Amós y la denuncia profética

Publicado el 06/15/2021

En la historia de la Salvación, la vía profética rompe los esquemas de quienes buscan “encasillar” en estrechos moldes, las manifestaciones de la Providencia Divina en relación a las civilizaciones y las eras históricas. El profeta denuncia, increpa, contesta, advierte y lo hace como dice el Apóstol San Pablo “a tiempo y a destiempo”. El profeta surge muchas veces de la nada, como un Elías, o es un fino y culto aristócrata, como Isaías; puede ser de estirpe sacerdotal, como Ezequiel, o un mero pastor de ovejas, como el profeta Amós.
Amós es empujado por el Espíritu Santo mientras pastorea ovejas y recoge higos en el desierto de Judá, en el Reino del Sur, para ir a denunciar e increpar los vicios morales y las costumbres depravadas del decadente Reino del Norte -Israel- durante el tiempo de Jeroboam II, rey que llevó al auge la riqueza material y la expansión geográfica de su reino, pero que a la vez lo hundió en la peor depravación moral e idolátrica. La misión de Amós es una dádiva amorosa de la Providencia Divina para tratar de evitar la catástrofe de Israel. Pero el profeta no fue escuchado y pocos años después de sus anuncios el reino de Israel colapsa definitivamente bajo la invasión de los asirios.
Amós, que no pertenecía a ninguna escuela profética, ejerce su ministerio en medio de una sociedad extranjera y hostil. Su lugar de predicación fue justamente en las inmediaciones del santuario cismático de Betel, centro de la idolatría, la cual fustigó con ahínco y cuyos intereses creados denunció a los cuatro vientos. El falso y poderoso sacerdote Amasías enfrenta al profeta y recibe de él estas palabras: “No soy profeta ni hijo de profetas… Yahvé me tomó detrás del ganado, y me dijo “Ve a profetizar a mi pueblo
Israel” (Am, 7, 14). En prueba de su calidad de verdadero enviado del Señor, le anuncia a Amasías que su familia será ultrajada y asesinada por los invasores asirios, cosa que efectivamente sucederá años después.
La predicación del profeta se enfrentó al ambiente de una sociedad rendida al optimismo y los placeres de una gran prosperidad económica. Las clases altas estaban entregadas al desenfreno; el pueblo consideraba “el día de Yahvé” como el día del pleno triunfo material del Reino de Israel sobre las demás naciones. Amós saldrá al paso de estas falsas suposiciones afirmando que Dios no pertenece a un “partido”, pues en verdad pertenece al partido del derecho y la rectitud de conciencia. Si Israel no está del lado de la honestidad y la integridad, Yahvé lo aniquilará como a cualquier otro enemigo de la moral,
por más que rinda a Dios un culto, en realidad apenas de apariencia. Anuncia entonces una serie de castigos devastadores, e incluso la ruina total del reino y la cautividad del pueblo debido a la especial malicia e ingratitud de rebelarse contra un Dios que los eligió y que tantos favores le prodigó. Por eso, las naciones paganas son llamadas como testigos
del castigo que les será infringido.

Para el profeta el peor pecado es la idolatría y el sincretismo religioso que se levanta con apariencia de piedad. El verdadero Dios es tan desfigurado que Amós denuncia que esa falsa devoción no pasa de idolatría; los actos de culto de los sacerdotes y del pueblo son meras acciones exteriores, vacías de contenido interior. Así, las manifestaciones religiosas se vuelven odiosas para Dios, porque falta la correspondencia a las disposiciones moralesmy a la práctica de los diez mandamientos, base de una verdadera religiosidad. Por esta “denuncia profética” Amós fue expulsado por los sacerdotes de la zona de Betel, ya que no aguantaban la recriminación que les hacía y veían que corrían el peligro de perder sus privilegios e intereses.
Amós termina su misión y oráculos con palabras de misericordia: Es el triunfo del Señor y la restauración moral del sacerdocio y del pueblo lo que se avecina; y con esto la bendición, la paz y la prosperidad: “Yo haré retornar a los cautivos de mi pueblo, Israel; reedificarán las ciudades devastadas y las habitarán, plantarán viñas y beberán su vino,
harán huertos y comerán sus frutos. Los plantaré en su tierra y no serán más arrancadosde la tierra que yo les he dado, dice Yahvé, su Dios”. (Am 9, 14-15)
Que el profeta Amós, cuya fiesta celebramos el 15 de Junio, interceda desde el cielo por nuestro mundo y que sus palabras -atravesando los siglos- resuenen en los corazones de los hombres de hoy para moverlos a escuchar y poner en práctica las palabras proféticas de Nuestra Señora en Fátima, cuando, desde la Cova de Iría, María Santísima clamó por la conversión y la penitencia, pero sobre todo anunció su gran victoria al prometer: “Por fin mi Inmaculado Corazón Triunfará”.

Hno. Gabriel Escobar

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