Uno de los períodos de mayor sufrimiento para el
Dr. Plinio fue lo que él llamó como “Bagarre azul”,
durante el cual los miembros del Grupo, atascados
en la mediocridad, pusieron en peligro la
continuidad de la obra. A esta prueba se añadió un
aparente distanciamiento de Nuestra Señora que
ya no se le manifestaba, como antes, por medio
de algunas de sus imágenes. En ese panorama
sombrío, ocurrió el desastre de automóvil.
Plinio Corrêa de Oliveira
A petición de mi querido João, haré un análisis del Grupo antes y después de mi accidente de automóvil, y también de todas las gracias que después la Virgen derramó abundantemente sobre nosotros a este respecto.
Dificultad para narrar la historia reciente
Cuando conocemos la historia de los asirios, de los babilonios, de los javaneses, por ser civilizaciones antiguas, tenemos la idea de que es difícil escribirlas, y que mucho más fácil sería registrar la historia de nuestros días. Es un error. Todos los técnicos en escribir tratados de Historia dicen que la historia más difícil de ser escrita es la de los hechos actuales o recientes, porque siempre estará condicionada a las circunstancias psicológicas del lector al que se dirige.

El Dr. Plinio con algunos miembros del grupo en la sede de la calle Martim Francisco, en 1964
Por ejemplo, si alguien quisiera publicar un best-seller histórico narrando la Segunda Guerra Mundial, debería hacerlo de manera que sea leído por las naciones que pertenecieron a uno y otro partido; luego, no podría tomar posición al describir los hechos. Tendría que narrar de manera comercialmente neutral, hasta el punto de que ambas partes juzgaran: “¡Qué bien hecha esta obra, como este hombre es imparcial!”. Ahora bien, a veces la imparcialidad no es la verdadera historia. El escritor debe tomar posición para demostrar con quién estaba la verdad.

Dr. Plinio a inicios de la década de 1970
La historia de la que João desea que hable es reciente, ¡muy reciente! Y más aún: de todos los episodios internos, el más difícil de contar. Si yo fuera a exponer una pelea de Napoleón con su madre —con quien tuvo varias discusiones y que, guardadas las proporciones, era una mujer aún más dura que él—, ¡mis oyentes lo tomarían como una historia del mundo de la luna! Narrar sobre Napoleón y su madre o hablar del planeta Júpiter sería lo mismo.
Sin embargo, presentar un hecho interno, ocurrido con personas que conocemos, toca la piel, despierta mucha más vivacidad de reacciones. Por eso, se hace difícil hacer la narración exacta. No la haré de modo inexacto, pero solo la presentaré en algunos de sus aspectos.
Por amor a la verdad, que debe ser la guía de lo que decimos, yo prevengo eso desde ahora. Son aspectos que vale la pena conocer, porque dan una buena idea de conjunto. Hay detalles y rasgos que no entrarán en consideración.
Soldados victoriosos, ávidos de descanso
A lo largo de varios años, tuve grandes pruebas en el Grupo, y la “gracia de Genazzano”1 me sostenía en todo momento, para que aflicciones muy agudas no me devoraran, las cuales, sin esa gracia habrían sido terribles y devastadoras, y me llevarían a la muerte. Pero ella me daba la certeza de que mi vocación se realizaría, mientras que la hipótesis contraria constituía mi gran tormento.
Y con eso llegué hasta el desastre. ¿Cuál era la situación interna cuando ocurrió?
Los inicios de la TFP se dieron poco antes de 1945, no aún como sociedad, sino como grupo de los que salieron del Legionário y formaron un conjunto en la “pequeña sede” que corresponde a la planta baja de la calle Martim Francisco. En esta ocasión, iniciamos una dura caminata.
Desde 1945 hasta 1975, fueron treinta años de andadura, hecha entera por algunos que estaban desde el principio conmigo. Treinta años en los cuales se había obtenido un resultado digno de nota. De siete u ocho personas —porque pasaron unos seis años sin conseguir reclutar a nadie, el Grupo parecía emparedado vivo—, se llegó a una organización extendida por buena parte de Brasil y por un gran número de países, la cual ya había florecido en amplios eremos que comenzaban a constituirse en varios lugares, aunque no hubieran dado aún, ni de lejos, todo lo que dieron después. Varias batallas ganadas, innumerables resultados extraordinarios.
Eso daba a los miembros del grupo una impresión de estar en lo alto de la colina, pudiendo definirse como soldados beneméritos y victoriosos, que por tanto podían, después de todo, descansar un poco. Era el peligro de la hora del descanso. En ese nivel al que habíamos llegado estábamos con ‘sombra, zapato ancho y agua fresca’.
Lejos del peligro, ambiente de tedio y aburrimiento.
En tal situación, había quienes estaban infestados, o infectados, por lo que podríamos llamar la enfermedad del calor y el tedio.
No se trataba de una tentación formal contra algún punto de nuestro modo de vivir, contra nuestras estrategias, o, lo que sería mucho más grave, contra algún punto de nuestra doctrina. Nada de esto era cuestionado, todo se admitía como probado, asentado.
Sin embargo, había una especie de tedio y de modorra que los llevaba a considerar como ya sabido lo que se decía y a juzgar que, aunque las nuevas conferencias aumentaran el depósito de doctrinas y de tácticas enseñadas por mí, Brasil pasaba por un período de calma para los anticomunistas y los enemigos de la Revolución, porque el peligro

