Augustus Pugin y la resurrección del gótico – El arquitecto de Dios

Publicado el 08/08/2023

Un joven arquitecto, entusiasmado por las ruinas de la cristiandad medieval, fue capaz de reavivar su arquitectura sacando a la luz el simbolismo olvidado, y a menudo ignorado, del que fue el arte de lo sobrenatural.

Hna. Diana Milena Brubano, EP

Si en lugar de publicar un libro, aquel arquitecto «lunático» hubiera lanzado una bomba en el castillo de Windsor, la repercusión de su obra quizá no habría alcanzado la amplitud que tuvo… Que dejara el anglicanismo para abrazar la fe católica, ya fue un gran escándalo en pleno siglo xix, pero que además de esto que publicara un trabajo criticando fuertemente el trasfondo protestante de las obras arquitectónicas inglesas de la época, era más de lo que la sociedad previctoriana podía soportar…

Sin embargo, su libro Contrasts1 —hasta hoy objeto de acaloradas discusiones—, fue el comienzo de una gran restauración, cuyo exponente más emblemático nació también del lápiz de este original autor: la torre del Big Ben.

Retomemos esta interesante historia desde el principio.

Un inglés hijo de Francia

Augustus Welby Northmore Pugin nació en Londres el 1 de marzo de 1812. Su familia, no obstante, procedía de Francia, de donde su padre había huido hacia el 1798 tras el estallido de la Revolución.

Interior de la catedral de Amiens, por Jules Víctor Génisson – Pinacoteca del Estado de São Paulo, Brasil

Artista nato y dotado de raras capacidades para el dibujo, el joven Pugin comenzó su carrera en el mundo artístico a los 14 años, diseñando muebles y artefactos para castillos como los de Rochester y Windsor. Gran admirador de la arquitectura antigua, hizo varios viajes a Francia, donde las bellas catedrales góticas lo conquistaron por completo. Éstas le hablaban de valores metafísicos ausentes en la Inglaterra anglicana, y le abrieron los ojos a un horizonte desconocido.

Su educación en el seno de una familia protestante ciertamente influyó en dirección contraria, pero a medida que profundizaba en el estudio del arte de los siglos que le precedieron, Pugin descubría los tesoros de la fe católica escondido en él y su alma acabó abriéndose al poder de la gracia de Dios.

Génesis de una conversión

Hubo críticos que, no sin malicia, atribuyeron su conversión únicamente al amor que profesaba a la arquitectura medieval. Sin embargo, el propio Pugin aclaró los motivos que lo llevaron a la fe verdadera, demostrando que nacieron en regiones mucho más elevadas que la simple admiración por la magnificencia exterior de los edificios:

«¡Con qué deleite constaté la adecuación de cada parte de esos gloriosos edificios a los ritos para cuya celebración habían sido erigidos! Entonces descubrí que los servicios religiosos a los que estaba acostumbrado a asistir y admirar no eran más que un frío e insensible remanente de glorias pasadas, y que esas oraciones que en mi ignorancia yo había atribuido a la piedad reformadora eran, en realidad, únicamente fragmentos arrancados de los oficios solemnes y perfectos de la Iglesia antigua.

»Prosiguiendo mis investigaciones entre las páginas fieles de las antiguas crónicas, descubrí la tiranía, la apostasía y el derramamiento de sangre con los que se había establecido la nueva religión, las interminables luchas, disensiones y discordias existentes entre sus propagadores, y la devastación y la ruina que acompañaban su progreso. En oposición a todo esto, consideré la Iglesia Católica, que mantenía una sucesión apostólica ininterrumpida, transmitiendo la misma fe, sacramentos y ceremonias inalterados, a través de todo clima, lengua y nación.

»Durante más de tres años me dediqué seriamente al estudio de este tema tan importante; y la fuerza irresistible de la verdad penetró en mi corazón, entregué de buen grado mi propio juicio falible a las decisiones infalibles de la Iglesia y, abrazando de alma y corazón su fe y disciplina, me convertí en un humilde, pero confío que fiel, miembro suyo».2

«Contrasts»: la crítica de un radical

Pugin creía que el estilo arquitectónico por entonces dominante, «penoso sustituto» de las maravillas del pasado, era fruto de la decadencia moral de la sociedad Ilustraciones realizadas por Pugin para su libro «Contrasts»: a la izquierda, una iglesia parroquial de la época; a la derecha, una catedral gótica

Profundamente disgustado al confrontar con la degradación moral reinante en la sociedad inglesa de su tiempo, fruto, según su concepción, de la decadencia religiosa en el país, Pugin decide dar un golpe maestro en aquel establishment construido en yeso, reflejo de una corte frívola y derrochadora.

