Compañera en todas las edades

Publicado el 07/07/2024

El estado de gracia y la práctica de la virtud confieren al hombre una alegría profunda e insuperable. En la inocencia primaveral, acaricia e ilumina su interior; se esconde bajo los velos amargos de las luchas propias en la madurez y, cuando llega la ancianidad, el alma se embriaga con el aroma de su grandeza, perpetuado por las reminiscencias de sus deslumbramientos pasados.

 

Niño Jesús durmiendo – Almería, España

A pesar de la posible alegría del alma, paz y gozo, no son los deleites los que impulsan la práctica de tal o cual virtud.

Más que la práctica de la virtud, la posesión del estado de gracia es lo que da la mayor alegría

Hay un proverbio alemán que dice: “Ein gutes Gewissen ist ein sanftes Ruhekissen – ¡Una buena conciencia es una almohada suave!”

Es una forma popular germánica de expresar la alegría otorgada por la recta conciencia en la hora del descanso. La persona está tranquila, se va a acostar, y en el momento en que las perturbaciones comienzan a surgir y galopar en la cabeza, piensa: “No, no tengo nada que reprocharme, mi conciencia está en paz. ¡Voy a dormir!” Es una almohada innegablemente suave.

Aunque también está claro que el remordimiento es algo horrible para alguien que ha cometido un pecado: “¿Cómo? No debería haber hecho lo que hice. ¿Y ahora qué? No tengo el coraje de abandonar el pecado, pero tengo que dejarlo. Si muero…” Es el aguijón que atormenta.

Independientemente del gozo que da el ejercicio de una conducta justa, la condición virtuosa habitual nos ofrece satisfacción. Esto es, de manera general, la posesión del estado de gracia, la limpieza interior.

Los placeres santos de que goza el inocente

De niño, pasando de la pubertad a la adolescencia, analicé el regocijo ofrecido al alma que, estando en gracia, gozaba de la amistad de Dios, e hice este cálculo arriba descrito. En esta etapa notaba lo siguiente:

Había placeres de la vida que eran tranquilos, que no traían consigo ninguna inquietud, ninguna aflicción y, por otro lado, eran intensos. Estos deleites plácidos y vehementes eran, en general, los de quien se entretenía con algo lícito y que, por tanto, no estaba en estado de pecado. Esto explica por qué los sentimientos apacibles que se disfrutan son vigorosos.

Por ejemplo, era costumbre en mi infancia, después de haber cumplido con mis deberes durante la semana, el sábado por la tarde tener derecho a dar un paseo con la Fräulein y mis primos por el barrio. Ese día, cenábamos más temprano y salíamos.

Recuerdo cómo era tranquila antes la Alameda Barão de Limeira. El São Paulo de aquella época tenía una hermosa luminosidad natural, superior a la actual.

Fräulein Mathilde c con Plinio, Ilka y Rosée

Por la tarde, alrededor de las seis, cuando aún no se había puesto el sol, se podía ver un ocaso extraordinario, con espléndidos rayos, que ya no quemaban. De hecho, en mi opinión, esta es una condición fundamental para cualquier hermandad con el sol.

La ciudad era arborizada y los árboles me parecían altos. Hoy veo que son unos árboles torcidos, mal desarrollados y bajos; sin embargo, en aquel tiempo, siendo pequeño, me parecía que eran grandes. El sol entraba a través de una especie de neblina a esa hora de la tarde. En realidad, no era niebla, sino algo a la manera de un polvo dorado.

Todas las casas tenían hermosos jardines, con flores y plantas. Eran bastante compuestas, revelando la abundancia y el orden, la dignidad de la vida.

Caminando por las calles, saludábamos de lejos a los conocidos; luego continuamos nuestro camino.

Al regresar a casa por la noche, doña Lucilia contaba una historia antes de que nos retiráramos. Luego nos íbamos a dormir.

En estas ocasiones, a menudo me venía a la mente: “He cumplido bien con mis obligaciones, estoy en orden con la Ley de Dios, con la voluntad de mi madre, con los imperativos de la Fräulein, y siento la pureza de mi conciencia, especialmente la levedad que pareciera adquirir mi propio cuerpo. Experimento la exultación de mi ser y me veo más sereno, con mayor bienestar. Sería diferente si tuviera algún remordimiento contra mí”.

Esta sensación afable difundía sobre el alma algo análogo al sol sobre un paisaje. ¿En este fenómeno qué es lo que sucede? Ningún objeto cambia de lugar, nada se añade o se quita del panorama. Sólo ocurre este hecho: la luz reposa.

