Alianza divina entre lo bello y lo práctico

Publicado el 11/20/2023

En la Tierra, el hombre no vive sólo para gozar, sino, sobre todo, para ser un héroe y tener un alma capaz de grandes osadías. Para eso la providencia alió lo práctico a lo bello en la Creación, y así proveyó a las necesidades corporales y espirituales del hombre, a fin de que pudiese estar siempre invitado a alcanzar el Paraíso Celeste.

Plinio Corrêa de Oliveira

A mediados del siglo XX, la idea de arte que entraba en la arquitectura conjugaba algunos elementos: lo máximo de uniformidad y simplicidad, con colores inexpresivos, teniendo en mira principalmente el aspecto funcional, techos bajos, líneas rectas, preponderando la figura geométrica del cuadrado.

Resultan de allí dos movimientos, dos tendencias: lo práctico, lo funcional, lo simple y lo económico, contra lo artístico, lo elegante y lo leve. Lo práctico achata. Lo elegante eleva.

Lo práctico para el cuerpo y lo bello para el alma

Ahora, el conflicto de esas tendencias, ¿qué relación tiene con la doctrina de la Iglesia y la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución? La tesis a desarrollar es: no hay un conflicto verdadero entre lo práctico y lo bello, sino que es algo artificial creado por la Revolución para producir en el hombre un efecto que dentro de poco explicaré. En realidad, ese conflicto es falso y deja desnorteado al hombre, pues él precisa de cosas prácticas para vivir. Nadie puede vivir en un mundo sólo de belleza, respirando apenas arte y poesía.

Cuando Nuestro Señor dice: “No sólo de pan vive el hombre” (Mt 4, 4), afirmó de modo implícito que el pan es también indispensable. Y la experiencia de todos los días lo torna evidente. Lo económico, lo viable, lo posible, lo práctico, por tanto, corresponde a una necesidad imperiosa; lo útil, inclusive, es uno de los valores del orden del universo.

El principio, entonces, es el siguiente: el hombre necesita de lo práctico para el cuerpo, pero necesita de lo bello para el alma, pues ella no come pan ni respira oxígeno. El ser humano no es apenas, como se acostumbra decir, un conjunto de alma y cuerpo, como si fuesen dos valores de igual alcance, yuxtapuestos en la constitución de un mismo individuo. El elemento principal del hombre es el alma y el cuerpo existe para servirla. El alma humana desea la verdad y la belleza, porque fue creada a imagen y semejanza de Dios. Él es la Verdad y la Belleza infinitas. Por eso, el Creador llenó su Obra de estos dos predicados para que el alma humana, amando en la tierra esos dos atributos, se volviese, ella misma, autora de pensamientos verdaderos y de realizaciones bellas…

Dos descendencias opuestas del espíritu humano

Yo llamo a las obras del ingenio humano de “nietas de Dios”, porque el alma humana es hija, pero lo que ella engendra puede ser considerado como un nieto del Creador. El hombre engendrando las nietas de Dios, las verdaderas obras de arte, se prepara para el momento de comparecer delante de Él, la Eterna Verdad y la Eterna Belleza; y volando de entusiasmo con relación a Él, el espíritu humano casi podría componer la siguiente oración:

Dios mío, durante toda mi vida procuré la belleza y la verdad, sabiendo que solamente las encontraría en Vos, ¡pues sólo contemplándoos cara a cara las podría conocer! Sin embargo, puedo afirmar: ¡Las encontré en la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana! Pero, por santa y bella que fuese vuestra Iglesia, vuestra Esposa, Vos erais, oh Señor, no apenas el Dios de la verdad y de la belleza, sino que erais todo eso en esencia, en un grado inimaginable e insondable. Mi alma ahora os desea encontrar, Justo Juez, ¡Vos sois mi recompensa demasiadamente grande!

La Revolución quiere eliminar eso de la vida, poniéndonos la alternativa:

Escoja: Lo práctico o la belleza; en materia de verdad quédese apenas con la pequeña verdad plana de las ciencias útiles. El resto es antigualla.

A eso podemos responder:

¡No! ¡El resto es tradición, es eternidad!

Explicaré ahora lo práctico y lo verdadero en la obra de Dios, para que veamos después como la Revolución la desfigura, engendrando realizaciones que son nietas del demonio. Porque si es hijo del demonio todo aquel que hace la obra de la Revolución, aquello engendrado por él es nieto del demonio. Veremos, por lo tanto, dos descendencias: A los pies de la Virgen, los hijos de Ella; y las obras de la serpiente. Contemplaremos la sonrisa de Dios, y la maldición de Dios.

Un reflejo de lo práctico y bello plasmado por Dios en la Creación

Vemos en una de las ilustraciones un lindo espectáculo de la naturaleza, directamente creado por Dios: el litoral, el mar. Esa masa líquida enorme se mueve bien próxima a la playa humedeciendo la arena, pero no llega a la arena más distante. Algunas olas parecen dar la impresión de que son enormes, trayendo un oleaje colosal, pero son pequeñas. Ellas son de una tal belleza, repiten en punto pequeño, gracioso y encantador, toda la majestad y toda la grandeza de las cosas enormes.

