Distanciamiento y ruptura de los pueblos con la Iglesia
Comienzan las invasiones en los siglos IV y V. Los bárbaros invadieron Europa entera, destruyeron el Imperio Romano, llenaron el territorio europeo; muchos de ellos eran paganos, otros, adeptos de una herejía llamada arrianismo. Con la conversión profunda de esta gente, se inicia la época de oro de la Iglesia: la Edad Media.
La Iglesia ya había tenido una época de oro en el tiempo de los mártires y de las catacumbas, aunque era perseguida. Por el contrario, en la Edad Media ella no es perseguida, sino que es la señora de la situación. El Papa reúne bajo su cayado todo el Occidente cristiano. Los eslavos viven dormitando allá en sus tierras, casi sin contacto con el Occidente, el cual queda todo él unido a la Iglesia. Por otro lado, el orden temporal, civil, es organizado según los dictámenes del Evangelio y de los Diez Mandamientos, revelados por Dios a Moisés, los cuales son la Ley que inspira y orienta el pensamiento de toda la vida y cultura de Occidente.
Europa va dilatándose y enfrenta enemigos. Nuevas invasiones de los bárbaros, ella los rechaza; rechaza también la invasión de los mahometanos. Está en la cumbre de su poder cuando, en el siglo XV, comienza una Revolución metafísica y tendencial llamada Renacimiento, que abre una esfera cultural en la cual la admiración fanática por los clásicos paganos antiguos impone patrones ajenos a la Iglesia. Y se forma un campo de la cultura y del pensamiento que, incluso cuando no es contrario a la Iglesia, se olvida de su existencia y se desarrolla al margen de ella. Es el primer paso del divorcio entre el Occidente y la Esposa de Cristo, completado por una Revolución religiosa: el Protestantismo.
Con eso, las naciones escandinavas, dos tercios de Alemania o del mundo de lengua germánica, casi toda Holanda, Inglaterra, Escocia y una parte de Irlanda se separan de la Iglesia. Polonia e Irlanda continúan católicas. El occidente europeo, sobre todo el mundo latino, permanece fiel a la Iglesia.
Tiempos Modernos: influencia de Francia
Después del Humanismo, del Renacimiento y del Protestantismo, se abre una nueva era histórica llamada Tiempos Modernos. La palabra “moderno” no tiene aquí el sentido corriente, sino que se aplica al periodo que, en su conjunto, constituye la primera Revolución hasta la Revolución Francesa.
Durante los Tiempos Modernos, la Iglesia crece en América del Sur entera, en América Central, en todo el territorio de México gracias al apoyo de España y de Portugal. Y también en Indochina, en las Filipinas y otros lugares de Oriente, todo por obra de misioneros. Lo que ella pierde de un lado, reconquista largamente del otro.
En el siglo XIX, los misioneros, favorecidos por medios de comunicación, llevan la enseñanza de la Iglesia a todo el mundo. Se puede decir hoy que todas las naciones ya oyeron la voz del Evangelio. Con eso Europa entra en el siglo XX, en apariencia, en el auge de su poder.
Después, con la implantación del comunismo en Rusia, comienza el periodo conocido como Tiempos Contemporáneos.
El Ancien Régime es la época entre el Protestantismo, Humanismo, Renacimiento, por un lado, y la Revolución Francesa por el otro. Este período difiere mucho de la Edad Media, mas también de los tiempos contemporáneos. Para esta exposición nos interesa más saber en lo que difiere de los tiempos contemporáneos.
La nación que más contribuyó para modelar las mentalidades y las costumbres de los Tiempos Modernos fue Francia. En el siglo XVII o XVIII, la influencia de este país se hizo general. El francés se volvió la lengua universal, las costumbres, las modas, los escritores, la literatura, la diplomacia, el peso de los ejércitos franceses y la riqueza de Francia fueron el patrón para todas las otras naciones de Europa.
