Antorchas vivas del amor a Dios

Publicado el 10/10/2025

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Es necesario establecer la unión completa de la Iglesia con sus propios hijos, y esto solo es posible con la práctica de los Diez Mandamientos. Si las almas dejasen la superficialidad y procurasen siempre una explicación profunda de todo cuanto existe, habrá una verdadera escuela de amor a Dios, formando hombres con una noción de conjunto de todo lo creado, sobre todo de la Iglesia Católica, que es la maravilla del Universo.

Plinio Corrêa de Oliveira

Jesús con la Eucaristía (colección particular)

La Iglesia, en materia de opinión pública, debe tener en vista tres objetivos. En primer lugar, aumentar al máximo la unión con ella de los que le pertenecen. Después, atraer a los que están afuera y hacerlos entrar en su redil. Por fin, reducir al máximo, y si es posible totalmente, los medios de acción de los que se niegan a entrar.  

Profeta Abdías – Congonhas do Campo, Minas Gerais, Brasil

La práctica del Primer Mandamiento y el amor a todo cuanto es conforme a Dios

Desde que esa triple tarea sea alcanzada por entero junto a la opinión pública, la Iglesia venció la partida. Una consideración inteligente de sus objetivos debe ser siempre clasificada en estos tres puntos.

No obstante, no son objetivos paralelos que se equivalen, pero cada uno es condición para el otro. Si los miembros de la Iglesia fueren muy fervorosos, atraerán a mucha gente; y si atrajeren mucha gente, tendrán facilidad en reducir a nada los que se nieguen a entrar.

En suma, lo importante es atraer y establecer la unión completa de la Iglesia con sus propios hijos. Ahora bien, nadie es capaz de producir algo que no sabe. Luego, necesitamos saber en qué consiste esa unión perfecta para producirla.

Según la opinión corriente, esa unión consiste en la práctica de los Diez Mandamientos. Realmente, eso tiene todo su fundamento, porque por la práctica del Decálogo el individuo se une a Dios.

Sin embargo, el Primer Mandamiento de la Ley de Dios es condición para todos los otros, o sea, todos los Mandamientos solo son bien cumplidos en la medida en que aquel fuere bien observado.

Con respecto al Primer Mandamiento existe tal ignorancia y tantos escombros de ideas erradas que, para producirse la verdadera y plena unión de los católicos con la Iglesia, es necesario, ante todo, purificar, limpiar de verdades a medias – cuando no de errores– las nociones con respecto a ese Mandamiento.

Yo sé, por la razón y por la Fe, que Dios existe y que Jesucristo es Dios. Entonces, debo amar a Dios Uno y Trino y a Nuestro Señor Jesucristo, Hombre Dios, con toda mi alma.

Sin embargo, hay de nuestra parte una especie de sufrimiento por tener que amar a un Dios invisible. Incluso Nuestro Señor Jesucristo realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar tanto cuanto estaba en Galilea en el tiempo de su vida terrena, es invisible.

Ahora bien, está en la naturaleza humana, hecha de alma y cuerpo, sentir la necesidad de ver para amar. Por eso Dios creó una cantidad enorme de seres que son, ora imagen, ora semejanza de Él, para que, de algún modo, lo amemos a través del conocimiento de las cosas visibles.

O sea, no se ama a Dios solo en el Cielo, sino también en la Tierra las cosas que Él creó y son conformes a Él. Todo cuanto hay de bello, de grandioso, de bueno en la naturaleza, en el hombre y sobre todo en la Iglesia Católica –la obra prima de la Creación de Dios–, se debe amar porque es semejante a Él.

Es decir, existe una idea de la imagen, de la semejanza de Dios que hace con que, para practicar el Primer Mandamiento, debamos tener ese amor a todas las cosas conformes al Creador y, por lo tanto, horror correlato a las que se oponen a eso.

Formación de una escuela de amor a Dios

Entonces, hace parte del amor de Dios, por ejemplo, que sepamos dar el debido valor, que amemos una perla, un bello panorama, porque, de algún modo, son imágenes de Dios. Y que tengamos horror a las materias putrefactas, en deterioración, inmundas, a los bichos que son símbolos del mal. En fin, todo cuanto en la naturaleza recuerda el pecado, el error, debe inspirarnos repulsa.

Nacer del sol en la Playa de las Conchas – Cabo

Frio, Río de Janeiro, Brasil

Santo Tomás de Aquino afirma que, con ocasión del Juicio Final, no solo los réprobos, sino también las materias inmundas que hubiere en la Tierra van a ser lanzadas al Infierno, porque son propias para los demonios, sus consectarios. Debo tener ojeriza al demonio y a lo que es conforme a él; y amor a lo bello, ordenado, elevado, acorde a Dios.

