
Cuando advirtáis que sois tentados, no deis lugar a que la tentación se posesione de vuestro corazón; al contrario, rechazadla al instante por medio del trabajo y de la oración.
Padre Georges Hoornaert, SJ
2.º asechanza: la curiosidad
Al inicio de la adolescencia, todo joven, no solamente se ve turbado por sensaciones y emociones desconocidas, sino que comienza a preguntarse por muchas cosas relacionadas con el origen de la vida y la sexualidad.
¡Quiere conocer! ¡Coger el fruto del árbol de la ciencia!…
Busca respuestas y se pone a curiosear a escondidas en las enciclopedias, en revistas o en libros de medicina; pregunta a sus amigos y, lo que es peor, ojea imágenes pornográficas. La información que obtiene de esta manera es muy fragmentaria y no hacen más que confundirle más todavía.
Los malos amigos, en vez de orientarle como es debido sobre las realidades más serias de la existencia, le hacen ver con malicia burlona los aspectos más bajos y más rastreros….
¿A quiénes debería haber acudido para resolver tantas inquietudes? A quienes mejor le pueden aconsejar y enseñar: sus propios padres.
Tu padre, tu madre desean sobre todo tu bien. Nunca tratarán de engañarte ni de ensuciarte… Confía en ellos. No te cierres y pregúntales. Pronto te habituaras a recurrir a ellos, y esto te servirá de gran ayuda cuando se te planteen problemas más serios.
El desconfiar y «cerrarse» a los padres nunca puede ser bueno. De todas formas, si tus padres no están en la disposición de ayudarte o no están suficientemente preparados, siempre puedes preguntar a un sacerdote o a una persona buena e instruida, digna de tu confianza.
3.ª asechanza: al levantarse y al acostarse
He aquí los dos momentos más peligrosos, donde las tentaciones se suelen dar más.
La blanda cama es el campo de batalla donde más tiene que luchar el joven por su pureza.
Considera las circunstancias que lo facilitan: el abandono en la postura, el vago bienestar, la imaginación que anda vagabunda y despreocupada, el embotamiento de la voluntad y el menor dominio de sí al estar medio dormido o medio despierto…
La pereza mañanera es la más peligrosa de las perezas. El momento de levantarse es, para muchos, el mejor momento del día.
El tentador, ciertamente, es también del mismo parecer, pues, para él, es el momento mejor para la tentación.
«Dime a qué hora te levantas, y te diré si eres vicioso…»
Es casi imposible que un joven mantenga su pureza si está acostumbrado a quedarse en la cama una o más horas después de haberse despertado.
Hay que levantarse tan pronto como uno se despierta. Hay que habituar el cuerpo a no tener más que la ración de sueño que le es absolutamente necesaria.
«El levantarse enseguida conserva la salud y la santidad», dice San Francisco de Sales.
La cama es únicamente para dormir. No te quedes en ella si ya has descansado y dormido lo suficiente. Si quieres salvar tu pureza, levántate temprano.
Haz como los soldados, cuando toca la diana, se levantan al instante. Generalmente a la misma hora todos los días.
Y nada más despertarte, dirige tu pensamiento a Dios: Dios mío, por Ti suspiro desde que apunta la aurora (Salmo 62).
No te acostumbres a leer en la cama. Si alguna postura —como por ejemplo estar boca abajo— te produce perturbaciones, no dudes en cambiar de postura.
Ten una posición digna y modesta. No tengas la habitación muy caliente. No veles hasta muy tarde. Teme la cama demasiado mullida.
4.ª asechanza: la ociosidad
El que no hace nada está a punto de hacer el mal. La ociosidad es madre de todos los vicios y la peor consejera. De ahí el gran peligro de las vacaciones.
Para evitarlo estate siempre ocupado, hazte un horario, sigue un «orden del día» para no estar sin hacer nada.
Lee algún libro. Es un gran arma para distraerte de la imaginación inoportuna. Interésate por las cosas y por los hombres. A tu edad hay muchísimas cosas buenas por las que ilusionarse.
Estudia. Participa de un grupo de apostolado. Haz excursiones. Practica el montañismo. Juega; date a los deportes, tanto para distraerte como para dar rienda suelta a tus energías y vencer la pereza.