Fineza, distinción, elevación
En este tiempo se generalizó un cierto modo de ser con una nota aristocrática muy fuerte. Nunca la finura, la distinción, la elevación, la gentileza, la dulzura de vivir se volvieron tan generales y refinadas cuanto en Francia. Por esta forma se dilataron por toda Europa y alcanzaron los confines de nuestra civilización.
Repercutieron en América del Sur, en América del Norte, donde Francia fue nación colonizadora de cierta importancia, y en Oriente Próximo en el cual ella poseía colonias también. Acabaron modelando hasta el mundo eslavo. Por ejemplo, la ciudad fundada en los Tiempos Modernos por el Zar Pedro, el Grande, como capital de Rusia, San Petersburgo, por muchos aspectos fue configurada por la influencia francesa.
Esta influencia se caracterizaba por dos ideas propias a la aristocracia: una era la del refinamiento, de la convivencia agradable y, por causa de eso, del valor de la Literatura y el don de la conversación; jamás se conversó tan bien. Nunca el salón, lugar donde las personas se encontraban para conversar, tuvo tanta influencia en la vida como en aquel tiempo.
Otra nota característica de la aristocracia: la guerra. Esta se desarrolló enormemente con el descubrimiento de la pólvora, trayendo como consecuencia las armas de fuego y nuevas técnicas de combate. Si fuera hecha una historia del valor, se vería que ella puede haber sido grande en otros siglos, pero nunca fue tan brillante y distinguida como en esta época. Para la cultura popular general, hasta hace algún tiempo, el símbolo del gentilhombre —de modo concomitante león de salón y de la guerra— era D´Artagnan, el héroe de la novela Los tres mosqueteros, de Dumas.1
El deseo de ser da lugar al de poseer
¿En qué entran en divergencia estas manifestaciones con las de nuestra época?
Nosotros tenemos algo radicalmente diferente. Mientras en el siglo XVIII el hombre quería llevar el esplendor de sus cualidades humanas tanto cuanto podía, deseando brillar por haberse realizado —en lo tocante a lo sobrenatural, ya mucho menos; por infelicidad el espíritu de fe decayó mucho en relación con la Edad Media— en el siglo XIX y todavía más en el XX, fue teniendo cada vez menos empeño en ser y más en poseer.
La conquista de riquezas y, por tanto, el tomar una forma de espíritu necesaria para obtener dinero y, por medio de éste, mandar a los otros, llevan lentamente al poder de la máquina. Ella es el medio por el cual el hombre produce y gana mucho. De ahí las enormes concentraciones industriales, las ciudades que transportan legiones de obreros de un lado a otro, a fin de producir mucho y ser complementos de la máquina.
Multitudes tristes, vestidas de un modo melancólico y banal, cuando no feo y pobre, moviéndose en medios de transporte tristes rumbo a aquello que habría de llamarse más tarde las “ciudades dormitorios”. El individuo despierta de mañana y sale para trabajar el día entero en otro lugar; sus hijos van también a otras fábricas. El hogar se dispersa, él no oye hablar más de la mujer ni de los hijos. En la mejor de las hipótesis, se reúnen a la noche para cenar, conversar un poco o asistir a la televisión y después caer de sueño.
Incluso los ricos y hasta los riquísimos acaban siendo esclavos de la máquina. El automóvil, los aparatos que hacen la vida doméstica agradable, son sus ídolos. Ellos producen en las fábricas, en cuanto capitalistas, directores, banqueros. Vuelven a casa y la encuentran toda adornada con los productos del trabajo de las industrias. Viven para el dinero, el número y el cálculo, en la producción y para la producción. Las ideas de elegancia, distinción, refinamiento dejan de tener su sentido.
