Bécassine, el espejo de la Francia arquetípica

Publicado el 02/13/2024

Sumergiéndose en la vastedad de su discernimiento, el Dr. Plinio analiza los aspectos arquetípicos de Francia anteriores a la I Guerra Mundial, describiendo con suma atracción y encanto los dibujos de la historia de la niña bretona, Bécassine.

Plinio Corrêa de Oliveira

Ya tuve ocasión de narrar la historia de mis viajes a Europa, las personas que conocí por allá, sus actitudes ideológicas o tácticas frente a la confrontación entre la Revolución y la Contra- Revolución, y cuáles eran los elementos contrarrevolucionarios actuantes, militantes en la Europa de los días en que la visité.

En esas narraciones tuve como corolario la necesidad de describir uno u otro personaje y el ambiente en el cual se ubicaba. Y, de proche en proche1, fui movido a patentizar la diferencia entre la Europa arquetípica, desde Carlomagno hasta sus últimos suspiros en 1914, y la del período en que comenzó su agonía, la cual perdura hasta hoy.

Hablaré ahora respecto de los tipos y arquetipos de los países europeos, dando un énfasis especial a la nación francesa, con vistas a diferenciar la Francia arquetípica de aquella que encontré.

Un verdadero manual de psico-sociología

La Francia arquetípica fue la que vivió, bajo aspectos y grados diversos de Revolución, hasta la I Guerra Mundial. Entre las dos guerras, esa nación ya comenzaba a tornarse decadente por la inferioridad que toda Europa sentía en relación a Estados Unidos. Después de la II Guerra Mundial, ella ya no era más arquetípica.

¿Cómo presentar, entonces, esa Francia arquetípica de la Belle Époque2, o sea anterior a la I Guerra Mundial?

Una salida idónea que encontré fue tejer algunas consideraciones sobre una historieta con diseños. Tal vez, cualquier francés que oyera decir esto se reiría; no obstante, yo no sólo pienso, sino que afirmo que esto es así. La Francia arquetípica está presentada en aquello que yo llamaría de verdadero manual de psico-sociología: las ilustraciones que el Comandante Pinchon hizo para Bécassine. ¡Aquello es un encanto, un prodigio de psicología y de estudio de hábitos sociales!

Sería muy interesante, útil y concluyente si tomáramos varias figuras de un álbum de Bécassine y fuéramos examinando los diseños para que entendamos lo arquetípico de Francia, porque hay ciertas realidades que el lenguaje humano no consigue describir, pues no agota ni contiene enteramente, de tal manera son inagotables.

Desde pequeño fui lector de Bécassine, y pasados sesenta años volví a tomar contacto con la historia de la niña bretona. Es verdad que la historieta me impresionaba muchísimo menos que los dibujos, porque consideraba que la narración era hecha para niños, que hace sonreír y produce un cierto entretenimiento, pero no pasaba de eso.

Los diseños no, pues siempre reputé al individuo que los hizo –el Comandante Pinchon– un verdadero psicosociólogo, como yo entiendo que este debe ser. Tomó la figura típica de los hombres de la época, en el estilo de la vida corriente de entonces. Y así retrata épocas enteras en las circunstancias de la vida familiar.

Pretendo, por lo tanto, hacer el comentario de esas figuras del punto de vista psicosociológico; no considerar apenas el aspecto sociológico. Mi intención es analizar cuál era la mentalidad contrarrevolucionaria de la época y cómo ella todavía se hacía percibir en algunos aspectos, hasta ir cediendo y desapareciendo gradualmente.

Los dos polos de la simbología: la élite y la plebe

Recordemos que Bécassine era una campesina de Bretaña, hija del matrimonio Labornez. Ellos vivían en una pequeña aldea de nombre encantador: “Clocher-les-Bécasses”, la cual existía en función del castillo de un matrimonio de marqueses, Monsieur le Marquis et Madame la Marquise de Grand Air.