El Dr. Plinio con algunos miembros del grupo del Legionário, en la Sede de la Calle Martim Francisco, en marzo de 1945
comunista parecía estar controlado por la dictadura militar y, en consecuencia, la acción de la TFP se hacía innecesaria y hasta cierto punto imposible.
Ningún adversario nos estaba atacando de forma inmediata. Llevábamos nuestra vida en calma, con una armonía interna muy considerable y satisfacción por los triunfos alcanzados… El resultado fue mirar hacia adentro: “Qué bonita y buena casa tenemos…!” No habiendo una acción inmediata que desarrollar, un enemigo urgente que combatir, eso producía un tedio para las almas superficiales y poco amorosas, que degeneraba en bromas. En las diversas sedes del Grupo, incluyendo los Éremos, la broma, la gracia, el último chiste —sin que hubiese nunca nada inmoral e intrínsecamente censurable— mantenían un ambiente de superficialidad, haciendo que hubiera una relajación similar a la verificada en nuestra naturaleza física en ciertos días de calor, cuando tenemos la impresión de que el asfalto de la calle no solo se ablandó, sino que se evapora; los árboles más altaneros tienen una tendencia a doblarse y dormir; los animales casi no se mueven, los pájaros no cantan, los ríos corren, pero las aguas no burbujean, y todo parece llorar la inutilidad de sí mismo.

Fachada de la sala del fondo en la Sede de la Calle Martim Francisco
Ese no era el estado de todos los miembros del Grupo, menos aún de todo eremita; era el mal de muchos y por eso un mal grave. En una familia, cuando hay una indisposición de varios, es un mal grave, aunque algunos puedan estar bien sanos.
Crisis de admiración
Había, en el fondo, una crisis de admiración, que consistía en una actitud de modorra tanto hacia mí como hacia la TFP: “El Dr. Plinio afirma, está bien… Dice cosas muy buenas, razonablemente bien dichas, pero no aguanto más, quiero otro estilo de vida”.
Eso correspondía a la posición de una persona que, en un día de extremo calor, razonase así: “Hace mucho tiempo estas ventanas están abiertas; estoy harto de eso, voy a cerrarlas”. No tiene sentido, pues, si hace calor, deben mantenerse abiertas. Así también debemos estar orientados hacia quien nos da la buena doctrina y no hacia quien no ofrece ninguna orientación, lo que significaría entrar en medio del mundo y caer en la desorientación, en la locura y en el pecado.

El Dr. Plinio rodeado por sus discípulos, en la Sede del Reino de María, a finales de los años 60
Estaban aquellos que, por el contrario, confiaban en nuestras esperanzas de siempre, sabían que los días prometidos por la Virgen en Fátima llegarían, las pruebas también, y se preparaban para un futuro, quizás remoto, si Dios así lo dispusiera. Pero estaban dispuestos a servirlo a cualquier precio, cuando y como Él quisiera. Estos pensaban: “Admiro tanto la Santa Iglesia Católica, su doctrina y todo lo que viene de Ella, y que me es transmitido por el Dr. Plinio, que quiero estar con él todo el tiempo que sea posible”.
En definitiva, existían los espíritus vueltos a la admiración y los no orientados a ella. Estas dos familias de alma coexistían en el Grupo pacíficamente; no peleaban, pero no se fusionaban. Esa es la primera visión de la situación de crisis como se presentaba.