Así, se trata de la formación de una escuela de amor a Dios que no se aprende en las clases de Catecismo, con respecto al Dios invisible. Lo principal es tener amor a las cosas visibles conformes a Él. Y ojeriza a las cosas visibles que coinciden con el error, el pecado y el mal, las cuales deben ser eliminadas.

Eso es esencial para que se produzca en la Tierra el verdadero amor a Dios.

San Juan dice una cosa curiosa en una de sus epístolas: “Si no amáis al prójimo que veis, ¿cómo amaréis a Dios que no veis?” (cf. 1 Jn 4, 20).

Las cosas visibles tienen con el Creador cierta relación de semejanza si son hombres, y de imagen si son materiales. Sabemos que Dios no es una perla, sin embargo, podemos imaginar las cualidades de quien creó la perla, así como a través de una obra de arte conseguimos conjeturar cómo es el alma del artista. Eso sucede más aún con el hombre, que es semejanza de Dios.

Viendo, por ejemplo, a San Odilón tan bueno, magnífico, ¿cómo será Dios, con relación al cual él es únicamente una pálida semejanza? Entonces, de esa forma vamos adiestrando nuestra alma para, a través de lo visible, amar lo invisible.

Para la “herejía blanca”1, la definición de perla es: bolita que debe ser vendida para dar limosna a los pobres.

Dos modos de practicar el amor a Dios

Hay, por lo tanto, dos modos de practicar el amor a Dios: considerar y amar lo que sabemos de Él estrictamente por la Teología y por la Filosofía, o contemplar las criaturas que son imágenes y semejanzas del Creador para, viendo en ellas un reflejo de Dios, amarlo mejor. El fundamento de ese segundo modo está en que el hombre, siendo hecho de cuerpo y alma, tiene necesidad de ver para conocer y amar.

Es necesario distinguir dos cosas: Dios existe y cómo es Él. Con respecto a su existencia, hay varias pruebas, entre las cuales la primera es la Causa causarum.

En el orden lógico, por el hecho de Dios ser un Ser absoluto, se deduce que Él es el Sumo Bien, la Verdad. Pero esos conceptos quedan muertos en el orden psicológico mientras no son conferidos con las cosas que se ven.

San Odilón y el actual Monasterio de Cluny

Tomemos en consideración el oro y el hierro. El oro se asemeja más a Dios según un quid dominante, pero la dureza del hierro imita más la eternidad del Creador, que la maleabilidad del oro. Sin embargo, la incorruptibilidad del oro imita más la propia eternidad de Dios, que la facilidad con la cual el hierro se deteriora.

Como de los sentidos del hombre el más cognoscitivo es la vista, la belleza, la excelencia del oro salta mucho más a la vista que la del hierro. Entonces, como imagen de la belleza divina, aquello que entra más en los sentidos es la pulcritud del oro.

Partiendo de las realidades visibles o invisibles a la búsqueda de Dios

Hay dos tipos de alma: las que tienen gran facilidad de comprender que toda realidad visible es secundaria en relación con la realidad invisible; por medio del raciocinio, de la reflexión, no se detienen en las consideraciones de las cosas visibles y entran enseguida en la especulación de los bienes invisibles. Existe otra especie de alma que, en vez de volar por encima de las cosas visibles y sumergirse en la especulación filosófica o teológica, tiene una verdadera necesidad de considerar las criaturas visibles. Y en la observación de cada una de ellas, ir formando una idea, que en el fondo es una imagen global de Dios.

Esas son las dos especies de almas que existen dentro de la Iglesia Católica. Algunas son abstractivas, teológicas, filosóficas; otras, por el contrario, son artísticas, culturales, vueltas hacia las cosas de la Tierra en el sentido de encaminarlas hacia Dios.

Un santo del Oriente antiguo quiso unirse a Dios y resolvió vivir en el fondo de un pozo, a donde le mandaban agua y un pan, diariamente. Y se quedó allá hasta el fin de su vida porque no quería que la consideración de las cosas terrenas visibles lo apartase de Dios. A mí me parece eso sublimísimo.

