Consideraciones sobre el Imperio de Brasil

Publicado el 06/30/2021

Después de tomar una serie de medidas contrarevolucionarias, Monseñor Vital fue aprisionado por orden de Don Pedro II, censurado por el propio Pío IX y amnistiado por la Princesa Isabel. Habiendo viajado a Roma para defenderse en un proceso instaurado en su contra, fue considerado inocente por la Santa Sede, de un modo enteramente providencial, pero acabó siendo muerto por los enemigos de la Iglesia.

Plinio Corrêa de Oliveira

En aquellos tiempos, las cofradías religiosas eran muy ricas, porque venían de la época del Brasil-Colonia, con muchas propiedades. Había poco fervor religioso, por la simple razón de que el clero pasaba por una gran decadencia.
Por ejemplo, uno de los regentes del Imperio, era el Padre Diogo Antonio Feijó, un jansenista que estaba con estudios adelantados para una cuasi separación del Brasil con Roma. Era reconocidamente un mal sacerdote.

Consagrado obispo en la antigua Catedral de San Pablo

Por otro lado, los enemigos de la Iglesia habían prohibido el noviciado en las Órdenes religiosas en Brasil, de manera que ningún brasileño podía entrar en ninguna de ellas.
Entonces, las Órdenes muy ricas comenzaron a mandar a sus jóvenes candidatos en cantidad, para hacer los estudios en Europa, de donde volvían ya ordenados sacerdotes. Eso las leyes no podían prohibirlo.
Eran los felices días del pontificado de Pío IX, y los seminarios daban la mejor formación posible.
Uno de esos seminarios era el de los capuchinos en Francia, a donde fue a estudiar un joven pernambucano muy inteligente, alto, bien constituido, fuerte, con unos ojos oblongos, negros, tan penetrantes que él dijo que nunca había mirado una fisionomía sin que en una primera mirada comprendiese completamente la psicología, las intenciones de la persona. Su nombre era Vital María Gonçalves de Oliveira, natural de la ciudad de Goiana, en Pernambuco.
Se ordenó, vino para Brasil como capuchino y comenzó a ejercer su ministerio en San Pablo.
No era pariente mío, pero si amigo de parientes míos oriundos de Goiana como él. Entonces, ocupaba el cargo de Ministro del Interior del Imperio mi tío abuelo, el Consejero João Alfredo Corrêa de Oliveira.

En aquel tiempo, quien presentaba (canónicamente se llamaba Derecho de Presentación) los obispos a ser nombrados por el Papa era el Emperador. El Papa podía recusarse, pero no le era permitido nombrar un obispo sin oír [antes] al Emperador. João Alfredo juzgó que haría una
buena jugada nombrando como obispo a esa persona muy allegada a él, y lo propuso al
Ministro, el Vizconde de Río Blanco. Éste, para complacer a João Alfredo, concordó y lo
sugirió al Emperador, el cual aceptó y él fue consagrado obispo en la Antigua Catedral de San Pablo.
Mi abuela materna asistió a esa ordenación y comentaba que se acordaba de él, todavía en pie, en la puerta de la catedral, dando la bendición al pueblo, con unas manos de una blancura y de una belleza que llamaban su atención.

Don Pedro II decreta la prisión de Don Vital

Fue a Pernambuco resuelto a tomar una serie de medidas contrarrevolucionarias. Se quedó uno o dos años en Olinda y Recife, tomando la temperatura, el pulso de las cosas, orando y gimiendo junto al Santísimo Sacramento, y pidiendo que encontrase una forma de inferir un
golpe en los enemigos de la Iglesia.
En cierto momento, juzgó ya estar en condiciones de asestar el golpe y lo hizo por medio de cartas pastorales, destituciones de malos priores de cofradías e incluso suspendiendo de órdenes a malos sacerdotes. Esto produjo una polvareda.
Ahora bien, todo eso Don Vital lo hizo basándose en un breve de Pío IX,y había un antiguo tratado entre la Casa Real de Portugal y el Vaticano, por el cual, según la interpretación del Gobierno, los decretos papales, no podrían ser aplicados sin autorización del Emperador. El Vaticano negaba eso. Los opositores de D. Vital recurrieron al Emperador alegando ese tratado. Don Pedro II envió, entonces, el siguiente recado a D. Vital: “Yo mando detenerle y traerle preso a Río de Janeiro para ser juzgado, si Vuestra Excelencia no revoca las medidas tomadas”. A lo que respondió el obispo: “Entonces, vengan a detenerme, porque es inútil, yo no cambio”.

Y el Emperador decretó la prisión. En el día estipulado para la ejecución del mandato, el jefe de Policía de Recife fue al Palacio de la Soledad, donde, a la hora marcada, estaba Don Vital con mitra, báculo, revestido de gran ceremonia y rodeado de las principales figuras de su clero.
Dirigiéndose al jefe de la Policía, dijo:
– ¿Ud. vino a prenderme? ¡Préndame!
El jefe de la Policía, no esperaba esa escena … quedó sin coraje y declaró:
– Vuestra Excelencia está preso.
– Así no – retrucó Don Vital – , es preciso que Ud. haga violencia sobre mí.
– Yo no haré violencia sobre Ud.
– Si Ud. no lo hiciese, no me entrego preso, porque quiero que conste que el Gobierno imperial ha ejercido violencia sobre mí.
– ¿Pero qué violencia?
– Ponga la mano sobre mi hombro y diga que estoy preso. Así entenderé que Ud. me amenaza con fuerza física y me entregaré.
Él puso la mano sobre el hombro del obispo y dijo:
– Vuestra Excelencia está preso.
– Está bien, voy a pie hasta la cárcel.

