¿Cómo interpretar el principio: en cuestión de impureza no hay materia leve?

Publicado el 08/29/2023

Lo que Dios mira ante todo es la sinceridad de corazón. ¡No hay que andar con conciencia de doble fondo, como las cajas de ciertos charlatanes! ¡Nada de ficción e hipocresía! Se da el caso de querer andar trampeando con Dios, procurando meterle moneda falsa con razones engañosas.

Padre Georges Hoornaert, SJ.

8° Principio: el sexto mandamiento de la ley de Dios

¿Cómo interpretar el principio: en cuestión de impureza no hay materia leve?

Puede suceder que siendo la materia grave, la culpa, sin embargo, sea leve; porque el pecado mortal supone, además del primer elemento de materia grave, otras dos condiciones: plena advertencia y pleno consentimiento. Y así en muchos casos habrá solamente «materia» de pecado mortal, pero no pecado mortal efectivo; o si se quiere, habrá pecado grave puramente «material», pero no «formal».

Si no hay materia leve, ¿qué significa entonces la materia grave?

No una simple sensualidad (es evidente que puede haber materia leve en tal lectura un poco libre, en tal alusión menos conveniente, en tal sonrisa indulgente, etcétera), sino que se trata, en el principio enunciado, de la lujuria misma directamente buscada.

Por lujuria entendemos los movimientos desordenados de las partes sexuales, acompañados de placer, de suerte que su desenlace lógico (se consiga o no) es la satisfacción completa de la pasión. Dios, previendo cuánto ánimo sería necesario al hombre y a la mujer para aceptar las cargas de una familia, ha puesto providencialmente el atractivo y la compensación del placer en el ejercicio de las funciones procreativas.

En el hombre hay, sobre todo, dos apetitos: el placer de comer, para la conservación del individuo, y el placer sexual, para la conservación de la especie. La persona está destinada a morir un día, pero es preciso que el género humano se perpetúe; y por eso el hombre tiene tan arraigado el instinto sexual.

La persona, en el uso de los órganos reproductivos, también llamados genitales o sexuales1 , tiene derecho al placer que se halla en la unión legítima del matrimonio, que asegura al mundo la transmisión de la vida y que ha sido elevado por Dios mismo a la dignidad de sacramento. La actividad sexual, fuera del matrimonio, al no perseguir el fin que la justifica, pasa a ser un desorden.

No puede haber una disociación entre la satisfacción sensible de un acto y el fin para el que ha sido establecido; lo mismo que en el hecho de comer, no se puede separar el gusto de los alimentos del hecho de la nutrición.

El placer sexual es tan imperioso y seductor en el hombre que no admite excepciones, fuera del fin para el que ha sido establecido (la unión de los esposos y la procreación) . De lo contrario, la fuerza y el atractivo de la pasión sexual harían que se admitiesen cada vez más excepciones, hasta acabar por permitirse todo. Los actos lujuriosos, prohibidos por el derecho natural, como la masturbación y la fornicación, no admiten excepciones, están prohibidos siempre2 . Además, siendo tan fuerte y seductor el estímulo del placer, Dios no sólo ha prohibido el término, es decir, el pecado consumado, sino todo aquello que por su naturaleza lo prepara.

No existe materia leve ya que desde que se entra en el ámbito de la lujuria, lo que está prohibido, no es sólo la saciedad de la pasión y la plenitud del goce, sino cualquier placer de tipo sexual. Lo que está prohibido —siempre— es procurarse (fuera de la unión matrimonial) esas satisfacciones directamente.

¿Pero es lícito poner en marcha actos que indirectamente pueden desencadenar excitaciones sexuales o sensaciones eróticas?

Sí, con tal que se den cuatro condiciones:

1º Si la acción es honesta;

2º Si la intención es honesta, y no hay peligro de que se vaya a consentir si se dan tales excitaciones (porque entonces se deberían aplicar las reglas de la ocasión más o menos próxima);

3º Si la excitación sexual (el efecto deshonesto) no sirve de medio para conseguir el efecto bueno; porque el fin no justifica los medios, y nunca se puede cometer un mal para conseguir un bien.