Monasterio benedictino de Subiaco. Al lado, San Benito – Monasterio de San Benito, São Paulo, Brasil

No debemos ver aquí apenas un lado lindo: la penitencia. Lo más bonito es imaginar a ese hombre –a quien el grito de un niño o el latido de un perrito distrae e incomoda, y que ni siquiera pierde tiempo para mirar hacia lo alto del pozo para ver el sol o la luna– meditando, elucubrando: “Dios es sumo…”, etc. Lee un pedazo de la Biblia, lo interpreta, construye una doctrina que es una verdadera maravilla.

Es bien sabido que dos grandes santos, San Benito y San Bernardo, por lados contrarios, procuraban las bellezas de la naturaleza para llegar a Dios.

A San Benito le gustaban los montes, edificaba monasterios en cumbres magníficas, desvendando paisajes asombrosos. San Bernardo apreciaba los valles suaves, encantadores, risueños, donde se tomaba un contacto amistoso con la naturaleza hermana.

¡Cómo eso es diferente del hombre del pozo, que consideraría una montaña una distracción y el valle algo mundano! En realidad, son dos familias de almas muy distintas y ambas convergen hacia la gloria de la Iglesia Católica.

Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, era de la primera familia, mientras que el gran flujo de los santos fue de la segunda. San Francisco de Asís, cantando a los hermanos pajaritos, al hermano sol, a la hermana luna, transformó lo que veía en un poema para acercarse a Dios.

Almas vueltas hacia lo sobrenatural y eterno

Es fácil comprender la distinción entre esas dos vías. Pero no es fácil entender lo que las une o por donde son la misma cosa: la tendencia a lo extraterreno, a lo sobrenatural, a lo eterno.

Esa impostación fundamental del espíritu –por la cual lo terreno no basta, es decir, ni él se explica a sí mismo, ni nos satisface solo por sí– es un punto que me parece capital para entender los problemas de opinión pública en la Iglesia.

De una o de otra forma, debemos tener almas vueltas hacia lo extraterreno, lo absoluto, deseando la explicación profunda de las cosas. Y a fin de que el alma tenga una unión completa con la Iglesia, es necesario, por lo tanto, que deje toda forma de superficialidad, de tedio al considerar lo extraterreno y abandone el gusto por lo que es solo efímero, para la consideración de lo absoluto.

Yo diría que ese modo de ser de alma no llega a ser previo al Primer Mandamiento, pero casi lo es. Quien no tiene el alma configurada así, es incapaz de cumplir el Primer Mandamiento. Por esa causa, cuanto más la Iglesia trabaje para que las almas sean de ese modo, más tendrá almas unidas a ella.

San Bernardo – Monasterio de Santa María de la Oliva, Navarra, y Abadía del Císter, Saint-Nicolas-lès-Cîteaux, Borgoña.

Entre los católicos, ¿cuál es hoy el gran óbice a eso? Aún es la “herejía blanca”, porque lleva a pensar que se podría vivir feliz en esta Tierra desde que se tenga dinero y salud. Como Dios nos manda a caminar hacia el Cielo –y dicen que allá es más agradable–, entonces vale la pena ir. Pero si se pudiese no pasar por la tal muerte, sería mucho mejor, pues los adeptos de la “herejía blanca” se satisfacen por entero con esta vida. Ellos no tienen el gusto de lo eterno, de lo absoluto, de lo perfecto, sino que solo quieren lo agradable terreno.

Por otro lado, muchas almas que tienen el modo de ser del buen espíritu, viendo la “herejía blanca” por toda parte, no perciben que los verdaderos miembros de la Iglesia las apoyarían. Me explico mejor. Hay una porción de personas, a veces católicas, que poseen el modo de ser de un espíritu recto, y les gustaría, por ejemplo, en la consideración de las cosas terrenas, ir hasta el fondo, ver el lado absoluto de ellas.

Imaginemos un alma que, en presencia de una perla, le gustaría amarla como católico. Ella va a hablar con un confesor “herejía blanca”, que le aconseja:

—¡Hijo mío, vanidad del mundo! ¡Cuánta gente se ha perdido por perlas! Es mejor vender ya esta perla y dar el dinero a los pobres.

—Pero, Padre, ¿esta perla es una ocasión de pecado que Dios creó? ¿Ud. define así una perla? Si no es, quiero examinar, a propósito de perlas, de piedras preciosas, de cosas nobles, cómo ellas me conducen a Dios.

 —¡Hijo! ¡Muchos se han ido al Infierno con eso!

—Entonces, ¿por qué hay joyas en la tiara del Papa, Padre?