Dr. Plinio en Amparo, agosto de 1968
Vueltos hacia las tinieblas y no hacia la luz
Ahora bien, ningún hombre queda sin admirar algo. En el fondo, o admira las cosas de Dios o las del demonio. Los de la corriente del tedio y de la modorra, aquellos que no admiraban al Grupo y sus doctrinas, no es verdad que no tuviesen ninguna admiración; de hecho, admiraban enormemente el mundo moderno de entonces.
Eran entusiastas de motores, de mecánica; empezaban a nacer en ellos pequeñas puntas de malas tendencias. La primera y la más peligrosa de todas, la que pierde cualquier alma, era la de formar peculio propio. Hacer negocios al estilo hollywoodiano, montar una tienda, una fábrica…
El razonamiento consistía en lo siguiente: “Sufro de tal enfermedad, necesito ir al médico con cierta frecuencia. Me temo que no tendré dinero en esa ocasión. Si el encargado de la caja no tiene, ¿cómo me voy a arreglar? Empezaré a pedir un poco de dinero en casa, guardarlo, de manera que, si lo necesito, lo tendré. Haré también tal pequeño negocio: he recibido de tal pariente un donativo, he heredado de tal otro una suma más. Guardaré un dinero personal”.
La persona no se da cuenta, pero eso entibia, deja el alma completamente oxidada.
Era horrible llevar una vida en la que el individuo no estuviera continuamente manejando dinero.
Era el dios de ellos. Más de uno me pidió permiso para hacer negocios, con un tal deseo, que me di cuenta perfectamente, que si no se metían en eso eran capaces de abandonar el Grupo. Por prudencia, asentí. Eran gente rica y, como castigo, perdieron el dinero, porque los negocios no tenían la bendición de Nuestra Señora, todos salieron mal. Si tan solo uno, hubiera dado al grupo lo que perdió, nuestra situación habría sido otra. Era el fruto de la modorra y de la adoración al dinero.
¿Por qué esta adoración? Porque en aquel tiempo, el mundo adoraba el dinero, y aún hoy lo hace; y los miembros del Grupo que no tenían admiración por la Iglesia y por los que son de la Iglesia, la tenían por el mundo y por los que son del mundo. Se trataba, literalmente, de una admiración desviada, vuelta hacia las tinieblas y no a la luz; una admiración no por una doctrina, sino por el placer de imitar a los demás.
Defecto, interés personal
A otros les gustaba conseguir pequeños cargos: ¡cargos, cargos! “Qué bueno, tal puesto quedará vacante ¿quién sabe si puedo encontrar una manera de ser nombrado en lugar de este otro que ha sido transferido? Tengo talento para lo que él hace”. ¡Se nombra a otro, y éste se queda resentido! Otros formaban grupitos de amigos dentro del Grupo, enseguida se constituían dos pequeños partidos políticos, peleando uno contra el otro.