4º Si la posible excitación sexual o sensación erótica (efecto no buscado) se excusa o justifica por la gravedad del motivo.

Lo que quiere decir esta cuarta condición es:

-Cuando la excitación sexual que provoca es ligera, basta un motivo ligero;

-Cuando la excitación sexual que provoca es de carácter moderado, es necesario un motivo grave;

-Cuando la excitación sexual que provoca es intensa, es necesario un motivo muy grave.

-Es decir, el motivo debe ser proporcionado al efecto que se experimenta.

Si se dan estas condiciones que acabamos de indicar, no se puede prohibir una acción que es honesta tanto en sí misma como en la intención con que se hace.

Es, pues, honesto el hecho, objetiva y subjetivamente. Es cierto que puede procurar excitaciones sexuales desordenadas (la repercusión lujuriosa indirecta); pero hemos supuesto una razón proporcionalmente grave que la excusa. Desde luego no se obra por ese efecto, sino a pesar de él.

No se trata sino de un accidente sinceramente desaprobado por la voluntad, que va tras otro fin.

En la vida ordinaria hay muchas acciones honestas o inocentes que pueden desencadenar indirectamente excitaciones de tipo sexual, sobre todo en jóvenes impresionables. Si tuviésemos que prohibirlas todas por este motivo, la vida cristiana no sólo se haría prácticamente imposible sino que resultaría insoportable, pues no sería más que una perpetua ocasión de escrúpulos o preocupaciones.

Lo importante es saber que en tales acciones, aunque la persona experimente a veces tales excitaciones sexuales, no consiente en ellas. La persona las siente, pero no participa de ellas.

Aplica estos principios del «doble efecto» al médico, obligado por profesión a determinadas exploraciones; al moralista o al confesor que tratan cuestiones morales delicadas; al censor de películas o de libros; al joven que por motivos de sus estudios tiene que leer ciertas obras de literatura, o que practica ciertos deportes… Podrían multiplicarse los ejemplos.

Hay que tener claro los principios, más que perderse en la infinidad de casos que pueden darse.

No hay que decir que en los casos citados y en todos los demás hay que estar siempre muy sobre aviso contra los engaños y las sutilezas de la pasión sexual; y para averiguar si el alma procede bien, es útil hacerse estas dos preguntas:

¿Puedo yo justificar la acción? ¿Hay en ella un motivo suficientemente serio y diferente de la pasión que la justifique realmente?

¿Puedo justificar la intención? ¿Es recta?

Insistamos en este último punto: Puede suceder que tal cosa sea honesta en sí misma y permitida por la moral, pero siempre en el supuesto de que la intención que dirige el acto sea buena. El acto de calmar el prurito y el de cuidar de la limpieza de la salud pueden ser muy útiles y a veces necesarios, pero pueden también tomarse como pretextos de la pasión.

¡No hay que andar con conciencia de doble fondo, como las cajas de ciertos charlatanes! ¡Nada de ficción e hipocresía!

Se da el caso de querer andar trampeando con Dios, procurando meterle moneda falsa con razones engañosas.

 

Pues bien, lo que Dios mira ante todo es la sinceridad de corazón (El Señor mira el corazón, 1 Reyes 16, 7). Podremos equivocarnos al realizar ciertas acciones, por ser demasiado ingenuos, ignorantes o inexpertos; pero aun en estos casos debe quedar a salvo nuestra responsabilidad, lo que sucede sólo si ha habido buena fe. El desorden objetivo se excusa con la rectitud subjetiva.

Notas

1Antiguamente también se les llamaba algunas veces las «partes vergonzosas»: vergonzosas, no en sí mismas, ya que Dios y la naturaleza las han querido así, sino a causa del abuso que de ellas se hace frecuentemente por el pecado. Sin la culpa original no habríamos conocido los desordenes de la carne.

2Inocencio XI condenó las proposiciones que decían que la fornicación y el pecado solitario no están prohibidos por el derecho natural, sino sólo por una prohibición positiva de Dios.

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