
San Casimiro era tan casto, que comunicaba a los otros el deseo de ser puros. Este hecho es bonito porque muchas veces encontramos personas puras pero a quienes la Providencia no dio ese don de que su moralidad se haga comunicativa. Se sabe que son puros, se admira, se presta homenaje, pero su virtud no es comunicativa.
Ahora, una de las mejores formas de hacer apostolado es tener esa virtud comunicativa, que pasa de una persona a otra, como que por ósmosis. A veces esto sucede y la castidad comunicativa es un don enormemente precioso para hacer apostolado.
Entre tanto, como Dios está airado con el mundo, dones como ese se vuelven rarísimos. Por eso necesitamos recurrir a un San Casimiro, del siglo XV, para comprender lo que es la pureza que invita y se irradia; que atrae a las personas para la virtud y lo contrario de la impureza, de la voluptuosidad que también es conquistadora y arrastra para el mal.
¡La virtud que arrastra para el bien es algo que se ve poco en nuestros días y, sin embargo, da tanta gloria a Nuestra Señora!
Extraído de conferencia del 3/03/1967