El Dr. Plinio rodeado por sus discípulos, en la Sede de la Calle Martim Francisco, a mediados de los años 60
Todo esto podía suceder sin que ellos tuvieran el más mínimo deseo de abandonar el Grupo; al contrario, estaban firmemente decididos a continuar, a trabajar, a actuar para que progresara. Sin embargo, era como un marinero dispuesto a dedicarse para que el barco llegara al puerto, pero dispuesto a trabajar al mismo tiempo para comandar el barco, en caso de que el capitán muriera… “Él está muy enfermo; ¡quiero ser el capitán”!
Esto producía el siguiente estado de espíritu: comenzaban a preocuparse prodigiosamente más por el interés personal que por el de la Causa. Y de cincuenta veces al día que reflexionaban en un tema, cuatro o cinco eran sobre la Causa y cuarenta y tantas veces sobre el “pequeño negocio” o la “pequeña política” que estaban haciendo, lo que les tomaba la atención. Y el resto quedaba completamente relegado.
Esto iba tan lejos que la persona podía presenciar los hechos más admirables en el orden de la vocación y no se preocupaba. Pero, si le avisaran durante la reunión más importante: “Mire, ahora alguien está organizando la sede y va a cambiar su cama de posición”, él no podría prestar más atención, y hasta el final, porque habían movido su cama.
Lentamente, ese fue el estado de espíritu creado en el Grupo. Por más que yo los previniese contra eso y les llamase la atención, era como si mis palabras fuesen huecas, no tenían alcance. Yo exponía y todos oían con respeto: “Cómo es bien intencionado el Dr. Plinio, ¿no? Pero… ¿y mi cama que cambió de lugar?!” O entonces: “¿Será verdad que yo consigo tal cargo para mí?” O: “¿Conseguiré ser nombrado encargado de tal sector?” Eso tomaba completamente el interés del individuo y se volvía un tibio.
De vez en cuando había una defección. Podíamos evitarla con mucho esfuerzo y mucha gracia de Nuestra Señora, pero, de por sí, la crisis tendía hacia una apostasía. Naturalmente, donde hay muchos que tienden hacia algo, algunos caen en ese algo.
Un ejemplo ocurrido en el Antiguo Testamento
Eso me hace recordar un episodio de la historia de los judíos que, como se sabe, en el Antiguo Testamento eran el pueblo elegido, el pueblo bienamado de Dios, descendiente de Abraham. Hubo un tiempo en que ellos eran gobernados por autoridades, a quienes daban el título de Jueces. No eran meros jueces; juzgaban casos, pero tenían el gobierno general del pueblo de Israel. Eran varones de altísima virtud, y todo lo hacían por inspiración de Dios. Lo que equivale a decir que era un pueblo gobernado por Dios, el pueblo más feliz de la Tierra.
Ahora bien, ellos dejaron de admirar a los Jueces y sus decisiones y pasaron a ver hacia los otros pueblos de la Tierra, gobernados por reyes. Entonces pidieron a Dios que eliminase el gobierno de los Jueces, dando como razón esto: “Danos un rey, para que seamos como las otras naciones” (1S 8, 5). Dios se desagradó con ese pedido insolente, prometió atenderlos, pero les advirtió sobre la dureza de ser gobernados por hombres. Por el ejemplo que ellos tendrían de sí mismos, sabrían cómo era dura la vida cotidiana de los pueblos que envidiaban (cf. 1S 8, 5-20).
Fue lo que sucedió. Ellos tuvieron reyes, pero en general les dieron trabajo, hicieron irregularidades… El propio David, que había sido tan santo, pecó. Los reyes se dividieron en dinastías opuestas, cometieron desatinos, castigando de esa forma al pueblo que no había admirado lo que Dios les había dado, sino lo que Él había dado a otros, que era mucho menos que aquello que tenían. Y como ellos pecaron contra la admiración, cayeron en los demás pecados.
Los que entraron a la TFP y se desviaron por la admiración de los negocios, de un modo o de otro pecaron, porque admiraron más las cosas de los hombres que las de Dios. De ahí surgieron dificultades de todo orden en la vida espiritual, de ahí los fracasos en la vida temporal, de ahí también las crisis internas.

Unción de David por Samuel – Academia de Bellas Artes de Madrid
Actitudes fuera de propósito
Por ejemplo, la prueba del malogro de los éremos, ¡qué cosa tremenda! Los éremos se habían formado todos llenos de esperanzas… La gracia eremítica había surgido como un último fruto, pero ya debilitado, seco. Por ejemplo, ¡el Éremo de São Bento I decayó estruendosamente! Y, un poco antes del accidente, estaban en las últimas.
Hubo una reunión festiva con ocasión de un cumpleaños, realizada en una sala del piso superior de São Bento, para la cual congregué a miembros de otros éremos, ya que São Bento se encontraba medio vacío. Me senté, comencé a discurrir sobre ciertos puntos doctrinarios, y uno de los presentes me interrumpió, diciendo: “¿Pero Ud. viene a hablarnos sobre esas cosas en este cumpleaños? Eso no nos importa nada”. Y otro reaccionó enseguida –parece que ya estaba combinado–: “Eso no nos importa nada, y sí que Ud. trate de asuntos concretos. ¡Eso es perfumería, tintura!”
Pregunté cuáles serían esos asuntos y entraron en problemas logísticos que yo no conocía y ellos no habían mencionado. Traté de esos problemas y, cuando bajé, se acercó uno de ellos que, con la voz embargada, me dijo que tenía recelo de haberme faltado al respeto. Yo tuve incluso que tranquilizarlo, porque noté que, si yo confirmara que me había faltado al respeto, él se rebelaba.

