Algunos consejos espirituales

Publicado el 12/12/2024

Dr. Plinio comenta…

La vida contemplativa nos asemeja a los coros angélicos superiores. Sin embargo, uno de los mayores obstáculos para alcanzarla es el apego a las niñerías. Sufrir por amor a Dios, vencer el orgullo y la tibieza, y dominar la lengua, constituyen medios indispensables para el progreso espiritual

Me pidieron comentar algunas máximas espirituales, extraídas de escritos de San Juan de la Cruz y de Dom Guéranger.   

Superioridad de la contemplación sobre la acción  

Nuestra inteligencia no sabría apreciar la superioridad de un alma que pudiese ser émula de los querubines y de los serafines, sobre aquella que no podría asemejarse sino a las jerarquías inferiores. Una falsa modestia, el amor a lo mediocre no sabría tener legítimamente curso en esas materias. Importa, más de lo que se podría decir, a los intereses de la Santa Iglesia y a la gloria de Dios, que las almas verdaderamente contemplativas se multipliquen sobre la Tierra. Ellas son la tracción oculta y el motor que da el impulso en la Tierra a todo lo que dice respecto a la gloria de Dios, al Reino de su Hijo, al cumplimiento perfecto de la voluntad divina. En vano se multiplicarán las obras, industrias e incluso dedicaciones, todo será estéril, si la Iglesia militante no tiene santos que la sustenten en el estado de contemplación, en la vía que el Maestro escogió para rescatar al mundo.

El autor da a favor de los contemplativos un argumento muy bonito. Para probar que es en sí la vida contemplativa superior a la vida activa, él afirma que la primera imita a las jerarquías superiores de los ángeles, mientras la segunda imita a las categorías angélicas inferiores. Y aquello que es propio de las naturalezas más elevadas es intrínsecamente superior. De donde se llega a la conclusión de que la vida puramente contemplativa es más que la vida activa.

Naturalmente, esas afirmaciones deben ser consideradas con matices, porque, al tratar de esa cuestión, Santo Tomás de Aquino afirma que es mejor la vida al mismo tiempo contemplativa y activa.

Sin duda, tener ambas es más que tener una sola. Pero eso no quiere decir que la pura contemplación no sea superior a la acción.

Es necesario considerar el ángulo bajo el cual el asunto es visto, para aprehender la armonía de esas afirmaciones y proposiciones.

Enemigos de la contemplación y del recogimiento

Paso a comentar ahora algunas sentencias de San Juan de la Cruz.

¡Oh, poderoso Señor, se seca mi espíritu, ¡porque se olvida de apacentarse en Vos! Yo no os conocía, Señor mío, porque todavía quería saber y saborear niñerías.

¡Es una verdadera maravilla! El amor a las niñerías es una de las cosas más entrañadas en el género humano. Incluso cuando se tratan asuntos serios, a veces son considerados desde el punto de vista de las niñerías. Si vamos, por ejemplo, a un restaurante, a una plaza pública o a un vehículo de transporte colectivo, encontramos a todas las personas quietas, pensando en niñerías, o conversando sobre las niñerías en las que pensaban. Pero el gusto, el apego, es pensar respecto a niñerías.

Ahora bien, dice San Juan de la Cruz con mucha propiedad: Yo no os conocía, Señor mío, porque todavía quería saber y saborear niñerías. Quien saborea niñerías no puede saborear a Dios. ¿Por qué? Porque no es posible gustar de dos cosas opuestas al mismo tiempo. Ahora bien, Dios es infinito, altísimo, insondable, trascendente. Una niñería es lo contrario: es la “droguita”, la cosita, la bagatelita.

No se debe tomar una actitud mezquina delante de eso: “Ah, entonces no hay remedio, porque a mí me gustan tanto las niñerías, que nunca me despegaré de ellas”. Al contrario, se trata de decir: “Dios mío, libradme de las niñerías, dadme vuestro Espíritu Santo, que me hará sentir la apetencia de las cosas grandes y me dará el horror a las niñerías.”

En el Evangelio, Nuestro Señor dice que, de todas las oraciones, la que más seguramente obtiene es aquella en la cual pedimos el Espíritu Santo. Entonces, es lo que se trata de pedir. ¡Oh, poderoso Señor, se seca mi espíritu, ¡porque se olvida de apacentarse en Vos!

El espíritu que se apacienta en Dios es aquel al cual le gusta pensar en las verdades de la Iglesia y de la Doctrina Católica. Es como una oveja que se nutre de las cosas divinas. Quien no piensa en esas cosas y solo piensa en niñerías, evidentemente su espíritu se seca.

