Ceremonia de investidura del caballero medieval

Publicado el 06/19/2021

Cuando un joven era armado caballero, el señor de su padre le entregaba
su propia espada, diciendo: “No la conquisté de un jefe sarraceno. Yo mismo mandé que la forjaran, y durante mucho tiempo la usé. Os cabe ahora ser digno de ella.” En la Edad Media todo el mundo tenía un señor, el cual era para su vasallo como un padre en relación con su hijo.

Plinio Corrêa de Oliveira

Vamos a comentar la descripción que León Gautier, en su libro “La Caballería”1, hace de la investidura de un caballero.

Las puertas del heroísmo cristiano, del martirio y del holocausto se abren

La noche baja sobre el viejo torreón, y el monasterio más cercano se encuentra a una legua. Rodeado de sus jóvenes pajes, el joven que va ser armado caballero se despide de su madre y de sus hermanos […] El camino se hace alegremente, pero sin desórdenes […]. El viaje no es largo, y he ahí que, de un momento a otro, se percibe en la penumbra el portal de la Iglesia […]. Los jóvenes entran alegres y recogidos.

León Gautier es un gran especialista en materia de Edad Media, y por eso merece que se preste mucha atención en cada una de sus palabras. Él va describiendo la investidura del caballero a partir de sus más remotos comienzos.

El joven deja su castillo para hacer la vigilia de armas en el monasterio más cercano. Va acompañado por sus pajes, jóvenes como él y de la misma clase social, que más tarde serán ellos mismos, caballeros también. Van alegres para la vigilia, pero, señala el autor, sin hacer barullo. Es decir, no es una alegría extravagante, tonta, mas es un júbilo en el cual se manifiesta la admiración, el respeto por la acción que va a ser hecha y por causa de eso, una alegría llena de recogimiento.

¿Qué quiere decir recogimiento en este caso? Una alegría sin disipación, en la cual la persona tiene en mente la alta razón por la cual está alegre: “Mi amigo va a recibir la condición de caballero por el sacramental de la Caballería, que algún día yo debo recibir también. Las puertas del heroísmo cristiano, del martirio, del holocausto se abren, por lo tanto, para él. ¡Qué cosa linda! ¡Yo admiro, respeto eso! Me alegro de que mi compañero va recibir esta gracia.”

Combatiente en defensa de la Civilización Cristiana y para la expansión del Reino de María

Esta alegría es verdadera en la medida en que ella conserve siempre el recuerdo de sus propios motivos. Es diferente de la alegría del tonto que comienza a alegrarse por una razón buena y dentro de poco se está regocijando por una asnería y se alegra como un asno. La alegría recogida es diferente. Es el júbilo de la posesión o de la expectativa de la posesión inminente de aquello que es superior. Es esta la alegría que lleva, por las tranquilidades de las serranías y de los campos de la Edad Media, al grupo de jóvenes al monasterio que los espera.

No se distingue nada más a no ser un gran foco luminoso, al fondo, en una de las capillas. Es allá que se realizará la vigilia de armas, en esa capilla consagrada a San Martín, como indica un vitral que representa al santo con traje de caballero, dando a un mendigo la mitad de su capa.

Por una de esas síntesis muy felices en que aparece el genio, la santidad, y la sabiduría de la Iglesia Católica, el caballero no es apenas combatiente; es glorioso serlo en defensa de la Civilización Cristiana y para la expansión del Reino de María en la Tierra. Y porque es terrible en el combate; odiando el error, pero sin odio a aquel que erró, al mismo tiempo que es un héroe formidable, es un hombre lleno de caridad. Y por eso lucha por las viudas, por los huérfanos, por los pobres, es altamente limosnero. No posee mucho dinero consigo, porque no tiene ocasión para hacer riqueza; él no es un burgués, dueño de una panadería o de una casa donde se venden tejidos, y que va sacando y acumulando lucros, sino un hombre generoso, que sin otros intereses recorre la Tierra para defender el Reino de Cristo. Entonces, tiene poco dinero, pero es limosnero.

