Ambientes impregnados de una presencia regia y maternal

Publicado el 04/27/2024

Doña Lucilia era una señora proporcionada a la relación con una reina, pero también con el más desafortunado, infeliz y menguado de sus hijos. Su sepultura en el Cementerio de la Consolación y los ambientes de su apartamento parecen estar impregnados de su presencia.

Viendo fotografías aisladas de damas de la corte británica en el cortejo o en la tribuna de la nobleza, durante la coronación de la actual Reina, me dio la impresión de que una u otra podría ser la soberana, pues, como es propio de la presencia de la soberana comunicar algo regio a aquellos con quien ella trata, aquellas eran damas conforme a la Reina.

Quadrinho, significa diminutivo de cuadro en portugués y es un pequeño cuadro al óleo que le agradó mucho al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos, con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia.

En esa perspectiva yo consiento, de muy buen grado, en atender el pedido de tratar sobre el “Quadrinho”1; sobre el ambiente donde mi madre vivió sus últimos años, es decir, el apartamento del primeiro andar2; y también las gracias que se sienten en el Cementerio de la Consolación, junto a su tumba.

Digna ante la realeza y en la intimidad

No hay sobre la faz de la Tierra alguien más empeñado en elogiar el “Quadrinho” que yo. Allí mi madre no tiene nada de regio, ni debería tenerlo, pero estaría bien en un ambiente donde hubiese una reina. Ella está retratada en trajes domésticos, y se comprende que junto a una noble tuviese un traje de gala. Si estuviese con una reina en la intimidad, ella no necesitaba ser diferente para estar consonante con la majestad real.

¡Cuán atenta y respetuosa, cuán transformada en dedicación, en afecto, en respeto, en embebecimiento, en deseo de colocarse en el debido nexo y en la debida proporción con la soberana que estuviese allí presente!

Tal vez alguien podría preguntarse: ¿Será que una joya o un vestido de seda no le añadiría algo? Yo creo que esa es una pregunta tonta, pues eso iría bien para otra circunstancia, pero no sería necesario para aumentar su dignidad; son cosas diferentes. Caso las circunstancias lo impusieran, la indumentaria sería otra, no hay duda; allí mi madre está en la intimidad de la casa y su dignidad no necesitaba ser aumentada en nada.

Sin embargo, si viniesen a avisarle que en su casa estaba una reina, sin duda alguna ella se apresuraría en adornarse y ponerse su mejor traje de gala. Cuando la noble entrara, mi madre estaría con aquella misma naturalidad. Por lo tanto, en el glorioso cortejo de las damas nobles, habría un lugar para la señora del “Quadrinho”, pues allí ella está en perfecta proporción con la realeza.

Afabilidad de la señora del Quadrinho

En el “Quadrinho”, mi madre no parece tener en vista la excelencia, el resplandor estupendo de aquello que un día ella alcanzaría por medio de sus oraciones. Sin embargo, parece haber visto a cada uno introducido en aquella misma intimidad, tratando con ella, con su distinción propia, en las distancias y hasta en las caricias, en el calor de la intimidad. Si ella, no obstante, era una señora puesta en proporción a la relación con una reina, tampoco quedaría más grande ni más pequeña al tratar con el más desafortunado, infeliz y menguado de sus hijos.

Tomemos en consideración una imagen piadosa de la Santísima Virgen, por ejemplo, Nuestra Señora de las Gracias. Imaginemos que, en el momento en el cual Ella se fijase en nosotros –como se fijó en Santa Catalina Labouré–, Dios quisiera hacernos conocerla mirándolo a Él. Pues bien, ante el esplendor y la majestad de Dios, su Divino Hijo, Ella sería la misma.

Si Judas Iscariote se le hubiera acercado – arrastrándose por el piso, vertiendo sangre, pus y mal olor– y dijera “Yo no tengo el valor de miraros…”, me da la impresión de que Nuestra Señora diría “Hijo mío”, incluso si él le fuera a hablar inmediatamente después de que Ella hubiera asistido al cierre del sepulcro de Nuestro Señor y de estar todo consumado.

Ahora bien, tomemos en consideración también la tumba del Cementerio de la Consolación. A mí me parece muy bonito el hecho de que, todo cuanto se tiene presente al ver el “Quadrinho” se vuelve, de algún modo, sensible a nosotros estando delante de su sepulcro. Sin embargo, yo no sería favorable a la idea de poner el “Quadrinho” allá, pues, por sus expresiones propias, la atmósfera que impregna el lugar es capaz de decir cosas que el “Quadrinho” no dice.

Noten que se trata de una tumba convencional, de un buen granito, con una cruz recostada sobre la piedra que la recubre. No hay nada en la naturaleza de aquel material que sugiera las impresiones que se tienen allí.

Alguien preguntará: “¿Por qué Ud. no mandó a hacer una cosa que sugiriera esas impresiones?”

Yo no tenía ningún elemento para creer que debería ser diferente, y que a los ojos de los hombres ella fuera otra cosa más que una señora de familia tradicional, sepultada en el Cementerio de la Consolación. Mi sistema, en esos asuntos, es andar paso a paso, mientras no haya indicios para suponer que algo va a suceder, y como no había datos, entonces actué de acuerdo con los convencionalismos.

El resultado fue bueno, porque el encanto que se siente allá no tiene explicación, y si el granito fuese rosado o de otro color más festivo, se diría: “De lejos vimos el granito maravilloso”. Y no es así. El granito oscuro es digno y serio, no es sino eso.

Ambientes impregnados de la presencia de Doña Lucilia

Analicemos ahora su residencia. Yo noto en el apartamento la misma atmósfera del “Quadrinho” y de la sepultura. Los salones, el comedor y el hall poseen un ornato que contribuye, a su modo, a expresar mucho de su alma. En esos ambientes figuran objetos antiguos de la familia de mi madre, con los cuales ella se sentía muy auténtica y muy a gusto.

Con excepción de la silla mecedora, que está ligada al pasado de la familia, los demás muebles fueron mandados a hacer por mi padre en el Liceo de Artes y Oficios, cuando yo aún era niño, y son de un estilo usado en la Belle Époque3, antes de la Primera Guerra Mundial. Aquel estilo artístico se encuentra caracterizado en la altura de los estantes.

Doña Lucilia tenía un reloj inglés fabricado en madera –modesto, digno, bueno– y también un pequeño escritorio acoplado a él. El sofá, yo lo mandé a hacer posteriormente, pero no es moderno. Las cortinas datan del tiempo de mi madre y también son cortinas convencionales.

Cuando se entra en alguno de esos ambientes, se tiene la impresión de que ella está presente. Me parecen aún más expresivos los dos salones contiguos, en uno de los cuales está la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, delante de la cual ella rezaba tanto.

La mesita redonda junto al sofá de la sala de trabajo no existía en el tiempo de mi madre, porque era donde yo me quedaba conversando con ella. Sin embargo, cuando ella ya no estaba, yo mandé colocar allí ese mueble junto con una lámpara para llenar –¡pobre llenar!– su ausencia, mientras yo leía un poco, recostado durante las siestas

En fin, da la impresión de que todo está impregnado de su presencia.

(Extraído de conferencia del 28/9/1981)

Notas

1En portugués, diminutivo de cuadro. Cuadro al óleo que le agradó mucho al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos, con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia.

2En portugués, segundo piso del edificio donde vivían el Dr. Plinio y sus padres.

3Del francés: Bella Época. Período entre 1871 y 1914, durante el cual Europa experimentó profundas transformaciones culturales, dentro de un clima de alegría y brillo social.

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