La unidad en la variedad es una de las elasticidades del modo de ser brasileño. Está inclinado a la compasión, pero lleno de alegría; los mil jeitinhos le dan una adaptabilidad y flexibilidad típicas de una dulzura de vivir. Si este pueblo, cuyo fuerte no es tener principios, sino estados de espíritu, fuese formado como debe ser, progresaría mucho y surgirían personalidades impregnadas de santidad.
La Sociedad analizada por el Dr. Plinio
Uno de los aspectos más bellos que caracteriza el alma del brasileño es una tristeza noble y sacral. No es la consternación de quien padece una enfermedad inesperada, ni de quien ha sufrido una pérdida en los negocios o está siendo difamado, sino una tristeza superior presente en un cierto estado del alma, que se eleva por encima de la realidad concreta.
Bienestar en tener compasión
Esto existe, de una manera menos marcada, en todos los pueblos, lo que nos permite observar el siguiente principio: la presencia o ausencia de esa tristeza condiciona una serie de otros estados de espíritu correctos o erróneos, bien o mal vividos.
Hay, por ejemplo, algo típico del alma brasileña: el bienestar al tener compasión. La etimología de la palabra –cum patior– explica esto hasta cierto punto. En general, a la gente no le gusta tener compasión. Al contrario, les gusta buscar a alguien en quien regocijarse. Padecer con el sufrimiento del otro es, humanamente hablando, el tipo de complicación que la gente considera sin propósito.
En el brasileño, no. Hay una tendencia a tener un cierto bienestar en sufrir con el que sufre, en atenderlo, en ayudarlo y, por así decirlo, en adquirir su dolor para aliviarlo. No es sólo un sacrificio practicado ascéticamente, como diciendo: “Esto es aburrido, pero lo aguanto porque es mi amigo”, sino que es un estado de espíritu propenso a hacerlo con cierta alegría y satisfacción.
Algunas formas de hablar de los brasileños son muy características. Una vez vi a mi madre sentada cuando entró su bisnieto en la habitación, con el que ella sabía cómo jugar para divertirlo. Él, con los brazos abiertos, dijo en voz alta “¡Bisabuela!”, y ella lo abrazó diciendo “¡Coitadinho!” (Pobrecito)
Una persona de origen extranjero que estaba allí comentó: “Esta mentalidad brasileña es única. La bisabuela de un niño rico y sano, queriendo complacerlo, lo llama de Coitado… ¿No se diría casi que es un mal presagio?”
Este comentario suyo encaja perfectamente en una cierta línea moderna de pensamiento. Pero los que conocen bien Brasil saben que en ese “Coitadinho” viene una consideración de cómo el niño era débil, pequeño, que aún estaba comenzando la vida. Una especie de afecto, de consonancia, de especial predilección por su debilidad, y un gusto por ponderar todo eso y agradarlo por esa razón. Eso es muy brasileño.
No creo, por ejemplo, que una abuela francesa le diga a un nieto, queriendo complacerlo: “Mon pauvre petit”.1 Podría, tal vez, decir “Mon cher petit”.2 No sé cómo se dice esto en los espléndidos pueblos de habla hispana de América del Sur. Pero todos los brasileños entienden el sentido de mimo que tiene la palabra “Coitadinho”.
En las residencias había algo serio, reflexivo, pensativo
Hasta hace algún tiempo, esta forma de ser influenciaba incluso en el estilo de amueblar la casa y llevar a cabo la vida social. La decoración interior de los hogares no tenía esa tendencia festiva dominante en nuestros días. Las casas podían ser bellas, tener buenos muebles, pero había en ellas algo serio, pensativo, reflexivo, donde había espacio para momentos de sana melancolía, así como también de alegría. Esta gravedad constituye el confort del alma para el temperamento brasileño.
