Los ángeles, dice la Escritura, están de pie ante el Señor. Estar de pie ante Dios significa:
1o. Que los ángeles se dirigen a Dios y le piden su divina luz para conocer su voluntad en sus funciones;
2o. Que le ofrecen las buenas obras, los sacrificios, las limosnas y las oraciones de los hombres;
3o. Que están prontos a obedecer al Señor, como soldados preparados al combate y como servidores;
4o. Que asisten a los juicios de Dios defendiendo la causa de los hombres contra las acusaciones de los demonios y aguardando la sentencia;
5o. Que permanecen delante de Dios para alabarle, para contemplar su divina faz y gozar con esta vista de una felicidad suprema. Están siempre delante del Señor, porque no cesan de disfrutar de su presencia;
Observad:
1o. La dignidad del alma, puesto que se le ha destinado un ángel para guardarla;
2o. La humildad del ángel en bajarse hasta nosotros…;
3o. Su caridad…;
4o. Nuestra felicidad…;
5o. La bondad de Dios.
La presencia de los santos ángeles, dice S. Antonio, es dulce y amable: no riñen, no gritan, no hablan; sino que, silenciosos, con bondad y dulzura se apresuran a derramar en nuestros corazones la alegría, el entusiasmo y la confianza; porque el Señor, que es el manantial de toda alegría, está con ellos. Entonces nuestro espíritu sin turbación, antes al contrario, sereno y tranquilo, queda iluminado con sus resplandores: entonces el alma, llena del deseo de las celestiales recompensas, buscando romper, si pudiese, la cárcel de su cuerpo y gimiendo bajo el peso de sus miembros, se apresura a ir con los ángeles al cielo. La bondad de los ángeles es tan grande, que si alguien, atendida la fragilidad de la condición humana, queda deslumbrado por su brillantez, alejan enseguida este temor y todo terror.
El mismo Santo indica las señales por las que puede reconocerse la presencia de los ángeles malos, que son los demonios.
Cuando los malos espíritus están presentes, dice, los rostros se ponen tristes; se oyen ruidos horribles; estamos asaltados de pensamientos abominables; somos víctimas de movimientos desordenados y el alma tiene y experimenta cierto estupor. Excitan el odio, el pesar, el disgusto; traen a la memoria el recuerdo del mundo; despiertan el sentimiento de haberle abandonado; hacen temer la muerte; inflaman la concupiscencia y hacen experimentar cansancio en la virtud; embotan el corazón. Pero si después del temor vienen la alegría, la confianza en Dios y la caridad, sabed que vuestro ángel bueno está allí; él es quien os socorre, él quien os inspira y os dirige. (In vit. patr.).
Dios vivo me es testigo, dijo Judith después de haber cortado la cabeza de Holofernes, que su ángel me ha guardado cuando he salido de la ciudad, durante mi permanencia en el campo y a mi regreso: el Señor no ha permitido que yo, servidora suya, haya sido manchada, sino que me ha permitido volver a vosotros sin que haya sufrido ninguna mancha, llena de alegría por la victoria que me ha dado, por mi salvación y vuestra libertad. (Judith XIII 2).
Cuando Judas Macabeo y los suyos iban a combatir bajo los muros de Jerusalén, un jinete le salió al encuentro: iba con su vestido blanco, tenía armas de oro y agitaba su lanza. Entonces todos bendijeron juntos la misericordia del Señor, llenos de confianza y prontos a desafiar no solo a los hombres, sino a las bestias más feroces, despreciando los muros de hierro. Iban pues apresuradamente ayudados del cielo y el Señor, infinitamente bueno, velaba por ellos. Se precipitaron como leones sobre sus enemigos y los destruyeron. (77 Mach. XI. 8-40). En efecto: no hay obstáculos insuperables, seres invencibles, nada imposible, nada difícil para un ángel.
Un ángel bajó hacia Azarías y sus compañeros en el horno y apartó la llama. Hizo soplar un viento fresco como la brisa de la mañana y el fuego no les alcanzó ni les causó el menor mal. (Dan. 7/7.49-50). Entonces Nabucodonosor, rompiendo el silencio, exclamó: Bendito sea el Dios de Sidrach, de Misach y de Abdenago; ha en viado a su ángel y libertado a sus servidores que creyeron en él. (Dan. 777. 95).
El Dios a quien sirvo, dice Daniel en la fosa de los leones, ha enviado a su ángel, ha cerrado las fauces de las fieras, y no me han hecho daño alguno. (Dan. XI. 22).
Pedro es aherrojado; baja su ángel, ilumina la cárcel, rompe las cadenas del príncipe de los apóstoles, abre las puertas y le dice: Levántate presto y al punto se le cayeron las cadenas de las manos.
Puesto Pedro en libertad y desaparecido de su vista el ángel, vuelto en sí dijo: Ahora veo que el Señor ha enviado a su ángel, me ha libertado de la mano de Herodes y de la expectación de todo el pueblo judaico.
Dios ha mandado a sus ángeles que os cuiden. (Psal. XC1II ).
¡Cuánto respeto y reconocimiento deben inspiraros estas palabras!
Dice S. Bernardo: ¡cuánta confianza deben daros hacia vuestro ángel de la guarda, cuánto respeto por su presencia, cuánto reconocimiento por su benevolencia y cuánta confianza por sus desvelos!
No hagáis delante de él lo que no os atreveríais a hacer delante de mí (In Psal. XC. Serm. XII).
Señor, dice el Salmista, haré oír los cánticos en vuestra gloria en la presencia de los ángeles (CXXXVII. 2).
Enviaré a mi ángel delante de vosotros, dice el Señor: respetadle, escuchad su voz y no le despreciéis, porque si hacéis algún mal, no os lo pasará y en él se halla el nombre mío. Y si escucháis su voz y observáis mis mandamientos, seré el enemigo de vuestros enemigos y afligiré a los que os aflijan. (Exod. XX111. 2/-22).
Como los ángeles se ocupan en iluminarnos, en purificarnos y en hacernos perfectos, debemos corresponder á sus bondades….; debemos llevar una vida santa, tener costumbres puras, vivir en núestro cuerpo como en un cuerpo que no nos perteneciese, ser, en una palabra, ángeles en la tierra a fin de merecer estar reunidos con ellos en la mansión de la gloria. S. Pablo nos lo dice: Ya no sois extraños ni advenedizos, sino que pertenecéis a la ciudad de los Santos y a la casa de Dios (Eph. II. 19).
Es preciso no perder de vista la presencia de nuestros ángeles custodios; debemos rogarles, hablarles a menudo y darles gracias.
Es preciso no entristecerles ni afligirles con nuestros pecados.
Los ángeles de la paz, dice Isaías, lloraban amargamente ( XXXUI. 7). Evitémosles esas lágrimas amargas, seamos su alegría.
Así como el humo ahuyenta a las abejas, dice S. Basilio, y el mal olor a las palomas, así el pecado, esta llaga miserable y asquerosa, aleja de nosotros al ángel custodio de nuestra vida (In Psalm.). Huyamos pues del pecado y evitémoslo, ya que es el enemigo mortal de Dios, de los ángeles y de los hombres.
TESOROS DE CORNELIO A LAPIDE. TOMO PRIMERO. LIBRERÍAS Hnos. MIGUEL OLAMENDI DE D. EUSEBIO AGUADO, DE LÓPEZ y DE FRANCISCO LIZCANO. 1866. Pag. 94 y siguientes.