Al leer su diario, podemos tener la impresión de que Santa Faustina llevaba una vida fácil, porque se encontró con Jesús, la Virgen María y los ángeles místicamente.
Sin embargo, Santa Faustina dijo que tal convicción era engañosa porque siempre se dio cuenta de su miseria humana. La Santa luchó con sus debilidades cada día; sin embargo no se desanimó, pues sabía claramente que “la vida del hombre en la tierra es una constante lucha” (cfr. Job, 7,1), contra el demonio, el mundo y la carne.
Para Santa Faustina, después de las revelaciones de la Divina Misericordia, la lucha fue el doble de dura. Su ángel custodio nunca le exoneró del cumplimiento de sus deberes, sino que la animó a esforzarse para cumplirlos con amor. En los momentos cruciales de su vida, ella siempre invocó la ayuda angélica. Su ángel de la guarda jamás la defraudó, ya que además de defenderla de los ataques demoníacos, también la consoló en los momentos de dificultad y pruebas.
Trabajando en su Congregación en Cracovia como portera, ella sintió miedo debido a los disturbios revolucionarios y a la actitud hostil de la sociedad hacia la Iglesia. En respuesta a su solicitud de protección, Jesús le dijo:
“Hija mía, en el momento en que te aproximaste a la puerta yo ordené a tu ángel de la guarda protegerte”
Nuestros ángeles guardianes están al lado de cada uno de nosotros, incansables, solícitos, bondadosos, listos para ayudarnos en todo cuanto necesitamos, ayudándonos a transitar el camino de la virtud.
Tomado de la obra, Ángel de la guarda, amigo inseparable que siempre está junto a mí” pp. 15-16