Si nos imaginásemos un hombre pequeñito colocado en presencia de esas olas, sería una tragedia. Mas que linda tragedia enfrentar una espuma tan bella, tan bañada por el sol, y vista en sus puntos culminantes, casi se diría que es una espuma de luz. Por detrás, la masa de agua parece más bien un tejido, un satín maravilloso, con movimientos diversos, plácida en el fondo, que se aproxima más movediza y llena de Sol. En lo raso queda un poco agitada, para morir de modo manso en el contacto con la tierra. ¡Todo eso es lindo y tan artístico! Bien podríamos imaginar, del fondo de aquel Sol invisible y de aquel litoral, un camino de luz, y Nuestra Señora viniendo, caminando sobre las aguas en ese camino de luz ¡Qué maravilla!

Contemplen ese dorado. Nuestro Señor dice en el Evangelio: Ni Salomón, con toda su gloria, se vistió como los lirios del campo (cf. Mt 6, 28 – 29). Yo les pregunto: ¿Qué potentado, en toda su gloria, se vistió con un tejido parecido a la “seda” de ese mar?

Pues bien, ese es el mar profundamente funcional, sin cuyo movimiento e influencia en el equilibrio del universo, todo el desarrollo de la Tierra sería imposible; es un vivero enorme de una cantidad incontable de bienes preciosos para el hombre, desde peces útiles para la alimentación humana, hasta el tan precioso petróleo, que la humanidad comienza a adorar… Todo se encuentra en el mar, y se encuentra en tal cantidad, que algunos técnicos de la UNESCO llegaron a afirmar que las riquezas obtenidas en la tierra son menores que las existentes para el hombre en el mar. Vean como todo eso es bello, y al mismo tiempo práctico. ¡Esa es la sabiduría de Dios!

Ninguna duda: ¡el agua es una de las más bellas criaturas de Dios! Es bella en todos sus aspectos, inclusive cuando es espumante. Se diría ahí que alcanzó el auge de su belleza: ¡es maravillosa! También es bella cuando la vemos plácida, casi parada, deslizándose en un largo serpentear, reflejando el cielo de un modo tan admirable, que parece más bonito visto dentro del agua. ¡Es una verdadera belleza!

¡Cuanto capricho y fantasía en esa línea que ningún dedo humano trazó! ¡Qué utilidad enorme! Toda la vegetación del paisaje, brillando y creciendo exuberante a la luz del Sol, existe por causa del agua. Imaginen que esa agua no existiese o no lloviese en los alrededores, con certeza tendríamos el desierto del Sahara. La alegría, la fecundidad y la belleza de la tierra vienen del contacto con el agua. Agua plácida y bella, que se parece más a una laja de piedra preciosa hecha para que camine un rey o una princesa. Agua práctica y útil, ¡qué maravilla de Dios!

Bienes del espíritu aliados a los bienes del cuerpo

Las obras de Dios son muy variadas. A veces tienen un ímpetu extraordinario como un trueno, o una avalancha que está cayendo, o hasta las olas del mar en un maremoto. Otras veces son tranquilas y plácidas. En ese paisaje, por ejemplo, hay un río. Él no tiene ningún apuro en llegar a la desembocadura, va corriendo tranquilamente, casi que jugando con la tierra. Tiende hacia un lado, pero la tierra le impone un obstáculo, entonces sonríe y flanquea sin prisa, y continúa hacia el otro lado. Está la inmensa mata verde obstaculizando el curso del río… ¡Qué bonita península!

Cómo sería interesante imaginar si aquí, junto a ese pequeño bosque refrescante hubiese una casa agradable, toda rodeada de agua y de tierra fecunda, en un ambiente práctico hecho por Dios para el hombre. ¡Cómo sería bueno vivir allí! Y no cerca de una Terminal de buses hecha por los hombres. Cuánta belleza Dios quiso que tuviesen las cosas prácticas. ¡Cómo el cuerpo está bien atendido en ese lugar! Es posible que en ese río haya peces.

Esa tierra da de todo. Es tierra del Brasil, de la cual dijo Pedro Vaz de Camiña, escribiendo al rey D. Manuel, en el primer reportaje hecho sobre el Brasil: “Esa tierra, señor, es dadivosa y buena; y si se planta en ella, da de todo”.

Aquí está la tierra dadivosa y buena, el agua hermosa y el suave movimiento de las colinas, hechos para que el hombre sonría un poquito. Allí despunta una planta que retiene los rayos del Sol y parece hecha de luz, para que los hombres piensen cómo este astro es bello. Las nubes se miran sobre la superficie tranquila del agua. Se diría que ellas se espantan con su propia hermosura reflejada en el agua.

Bienes del espíritu al lado de los bienes del cuerpo.

Cómo la Providencia supo aliar lo práctico a lo bello, de tal manera que la primera cosa notada por el hombre es lo bello y sonríe encantado. Y todo eso nosotros lo tenemos en esta tierra de exilio. Imaginen lo que sería el Paraíso Terrestre. ¡Imaginen, sobre todo, cómo será ese lugar incomparable, el Paraíso Celestial!