Ceremonial después de la comida en el Éremo de São Bento I
Las alas del cuervo de la mediocridad
Es necesario reconocer que las circunstancias internas de nuestra institución eran altamente preocupantes, debido a esas infidelidades enormes, a las pruebas y dificultades que podían fácilmente determinar el cierre del Grupo. No se puede tener una idea de sus fragilidades, y cuántas y cuántas veces estuvo por ir cuesta abajo, por escindirse internamente durante ese período.
Una de las cosas más pungentes era ver vocaciones de primer quilate de repente desmoronarse. Hubo muchas gracias recibidas en el entusiasmo de los primeros momentos, gradualmente rechazadas después, rumbo a la fosa de las almas, llamada mediocridad.
La mediocridad causaba aprensiones… no a los mediocres, porque son los únicos que se sienten seguros dentro de ella. Quien no es mediocre percibe los riesgos de la mediocridad; el mediocre, por el contrario, se instala en ella como quien está acomodado en una poltrona magnífica. Él piensa que dirige y tiene una tribuna desde el fondo de su mediocridad, y no percibe que está en un precipicio. Ese es el mediocre.
La mediocridad extendía sus alas negras de cuervo sobre el Grupo, y no se veía bien cuál era el modo de atajar esa situación.
Atmósfera “hipopotámica” de la mediocridad
Sobre la coyuntura internacional y la nacional sobrevolaba la esperanza, firme como una promesa, de que la “Bagarre” vendría, se desataría y resolvería todo. La insistencia en escudriñar todos los rincones del horizonte para ver dónde había posibilidad de “Bagarre”, equivalía a la afirmación de que los hechos, de por sí, hablaban a su favor. Sin embargo, esos no eran los únicos del panorama; ellos configuraban solamente un aspecto de este, pues lo que dominaba era más bien la idea de estabilidad.
Estábamos en el gobierno del desdichado antecesor de Carter4, con Kissinger5 como secretario de Estado dirigiendo todo. Había almas de ese género: enteramente “kissingerianas”. La détente6 de Estados Unidos con la URSS; la Ostpolitik7 de Alemania Occidental; y, además, la del Vaticano con la URSS, en pleno, caudaloso y despreocupado curso. Cuanto más ese fenómeno se extendía, más parecía que la paz nos estrangulaba y las esperanzas de la “Bagarre” enrarecían.

Henry Kissinger (izquierda) junto a Mao Tse-Tung (derecha) y Zhou Enlai (centro), en Pekín, en julio de 1971
Si el adjetivo “hipopotámico” existiera en portugués… Nuestra lengua es como el río Amazonas, que no puede ser bebido por persona alguna, ni en uno ni en mil tragos; así, no hay quien conozca la lengua portuguesa entera, y ella tiene sorpresas: de repente, tal vez encontremos en un diccionario la palabra “hipopotámico”; sin embargo, nunca la oí decir. Si ella no existe, me queda sirviendo aquí para expresar el pensamiento como está en mi espíritu.
La calma “hipopotámica” se cernía sobre la tierra, extendiéndose asquerosamente sobre ella. No era la calma de la paz, de la tranquilidad del orden, sino la euforia del desorden, riendo de los que aman el orden, como diciendo: “¿Estás viendo? Soy el desorden, y también tengo mi tranquilidad tibia, contaminada y sin fin. Voy a extenderla sobre ti como un tapete de contaminación”.
Eran los dos panoramas: el interno, con la mediocridad y las siniestras seguridades de sí mismo; y el externo, cada vez más doblándose bajo el peso tibio y asqueroso de esa falsa tranquilidad.
Internamente, era la mediocridad de aquellos que, contagiados por la tibieza del “hipopótamo”, no querían vivir de los grandes ardores del Reino de María. E, impresionados por el marasmo maldito de esa situación externa –cuando todo el mundo estaba contento y feliz, era la “Bagarre azul”,8 y parecía que esa tranquilidad del desorden no se terminaría–, se dejaban contaminar y no solo perdían la esperanza de la “Bagarre”, sino también el amor a ella: “¡Ah, si tuviéramos lo tibio del ‘hipopótamo’ para calentarnos la vida entera!”

Mao Tse-Tung saludando a Nixon, durante una visita de este último a China, el 29 de febrero de 1972
Enfriamiento del fervor por causa del egoísmo
Creo que dos o tres años antes del accidente se dio este hecho: fue publicada una noticia espantosa para aquel tiempo, de que Nixon,9 entonces Presidente de Estados Unidos, haría una visita a la República Popular China.10 Y eso fue un estallido en el mundo entero: “¿Por qué? ¿cómo?! ¡Un país comunista!” Nixon dio un paso maldito, realizando la visita en una atmósfera de cordialidad.
Yo hice una larga reunión demostrando la gravedad de eso. ¡Era la “Bagarre” que venía! Venía de lejos, estaba dando un paso significativo en el camino. El propio Lanusse,11 Presidente de Argentina, usó esta fórmula abominable: la “caída de las barreras ideológicas”. ¡Pero la reunión fue oída con un desinterés enorme! Dejé pasar una semana sin mencionar el asunto.

