
Doña Lucilia era una especie de reflejo, de una belleza incomparable, de Nuestro Señor, a quien amaba apasionadamente. Viéndola y percibiendo cómo adoraba al Sagrado Corazón de Jesús, se comprendía cómo Él era digno de todo amor, y se pasaba a participar de la adoración que ella tenía al Redentor.
Plinio Corrêa de Oliveira
Está en el espíritu del hombre que él, aun cuando sea muy indolente, muy perezoso, muy sin pasión, sea apasionado.
Actitud del hombre al sentir que algo de lo que le gusta está amenazado
Por ejemplo, un individuo muy perezoso que se levanta en la mañana sin ánimo, va a trabajar aún con más horror, vuelve a almorzar y querría pasar el día en casa durmiendo. Es un hombre flojo y, por lo tanto, en apariencia, sin pasión; se diría que no es capaz de tener un amor apasionado.
Pero cuando se examina a fondo esa situación, se nota que él tiene un amor apasionado a la inercia, a la pereza, y si alguien lo busca para hacerlo trabajar y salir de la pereza, puede volverse una fiera.
De donde se ve que hasta el hombre en apariencia no apasionado tiene su mente hecha de tal manera por el Creador que, de hecho, tiene pasiones. En este caso una pasión pésima: la pereza.
Yo me acuerdo, en mi tiempo de infancia, de un compañero muy perezoso. Pero cuando se tocaba algún punto en el cual era melindroso, él se apasionaba. Y apasionándose, revelaba en aquella materia una capacidad de reacción, aunque se pensara que él no era capaz absolutamente de nada.
La pasión es algo unitario existente en lo más profundo de la psicología humana, que el hombre ama más que todo el resto, porque todas sus apetencias se dirigen hacia eso. Y lo ama apasionadamente cuando tiene la noción clara de que lo que le gusta y, sobre todo, cuando siente que eso está amenazado. Ahí la pasión puede encenderse y hacer a un hombre que es muelle como una guacamaya, capaz de volar como un águila.
Cómo amar a Dios apasionadamente
¿Cómo hacer que nuestras almas se vuelvan hacia Dios de tal modo que lo amen apasionadamente?
De la siguiente manera:
El hombre, por el principio de semejanza, tiene el deseo de conocer y entrar en contacto con personas que tengan un alma semejante a la suya. Y cuanto más el alma es semejante, tanto más gusta de esa persona. Y si esa semejanza es notable, puede dar en un verdadero entusiasmo, en una amistad modelo, de modo que uno encuentra en el otro una especie de identidad con el ideal que él mismo tiene. Entonces, ambos se estiman.
La persona que tiene la noción de las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre el Sagrado Corazón de Jesús, conoce buenas imágenes que le proporcionan una idea de cómo es Él, percibe que el Corazón de Jesús está hecho para que todos se apasionen por Él. Porque, como Nuestro Señor posee todas las perfecciones, todos los hombres pueden encontrar en Él a su modelo divino y la perfección que les gustaría tener, y mantener con Él una relación cotidiana.
Entonces, la persona que tiene la felicidad de conocer a Nuestro Señor Jesucristo, el cual en el trato con ella le hace notar cómo Él es su arquetipo, su plenitud, y cómo el individuo que no lo conoce no es nada, es polvo; esa persona naturalmente se vuelve hacia el Corazón de Jesús con un amor apasionado.
“El Corazón que tanto amó a los hombres y por ellos fue tan poco amado”
Eso fue lo que yo conocí en Doña Lucilia.
En el techo de la Iglesia del Corazón de Jesús, en São Paulo, está pintada una escena de Nuestro Señor dentro de una capillita, apareciendo en medio de unas nubes sobre el altar, y dirigiéndose a una monja arrodillada a sus pies: Santa Margarita María de Alacoque, una campesina francesa que se hizo religiosa y, en consecuencia, tenía una cultura y una inteligencia mayores que las de una campesina común.