Ambiente que convida al alma para la contemplación

En esa fotografía la naturaleza es europea y, por lo tanto, bien diversa de la nuestra. Encontramos en lo alto de ese monte una pirámide, no hecha por algún faraón, sino hecha por gigantescos movimientos de la corteza terrestre, en épocas incalculables. ¡Vean la belleza del juego de luces en ese panorama! Aquella luz plateada, discreta, se concentra en la ladera helada de ese pico de cerro, pareciendo iluminar toda la parte nevada. Después, un verde denso y profundo desemboca en un abismo oscuro. No. La luz baja y es condensada por esa niebla ligera reflejada en varios puntos, y trae junto al hombre todos los esplendores de ese pico inaccesible.

De nuevo aparece el agua. Esta vez corre compacta caudalosa, serena, fría, casi tanto cuanto el pico de ese cerro. Todo el panorama es hecho de alturas. Los propios árboles parecen pináculos vegetales tendientes a subir y a compararse con el pináculo mineral. Son graciosos y leves para compensar lo macizo de la montaña. Sin embargo, vino el frío y el árbol perdió sus hojas, que poco a poco comienzan a renacer. El árbol demuestra ahí toda su belleza y delicadeza extrema, pero también fuerza, luz brillante y radiosa; obscuridad, ambas invitan a la contemplación recogida y seria. Aguas que indican el pasar continuo de todas las cosas terrenas. Es la frase de la Escritura: ¡Sic transit gloria mundi!1

Las grandes luces están en los pináculos de la fe

Las grandezas de esta tierra se escurren como el agua, pero solamente Dios es eterno. Dios está representado en aquel monte que nunca muda, es siempre el mismo. El río de la Historia pasa, los hombres pasan. Dios, en lo más alto de su gloria y de su luz, continua intacto. Es una verdadera lección de religión, de armonía de virtudes: delicadeza y fuerza, pureza, recogimiento, esplendor, sabiduría, todo reunido es esos ambientes. Habitable para el hombre; deleitable. No hay a quién no le gustaría vivir allá cerca en un chalet bien abrigado, viendo esa naturaleza helada, pero saludable, y nutriéndose de sus frutos y de la crianza de animales. ¡Práctico y bello!

Ahora, delante de esos grandes panoramas el hombre acaba por ser desafiado: “¿Tiene usted el coraje de subir?” ¡Vea las piedras resbaladizas! ¡Qué caminos resbaladizos y difíciles! El desafío está en la atracción. No hay quién no sienta ganas de llegar hasta lo alto, de bañarse en esa luz y quedarse inmerso en ella. ¡Cuánta energía es necesario!

Gran lección moral: realmente, las grandes luces están en los pináculos de la virtud, de la fe y de la sabiduría. Pero es preciso fuerza para trepar esos pináculos. Dice Nuestro Señor en el Evangelio: “El Reino de los Cielos es arrebatado a la fuerza y son los violentos los que lo conquistan” (Mt 11, 12). Aquí está lo alto de ese panorama. El invita a los violentos a las grandes ascensiones, a los grandes hechos. En la Tierra, el hombre no vive solamente para gozar. Él vive para ser héroe, para tener un alma capaz de grandes cosas.

¡De otro lado, cuanta cosa práctica hay ahí! Alguien dirá:

No lo veo. ¿En esas plantitas que tal vez un ganado coma? ¿Qué hay de práctico en todo eso?

 

Imaginen la Tierra sin montes, es evidente que todo su equilibrio se perjudicaría. Esas montañas enormes, son columnas del equilibrio terrestre.

¿Qué decir? Parece un cuento de hadas como el de “Alicia en el país de las maravillas”. Nos parece tan apetecible esa nieve, da ganas de tomar una cuchara y comerla. Tan simpático ese camino, pensamos en un trineo y unos renos para correr por él velozmente. Pero, después de eso, ¿quién no tendría la tristeza de no poder llegar hasta un pico de esos? Ese es un pico que está encima de muchos otros que ya fueron alcanzados por ascensiones penosas, y que invita a otras aún más arriesgadas. Y a los montes, puestos unos encima de los otros, bañan el azul profundo que nos habla en el cielo de todos los ideales.

Hay un trecho de la Escritura, aplicado a Nuestro Señor, que dice: “Mons domus Domini in vertice montium, et elevabitur super colles” (Is 2, 2) – la montaña de la casa del Señor será colocada en la cumbre de las montañas y se elevará sobre las colinas. Allí está Nuestra Señora: más virginal, más nívea, más pura que todo lo que se pueda imaginar. Ahí están los otros santos de la Iglesia Católica: albos, brillantes, altos, pero ninguno de ellos llega hasta María Santísima. Por encima de Ella, apenas está Dios, representado por ese cielo de añil creado por Él mismo, para decirnos que está por detrás y que sólo en la otra vida Lo alcanzaremos. 

Extraído de conferencia del 10/2/1974

1Del latín: Así pasa la gloria de este mundo.

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