Así se da con quien tiene adoración por la máquina. Es exactamente el espíritu de niñería, que se aparta de Dios. Hoy presencié este hecho curioso: un camión enorme, una especie de “dinosaurio” de metal, con una silla altísima para la persona que lo conduce, descargó en frente a la Iglesia del Corazón de María una máquina excavadora. El vehículo paró, bajaron dos tablas, y la máquina comenzó a bajar. Los primeros automóviles que estaban en la fila pararon, a fin de asistir el descenso de la excavadora de dentro del camión, y para ver si no había riesgo de que aquella cosa se volcase hacia atrás. 

No había ningún peligro, ya había sido mil veces estudiado, la máquina es tan estúpida que no tiene nada de imprevisto. De manera que no había ninguna razón para esa tensión característica de ignorantes. Nadie tocó la bocina, nadie manifestó prisa, hubo un suspenso… Cuando la excavadora bajó, hubo una especie de alivio, de satisfacción general, un poco de admiración también: “¡Qué cosa tan singular esa excavadora! ¡Interesante!” Otro pensamiento magnífico: Si quieres llegar al santo recogimiento, no has de ir admitiendo, sino negando. Sé reacio a admitir en tu alma cosas destituidas de sustancia espiritual, para que no te hagan perder el gusto de la devoción y el recogimiento.

Es decir, los espíritus polémicos, que se aíslan de las cosas del mundo, rompen con ellas, esos son los que llegan al recogimiento. Los espíritus conciliadores: “¡Ah! Todo está muy bien…”, que prestan atención en todo, les gusta todo y se abren a todo, esos son incapaces de recogimiento.

Importancia del sufrimiento y de la victoria sobre el orgullo, la tibieza y la lengua

El más puro padecer trae y produce el más puro entender.

¡Otra proposición magnífica! De hecho, solo entienden las cosas hasta el fondo aquellos que saben sufrir hasta el fin. Quien no es así, no comprende nada con profundidad.

Es mejor sufrir por Dios, que hacer milagros. ¡Cómo es verdadero eso!

Se encuentra gente que hizo milagros y fue para el Infierno. Sin embargo, nosotros no encontramos personas que sufrieron por Dios la vida entera y se fueron al Infierno. El milagro más grande es el milagro moral del hombre que sufre de todas las maneras, por amor a Dios, y no vuelve atrás en sus sufrimientos. Luego, debemos considerar como verdadera esta sentencia: es realmente mejor sufrir por Dios que hacer milagros.

Quien se fía de sí mismo es peor que el demonio.

Fiarse de sí mismo corresponde a pensar lo siguiente: “Para tal gracia – por ejemplo, la virtud de la castidad– no necesito pedir ayuda a Nuestra Señora, porque la consigo por mí mismo. Eso es cuestión de mi bien conocida fuerza de voluntad, ¿no es así? Delante de la ocasión, ¿no es cierto que yo soy un coloso? No necesito pedir. Ustedes son un beaterío, que viven pidiendo. Pero yo, con mi fuerza de voluntad, no lo necesito.

¡En el momento dado, yo enfrento!” Resultado: se da contra el piso, se cae el caballo y el caballero. Y según una expresión arcaica que conocí: “se cae de espalda y se rompe la nariz”. Es decir, la caída es tan grande, que la fractura abarca hasta la nariz. Pero ¿por qué? Justamente por fiarse de sí mismo. Quien obra con tibieza, está cerca de la caída. Esa es otra verdad evidente. Algún tiempo atrás, una persona me decía, en el fondo haciendo un elogio de sí misma: – Fulano es tibio, pero es muy correcto. Le respondí: – Sí, es solo “muy correcto”. Por esto se está deshaciendo. Es la misma cosa que ver a un agonizante y decir: “Él está vivito y entero”. Es cierto, aún no murió, pero la vida lo está abandonando. ¿Qué cuento es ese? Es mejor vencerse en la lengua, que ayunar a pan y agua. Es verdad. Sin embargo, en nuestros días, ¿cuál es la mayor victoria que se debe alcanzar en el uso de la lengua? Ante todo, no proferir palabras impuras. Pero también, no decir cosas que representen una debilidad ante el mundo. Agrados, gentilezas, actitudes que den la impresión de que somos hijos de este siglo. He ahí la victoria sobre la lengua que se trata de obtener. 

 

(Extraído de conferencia del 23/11/1965)

1) Entre otras obras, Avisos y sentencias espirituales. Sevilla, 1701.

2) GUÉRANGER, Prosper. L’Année Liturgique. Tomo VI. Librairie Religieuse H. Oudin. París, El Dr. Plinio en 1965 1900, pp. 442-443.

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