Reunión de Recortes en la Sala del Reino de María, a finales de la década de 1960
Había unas ventanas basculantes en el auditorio de la Sede San Milas, en la cual se realizaban las reuniones en ese tiempo. En la siguiente reunión de sábado pregunté: “Ustedes oyeron la reunión pasada con un desinterés notable. Propongo un asunto, respóndanme con toda franqueza. Si mientras yo hablaba, entrara un gato a través de ese basculante y saltara en mi mesa, ¿Qué llamaría más la atención y comentarían más: el caso Nixon o el gato?”
La gran mayoría optó por el caso del gato… Eso representaba muy bien todo el enfriamiento de aquella gente, en su casi totalidad correcta, recta, pero completamente enredada en su propio egoísmo. Cuando dejamos que el egoísmo se forme en el alma, nace como una enredadera enroscada en un árbol: este crece y aquella lo hace al mismo tiempo, asfixiándolo. El árbol es la vocación, la enredadera es el egoísmo que agarra y acompaña exclusivamente el propio interés. ¡El árbol cada vez se vuelve más delgado y la enredadera gruesa! ¡Es fatal!
La “Bagarre” era anunciada con insistencia, para mostrar la posibilidad de que ella explotara y para darnos el consuelo de esa esperanza de que en breve Nuestra Señora habría de intervenir, alejando el “hipopótamo”.
El sentido de la Reunión de Recortes2 era para dar este aviso: “No os engañéis, porque la ‘Bagarre’ viene y juzgará vuestra mediocridad. Ella ya está en los confines del horizonte: ¡está aquí, allá y más allá! He aquí tal gesto que hace sentido con tal exclamación, con tal acontecimiento, con tal previsión. Ved el cuadro en lo tibio y en lo contaminado de ese aire sucio que la respiración del ‘hipopótamo’ crea en torno suyo. ¡Fijad la vista y percibiréis la ‘Bagarre’ que viene con su espada de justicia! ¡Oh, prestad atención, este es el sentido de esta insistencia!”
Yo no estaba llamando la atención hacia un peligro imaginario: era un peligro real que hacía parte del horizonte.
Nuestra Señora parece alejarse
Lo que me sustentó durante todo ese tiempo fue la “gracia de Genazzano”. Y hasta tal punto que mi salud, en vez de ir cuesta abajo como en 1967,3 se mantuvo tan razonablemente, que pude soportar de modo bien gallardo, tomando en consideración mi edad, la catástrofe del accidente que vendría.
Pues bien, en nuestra vocación existe un vaivén y una prueba axiológica de que las cosas aparentemente no salen bien. Eso tiene una importancia fundamental, inclusive para que preveamos la “Bagarre” y lo que nos puede suceder durante ella.
Un ejemplo de eso: yo había hecho todo lo posible para que viniese la Sagrada Imagen,14 y corrió todo bien en su primera visita. Al fin, llevado por el discernimiento de los imponderables, tenía la certeza de que la Sagrada Imagen volvería.
Cuando la Imagen vino por segunda vez, ocurrió un primer hecho que me dejó desconcertado: ella, poco a poco, se fue atollando en la frialdad general, perdiendo la expresión, quedando completamente átona, apagada, como si no fuese nada. Y presencié la disminución del fervor del Grupo hacia ella.
Unos meses antes del accidente, la Sagrada Imagen comenzó a no comunicarme más ninguna expresión y, más aún, el cuadro de Genazzano, que nunca había dejado de serme expresivo, también se apagó completamente para mí. Del lado intelectivo evidentemente no, ¡pero sí del lado sensible, el cual tiene una importancia muy grande! Porque en este caso no se trata de nuestra sensibilidad común y corriente, sino de una manifestación de la gracia sobre los sentidos del alma. Es una acción de Dios, por lo tanto. Cuando el alma deja de percibir esa acción divina, evidentemente pasa en ella una depauperación muy grande, por lo menos aparente.
Otra luz tan expresiva para mí también se apagó. Era relacionada con Nuestra Señora del Buen Suceso, con respecto a la cual tantas veces yo pensaba: “Aquí hay algo para mí, para mi vocación, que yo no percibo qué es, pero veremos”. Sin embargo, en medio de tal decadencia del Grupo, ella estaba de igual modo enteramente inexpresiva.
Vino el accidente de automóvil, con todas las incógnitas que trajo…

El Dr. Plinio y algunos miembros del Grupo reciben en el aeropuerto a la Sagrada Imagen, en 1974