En Contrast hace un análisis moral de esa decadencia, ejemplificándola con monumentos y edificios religiosos del país, levantados bajo la inspiración de la mitología clásica y considerados modelos de elegancia y confort: fachadas que simulaban piedras, siendo en realidad nada más que ladrillos; esbeltas columnas diseñadas para soportar un peso inexistente; vastos edificios dentro de los cuales, a menudo, no había casi nada…

Para Pugin, el estilo arquitectónico entonces dominante constituía un «perfecto ultraje a los sentimientos católicos», un «penoso sustituto» de las maravillas del pasado. El propio palacio de Buckingham estaba ideado de una manera «absolutamente inadecuada para una residencia cristiana», formando un «lamentable y degenerado contraste» con las nobles estructuras medievales de Westminster. El desinterés por las joyas góticas del país se remontaba a los tiempos del Enrique VIII, cuando «una melancólica serie de destrucciones y mutilaciones» demolió por completo o despojó de su belleza iglesias y monasterios católicos.3

Como problema de fondo, muestra que la mala calidad de la arquitectura era la expresión física del marchitamiento de las almas: «Esa manía por el paganismo se desarrolló en toda clase de edificios erigidos desde el siglo xv —en palacios, en mansiones, en casas particulares, en predios públicos, en monumentos fúnebres; incluso se extendió a muebles y ornamentos domésticos para la mesa. […] El triunfo de estas ideas nuevas y degeneradas sobre los sentimientos antiguos y católicos es una melancólica evidencia de la decadencia de la fe y de la moral en el período de su introducción, a la cual, de hecho, deben su origen. El protestantismo y el paganismo revivido datan de la misma época, ambos surgen de las mismas causas, y ninguno podría haber sido introducido si los sentimientos católicos no hubieran caído a un nivel muy bajo».4

Para corregir los desvíos en el arte religioso, Pugin propone una osada solución: «Sólo comulgando con el espíritu de épocas pasadas, tal como se desarrolla en la vida de los hombres santos de antaño y en sus maravillosos monumentos y obras, podemos llegar a una justa apreciación de las glorias que hemos perdido, o adoptar los medios necesarios para su recuperación […] Antes de que el verdadero gusto y los sentimientos cristianos puedan ser revividos, todas las ideas actuales y populares sobre el tema deben cambiarse por completo».5

Con su libro, Pugin inició una auténtica revolución. Fue aclamado e imitado, o rechazado y condenado en todos los ámbitos de la sociedad, incluso en iglesias de culto anglicano… Su crítica acabó reavivando la conciencia de los ingleses en relación con las obras arquitectónicas de incalculable valor que yacían abandonadas o estaban siendo miserablemente modificadas en el país.

Pero dejemos de lado su éxito como escritor y contemplemos un poco el arte que cautivó de modo tan inusitado su corazón.

El gótico: el arte de Dios

Sería un error pensar que la arquitectura gótica nació exclusivamente del románico; lejos de ser su simple heredera, posee formas que sorprenden y dan la idea de ser casi «su antítesis enfática»6

Enigmáticamente engendrado por la genialidad e inspiración de un monje, el gótico puede ser considerado como el arte de Dios, fruto de una sociedad cuyo ideal de santidad estaba impreso en todos los aspectos de la vida. Para el medieval, hijo de la escolástica y de la Tradición, la iglesia gótica era el umbral del Cielo, «dentro de sus paredes Dios mismo estaba misteriosamente presente».7

Abandonando por entero las remotas influencias de la mitología clásica, en el gótico «el artista medieval estaba comprometido con una verdad que trascendía la existencia humana».8 Sus obras «invitaban al alma a progresar de lo creado a lo increado, de lo material a lo inefable».9

Por otra parte, para los artesanos del gótico «ars sine scientia nihil est». El arte —el conocimiento práctico a través de la experiencia— no sería nada sin la ciencia, es decir, sin las matemáticas y especialmente la geometría, por las cuales el hombre es capaz de explicar las razones físicas que determinan el trabajo arquitectónico.