La vida comienza a ser dura. Las cosas se hacen cada vez menos bonitas. “¡Esto no es práctico! ¿De qué sirve?”. Si el hombre fabrica tapones para las jarras de cerveza, ¿qué significa para él el hecho de recibir muy amablemente a sus vecinos? No va a ser apreciado en la medida de la amabilidad, sino en volverse rico. Entonces, él deja de lado las buenas maneras para producir muchas tapas de jarras de cerveza. Es una modificación del tipo humano, según el cual el hombre, incluso siendo de los más ricos, viviendo en función de la máquina, de la fábrica y del banco, se proletariza.
Hoy en día, hasta los hijos de los nababos visten blue jeans, y las modas, las maneras de ellos decaen, las personalidades se vuelven oscuras, pobres y feas. Entonces, el contraste con aquel mundo del Ancien Régime es colosal y opera a fondo cambios sobre las tendencias de los hombres.
Una reunión social en el siglo XVIII

Lectura de una tragedia de Voltaire en el salón de Madame Geoffrin en 1755 – Castillo de Malmaison, Hauts-de-Seine, Île-de-France
Para ilustrar estas consideraciones, analicemos un cuadro representando una reunión social en el siglo XVIII
Son personas pertenecientes a la alta nobleza o al mundo de la alta intelectualidad. Los nobles fueron educados para ser los oyentes ideales de los grandes intelectuales, porque la forma de educación recibida por ellos los hace apreciar en el más alto grado los productos de la vida intelectual en el caso concreto sobre todo de la literatura.
Estos intelectuales, a su vez, fueron preparados para ser los declamadores de la alta nobleza. De esta manera intelectualizaron a los nobles y éstos los ennoblecen.
Aunque en el siglo XVIII, casi hasta la Revolución Francesa, un valle profundo separa a la nobleza y la plebe, esta sala está llena de nobles y plebeyos. Pero tan mezclados que, a primera vista no se percibe quién es quién. La actitud de todos es aristocrática.
¿Qué impresiones una persona puede tener respecto de eso?
En primer lugar, noten cómo nadie es padronizado, todos irradian la propia personalidad. Para ejemplificar, consideremos la primera fila de personas sentadas. Ninguna de ellas se encuentra en una actitud igual a la de las otras. Todos los modos son de quien está conversando, reaccionando frente a algo que sucede en la sala.
¿Hay alguna televisión prendida? No; y ni los televisores producen este efecto vivo y elegante. Las personas, cuando van a ver televisión quieren hundirse en los sillones y desaparecer. No desean otra cosa sino eso. Comentan muy poco.
Aquí no. Todos se encuentran sentados en sillas que reputaríamos incómodas, pero ellos ni siquiera prestan atención a eso. Están de tal manera tomadas por las ideas y por la convivencia que dan la impresión de estar en la mayor de las comodidades.
¿Qué sucede en esa sala?
Bien de frente de la primera fila hay una mesa junto a la cual está sentado un hombre vestido de rojo. ¿Qué está haciendo? Leyendo en tono declamatorio. En aquel tiempo se ejercía el noble arte de la declamación, y este hombre está declamando una obra, de la cual él podría ser el autor, y que está siendo lanzada al público parisino.
Aquel que se encuentra delante suyo, ladeado por dos señoras, es probablemente Su Alteza Real Serenísima el Príncipe de Conti2, miembro ilustre de una rama de la Casa Real de los Príncipes de Condé, dueños del famoso Castillo de Chantilly. Si no me engaño, a su izquierda esta la dueña de casa, Madame Geoffrin3, famosa por su conversación.
El Príncipe de Conti tiene una seguridad, una presencia y una irradiación que hacen de él el hombre más importante del salón, y es principalmente para él que es hecha la declamación. Antes de deshacerse la rueda, toman alguna cosa y salen comentando el libro.
Está hecha la fama del libro en París entero, porque en ese salón se encuentra la crema intelectual de esa ciudad. No había radio, televisión, ni nada. La propaganda era realizada por esos cenáculos de intelectuales. Si el libro se volviera célebre allí, se tornaría famoso en París y, enseguida, en el mundo. De donde el esfuerzo del expositor para declamar bien.