El Divino Salvador le muestra, en su pecho abierto, su Corazón, con un gesto muy bonito de un Rey ostentando su condecoración, y le dice: “Hija mía, ¡he aquí el Corazón que tanto amó a los hombres y por ellos fue tan poco amado!”
Es la censura que Nuestro Señor hace, porque Él ama a los hombres con un amor infinito, y los hombres lo aman tan poco.
Al fijar su mirada en la monja, Él ve al género humano: Jesús tiene lástima de ella, así como tiene lástima de todos los hombres. Y cada persona que viera a Nuestro Señor y contemplara su alma, tendría una comprensión perfecta de que el Redentor la ama de tal manera que agota todo el deseo de ser amado que puede existir en un hombre.
Naturalmente, eso no es así en la amistad terrena, en la cual hay solo una magra analogía con eso. Pero en la amistad entre Dios y los hombres esto es así. El Creador mira a los hombres con ese desbordamiento de afecto, que ellos querrían recibir de parte de todas las personas que los conocen y vivir inundados de ese afecto.
Así es como yo veía que Doña Lucilia amaba al Sagrado Corazón de Jesús.
Muchas veces yo iba con ella a Misa a la Iglesia del Corazón de Jesús: me arrodillaba a su lado, naturalmente. Yo percibía que mi madre le rezaba sin estar mirando hacia arriba, pues sería una cosa que no tendría mucho propósito, sino teniendo en mente aquel cuadro y la realidad representada por él.
Es decir, la serenidad, la elevación, la tranquilidad, la santidad superior a cualquier elogio, pero también la compasión, la paciencia, el deseo de favorecer, de acariciar a cada persona, que había en Nuestro Señor, haciendo que Él, por así decir, absorbiese a cada criatura humana.
Comparación conmovedora empleada por Nuestro Señor

Maqueta del Templo de Jerusalén – Museo de Israel
Vemos en el Evangelio una expresión de eso, que considero lindísima.
Nuestro Señor, acompañado por los Apóstoles, camina hacia el Huerto de los Olivos, donde Él iba a iniciar su Pasión que lo conduciría hasta la Muerte. En cierto punto, donde se veía muy bien la ciudad y el Templo de Jerusalén, pararon y los discípulos comenzaron a comentar entre sí cómo era bonito el Templo. Jesús se puso a llorar y ellos preguntaron por qué. Y ahí viene la expresión conmovedora.
Él dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina hace con sus polluelos, pero tú no quisiste! ¡Ahora va a caer sobre ti la desgracia y el castigo!” (cf. Lc 13, 34).
Esa comparación empleada por Nuestro Señor, mostrando que Él nos ama así como una gallina aprecia a sus polluelos y los quiere recibir bajo sus alas, es conmovedora.
No hay amistad humana que se exprese en esos términos; no creeríamos en ella. Es demasiado grande para el corazón del hombre, pero no para el Corazón de Jesús.
Entonces, el más vil, el más pecador, el más inferior de los hombres, sabiendo que él es amado así por Nuestro Señor, queda agradecidísimo, con ganas de estar junto a Él el tiempo entero para regenerarse, para hacerse como Jesús y amarlo como un reflejo del amor con que el Redentor lo ama.
Ahí se da la junción de almas propiamente ideal, que hace que los hombres puedan sentir tranquilidad y esperanza.
El alma de Doña Lucilia era una especie de reflejo de Nuestro Señor
Yo veía que Doña Lucilia tenía eso en un alto grado. Por la Revelación, mi madre conocía con perfección cómo era el amor de Nuestro Señor a ella, y lo retribuía con un amor parecido con el amor de Él. De tal manera que ella tenía una confianza sin límites en su misericordia, le pedía perdón por sí misma, porque toda criatura humana tiene defectos, y también por aquellos a quien ella amaba, y hasta por aquellos que no la amaban, pero a quienes ella quería hacer el bien.
