Que tu corazón siempre sea el templo de la Santísima Trinidad, que Jesús aumente en tu alma el ardor de su amor y que él siempre te sonría como a todas las almas que él ama.
Que María Santísima te sonría durante todos los acontecimientos de tu vida, y que tu buen ángel de la guarda vele siempre sobre ti, que pueda ser tu guía en el camino escabroso de la vida.
Que siempre te mantenga en la gracia de Jesús y te sostenga con sus manos para que no puedas tropezar en una piedra. Que te proteja bajo sus alas de todas las trampas del mundo, del demonio y la carne.
¡Qué consolador es saber que cerca de nosotros hay un espíritu que, desde la cuna hasta la tumba, no nos deja ni por un instante, ni siquiera cuando nos atrevemos a pecar.
Y este espíritu celestial nos guía y protege como un amigo, un hermano.
Es muy consolador saber que este ángel ora sin cesar por nosotros ofreciendo a Dios todas nuestras buenas acciones, nuestros pensamientos, nuestros deseos, si son puros. Por el amor de Dios, no te olvides de este compañero invisible, siempre presente, siempre dispuesto a escucharnos y listo para consolarnos.
Mantenlo siempre presente en el ojo de tu mente. A menudo recuerda la presencia de este ángel, dale las gracias, órale a él, siempre mantén la buena compañía.
Confíale tus sufrimientos a él. Ten un miedo constante de ofender la pureza de su mirada. Sabe esto y mantenlo bien impreso en tu mente.
Él es muy delicado, muy sensible. Dirígete a él en momentos de suprema angustia y experimentarás su ayuda benéfica.
Nunca digas que estás solo en la batalla contra tus enemigos. Nunca digas que no tienes a nadie a quien puedas abrir tu corazón y confiar.