La imagen de mi vida me parecía luminosa.

Tenía la impresión –con fundamento, dígase de paso– de que ese contento era puesto por Dios en mi interior para premiar mi buena conducta.

Conjugación del goce terrenal con el celestial

Castillo de Berg, Starnberg, Baviera

Lo más probable es que otras personas también experimentaran este peculiar regocijo en su infancia. Es la alegría de la virtud.

Considerémoslo como una mezcla de elementos terrenales y celestiales.

¿Cuáles eran los elementos terrenales?

“Todo está en orden, no habrá molestias, lo que me va a pasar es, con moderación, agradable, sin excitación ni desorden ni aprensiones, no caeré en excitación. Estoy en mi calma”.

Sin embargo, había un momento celestial, que era esa gracia, que me hacía sentir una alegría por encima de la que acabo de describir, de la cual la primera no era más que un símbolo. Por lo tanto, un símbolo y algo que expresaba de manera más sobrenatural lo que estaba simbolizado, eso originaba en mí la alegría de la virtud.

Lucha constante contra sí mismo

Con el paso de los años, surgieron las luchas. ¿Pusieron fin a esta alegría? No. Incluso la aumentaron. Sin embargo, bajo cierto punto de vista, la empañaron. ¿De qué manera?

Duque Alberto de Baviera

Un hombre previdente está obligado, día y noche, en momentos de soledad, cuando no está rezando, a pensar en su combate. Sobre todo, con el ojo pegado sobre su adversario, previendo, imaginando, buscando dónde y cómo lo va a atrapar.

Y nuestro rival es universal. ¿Quién es él?

En primer lugar, están las legiones que atacan a la Iglesia Católica, los demonios y sus agentes.

A continuación, somos nosotros mismos. Es decir, dentro de cada ser humano vive su peor enemigo. Mientras actúo, debo estar prestando atención en mí mismo, para no ceder en absoluto a algún movimiento pernicioso que pueda aparecer dentro de mí. Esto será así hasta el final de la vida. Cualquiera que sea la edad en que esta termine, en la vejez avanzada como la de mi madre, o en la menos cargada de años en la que me encuentro, poco importa, independientemente de la fecha en que Nuestra Señora quiera ponerle fin, hasta el último momento seré acosado por tentaciones y defectos. Eso le pasa a todo ser humano.

Por lo tanto, siempre me vigilaré, de lo contrario abriré la puerta. Y como resultado, no puedo extrañarme que el adversario entre.

Esfuerzo por hacer que el espíritu sea beligerante

Somos, por lo tanto, nuestros propios antagonistas. Porque en el alma de cada uno hay un lado bueno y otro malo, los cuales están en constante movimiento.

Con esto, llevamos a cabo un combate permanente, una batalla cuerpo a cuerpo, para favorecer al lado bueno.

Por ejemplo, cuando doy una conferencia, observo a los interlocutores y veo brillar este lado bueno en un determinado punto; entonces me digo: “Voy a emprender por ahí, porque hará bien a la mayoría de ellos”. O entonces, cuando percibo lo contrario, pienso: “¡Cuidado! ¡Es necesario colocar una piedra en esa brecha!”

Sin embargo, esto solo puede ser factible con una condición: actuar de esta manera durante todo el día. Ocuparse de cosas agradables y soñar con ellas es tanto más atractivo cuanto que no se puede soportar esta posición de lucha continua. O me esfuerzo por convertirla en un segundo hábito, o no la soportaré.

Despreocupaciones de la infancia inadmisibles en la madurez

De esta manera, aquellas despreocupaciones antiguas con las que paseaba por la Alameda Barão de Limeira, por el Largo dos Guaianazes, conversaba, bromeaba y volviendo a casa, pensaba: “Dentro de poco hablaré con mi madre, me contará una historia y me iré a dormir”. E imaginaba cómo sería cuando me fuera a la cama, los grillos del terreno vecino cantando “¡prim! ¡prim! ¡prim!…”, yo en mi cama, sintiéndola agradable, y después de haber rezado, me duermo placenteramente. Todo esto lo saboreaba, averiguaba y preveía.

Hoy en día eso ya no puede ser así. ¡Se acabó! Debo estar en la vigilancia continua sobre el adversario.

“Otium cum dignitate”

Frente a esta postura, ¿cuál es la alegría? ¿Qué queda de ella?

General Hindenburg

Recuerdo una reflexión que hice estando en Alemania, de camino al castillo de Berg1, perteneciente al duque Alberto de Baviera2, que me había invitado a pasar una temporada con él.