Todo esto hacía de su alma una especie de reflejo de Nuestro Señor, de una belleza incomparable, haciendo propicio amar a Jesús apasionadamente, es decir, por encima de todo, sin comparación con nada, pero de modo a absorber por entero nuestra capacidad de adorar.
Esto se daba en Doña Lucilia de tal manera que, mirándola y percibiendo cómo adoraba a Nuestro Señor, se comprendía cómo Él era digno de toda adoración, y se pasaba a participar de la adoración de ella hacia Él.
De ahí resultaba también el hecho de que ella lo amaba más que a todo en el mundo y lo colocaba por encima de cualquier cosa que ella pudiese querer.
Si fuese para una Cruzada, Plinio sería el primero en partir
Mi madre tenía un hermano que, en cierto momento de su carrera política, ocupó el cargo de Secretario de Estado en São Paulo. Era el primer cargo después del Gobernador del Estado.
Cuando él era Secretario de Estado, estalló una Revolución en Brasil y el Gobierno comenzó a convocar a los jóvenes para inscribirse, a fin de luchar contra los revolucionarios.
En ese período él fue a casa de su madre, donde nosotros vivíamos, para el efecto común de ver a su madre y a su hermana. Terminada la visita, él salió y mi madre y yo fuimos a acompañarlo hasta la puerta de la casa.
Cuando llegamos a la puerta, él, un hombre de buena altura, mientras que ella era baja, se sirvió de eso, y notando que ella no se estaba dando cuenta, me guiñó el ojo como quien dice: “Me voy a divertir jugando un poco con ella, y vamos a ver ella qué va a hacer.”
Le dijo:
— Lucilia, ahora debes prepararte para un gran sacrificio, porque el Gobierno está convocando a todos los jóvenes para ir a la lucha, teniendo en vista la manutención del Gobierno contra los revolucionarios: por lo tanto, Plinio tendrá que ir también. Vas a sufrir mucho con eso, pero no hay remedio.
En lo que él dijo, había una especie de provocación jocosa, de jugarreta, porque ella tenía solo un hijo y él tenía unos cinco o seis. Él no hablaba de mandar a sus hijos, sino de mandar al hijo de ella.
Era para fastidiarla. Además, él era miembro del Gobierno y sus hijos tenían más obligación que un simple sobrino.
Él añadió:
— Plinio va a tener que partir, prepárate para sacrificar a tu hijo.
Ella no se dio cuenta de que él estaba bromeando. Entonces, levantó la cabeza y dijo:
— Gabriel, eso nunca. Sacrificar a mi hijo por esas revoluciones de políticos en que no hay ningún interés para nadie, solo para ustedes. los políticos, no lo hago.
Yo estaba callado, porque sabía que él estaba jugando con ella y después iba a deshacer la jugarreta.
Mi madre se quedó toda rígida, casi hasta más alta, y afirmó:
— Ten la certeza de que no lo haré.
— Mira, estoy bromeando, diciendo eso solo por molestarte. Pero ahora respóndeme lo siguiente: ¿si el Papa convocara a Plinio para ir a una Cruzada, tú lo mandarías?
— Ahí todo es diferente, el primero en partir tenía que ser él.
Medio entre dientes, para que ella no lo oyese, él –que no era católico practicante– me dijo:
— ¡Ve la fuerza de la Religión! Lo que la política no consigue de una madre de ningún modo, cuando la Religión quiere, lo obtiene!
Ahí él la agradó un poquito, todos nos reímos y él se fue.
Pero el espíritu de ella se mostró bien claro. Si era para el Sagrado Corazón de Jesús, para Nuestra Señora, para la Santa Iglesia Católica, Esposa Mística de Nuestro Señor Jesucristo, todo. Inclusive un hijo a quien ella quería mucho: ¡vete a la lucha! Esto es amar apasionadamente.