Sin embargo, ¡qué lejos se encontraba esta ciencia del pragmatismo contemporáneo! La geometría medieval se entendía a la luz de las enseñanzas de santos como Agustín de Hipona, para quien la arquitectura y la música eran las artes más nobles, «ya que sus proporciones matemáticas serían las del propio universo y, por ello, elevarían nuestras mentes a la contemplación del orden divino».10

La dignidad del arte medieval residía en su íntima convicción de que la verdadera belleza «está anclada en la realidad metafísica», donde «las armonías visibles y audibles son, de hecho, indicios de la armonía última que los bienaventurados disfrutarán en el mundo que ha de venir».11 El Señor compuso el universo como su palacio real, siendo Él mismo la Luz creadora de la que participan todas las criaturas. Descubrir, pues, el orden, la armonía y la proporción existentes entre los seres y traducirlos en obras de arte, significaba avanzar cada vez más en el conocimiento del propio Dios.

Más que simbólico, metafísico

Pugin esperaba un futuro en el cual no sólo los edificios, sino también las almas serían góticas. Iglesia de San Egidio, diseñada por Pugin – Cheadle (Inglaterra)

Precursor de la Jerusalén celestial, el edificio gótico es «la insinuación de una verdad inefable»12 y, por el lenguaje solemne de sus formas, evoca realidades trascendentales. No obstante, su simbología, una mezcla de lo místico y lo natural, relaciona los aspectos físicos de la construcción a las realidades morales, sin olvidar su sentido práctico y material. De hecho, «todas las formas realmente bellas de la arquitectura están basadas en los más sólidos principios de utilidad»,13 explicará Pugin.

Así pues, podemos vislumbrar un poco el espíritu con el que el gótico fue idealizado, tomando como supuesto que era el resultado de la iluminación de las almas por la visión de la armonía divina.14 Las construcciones erigidas en este estilo, verdaderamente monumentales, se caracterizan por amplias bóvedas de crucería, arcos ojivales, arbotantes, pináculos y vitrales, cada uno de los cuales encierra un misterioso simbolismo.

Consideremos algunos ejemplos: «Las tres grandes doctrinas de la Redención del hombre por el sacrificio del Señor en la cruz, de las tres Personas iguales entre sí unidas en una sola Divinidad y de la resurrección de los muertos constituyen el fundamento de la arquitectura cristiana. La primera —la cruz— no es solamente la planta y la forma de los templos católicos, sino que remata cada capitel y gablete, y está impresa como un sello de fe en el propio mobiliario del altar. La segunda está completamente desarrollada en la forma triangular y en la disposición de los arcos, tracería e incluso subdivisión de los propios edificios. La tercera está bellamente ejemplificada en las grandes alturas y líneas verticales, consideradas por los cristianos, desde épocas más antiguas, como el emblema de la resurrección».15

Unión entre belleza y funcionalidad

En cuanto a la consideración de sus formas, el gótico es indiscutiblemente bello, lógico y práctico.

Con sus líneas esbeltas, hechas de piedra maciza que parecen desafiar la ley de la gravedad, el gótico sugiere perennidad, fuerza, seriedad, mientras que la levedad de sus columnas talladas expresa algo de combatividad y de delicadeza del alma medieval. Representan «mucho más al guerrero en su descanso y en su oración, que en la batalla».16

Sus ojivas, siempre convergiendo en un punto central, recuerdan a Jesucristo mismo, piedra angular sobre la cual está edificada la Santa Iglesia (cf. Ef 2, 20), y sus bellísimos vitrales, expresión material de la luz divina, hacen de ese estilo una «arquitectura transparente y diáfana».17

Otros detalles del gótico fueron defendidos por Pugin en varias de sus obras como, por ejemplo, los pináculos: «Tengo pocas dudas de que los pináculos son considerados por la mayoría de las personas como meras excrecencias ornamentales, introducidas únicamente para causar un efecto pintoresco. Se trata de lo contrario. […] Debe considerarse que responden a una doble intención, mística y natural: su intención mística es, como otras líneas verticales y terminaciones de la arquitectura cristiana, representar un emblema de la Resurrección; su intención natural es la de una meteorización superior, para arrojar la lluvia».18

Finalmente, la contemplación de cada una de sus perfecciones y medidas lleva al alma a admirar el gótico como «un magnífico reflejo del inmenso, inagotable y fabuloso espíritu de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana».19

¡Rumbo al Reino de María!

