Con los ojos fijos en la Madre del Buen Consejo

Publicado el 04/26/2024

En la Santísima Virgen, en su intercesión y misericordia para con nosotros, podemos esperar con una esperanza invencible, porque quien tiene una tal Madre nunca será desamparado.

Plinio Corrêa de Oliveira

Reflexionando sobre Nuestra Señora del Buen Consejo, me llamó mucho la atención la total intimidad del Niño Jesús con su Madre Santísima. Él llega a pasar la mano alrededor del cuello de ella de manera que se ven los dedos ahí.

Recuerdo que esa era la intimidad que yo tenía con mi recordada y saudosa madre, una intimidad tan llena de respeto, de admiración, de veneración y de ternura; una verdadera intimidad. Mi madre sabía ser afable, suave, y hacerse pequeña, inclusive cuando yo era un niño completamente dependiente de ella y, por lo tanto, siendo yo el pequeño y ella tan grande para mí.

Esa es la razón por la cual yo la llamaba “mãezinha”; luego comencé a pronunciar las primeras palabras y aún si saber hablar bien, y decía “manguinha”, pero ya era la noción de lo que había en ella de pequeño, de proporcionado a mí, de exorable y de compasivo para conmigo. Esta idea que brotaba en mi espíritu en relación a toda su mansedumbre y bondad fue el modo por el cual conocí la bondad de Nuestra Señora y del Sagrado Corazón de Jesús.

Contemplando la imagen de la Madre del Buen Consejo y viendo al Niño Jesús tan protegido y tan agarrado a ella, quisiera que un rayo de gracia bajara sobre cada uno de nosotros y nos hiciera comprender cómo debemos ser así en relación a Nuestra Señora: hijos intimísimos, convencidos de que su misericordia no se cansa nunca, que su perdón jamás nos es rehusado y que su sonrisa maternal ya nos antecede cuando nos volvemos a ella. La propia gracia de recurrir a María Santísima nos es concedida por su intercesión.

De ahí, una confianza ilimitada y continua en su bondad en todas las ocasiones, en cualquier circunstancia y de todas las maneras, diciéndole: “¡Dios te salve Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve!”.

Salve”, en el sentido etimológico y latino de la palabra, es un saludo: “te saludo, Reina”. Pero, cometiendo un barbarismo, podríamos querer significar también: “¡Salvadnos Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, salvadnos!

Siendo Madre de Misericordia, María es nuestra vida, porque si no fuese su misericordia, estaríamos muertos. Ella tiene hacia sus hijos, inclusive cuando son débiles e infieles, una tal dulzura que es, por excelencia, la dulzura del universo, de tal manera que todas las formas materiales de dulzura –la de la miel, la del azúcar, la de la brisa y hasta la de los corazones maternales–, no son sino pálidas imágenes de la dulzura de las dulzuras que es el Inmaculado Corazón de María.

En la Santísima Virgen, en su intercesión y misericordia para con nosotros, podemos esperar con una esperanza invencible, porque quien tiene una tal Madre nunca será desamparado.

Vivimos en una procella tenebrarum1, entre incógnitas, embestidas, emboscadas y el odio infernal que nos cae encima como una tremenda tempestad. Nada de eso tendría solución si no tuviésemos en quien confiar. Mater Boni Consilii a Genazzano representa esa confianza: es Nuestra Señora cuyo buen consejo en el interior de nuestras almas es esencialmente este: “Confiad en mí y sed cada vez más mis devotos”.

Son esas palabras de esperanza que os dirijo con los ojos puestos en la Madre del Buen Consejo de Genazzano, deseando que su mirada maternal sea la luz interior de nuestras almas y la estrella que nos guie en el mar borrascoso de nuestra existencia2.

Notas

1Del latín: tormenta de tinieblas.

2Cf. Conferencias del 6.05.1968 y 6.11.88.

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