Cantó con Nuestra Señora y los ángeles

Publicado el 11/19/2022

En el convento de Cerfroid, en el cual San Félix de Valois era Superior, cierta mañana un hermano se olvidó de tocar las Maitines. El hombre de Dios fue entonces al coro para hacer los arreglos necesarios y vio a Nuestra Señora sentada en un magnífico trono, y los Ángeles en los sitiales. Todos llevaban el hábito de su Orden y comenzaron a cantar. Con serenidad, él mezcló su canto con esas voces celestiales.

Plinio Corrêa de Oliveira

San Félix de Valois, de la familia real francesa, fundó con San Juan de Mata la Orden de los Trinitarios para el rescate de los cautivos. La forma en que vivían y eran tratados los cautivos nos explica bien por qué se fundó una Orden religiosa especialmente para este propósito.

La liberación de los cautivos buscaba rescatar principalmente a los hermanos en la fe

Había algunos que no partían en expedición, pero pedían limosnas para pagar el rescate de los cautivos. En fin, se trabajaba constantemente con esta intención de liberar a los cristianos capturados por los moros. Liberación de los cautivos de Málaga por los Reyes Católicos pintado por José Reyes Carbonero

Un reino mahometano no era propiamente un Estado organizado como nosotros lo concebimos. Quien ve esos palacios, como La Alhambra, por ejemplo, piensa que los reyes vivían allí con un mínimo de decencia inherente a la praxis de todo estado organizado, con una sucesión dinástica regular. De hecho, se trataba de una especie de estado-bandido que vive, como los bárbaros, en una lucha habitual de saqueos y pillajes contra quien no fuese de ellos, y muchas veces entre ellos mismos también.

De manera que cada uno de aquellos reinos, como el de Granada, no poseía una verdadera élite y constituía, hasta cierto punto, una especie de guarida de bandidos que vivían de la piratería por mares y tierras, con el robo como fuente habitual de ingresos y la captura de cautivos como una forma de conquistar mano de obra e infundir terror en el adversario.

Nótese el paralelismo: en el lado católico el prisionero de guerra era mucho mejor tratado que en el lado musulmán. Así que, cuando estaban en guerra, los católicos luchaban en inferioridad de condiciones, porque los moros tenían menos miedo de ser presos que los cristianos, que, de ser capturados, serían pésimamente tratados al llegar a la zona mahometana.

A veces los prisioneros importantes eran desfigurados, horriblemente maltratados, muertos y, con demasiada frecuencia, moralmente corrompidos. Por lo tanto, también era una situación miserable desde el punto de vista moral.

Así que la idea de liberar a los cautivos tenía la intención de rescatar a los hermanos en la raza, pero especialmente los hermanos en la fe. Era mucho más para salvar de los peligros del alma que de los tremendos riesgos del cuerpo. Flotaba sobre toda la población una inquietud: la eterna perdición de los que habían sido encarcelados por los mahometanos.

Miseria del mundo actual: pactar con los regímenes perseguidores de los católicos

A menudo, liberar a los cautivos era una de las razones de las expediciones católicas en contra de los musulmanes. Los cristianos que participaban en ellas ponían en riesgo sus vidas, su libertad y, de alguna manera, su propia salvación eterna, porque también podrían ser presos al intentar rescatar a sus hermanos en la fe.

Había algunos que no partían en expedición, pero pedían limosnas para pagar el rescate de los cautivos. En fin, se trabajaba constantemente con esta intención de liberar a los cristianos capturados por los moros.

La idea de que una parte de la cristiandad estaba sujeta al régimen pagano, a todos los sufrimientos y peligros del cautiverio entre los paganos, generó entre los católicos una inmensa compasión, un inmenso celo por la salvación de esas almas y un gran sentido del honor cristiano.

Como siempre ha sucedido en la historia de la Iglesia, cuando hay una gran necesidad en la Esposa Mística de Cristo, la Providencia suscita una Orden religiosa para ayudarla, que es, al mismo tiempo, una familia de almas y un nuevo instrumento de acción.