También en la forma de felicitarse mutuamente cuando hay cumpleaños. He observado cómo es en otros pueblos: alegría, abrazos, bromas, etc. Así es hoy en Brasil, ya muy cosmopolitizado. En el pasado era alegría, sonrisas, pero en el medio se deslizaba un deseo de este tipo: “Nuestra Señora te proteja”. Era más o menos la predicción de que cualquier cosa podría no salir bien, pero implicaba una solidaridad, un deseo de dar apoyo en este caso, una especie de consonancia con la pesada perspectiva de toda vida.
Otro ejemplo: las despedidas. Recuerdo la época en que la gente iba a Europa en barco de vapor; era un viaje largo. Además, las comunicaciones entre los países europeos se realizaban en automóvil o en tren. Así, una temporada en Europa duraba al menos cuatro meses. Lo normal eran seis. Un viaje de placer que evidenciaba la prosperidad de la persona que lo realizaba. Por lo tanto, una ocasión para que todos estén felices.

Estación de la Luz al inicio del siglo XX
Despedidas a los que viajaban a Europa
¿Cómo era un viaje a Europa? Tanta gente acompañaba a los que debían embarcar en Santos, que las compañías navieras a menudo fletaban un tren especial para llevar a los viajeros y sus familias desde São

Interior de un vagón Pullman
Paulo de forma gratuita. El tren se tomaba en la Estación da Luz. Los familiares y amigos se quedaban en el muelle despidiéndose.
Sin embargo, también había quienes no iban hasta Santos. Para estos, grandes abrazos en los que se expresaban las incertidumbres por esa partida, junto con los deseos: “¡Que se diviertan mucho! Tráiganme tal cosa… No me olviden…”, y un cierto lagrimeo, que era la tristeza de los que se quedaban y la aprensión de los que se marchaban. Se acerca a la plataforma el tren, generalmente festivo – Pullman muy bueno–, con vagones en los que parte del techo estaba adornado con bellísimas tallas de madera brasileña, sobre las que había incrustaciones y detalles en nácar; sillones confortables, camareros sirviendo comidas y bebidas, etc.
Dada la señal de partida del tren, terminaba la última lágrima de despedida y el interior del Pullman se llenaba de risas, jolgorio, y así, viajeros y acompañantes llegaban a Santos.
Llegado el momento de subir al transatlántico, la escena de la estación de tren se repetía. Luego todos tomaban autos e iban a esperar a que pasara el barco hasta el final

Transatlántico Duca D’Aostra
de la playa para despedirse una vez más, agitando sus pañuelos.
Para aumentar la solemnidad de la circunstancia, los barcos de aquel tiempo tenían una banda de música. Y los pasajeros, mientras la banda tocaba a bordo, subían a la embarcación que después se alejaba al son de la música.
Cuando el barco se perdía de vista, se decían unos a otros: “¡Bueno, ahora vamos a comer una peixada!” (pez). Entonces, iban a restaurantes y después emprendían el viaje de regreso a São Paulo.
Alguien dirá que hay superficialidad en esta alternancia. No es cierto. Hay un encuentro saludable entre una cierta forma de alegría y de tristeza. Una especie de elasticidad del alma que conduce a un principio más general, en el que quizás se puedan encontrar más notas características de los lados buenos del alma brasileña.
Estados de espíritu opuestos y armónicos
Hay una excelencia especial en el hecho de que un determinado pueblo pueda alternar fácilmente estados de espíritu opuestos, virtuosos y armoniosos. De tal manera que pueda pasar del coraje, de la intrepidez, a una posición conciliadora; de la persistencia al abandono. Tengo la impresión de notar esto en los lados buenos de los brasileños, de una manera admirable.
Por ejemplo, un gaucho involucrado en la Guerra de los Farrapos3 cuando la disputa estaba caliente. De repente, había un episodio cualquiera que exigía un estado de espíritu opuesto. Con gran facilidad el brasileño pasa a este otro estado de espíritu, incluso en relación con el adversario. Y luego reanuda la persecución. Es un pueblo muy bueno para combatir, pero excelente para complacer. Los brasileños hacen eso con una naturalidad asombrosa.