El vitral representa el episodio en que San Martín de Tours, gran caballero, al mismo tiempo un símbolo de la nación francesa, pasando durante el invierno por un lu-

gar donde hay un pobre tiritando de frío, divide su capa y le da la mitad de ella al indigente. Ese acto de amor al prójimo por amor de Dios debe ser practicado por aquel que, también por amor de Dios, va a combatir y hasta odiar al prójimo cuando este se transforma en autor, propagandista, baluarte del error y del mal.

Eran las vísperas de Pentecostés.

Fue elegida, por lo tanto, para recibir la investidura de la Caballería la lindísima fiesta en que la Iglesia celebra el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la transformación completa de su mentalidad, de hombres que habían mostrado un espíritu tan diferente de aquel del caballero, huyendo cuando Nuestro Señor fue tomado preso, y que recibiendo el Espíritu Santo se tornaron losprimeros caballeros de Nuestro Señor Jesucristo, que fueron sin duda los Apóstoles, verdaderos héroes de la Fe.

Al mismo tiempo en que mataal hereje, el caballero reza para que se salve

Los futuros caballeros comienzan su vigilia invocando a la Madre de Dios. La noche será larga. Les está prohibido sentarse por un solo instante.

¿Por qué “los futuros caballeros”? Porque los pajes del joven un día también serán caballeros y hacen juntos la vigilia.

Uno de los trazos lindos de la Edad Media es la devoción a Nuestra Señora. La vigilia comienza pidiendo el auxilio de la Medianera de todas las gracias, por medio de la cual todo se consigue y sin la cual no se obtiene cosa alguna.

Les está prohibido sentarse un solo momento; se queda de pie o arrodillado la noche entera. Alguien me dirá: “¡Pero es duro!” Esta es una dureza minúscula en comparación con las otras agruras que deberá enfrentar el caballero a lo largo de su vida. Él entra en la vida dura. Y la razón de ser de todas esas fiestas es que es dura la vía en la cual entró. Si entrase en una vía de molicie, tales fiestas serían una tontera. El motivo es que él, por amor de Dios y a Nuestra Señora, ingresó en la vía dura.

Ellos rezan por sí y por los suyos […] Piensan en los rudos golpes de lanza que ellos darán, tal vez también en aquellos que recibirán.

Oran probablemente por aquellos que recibirán sus golpes de lanza. Aquí vemos caracterizado el amor al prójimo, por amor de Dios. Ellos dan una estocada en el mahometano o en el hereje albigense y lo derrumban por tierra, pero desean la salvación eterna del hombre que están abatiendo. Lo tiran al suelo, pero no quieren lanzarlo en el Infierno. Al mismo tiempo en que lo matan, rezan para que él se salve. San Bernardo llega a decir que el guerrero que lucha con odio personal es como un asesino, pero quién combate por un odio doctrinario, porque aquel individuo adoptó el error y por eso debe ser combatido, este sirve a Dios.

Misa especial para armar al caballero

Ellos piensan en el gran día que se levanta para ellos, en el yelmo, […] en el filo de la espada; rezan una vez más. En fin, una pequeña luz blanca penetra en el santuario que poco a poco se va tornando claro. Sin duda, es la aurora.

Es muy bonita esta idea: una noche entera de vigilia, y después una pequeña luz que entra aquí, allá y más allá, y las primeras claridades de la mañana penetran por los vitrales del santuario donde están los futuros caballeros que van a luchar por la gloria de Dios, de su Iglesia y de la Civilización Cristiana.

Entonces un barullo de pasos se hace oír en la Iglesia. Un sacerdote llega y se prepara para celebrar la Misa […]. Esa Misa es muy solemne y de muy remoto origen. Ella es muy anterior a la vigilia de armas que los antiguos no conocían […]. Más tarde el novicio hará una confesión general y se aproximará del Sacramento de la Eucaristía. En el siglo XII aún no se hace alusión a esta Comunión. En fin, la última bendición del sacerdote libera al joven y a sus compañeros que se dirigen al portal de la Iglesia. Son las seis de la mañana. El aire está fresco y ellos tienen hambre.