Es menester notar que en la historia de Bécassine hay dos ambientes diversos: uno es antes de la guerra, donde se delinea la Francia arquetípica todavía viviendo sus últimos días; otro es durante y después de la guerra. Comienza a cambiar el ambiente para entrar en otro mundo mucho más revolucionario, en el cual los arquetipos comienzan a caer.

Fijemos la atención en dos figuras centrales, los dos polos de la simbología. Madame de Grand Air –la Señora de los Grandes Aires– y Bécassine representan la élite y la plebe, aunque no propiamente contrarrevolucionaria, pero, al menos, no revolucionaria. Viven como si no supieran que existe una Revolución, no les extraña ni luchan contra ella. Y más aún: delante de algunos hechos revolucionarios, el narrador de Bécassine no la pone indignada, sino apenas espantada.

Por ejemplo, el caso del sobrino de una pariente de Madame de Grand-Air.

Después de la II Guerra Mundial, Bécassine va a un edificio de departamentos, muy bonito y bien arreglado, para prestar servicio de empleada doméstica a una pariente de Madame de Grand-Air, haciéndole un favor porque no tenía criados.

 

Llegando allá, pregunta por el portero y le explican que se encuentra en su departamento. Y ella dice:

Pero, ¿cómo? ¿El portero vive en uno de esos departamentos de los dueños?

Sí– era un conde, el portero del edificio.

Ella se espanta y dice:

¿Cómo es eso?

Él es sobrino de la Sra. Condesa –aquella a quién iría a prestar los servicios, y que vivía en otro piso– pero por causa del congelamiento de los alquileres, quedó muy pobre. Es por eso que el Sr. Conde sirve de portero, en cuanto los otros dueños le pagan para mantener los departamentos y evitar que entre gente indigna de vivir allí.

Él era, al mismo tiempo, empleado de todos, amigo de todos, pariente de algunos, y en las horas libres, almorzaba y cenaba en los departamentos de sus iguales. Es un fenómeno eminentemente revolucionario. Bécassine muestra una sorpresa graciosa y hasta divertida del hecho, pero no tiene indignación. Tampoco muestra complacimiento. Ella pasa sin tomar una actitud doctrinaria.

Inclusive, después de la guerra, se nota que Madame de Grand-Air pierde también algo de sus aires de grandeza, pues al perder su fortuna, va a vivir en una casucha en Versalles, donde, empobrecida, se pasea con su cocinera en un parque abandonado. Un tiempo después, la marquesa recupera la fortuna, sin embargo, ya no vuelve a ser lo que era antes de la guerra. La única que permanece siempre la misma es Bécassine.

En hechos como esos, podemos discernir el espíritu de quién escribió la historia. Y los diseños hechos por el Comandante Pinchon constantemente revelan y representan esa vida de la Francia, paradigmática, que yo no sabría como describir bien.

Madame de Grand-Air en el bautismo de Bécassine

Para que podamos hacer una sesión de arquetipos, yo elegiría una escena característica de antes de la Guerra: la escena de Madame de Grand-Air, aún muy joven, llegando a la aldea, en su carruaje, para el Bautismo de Bécassine, pues fue invitada a ser la madrina de la niña.

Analicemos la escena. Vemos tres personas presentes: la marquesa, el cochero y un campesino, probablemente Monsieur Labornez, que viene a recibir a la marquesa. También están presentes tres animales: dos caballos y un perro. Y no podemos dejar de analizar el carruaje.

Madame de Grand-Air está representada con una mezcla de joven y de señora. ¿Qué tiene de joven? La fisonomía, la posición de la cabeza, la mirada, la levedad de los gestos con los brazos, la configuración del cuerpo, los colores alegres del traje, la sombrilla roja, el sombrero con una cinta de lazo grande del lado: todo eso sugiere juventud. ¿Qué indica que la marquesa es una señora formada? Está sola en el carruaje, sentada del lado derecho, conforme mandaba el protocolo cuando alguien viajaba solo.