Supongamos que hay personas en Brasil que pertenecen a un pueblo conocido por su espíritu económico. Estudiando la historia de este pueblo, se ve que en sus buenos tiempos les gustaba el esplendor. Pero establecía un esplendor sin gastar mucho dinero. Pensemos, por ejemplo, en las obras de Aleijadinho (famoso escultor brasileño). Son bellas y económicas, y se constata que no hubo ahorro de dinero, ni tampoco mezquinamente acumulado. Se gastó con cierta naturalidad para hacer algo bello.
Observemos al bahiano, astuto, enérgico, alegre, lleno de donaire. Se especializa en una devoción muy humilde, que otrora tuvo un hermoso significado, de barrer la Iglesia do Bom Jesus. Las damas de la mejor sociedad de Salvador iban a barrer esa iglesia la víspera de la fiesta del Bom Jesus para rendirle homenaje. Sin embargo, esto no se presentaba así: “La gran dama tal vez hizo un acto de humildad que le costó, pero tomó la escoba en la mano…” No. Cogía el mango de la escoba con naturalidad, barría, luego dejaba la escoba, regresaba a casa, se vestía brillantemente e iba a una reunión social. Es decir, pasaba de posiciones armónicas correctas, de un lado a otro, con una variabilidad de personalidad que constituye una verdadera riqueza.
El carioca, a su vez, entusiasta por la broma y la afabilidad, pero a la hora de hacer diplomacia… ahí está Itamaraty (ministerio de exteriores brasileño), que vivió bajo la influencia carioca y supo, detrás de las mil sonrisas, organizar con cálculo exacto y el tino diplomático internacionalmente reconocido. Sin duda, esto no se hace sin seriedad y sin ajustar demasiado las cuentas en la punta del lápiz.
Podría así, multiplicar indefinidamente los ejemplos de esta elasticidad del alma brasileña cuando está bien encauzada, y que corresponde a la unidad en la variedad, una de las formas del pulchrum
Los jeitinhos
El tal jeitinho (forma inesperada y ágil de llegar a un fin) brasileño participa en esto. Porque no hay el jeitinho, sino los jeitinhos. Por ejemplo, el motor de un automóvil no funciona bien. En Francia existe una manía, llamada bricolaje, por la que los domingos el sujeto pasa el día reparando el coche. Se monta un taller organizado, limpio y ordenado. Y desde la mañana, con más o menos violación del mandamiento de la Iglesia de guardar el domingo, comienza a jugar a la mecánica. Aquí en Brasil, pocos tienen la manía del bricolaje y, en general, son hijos de extranjeros.
Cuando el brasileño tiene un vehículo con el motor averiado y no tiene dinero para pagar el taller, va

Profetas de Aleijadinho – Santuario del Bom Jesus de Matosinhos, Congonhas
a repararlo un domingo por la mañana, pero para presumir ante su familia, por la tarde. Especialmente en un barrio muy popular.
El automóvil tiene varias fallas mecánicas y requiere de él las más diversas habilidades, a veces necesita fuerza, a veces un ajuste. Emplea mil habilidades para hacer funcionar el viejo motor. Cuando finalmente funciona, el hombre tiene una alegría, llama a la familia que entra toda en el garaje y él pasa mirando a su alrededor como un rey. Porque, más que la victoria mecánica, siente subconscientemente –es un pueblo que concientiza muy poco– la alegría de haber percibido que su alma pasó por todas esas turbinas y salió victoriosa. Su alegría es radiante. Parecería que ganó no una batalla, sino un campeonato. Luego sale en el coche a dar un paseo, saludando al vecino…
Cuando regresa por la noche, le cuenta a su vecino lo que hizo y, seguramente, miente un poco. El hombre del jeitinho miente y exagera las cosas, como lo hace el cazador.
Hay mil jeitinhos. La misma persona que puede hacer que el coche funcione es, por ejemplo, un vendedor en una tienda y alguien que sabe cómo empujar la mercancía para que la persona la compre. Amablemente pregunta:
—Señora, ¿Qué es lo que desea?