Para Pugin, el edificio gótico es «la insinuación de una verdad inefable»; por el lenguaje solemne de las formas, evoca realidades trascendentes El palacio de Westminster, cuya fachada gótica nació de manos de Pugin – Londres. En el destacado, retrato anónimo del arquitecto inglés – National Portrait Gallery, Londres

La influencia de Pugin en la decoración policromática inglesa fue inmensa. A pesar de ser silenciado y a menudo atacado debido a su condición de católico, cambió casi por completo el landscape de la nación, con iglesias, castillos, colegios y residencias de inspiración gótica, entre los cuales podemos apreciar hoy, como símbolo incontestable de su ardor, la torre del Big Ben y el edificio del Parlamento, aunque su autoría haya sido cobardemente borrada de los registros de estas obras. Digamos que, a modo de resumen, buena parte de los principales monumentos admirados actualmente en Londres nacieron de su genio.

Sin embargo, Pugin era un hombre de mayores deseos, se sentía hecho para logros de una envergadura muy superior… Pese a todo el trabajo que había desarrollado, al final de su corta vida —falleció a los 40 años— se lamentaba de no haber atendido los anhelos que le invadían el alma: «Creo que, respecto de la arquitectura, pocos hombres han sido tan infelices como yo. He pasado mi vida pensando en cosas bellas, estudiando cosas bellas, diseñando cosas bellas y realizando cosas muy pobres. Nunca he tenido la oportunidad de crear un solo edificio eclesiástico, excepto mi propia iglesia».20 Un atisbo profético habitaba en su corazón, cuando afirmó que llegaría el día en el que no sólo edificios, sino también las almas serían góticas.

Si «el privilegio más grande que el hombre posee es el de poder, mientras esté en la tierra, contribuir a la gloria de Dios»,21 su vasta obra —quizá prefigurativa de glorias mucho mayores que vendrán cuando triunfe sobre la tierra el Inmaculado Corazón de María— se podría resumir en la enigmática dedicatoria que Suger, el padre del gótico, compuso para el propio pórtico de Saint-Denis:22«Lo que irradia dentro, la puerta dorada os lo presagia». 

Notas

1El título completo de la obra, que le da un carácter más cáustico, es: Contrastes, o un paralelo entre los edificios nobles de la Edad Media y los edificios correspondientes de la actualidad, mostrando la presente decadencia del gusto.

2FERREY, Benjamin. Recollections of A. N. Welby Pugin, and His Father, Augustus Pugin; with Notices of Their Work. London: Edward Stanford, 1861, pp. 103-104.

3Las expresiones entre comillas son del propio arquitecto inglés: PUGIN, Augustus Welby Northmore. Contrasts. 2.ª ed. London: Charles Dolman, 1841, pp. 10-12; 23.

4Ídem, pp. 9; 13.

5 Ídem, p. 16.

6SIMSON, Otto von. The Gothic Cathedral. Origins of Gothic Architecture and the Medieval Concept of Order. 2.ª ed. Princeton: University Press, 1974, p. 61.

7Ídem, p. XVII.

8Ídem, ibídem.

9DUBY, Georges. O tempo das catedrais. A arte e a sociedade, 980-1420. 2.ª ed. Lisboa: Estampa, 1988, p. 107.

10WOODS JUNIOR, Thomas Ernest. Como a Igreja Católica construiu a civilização ocidental. São Paulo: Quadrante, 2008, p. 116.

11SIMSON, op. cit., p. 24.

12 Ídem, p. 35.

13PUGIN, Augustus Welby Northmore. The True Principles and Revival of Christian Architecture. Edinburgh: John Grant, 1895, p. 11.

14SIMSON, op. cit., p. 129.

15PUGIN, Contrasts, op. cit., p. 3.

16CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «Arte gótica, a expressão de desejo do Céu». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XIII. N.º 142 (ene, 2010); p. 34.

17SIMSON, op. cit., p. 4.

18 PUGIN, The True Principles and Revival of Christian Architecture, op. cit., p. 8.

19CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «Reflexo do inesgotável espírito da Igreja». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año II. N.º 16 (jul, 1999); p. 34.

20FERREY, op. cit., p. 164.

21PUGIN, The True Principles and Revival of Christian Architecture, op. cit., p. 36.

22DUBY, op. cit., p. 96.

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