Los dos brazos son simétricos, revestidos de dos grandes guantes de piel blanca, que llegan hasta la manga del vestido. Al erguirlos, la fisonomía de la noble queda casi como entre una moldura; es un movimiento sumamente distinguido. El brazo izquierdo es tan leve, que parece que no está sujeto a la acción de la gravedad, como si la sombrilla no estuviese pesando nada. El otro brazo saluda a Monsieur Labornez de un modo afable.

El pudor del traje es notable. Vean hasta donde llegan el cuello y la falda. Ella está toda cubierta.

Ella demuestra una gran seguridad. Está sentada en el coche, con el cuerpo y la cabeza erguidos, y, a pesar de que la mirada es benévola hacia Monsieur Labornez, ella lo mira muy de arriba, propiamente como se debe mirar a un campesino que trabaja para ella. Es decir, ella conoce y sabe mantener la distancia, pero, sobre todo, sabe hacer incidir el arcoíris de la benevolencia y de la simpatía de manera que ella es muy agradable en su mirar.

Un cochero dignificado por el contacto con la nobleza

La importancia de la marquesa es realzada por el cochero. Noten como su indumentaria está bien cuidada: una especie de dolmán o saco pequeño sobre un chaleco rojo, un sombrero de copa con una cinta enrollada. Su aspecto es tieso, con la corpulencia de un banquero cuando va llegando a los sesenta años. Está manejando el carruaje dentro de la aldea, por lo tanto, en medio de los campesinos. Si estuviese recorriendo el Bois de Boulogne, no podría estar más solemne. Se diría que está transponiendo una avenida donde reyes, príncipes o millonarios son tan frecuentes como los niños corriendo por las calles.

Él maneja el carruaje ufano de su importancia, no tanto por guiar los caballos, sino por transportar a Madame de Grand-Air. Su fisonomía expresa lo siguiente: “¡Vean como yo soy importante porque llevo a aquella que viene atrás! ¡Señores abran camino, la marquesa está pasando!”. Esa actitud del cochero contrasta con la afabilidad de la marquesa. Es muy apropiado para una señora que es superior hacerse preceder por un hombre capaz de defenderla, dándole la posibilidad de ser leve y graciosa, y muy bien acogida, porque tiene quién garantice el respeto.

La marquesa no es tan rica cuanto fina. Se percibe que tiene dinero, pero llama más la atención su distinción. El cochero, por el contrario, es un hombre del pueblo, pero por el hecho de estar en contacto continuo con ambientes excelentes, algo se le impregnó, resultando un hombre mucho más imponente, como alguien que frecuenta grandes casas, que un cargador corpulento de una estación de tren.

Mientras la marquesa mira al Sr. Labornez con toda amabilidad, el cochero permanece serio sin mirarlo, porque el campesino, para él, es inferior. Así le da a entender de forma implícita: “¡Cuidado porque ella es una marquesa!” De esta manera el orden social queda resguardado en el equilibrio de sus dos elementos constitutivos, la reverencia y el afecto.

Aspectos auxiliares ricos en significado

Los caballos tienen parte en eso: blancos, muy bonitos, limpios y bien cuidados, con anteojeras y pretal de cuero beige, muy armónicos entre sí. Sin ser caballos de altísima calidad –son propios a una marquesa, ella no es una princesa– andan bien enjaezados. Por cierto, esos animales tienen un aire de personas sensatas, criteriosas, que hacen su camino con una cierta seriedad y no imponen ningún riesgo, como si estuviesen habituados a trotar por las calles de París. Merece especial atención el caniche, raza de perrito, de estimación del marqués y de la marquesa. Una mascota negra, ultra lavadita, como se percibe en el dibujo, vestida con una especie de ropita, pero no es para abrigo. Por el traje de la marquesa y del Sr. Labornez, y por toda la luminosidad esparcida en el carruaje, se percibe que es un día claro y caliente. Por lo tanto, la ropa del perro es solo para dejarlo más bonito, leve, pues siendo un animal negro, queda gracioso que esté vestido de blanco. Está hecho el contraste.