Nobleza corrompida que apoyaba la Revolución Francesa en sus comienzos
Vale la pena prestar atención en el esplendor del colorido de las ropas. Para las personas muy sensibles a los colores ¡esto es una fiesta!
Consideren también la belleza del salón. Un lambri de madera muy noble reviste las paredes y en el suelo hay un parqué magnífico, una especie de mosaico de maderas diversas espléndidas.
No es fuera de propósito notar el bello paño colocado con una elegante negligencia sobre la mesa. Pero la negligencia elegante era considerada la más bella forma de elegancia para el gusto de ese siglo. Así, en la actitud de todos se nota mucha elegancia, pero un tanto negligé4, superiormente bien manoseada, la cual, sin embargo, en los siglos anteriores no se hubiera permitido.
Es llegado el momento de preguntarnos cuál era la orientación doctrinaria de esa gente. ¿Es un cenáculo que prepara la resistencia a la Revolución Francesa? En un ambiente tan fino, noble y elegante, en el cual está presente un Príncipe de Conti, duques, duquesas, marqueses, marquesas, una crema de literatos trabaja para ellos, debemos concluir que, donde los más importantes, poderosos o más ricos dictan a los literatos la orientación conveniente, sólo puede tratarse de una linda y elegantísima reunión contrarrevolucionaria…
Con todo, vemos una “bomba” en la sala: el busto de Voltaire5 colocado, casi como una imagen, entre dos cuadros con lindos marcos.
Los intelectuales son todos de la escuela de Voltaire, lo conocieron, lo aplaudieron, lo admiraron. Uno de los presentes es Rousseau6. Son los artífices de la Revolución Francesa. Los nobles mezclados con ellos, inclusive esos tan rutilantes, hermosos, bien vestidos, finos, todos ellos hacían parte del séquito enorme de la nobleza corrupta que apoyaba a la Revolución Francesa en sus comienzos, y después decapitada por esta misma Revolución. Muchas de las personas morirían en la guillotina, habiendo sido bastante estúpidas para contribuir en su comienzo. Muchos salieron de Francia, después intentaron invadirla, reuniéndose a los restos de la Familia Real. Otros, por el contrario, quedaron en París vegetando, fueron tomados por el verdugo y tuvieron sus cabezas cortadas. Es necesario ser dicho de paso que murieron con una dignidad incomparable.
Apariencias que representan un esplendoroso pasado
Por tanto, este es un cuadro de revolucionarios. Visto por contrarrevolucionarios, ¿qué efecto produce?
A los hombres de hoy, viviendo en este siglo del metro y de mil otras cosas del género, él no puede dejar de elevar el espíritu, de hacerlo más alado, más leve y distinguido. El cuadro realza algunas cualidades indiscutibles presentes en la cena y nos hace sentir mejor la brutalidad de nuestro siglo proletarizado.
Con todo, si en cuanto contrarrevolucionarios procuramos saber cuáles son las ideas de esta gente, es altamente instructivo comprender cómo la podredumbre pudo esconderse bajo sepulcros blanqueados, recordando lo que dijo Nuestro Señor respecto de los fariseos. Del lado de fuera, la bellísima Contrarrevolución; del lado de dentro, la podredumbre de la Revolución. Muchas veces, los aspectos exteriores no condicen con el interior. Es preciso detestar esto y comprender cuánto hay de moribundo en esa apariencia, pues cuando el interior ya no es bueno, las meras apariencias nunca duran mucho.
Pero, por otro lado, comprender que esas apariencias son la representación de un esplendoroso pasado.