No basta tener ideas fragmentarias sobre Dios…

Yo conocía a un sacerdote así. Naturalmente, padres con esa mentalidad estaban hechos para el progresismo. Si un hombre, deseoso de considerar las cosas a fondo, pensara: “Me gustan mucho los castillos y querría encontrar en la Iglesia un apoyo para mi tentamen3 de, en la consideración de castillos, subir hasta Dios”.

Cierto día, él le expone ese tema a un Padre que le dice:

–“Hijo, no el castillo… la choza del Bienaventurado Francisco, el hermanito de la pobreza, sí. ¡No mirarás los castillos de los grandes, porque es más fácil que un elefante pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos!”

Entonces, ¿acabemos con todo lo grandioso, lo bello? La frase de Nuestro Señor y la vida de San Francisco de Asís son sublimes, pero el resto es un disparate. Cierto número de personas de espíritu serio quieren, por ejemplo, en un país donde hay condena a muerte, asistir a la ejecución de alguien para ver una imagen del juicio de Dios. El Padre “herejía blanca” se estremece:

–Hijo, quien se complace con el derramamiento de sangre, tendrá su sangre derramada, como dijo Nuestro Señor (cf. Mt 26, 52). ¡Quien a hierro mata, a hierro muere!”

Jesús no afirmó eso en ese sentido; no dio una interpretación tonta a la frase.

Hay almas serias que podrían procurar a la Iglesia para la satisfacción de sus apetencias verdaderas, legítimas, pero delante de la “herejía blanca” huyen.

Aquí está uno que, durante mucho tiempo, tuvo miedo de enfervorizarse, para no quedar como una beata. Yo era pequeñito y, en la Iglesia del Corazón de Jesús, veía a una beata pedir ofrendas. Para mí, era la personificación de la persona modelada por el padre que estaba celebrando la Misa. Tan boba, con unas sonrisitas y modos afectados, que yo pensaba: “Dios mío, ¿qué va a suceder conmigo si me convierto en la versión masculina de este dinosaurio que está aquí?! No quiero ser así.” Gracias a Dios no rechacé el llamado de Nuestra Señora, pero me quedé en el umbral de la puerta durante mucho tiempo. Sin embargo, muchos cretinos no percibían eso y se dejaban llevar.

Vemos ahí un punto de lo equívoco del reclutamiento al tratar a la opinión pública. Y, debido a la “herejía blanca”, no se atrae a quien se debe, sino a quien no se debe. Los que frecuentan las iglesias lo hacen para tener una vida tranquila en la Tierra: “Ese Dios es tan iracundo, que más vale la pena andar bien con Él. Nosotros rezamos y, por esa causa, no tenemos dolor de garganta, ganamos dinero, etc.” Es decir, hacen del Creador una especie de lotería deportiva para sacar premios. Así, muchas almas que no son capaces de ese amor a Dios llenan las iglesias.

Existe otro problema para la familia de almas a la San Bernardo y San Benito, y no para el hombre del pozo. No basta que hagamos una idea fragmentaria de Dios. La persona ve una perla bonita, oye los sonidos bellos de un trueno: son según Dios. Observa un charco horroroso que da idea de la podredumbre moral, contraria al Creador. Analiza una virtud noble conforme a Dios; un vicio que le es contrario, y ella lo execra. No basta con tener impresiones que nos llevan a Dios, unas por la afinidad, otras por el rechazo, sino que es necesario formar una mentalidad “una”, según la cual nosotros más o menos tenemos idea de cómo es Dios, en vista de esa multitud de aspectos.

Castillo de Sully-sur-Loire

Es necesario formar la mentalidad católica  

El Génesis narra que Dios, después de haber creado todo lo que creó, vio que cada cosa era buena y el conjunto era espléndido. Entonces, necesitamos tener una noción de conjunto del universo que Dios creó, y sobre todo de la Iglesia Católica, que es la maravilla del universo. El conjunto del espíritu y de las bellezas de la Iglesia, de los ángeles, de los santos, de las instituciones, de las virtudes, de los puntos culminantes de la Historia.

Esa visión de conjunto une nuestras almas a Dios y se llama mentalidad católica. Quien la posee, tiene sentido católico. ¿Cuál es la distinción entre la fe y la mentalidad católica?

La fe es la adhesión de la inteligencia a la verdad revelada y, por lo tanto, al magisterio de la Iglesia.

La mentalidad católica es un fruto de la fe. Quien juzga todas las cosas según la fe, formando tal idea del conjunto, tiene mentalidad católica.

Creación del mundo – Colegiata de Santa María de la Aurora, Manresa, España

Otro problema de opinión pública es el siguiente. De hecho, por causa de la “herejía blanca” de los católicos buenos, que no son progresistas, grandísimo número de ellos tienen una idea de que no se debe juzgar a las personas porque, dicen, es falta de caridad.