Noten con que naturalidad eso es presentado. Después de una cosa tan sublime, este pormenor: ellos tienen hambre. He allí la naturalidad de la Iglesia que, habiendo llevado el espíritu a las más altas consideraciones, cuida también de lo más común, porque todo está dentro del orden puesto por Dios, armonizado. El Creador quiso que los hombres tuviesen hambre de oración, pero también de pan. Y la Iglesia, al mismo tiempo, estimula la oración y bendice el pan. Todo está en una secuencia en que la armonía incomparable del espíritu católico se hace sentir.

Aparentes oposiciones son propias del genio y del espíritu de la Iglesia

La vuelta a casa se hace nuevamente con alegría. Pero esta vez una alegría más vivaz. Es bastante natural, después de diez horas de meditación y de oración.

El recogimiento les dio cierta necesidad de expandirse. Vuelven más alegres porque sus almas están penetradas de Dios. Después de una larga oración no se debe imaginar que lo que corresponde es regresar a la casa cans do diciendo: “¡Caramba! ¿Dónde está la cama para ir corriendo a acostarme? No, el alma que aprovechó bien la oración vuelve animada para la vida diaria, y no perezosa.

En el castillo la mesa está puesta. El futuro caballero hace honra al pan blanco y a las piezas de caza que están colocadas en la mesa.

Es, por lo tanto, un desayuno vigoroso, con carnes, etc. Él está alegre, comulgó, se encuentra en estado de gracia, prevé la fiesta y la cruz que sigue a aquella.

Es preciso tomar fuerzas para la solemnidad que está cerca. El día será duro y bello […] Inmediatamente después de esta comida matinal, la ceremonia de investidura del caballero comienza.

El autor pasa a describir lentamente todas las partes de la ceremonia en la cual se arma caballero. Es muy curioso ver como la Iglesia va poco a poco civilizando a los pueblos. Aquellos eran tiempos bárbaros en los cuales el baño no era una preocupación de la persona. Como la Iglesia promueve el bien en todo cuanto hace y de todos los modos posibles, inclusive en aquello que no está directamente en su misión, ella establece en la ceremonia de investidura del caballero un baño: el futuro caballero tiene que bañarse. Precaución altamente útil en aquel tiempo, aún más que no había agua corriente y el baño no era simple como en nuestros días.

El baño era realizado en una tina con agua de rosas. Y aquí está una de esas paradojas magníficas más de la Iglesia: el hombre va ser armado de acero de la cabeza a los pies; pues bien, ese hombre es preparado por la oración, después por un banquete y, en seguida, un baño de agua de rosas para llegar todo perfumado dentro de la armadura. Esas aparentes oposiciones son propias del genio y del espíritu de la Iglesia que hace todo así.

Ceremonia de su investidura

Llega, entonces, el momento solemne de la investidura:

El señor de su padre se dirige directamente rumbo a él empuñando la espada. La famosa espada tan ardientemente deseada, colgada en un rico talabarte.

¿Por qué el señor de su padre? Eso es muy bonito. Estamos en una sociedad feudal donde todo el mundo tiene un señor. Hubo un rey de Francia que hizo un decreto dando orden a todos los hombres que todavía no tenían señores que eligiesen uno, mas todos deberían tener un señor. Y el señor era para con su vasallo como un padre en relción con su hijo. Así como en una fiesta de familia, estando presente el abuelo, la preeminencia le cabría naturalmente, también el señor del padre del neo caballero fue convidado para presidir esa gran fiesta. Es él entonces, que va a armar el caballero. Es la presencia del vínculo feudal, mezclando la autoridad familiar con la del Estado.