Es evidente que el caniche venía en el carruaje y cuando este paró, con la vitalidad propia de ese tipo de animalito, saltó y comenzó a correr por el suelo, y el Comandante Pinchon quiso acentuar la nota leve y graciosa por el modo de diseñar el rabito, las orejas muy puntiagudas, las patas bien estiradas, todo eso da la idea de vitalidad y levedad, de salto ágil. Además, el pintor deja transparecer algo de la vida delicada e íntima de la marquesa, pues evidentemente es un bicho habituado a ser tratado como bibelot, está siempre contentísimo porque sólo existen manos de terciopelo para acariciarlo, recibe leche de la mejor para beber y, sin dudar mucho, come brioche mojado en la leche.

Ese caniche está para los demás perritos como la marquesa en relación a una mujer común que anda por la calle. ¡Todo cuanto rodea a la marquesa es “amarquesado”! Es el décor de la marquesa.

Para que todo quede bien estudiado, falta analizar el carruaje. El tapizado es capitonné verde musgo. Es un sistema de forrar sofás o cualquier mueble de cuero clavando botones profundos. Ya las partes exteriores son negras. Las ruedas son de colores claros, contrastando poco con el beige de los caballos, pero el eje de la rueda, la parte mecánica, también es negra.

Solemnidad y levedad en el sentido de proporción propio del francés

¿Cuál es la razón de ser de esto? Según el buen gusto, un vehículo de ese género debe tener colores oscuros del lado de afuera para dar una buena impresión, pero por dentro colores claros para que quede agradable. Aún más cuando el carruaje queda todo abierto y se ve por entero su interior, causando esa impresión de algo leve. El negro es solemne. Solemnidad y belleza se alían aquí una vez más con aquel sentido de proporción propio del francés.

Ahora bien, es preciso mirar las luminarias. Habitualmente, la tapa de los faroles era de cristal y las caras internas de espejo, de manera a irradiar la luz para todos lados. La parte de hierro es toda negra, pero hay una parte niquelada en el cabo y encima. Aquí las representan plateadas, pero acostumbraban ser doradas. Todos esos detalles servían para marcar la solemnidad del negro, la alegría y la levedad del aspecto ornamental del carruaje, que eran los faroles.

En el todo, se ve como el número de formas, colores y diseños, que un carruaje como esos comporta, es coherente y bien analizado. Corresponde a un período que aún poseía vestigios del Ancien Régime3, en el cual todo procuraba realzar en los grandes personajes la delicadeza, la finura, la elegancia y el requinte. Una época en que el poder y la riqueza están presentes, más insinuados que mostrados. Todo cuanto es materia queda medio disfrazado, mientras que lo principal, que es el espíritu, aparece bien definido, o sea, la levedad, la distinción, la elegancia, también el recato y la pureza.

La marquesa es una pura madre de familia que cuida de sí y no tiene nada de lo que hoy se llamaría sensual. Además de ella, el cochero y hasta el Sr. Labornez son tales que la preocupación sensual no pasa por la cabeza de ellos, y ni siquiera el mundo del horror, de la tara y del vicio. Por ejemplo, nadie podría imaginar que ese carruaje parase en una ciudad moderna, junto a un quiosco, y alguien entregase a la marquesa una revista inmoral. ¡La simple hipótesis es desagradable! De tal manera ese mundo de belleza y distinción está distante de la corrupción. La virtud, por lo tanto, está colocada en el candelabro, mientras que la corrupción se esconde en la alcantarilla.

Describiendo a Monsieur Labornez

Me falta examinar al padre de Bécassine. Él no es americanizado ni anglicanizado. El francés de antes de ese siglo no usaba el cabello corto, sino largo; los nobles usaban una peluca. El cabello de Labornez está lavado y peinado con aquel típico peine grueso, llega hasta los hombros y en la frente forma una franjita, pero no tiene nada parecido con el sistema hippie. Su aspecto general da una impresión agradable de salud, limpieza, calma y confianza reverente en la marquesa.