Escena de la vida de San Francisco – Basílica de San Francisco, Asís

Es incontable el número de personas “herejía blanca” que se pusieron en la mente la idea de que no se debe juzgar, porque solo Dios es Juez. Es una expresión ambigua miserable sobre la palabra “juzgar”. ¿No puedo decir que un individuo es ladrón, porque no soy juez de Derecho? Es tal imbecilidad, que en un concurso de imbecilidades esa ganaría, de lejos.

¿Cuál es el resultado? Si no juzgo a las personas, no sé apreciar ni las virtudes ni los vicios. Luego, no amo a Dios.

Son dos misiones de la Iglesia frente a la opinión pública: atraer a los espíritus sedientos de absoluto y después formarlos para eso.

Orden religiosa con la plenitud del espíritu de la Iglesia

¿Qué debería hacer un Papa? Solo veo una posibilidad. Al subir al trono de San Pedro, el Pontífice, teniendo en vista a las personas capaces de comprender eso por las vastedades de la Tierra, debe educar el gusto católico por medio de una reconstitución histórica, presentaciones de cosas bonitas, maravillosas, y también de cosas execrables, de tal manera que reconstituya la mentalidad católica.

Después, dar una versión verdadera de la Historia, en la cual los grandes facinerosos sean fustigados y los hombres de valor, santos o canonizables, altamente recomendados. En fin, de todas esas formas, dar un soplo nuevo a esa mentalidad.

Sucedería, creo yo, una de las mayores convulsiones que la Iglesia Católica podría sufrir. Porque me da la impresión de que un número no pequeño de gente de afuera entraría y un número enorme de gente de adentro se sentiría tan mal, que acabaría rebelándose y saliendo. Ocurriría una especie de cambio de actores en el palco asombrosa, que sería para la Iglesia una convulsión peligrosísima, la cual, sin embargo, no la debilitaría, porque el Espíritu Santo la sustenta.

La Iglesia es maestra de la verdad y debe enseñarla. Y los cuidados razonables para una época en la cual el pueblo no estaba aún cristianizado, no tienen cabida hoy, en que él no llegó a tal grado de descristianización que no pueda comprender lo que le sea dicho.

Habiendo necesidad de hacer tal o cual preparación a lo largo de uno, dos o tres años, para ir adaptando los espíritus –no velando la verdad, sino diciéndola con claridades cada vez mayores–, podría ser una cosa prudente.

Ese Papa –es un problema de opinión pública– debería fundar una corriente de opinión vigorosa, si es necesario una Orden Religiosa que tuviese la plenitud de ese espíritu y pudiese sobrevivir a su pontificado; sobre todo que los elementos de esa Orden fuesen de la Iglesia.

El Dr. Plinio en 1972

Porque no basta abatir el mal, es preciso especialmente dar vigor al bien. Es necesario enseñar con claridad, perentoriamente, con fuerza, pues más importante que deshacer el mal es tener buenos ardorosos que liquiden a los malos.

San Pedro – Catedral de Bayonne, Francia

Si supiéremos crear en las personas el amor a Dios, atraeremos a quien debe ser nuestro y nos desharemos de quien nos obstaculiza. Ese es el fondo de la cuestión.

La tintura madre de todas las soluciones para la Iglesia es comenzar siempre de adentro hacia afuera. Hacer un apostolado entre los buenos, reuniendo a los mejores dentro de ellos y transformándolos en antorchas vivas del amor a Dios, en el sentido que estoy explicando. Una obra, una Orden Religiosa, son siempre el punto de partida de todo el resto.

¿Qué vale más la pena: hacer una Cruzada o fundar una Orden de Caballería? Una Orden de Caballería, porque con ella se realizan todas las Cruzadas que se quiera, desde que persevere fiel.

Esa son almas que, por el hecho de existir y actuar de modo organizado, atraerían gente de afuera e irían formando, dentro de la Iglesia, una nueva Orden: la Caballería de lo maravilloso.

(Extraído de conferencia del 27/10/1972)

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1) Expresión metafórica creada por el Dr. Plinio para designar la mentalidad sentimental que se manifiesta en la piedad, en la cultura, en el arte, etc. Las personas por ella afectadas se vuelven débiles, mediocres, poco propensas a la fortaleza, así como a todo lo que signifique esplendor.

2) Del latín: Causa de las causas.

3) Del latín: experiencia, tentativa.

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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