Se decía de un modo bello en el Ancien Régime, continuador de tantas tradiciones medievales: el padre es el rey de sus hijos y el rey es el padre de los padres. Este era el pensamiento, que vemos expresado en esta ceremonia.

Cuando el joven ve aproximarse la espada con el talabarte, cierra los ojos y se recoge. Y el señor de su padre hace un discurso: “Esta espada, yo no la conquisté de un jefe sarraceno. La hice forjar yo mismo, durante mucho tiempo la usé. Os cabe ahora ser digno de ella.”

¡Qué cosa bonita! El individuo recibe, por lo tanto, la propia espada de aquel que es el señor de su padre, el cual dice: “Eso vale mucho más que si fuese de un sarraceno; la usó un héroe católico. Ahora, vos vais a utilizarla, tornaos digno de ella. Tened respeto por esa espada, que fue empleada dignamente en el servicio de Dios. Sea ella, en vuestras manos, utilizada del mismo modo.”

El joven besa respetuosamente la empuñadura de la es- pada, que es hueca y contiene habitualmente augustas reliquias.

Honra, delicadeza y fuerza

En fin, el padre del nuevo caballero se aproxima a su vez: “Curva la cabeza que yo te voy a dar la colée”. Es un golpe que el padre da en el hijo para tor- narlo caballero. No es una cosa meramente protocolar.

No es un golpe ligero que él amaga sobre la nuca de su hijo, mas si un formidable golpe con su palma derecha. El j ven casi tambalea. Dice el padre: “¡Caballero seas, mi bello hijo, y corajudo frente a tus enemigos!”

Esa bofetada es como quién dice: “Muchas vendrán, muchas recibirás; sea la primera la de tu padre para enseñarte a reaccionar como un héroe.” Eso me parece perfecto. No hay nada más para acrecentar.

“Yo lo seré, si Dios me ayuda”, responde el nuevo caballero.

Nada, por lo tanto, de presunción: “Oh padre mío deje que yo me las arreglo…” ¡No! Humildad:

“Sin el auxilio de Dios, no seré, pero si Él me ayuda, yo lo seré, padre mío.”

Se oyen barullos y gritos. Las personas se apartan. Un relinchar claro se distingue. Es la entrada de los caballos. Son caballos enormes, magníficos. Ellos llegan conducidos por los escuderos. El caballo de nuestro barón es un regalo de su señor. Es joven, pero de raza y tiene el nombre de Veillantif, como el caballo de Roland. Apenas es traído el animal, el nuevo caballero lo abarca de una sola mirada y le da algunas palmaditas amigables en el pescuezo; después, de sólo un salto se coloca en la silla, sin tocar el estribo.

Para mostrar que la cosa es seria, para valer. Por lo tanto, una vez más delicadeza y fuerza.

Entonces le traen sus dos últimas armas, las cuales no se dan a no ser cuando el caballero está en la silla: el inmenso escudo que cubre un hombre entero, y la lanza que tiene ocho pies de altura.

¡Es muy bonito recibir allí esas armas!

Sobre el escudo está pintado el blasón de la familia.

El símbolo de la familia ni siempre está pintado, pero está en relieve en el propio metal, recordando al caballero que a partir de aquel momento toda la honra de la familia está relacionada con el coraje que él tenga en el campo de batalla. Si fuere valiente, él continua aquel río de virtud, de coraje, que es el curso de su familia a través de la Historia; si fuere un flojo, por el contrario, va a avergonzar a su familia y todo su pasado; más aún, transmitirá a sus hijos un nombre deshonrado, mancillado.

En lo alto de la lanza fluctúa un estrecho y largo gonfalón con tres fajas de paño. No queda más a nuestro barón sino probar que es un buen caballero.

Es un final bien francés, elegante, bien captado.

Extraído de conferencia de 11/2/1977

Notas
1) Cfr. GAUTIER, León. La Chevalerie. Cholet: Edition Pays & Terrois, 1999. págs. 314-330.
 

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