San Félix de Valois emergió, por lo tanto, como uno de los santos que encarnaba este ideal, que sentía el problema con toda la energía de las gracias sobrenaturales que recibió para esto y, por así decirlo, polarizó esta preocupación extendida por todo el cuerpo social, llamando a sí el encargo de la fundación de esa Orden.

La Orden de la Santísima Trinidad se hizo famosa y realizó una obra prodigiosa, actuando hasta el final del siglo XVIII.

Las naciones árabes del norte de África perdieron cualquier posibilidad de hacer nuevos cautivos, y esta Orden religiosa se llenó de gloria.

Llamo la atención sobre el contraste entre la actitud de los católicos de la época de San Félix de Valois frente a los cautivos, y la indiferencia reinante en nuestros días ante los miles de católicos que sufren persecución –a menudo tan brutal como otrora– por querer permanecer fieles a su fe.

Casi nadie se molesta con eso. No se tiene celo o deseos de combatir. Peor aún, hay una especie de apetencia por ceder, de pactar con regímenes que promueven tal persecución. Comprendemos, entonces, la miseria que se apoderó de la Cristiandad.

Resucitó un joven príncipe

Respecto a San Félix de Valois, tenemos los siguientes datos biográficos extraídos del libro Vida de los Santos, del Abbé Daras:

San Félix de Valois fue grande por su nacimiento y aún mayor por sus virtudes. Su padre era Conde de Vermandois y de Valois, hijo del duque de Francia y nieto de Enrique I, rey de Francia. Su madre era la hija de Thibaud III, llamado El Grande, Conde de Blois y Champagne.

En el tiempo de la gestación, su madre hizo una novena a San Hugo, Obispo de Rouen. El último día de la novena, estando de rodillas ante el altar del santo prelado, se durmió y vio en un sueño a la Santísima Virgen María sosteniendo a su Divino Hijo en sus brazos. A su lado había otro niño, hermoso y elegante. Nuestro Señor llevaba una cruz sobre sus hombros y el otro niño sostenía una corona de flores en sus manos. Entonces hicieron un intercambio: Nuestro Señor dio su cruz al niño, que le dio la corona.

La princesa buscaba entender el sentido de la visión cuando San Hugo se le apareció y le dijo: “Este niño que no conocías es tu hijo, que cambiará las flores de lis de Francia por la cruz de Jesucristo y la compartirá contigo, para que ambos se asemejen a Jesús Crucificado”.

De hecho, el niño dividió la cruz en dos partes, regalando una a su madre y guardando la otra consigo.

Después de la muerte de su madre, San Félix fue llamado a la corte donde tomó la cruz para acompañar al rey en una Cruzada. Un día que estaba haciendo ejercicio en un torneo con el príncipe, éste se cayó de su caballo. El santo corrió hacia el lugar, tomó la mano del cadáver y le dijo: “En nombre de la Santísima Trinidad, ¡levántate!” En el mismo instante, el joven se levantó con vida.

Unión del coraje militar a la modestia del religioso

San Félix de Valois

Durante la Cruzada, San Félix dio muestra de su valor y virtud. Mantuvo la vida austera de Claraval, en medio del campo de lucha, uniendo la modestia y el coraje militar con la modestia y la discreción de los religiosos. Se distinguió en todas las batallas de las que tomó parte y, cuando regresó a París, se entregó a Dios. Aunque era uno de los herederos más cercanos del rey, realmente cambió la flor de lis por la cruz y se hizo religioso.

Después de la fundación de la Orden de los Trinitarios para la redención de los cautivos, San Félix fue encargado de la dirección de un convento. Instruidos por su palabra y sus ejemplos, los religiosos llevaron una vida ejemplar, de tal manera que la Santísima Virgen y los Ángeles se dignaron honrar con su presencia a este monasterio.