El Sr. Labornez evidentemente no es un hombre gordo, pero tampoco es flaco. Da la idea de estar bien nutrido, pues es un trabajador manual. Su cayado, por ejemplo, sirve tanto para espantar ganado en el campo como para ayudarlo a andar. A pesar de ser un campesino, trabajador manual del campo, el Sr. Labornez no es un sans culotte4, usa culotte y medias largas, a la manera de los hidalgos en el Ancien Régime.

Su ropa se compone de dos piezas, un saco de color azul claro, alegre, limpio y bien conservado, aunque ya medio usado, hecho de un paño fuerte, difícil de desgastarse. En la punta de la manga que llega hasta el pulso tiene una aplicación de tejido rojo, recordado un poco el saco del cochero. Finalmente, unas medias gruesas, que ni el mosquito ni la abeja consiguen perforar.

El diseño es tan cuidadoso que hasta las medias tienen un detalle. En la parte inferior, donde tocan los suecos, tienen una aplicación roja parecida a la de la manga. Con certeza fue bordada por la Sra. Labornez en una noche de invierno. Por cierto, esa ropa es hecha en la casa, no piensen que fue comprada en la tienda. Y noten, ¡es traje de fiesta! Es capaz de haber sido la ropa de su casamiento, confeccionada hace seis o siete años, pero la viste en días solemnes como en la noche de Navidad, en la Pascua, cuando tiene algún casamiento en la aldea, en el Bautismo de la hija, en la fiesta de la toma de posesión del alcalde, etc.

Todas las figuras están hechas para despertar una discreta sonrisa. Pinchon diseña las piernas finitas, un tanto irregulares, modeladas por las medias, contrastando con los pantalones amplios –de lino o un tejido cualquiera blanco, y probablemente un cinto de cuero con una hebilla común que no aparece ahí–, y los suecos en los pies, lo que indica falta de origen aristocrático.

En el sombrero grande del Sr. Labornez vemos la misma combinación de un color más claro con la faja negra. Se sacó enteramente el sombrero para saludar a Madame la Marquise. Inclusive, se percibe que levanta la mirada para verla. Es respetuoso, pero no está nada tenso, ni ansioso en nada, porque ella lo coloca a gusto. Él está muy alegre de verla y sintiéndose muy honrado. La palabra francesa adecuada para eso es flatter con la presencia de la marquesa.

Émile-Joseph Porphyre Pinchon, ilustrador de Bécassine

Pinchon supo aprovechar muy bien los colores para valorizar el diseño. La moldura negra del saco da un aire un poco más serio y varonil, en cuanto el azul claro tiende a la jovialidad de un hombre que tiene sus treinta años, pero ya es un jefe de familia casado y con responsabilidades.

Con eso está agotada la llegada de la marquesa al Bautismo de Bécassine. Para una próxima ocasión me gustaría tratar respecto de la alegría y la vida del pueblo simple, como también de la marquesa. Versar sobre la concordia y no de la lucha de clases.

Extraído de conferencia de 10/5/1980 y 14/5/1980

Notas

1Expresión francesa que significa “paso a paso”. Literalmente, “de próximo en próximo”.

2Período comprendido entre los años 1890 y 1914, caracterizado por la prosperidad económica y cultural inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial.

3El Antiguo Régimen fue la forma de gobierno empleada en Francia, y en gran parte de Europa, durante los siglos XVII y XVIII. Posee unos rasgos económicos, sociales y políticos muy particulares, cuyo fin se precipitó tras la Revolución francesa.

4Del francés, literalmente, “sin culotte”. Término que en la Revolución Francesa pasó a designar a los revolucionarios insurgidos contra la nobleza, cuyos miembros usaban el característico culotte.

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->