Entonces, este cuadro está lleno de enseñanzas, una de las cuales consiste en abrirnos los ojos para la táctica tendencial de la Revolución. Noten que las ideas expuestas en aquellos salones eran, todas en el campo sofístico, revolucionarias. Pero esa gente no se indignaba porque no se había tocado en las apariencias contrarrevolucionarias. Cambiando las apariencias, irían a tocar en las tendencias y ellos se indignarían. No aceptarían la abolición de la seda, del terciopelo, de la peluca, de las joyas, de la jerarquización social, de la distinción.
Imaginen a Marat7 entrando en esa sala; ellos mandarían al primer alabardero a prenderlo y echarlo en los antros de una prisión, y pedirle que explicase cómo él, mal oliente, con hálito de alcohol ordinario y profiriendo blasfemias anti aristocráticas, osó entrar allí. …Algunas señoras se desmayarían…Tal vez alguno de esos nobles sacase una espadita de plata con cabo de oro y fuese encima de él.
Entonces, las ideas sofísticas pueden caminar, pudrir el terreno, desde que no se toque en la apariencia, en lo tendencial. Después es lo contrario, hecha la Revolución tendencial, ellos, que ya estaban con los sofismas, se habituaron de tal manera que, o se comienza la Contrarrevolución por lo tendencial, o por la mera escolástica algunos se convertirán, pero la masa difícilmente se convertirá.
Así, con base en un cuadro, queda analizado el conjunto de estos principios.
Debemos mirar todas las cosas con sentido revolucionario o contrarrevolucionario
Si pudiésemos poner este cuadro en algún lugar de nuestra casa, ¿haría bien o mal?
A juzgar por las apariencias, haría bien, pero sería un bien relativo porque nos llevaría a una fase en que el mundo era menos revolucionario. Pero eso todo, en comparación con la Edad Media, ya es revolucionario. Por tanto, para quien pudiese estar en la Sainte-Chapelle o en la sala de coronación de los emperadores del Sacro Imperio Romano-alemán, en Frankfurt, sería mucho mejor que encontrarse en ese salón.
Por estar en una época mucho más decadente, ese cuadro nos acerca al ápice en el cual no había Revolución. Pero nuestra mirada debe estar vuelta hacia la época de la Historia en que no existía ninguna Revolución. Más aún, para la época de la Historia donde no habrá ninguna Revolución.
No sé si logro expresar cuánto es preciso tener cuidado, delante de un cuadro de esos, para saber manosearse a sí mismo, porque, de lo contrario, el cuadro nos manosea. El pintor murió, todos esos personajes fallecieron. Ellos continúan influyendo en la humanidad a través del lienzo.
La persona, o se defiende del cuadro, o lo manda fuera. No sirve saber si es bonito o feo. Es preciso ver el efecto de esas tendencias sobre el hombre. Por ejemplo, ¿era el caso de leer la narración de un martirio como el de San Vicente teniendo en el fondo, un cuadro de esos?
Pero, por otro lado, ¡cómo el hombre se civiliza viendo una cosa de esas!
No sé si, a través de eso, yo torno claro con qué sentido revolucionario o contrarrevolucionario debemos mirar todas las cosas, y cómo podemos ser maniobrados sin percibirlo.
Conclusión: o aprendemos a fondo cómo hacer esto, o esas cosas nos envuelven.
Sin embargo, lo que más nos envuelve no es ese pasado, sino el aspecto del mundo contemporáneo, sobre todo si no lo miramos con un discernimiento aún mayor que el aplicado en ese cuadro.
1Alejandro Dumas (* 1802+1870), escritor francés.
2Louis François de Bourbon (*1717-*1777).
3Marie-Therse Rodet Geoffrin (1699-1777).
4Del francés, negligenciada.
5François-Marie Arouet (*1694-+1778), escritor francés anticatólico.
6Jean-Jacques Rousseau (*1712-1778), filósofo suizo que propagó tesis contrarias a la Doctrina de la Iglesia.
7Jean-Paul Marat (*1743-1793), periodista y político francés virulentamente revolucionario.