En cierta víspera de la natividad de Nuestra Señora, habiéndose el sacristán olvidado de tocar las Maitines, San Félix bajó al coro para preparar lo que era necesario. Pero ya lo encontró ocupado por los Ángeles, vestidos con el hábito de su Orden. La Santísima Virgen, también de hábito, sentada en un trono, presidía esa asamblea. Parecía que estaban esperando al Santo para comenzar los Maitines, porque nada más entrar éste la Santísima Virgen entonó la antífona, que fue continuada por los Ángeles con una armonía incomparable. Y San Félix cantó con los Ángeles. Cuando la visión desapareció, el santo quedó con el rostro inundado de magnífico esplendor.

La Santísima Virgen entonó la antífona

¡Qué escena maravillosa! ¡Un convento con tanto fervor donde se da tal gloria a Dios que un día, por un designio divino, un hermano se olvida de tocar las Maitines y la Providencia permite eso para operar una maravilla mayor!

Los Ángeles vestidos de religiosos llenan los sitiales del coro; ¡Nuestra Señora, sentada en un magnífico trono, canta la antífona y todos los espíritus celestiales cantan! ¡San Félix de Valois llega allí y, en lugar de asombrarse y perder la cabeza, mezcla su canto con el de los Ángeles y la Santísima Virgen!

Esta fue la culminación de la vida de este príncipe, toda ella constante de una serie de hechos tan bellos que daba para hacerse con ellos un verdadero collar formado por placas de esmalte, en las que cada uno reprodujese uno de estos episodios. Tendríamos así uno de los collares más bellos de la historia, ¡de tal manera su vida fue maravillosa!

Nos encontramos en esta narración con el misterio de la predestinación.

Antes de que naciera el príncipe, la Providencia había resuelto hacer de él una verdadera maravilla. De ahí ese admirable sueño que su madre tuvo, en el que aparecen el príncipe, el Niño Jesús y Nuestra Señora, y se le explican a la madre las relaciones que existirían entre el Divino Niño y San Félix.

Más tarde lo vemos como un luchador, como un gran guerrero, y luego como un religioso que renuncia a todas las cosas de la tierra para ocuparse sólo con los asuntos religiosos. Y finalmente, después de todo, este tipo de glorificación en la Tierra, que es la entrada de María Santísima y de los Ángeles en su convento para junto a él glorificar a Dios.

El Reino de María será mil veces más esplendoroso

De cada una de estas cosas se podría hacer un bello vitral o un esmalte maravilloso, constituyéndose una biografía de las más bonitas que se puedan concebir.

En última instancia, esta biografía significa lo siguiente: la Edad Media, dando mucha gloria a Nuestra Señora, quien, contenta con esta época histórica, multiplica las maravillas para manifestar lo satisfecha que estaba. Este es uno de esos géneros de prodigios en serie, hechos para expresar la alegría de María Santísima.

Debemos detenernos embebidos en la contemplación de estos hechos, porque así entendemos lo que es la misericordia de Dios y de cuántos esplendores es capaz la civilización cristiana. Si estos episodios tuvieron lugar en la Edad Media, ¿qué maravillas veremos en el Reino de María, que será incluso superior a esa época histórica?

Por lo tanto, comprendemos que todo el sudor, la sangre y las lágrimas que derramamos hoy para instaurar el Reino de María en la Tierra, son muy bien recompensados. Cuando contemplemos esa época histórica futura y descubramos cosas aún más bellas que las de otrora, y pensemos que la Providencia quiso servirse de nosotros para poner fin a estos horrores contemporáneos, para que venga esa era de maravillas, entonces podremos decir, parafraseando a Job: “Bendito el día que me vio nacer, benditas las estrellas que me vieron pequeñito, bendito el momento en que mi madre dijo: ¡nació un hombre!”

De hecho, cada uno de nosotros podrá decir eso, pues, por el auxilio de Nuestra Señora, habremos derribado toda la ciudad de la iniquidad y habremos hecho nacer el Reino de María, mil veces más espléndido que estas bellezas que acabamos de considerar. 

Extraído de conferencias del 20/11/1964 y 19/11/1965

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