Las ciudades alemanas, y las europeas en general, no terminan como las nuestras en Brasil. Estas se disuelven entre matorrales y casas, como la Cantareira de hace algún tiempo. Se van diluyendo en jardines cada vez más grandes, matojos más extensos, en un momento determinado, dándose cuenta cuidadosamente, que la ciudad se acabó.

El barrio por el que pasaba era plutôt3 pobre. Yo iba caminando y, al ver esa calma, me vino a la mente lo siguiente:

Yo sabía que el general Hindenburg4 era bávaro. Y estaba recorriendo los campos de Baviera. Cuando vi una casa cómoda, me pregunté: “¿Cómo sería Hindenburg viviendo en una casa así? Con fama mundial, tranquilidad, reposo, en suma, finalmente despreocupación: ‘¡Yo soy el gran Hindenburg!’”.

Es una alta situación.

Cuando los romanos se referían al estilo de vida cómodo, decían: “Otium cum dignitate – ociosidad con dignidad”. El individuo que lleva una vida sin hacer nada, y con honor, respetado, considerado, parece ser la fórmula.

Alegría en medio de la vida dura de combates

Observé esa tranquilidad, preguntándome co mo un Hindenburg contemplaría los árboles, y todo eso, como sería el “otium cum dignitate” alemán, al final, cómo sería Alemania. Haciendo este análisis, me vino a la mente la reflexión: “Está bien, pero Hindenburg, al no tener ninguna aflicción, echaría de menos el momento en que, doblado de preocupaciones, conducía la guerra. Durante este tiempo, reflexionaría: ‘Si gano en esta complicación, qué buena paz tendré’. Y estando en la paz, se acordaría: ‘Qué hermosa fue mi guerra’”.

En la quietud, tendría una alegría perceptible. Mientras que en el período de las conflagraciones no, pero al terminar se fijaría en ella; y también sería verdadera. Es tan grande que, rodeado de todo lo que la placidez puede dar, se lamentaría: “¡Oh, mi guerra! ¿Por qué debería cesar?”

Por eso, hasta los dolores, las preocupaciones, las noches de insomnio, las incertidumbres, las malas noticias, los problemas y todo lo demás, le traían nostalgia, porque tenía una alegría, que estaba en el fondo del alma y era insensible al hombre. Sin embargo, es tan real que, perdiéndola, quedan nostalgias irremediables.

A pesar de la vida cómoda, las nostalgias de las incertidumbres de antaño

Dr. Plinio en 1984

Entonces me vino la idea del lobo de mar inglés de los siglos XVII y XVIII.

Imaginemos, por ejemplo, que uno se hace famoso, gana dinero – porque los lobos de mar no eran modelos de desinterés…–, se hace rico. Al final, se siente viejo y se va a vivir a algún puerto de Inglaterra, donde tiene un cottage5 y todas las cosas que hacen la felicidad inglesa. Por la noche, va a la taberna o al barcito local para hablar con los demás. Por ser su pueblo natal, se encuentra con parientes y amigos de la infancia. Cuenta sus historias lentamente, disfruta de la consideración y la amistad de los suyos, aprecia la calidez y la seguridad para el día siguiente.

Podemos imaginar a este hombre regresando solo a casa por la noche, que en cierto momento enjuga una lágrima: “¿Cómo es eso? Ah, si tan solo pudiera coger el barco y enfrentar las incertidumbres… ¡Qué alivio!”. Es natural.

Un pasado de luchas, dolor por una felicidad que ha terminado

Todos somos y debemos ser mariscales y lobos de mar. Libramos un tremendo combate por la Reina del Cielo y de la Tierra. Llegará un día en que, a medida que envejezcamos, dejaremos la lucha. Al reunirnos, recordaremos este arduo pasado y, mirando con lástima a los más jóvenes de ese momento, diremos: “¡Ustedes no saben nada! Esta es una felicidad no probada en la dureza de la batalla. Sin embargo, a medida que pase el tiempo, veremos cuánto se le echa de menos”.

 


(De conferencia del 17/05/1984)

 1) En Starnberg, Baviera.
2) Alberto Leopoldo Fernando Miguel (*3/5/1905 – †8/7/1996), Duque de Baviera, Franconia y Suabia, Conde Palatino del Rin.
3) Del francés: más bien, más preferiblemente, o antes.
4) Paul Ludwig Hans Anton von Beneckendorff und von Hindenburg (*1847 – †1934). Comandó el Ejército Imperial Alemán durante la Primera Guerra Mundial.
5) Del inglés: casa de campo.

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