La clienta dice que quiere tal cosa. El vendedor responde: —Yo tengo…
—¿Ud. tiene?
—No es exactamente lo que Ud. está pidiendo…
Le trae otra mercancía y exclama:
—¡Mire qué hermoso! La señora queda con deseos de tenerla y la compra. Ella vino a comprar una tetera y terminó llevándose un par de zapatillas porque gustó de haber sido complacida, manipulada por el jeitinho del vendedor; quedan como buenos amigos. Nadie engañó a nadie, hicieron un negocio en el que el jeitinho fue el ingrediente.
Algo similar ocurre con el corredor de bienes raíces. El jeitinho del corredor brasileño es tener una labia única. Incluso cuando necesita llevar al cliente a ver un terreno en las cercanías, encuentra un jeitinho de decir que abrieron una vía que acortará el camino, el lugar es muy bueno porque está lejos de la fábrica, el metro pasará cerca, en fin, cien cosas, sabiendo incluso que el comprador no va a creer enteramente. Cuenta una historia para divertir al hijo del cliente. Así dan un buen paseo un domingo por la tarde. Luego cada uno se va a su casa, el corredor ya no piensa en el cliente y el cliente piensa un poco en el corredor. Es posible que se realice el negocio, pero si no se efectúa, los dos serán buenos amigos.
Ambos tuvieron una adaptabilidad, una flexibilidad recíproca que es la forma de doucer de vivre5 de un pueblo que, por falta de tiempo y por otras mil circunstancias adversas, no tuve la oportunidad de elevar esta expresión a la categoría que la elevaron los franceses.
El brasileño sabe que la Iglesia Católica es la verdadera
De ahí el hecho de que en el alma del brasileño la tendencia al cambalache político sea mucho más frecuente que en otros pueblos. Porque, en general, las personas que se combaten en política, en el fondo lo hacen más como un deporte y no porque sean enemigos a muerte. El deseo es establecer un juego divertido. Hablan mal los unos de los otros, pero ya saben que eso pasa, no es de mayor importancia. Cada uno, por falta de principios –y aquí hay un grave defecto–, reconoce que el otro tiene parte de razón, de donde se deriva una cierta facilidad para que el electorado brasileño se escurra de un partido a otro y de una posición a otra, porque tiene la idea de que la verdad está más o menos dispersa por todos los partidos y, por lo tanto, por medio de unas ciertas concesiones se puede hacer un arreglo.
Si a este pueblo –cuyo fuerte no es tener principios, sino estados de espíritu– se le enseñaran los principios como debe ser, tengo la impresión de que crecería mucho y daría en personalidades como, por ejemplo, un Don Vital6. Sin embargo, si no se les enseña así, los brasileños no toman en serio ningún principio, como no tomaron en serio el cartesianismo7, el positivismo8 y ningún sistema filosófico de este tipo.
Suelo decir que el brasileño es católico por consonancia. No estoy diciendo que crea que la Iglesia Católica es verdadera, pero sabe que la

Dr. Plinio em 1978
Iglesia Católica es la verdadera. Ya intuyó, ya “pescó”. El brasileño está hecho de tal manera que, o es católico o no cree en absolutamente nada. Ni siquiera cree en el anticatolicismo. Puede ser incrédulo, pero siempre con una idea de trasfondo de que la Religión Católica es la verdadera.
Observé mucho esto en parientes míos que se dicen ateos. Varias veces les hablé de la hipótesis de que creyeran en Dios y me di cuenta de que en ese caso solo admitían la posibilidad de convertirse al catolicismo. El razonamiento lógico debería ser: cuando empiecen a creer, deben preguntarse si Jesucristo es Dios. Creyendo que Jesucristo es Dios, tendrían que preguntarse cuál de las iglesias afirma ser de Jesucristo y verdadera. Sin embargo, para ellos era sencillo: creer en
Dios es convertirse en católico. Por lo tanto, ya sabían que la Iglesia de Dios es la Iglesia Católica. De ahí la idea de cómo se debe dar formación y educación a este pueblo.