Ora, eso era imposible. Llevar como prisionero a un obispo con mitra, báculo y todo revestido, a pie hacia la cárcel, saldría una burla popular.
Dice el jefe de Policía:
– ¡Vuestra Excelencia es prisionero, quien manda soy yo! Está preparado un carruaje para llevarle a la prisión, donde deberá esperar el próximo navío que venga de Europa para
llevar a Vuestra Excelencia a Río.
– Está bien. Ahora entro en el carruaje como prisionero.
Entró y fue conducido a la prisión. Al cabo de dos o tres días, pasó un navío por Recife que le llevó a Río de Janeiro.

Llegada a Río de Janeiro

Por una tradición pintoresca y una contradicción cruel, Don Vital viajó en un navío en el cual hondeaba en lo alto del mástil la bandera del Imperio brasileño, porque la Iglesia estaba unida al Estado y el obispo era no sólo un alto dignatario eclesiástico, sino también del Estado. Entretanto, el dignatario que allí viajaba era prisionero. De manera que en los varios puertos donde el navío paraba a lo largo del extenso trayecto, el ilustre viajero permanecía a bordo, bajo custodia, impedido de desembarcar.Así llegó Don Vital a Río de Janeiro, donde una prueba particularmente cruel le esperaba. El Obispo de Río de Janeiro en aquel tiempo era Don Pedro María de Lacerda, hombre mole, amigo de todas las composiciones y de todos los arreglos, única persona en el Imperio que conseguiría tener miedo de Don Pedro II, el más patriarcal y bonachón de los emperadores. Mons. Lacerda no se aguantaba de miedo al ver a su colega, Don Vital, exponer a la Iglesia Católica a los riesgos que él imaginaba que corría.
El Vizconde de Río Blanco, padre del famoso Barón de Río Blanco, era el Presidente del Consejo de Ministros. A él cabía juntamente con el Consejero João Alfredo, Ministro del Interior, hacer efectivo el mandato imperial de prisión de Don Vital.

El Barón de Río Blanco eximio conocedor de las fronteras de Brasil

Una vez mencionado el Barón de Río Blanco, abro un paréntesis en la historia de Don Vital, me adelanto en el tiempo y entro en la época de la República Antigua para narrar un episodio pintoresco.
Brasil país de una extensión enorme, estaba con casi todas sus fronteras indefinidas, porque no le interesaba a la antigua colonia portuguesa hacer peleas por causa de límites de
tierras a donde no se podría llegar.
La línea fronteriza pasaba casi toda ella por tierras incultas e inhabitadas. Entonces, ¿qué interés había en discutir límites? Sin embargo, ya en el tiempo de la República era previsible el momento en que esas tierras interesarían. Entonces se hacía necesario un hombre que conociera palmo a palmo, todo el trazado de la línea del tratado de Tordesillas. España y Portugal tenían una duda a respecto al interior del continente, y para evitar una guerra entre ambos países, recurrieron al arbitraje del Papa Alejandro VI. Él, trazó una línea perpendicular a partir de determinados puntos, y esa división fue aceptadas por los dos países ibéricos en el famoso Tratado de Tordesillas. Naturalmente, fue uno de los elementos para determinar, más tarde, los límites entre las antiguas colonias convertidas en naciones independientes.

El Barón de Río Blanco era cónsul, lo que, en aquel tiempo, correspondía a una parte de la carrera diplomática, pues el cónsul sólo trataba de asuntos comerciales, los diplomáticos de
los asuntos políticos. El diplomático era embajador, usaba un uniforme brillante, con alamares de oro, sombrero de dos picos con plumas, espada, vivía en un palacio, era cercado de pompa. Él mismo no se trataba con el cónsul.
Ahora bien, el Barón de Río Blanco se había entrañado completamente por esas cuestiones de límites, en una época en nadie se interesaba por eso. Era un león en la materia, poseía copias de los tratados y toda la documentación.
Cuando se presentó la necesidad de hacer la delimitación de nuestro territorio, se apeló a él para que fuese nombrado, de una sola vez, Ministro del Exterior, pasando por encima de todos los diplomáticos.
Sin embargo, en la hora de ser nombrado Ministro del Exterior, apareció una dificultad: él usaba el título de barón, y la República no reconocía títulos de nobleza.
Por lo tanto, en los decretos por él otorgados sería obligatorio firmar [como] José María da Silva Paranhos Junior. No podía utilizar el título de Barón de Río Blanco.
Vean cómo los tiempos cambiaron… El Presidente de la República iba a elevar a ese hombre de la condición de cónsul a la de ministro, y una brillantísima carrera se abría para él. Sólo faltaba tomar posesión del cargo. Entonces le avisaron:
– Vuestra Excelencia no puede usar el título de Barón de Río Blanco para ser ministro de una república. La nobleza fue extinguida y la República no reconoce barones.
Él dijo:
– Bueno, entonces desisto de mi título de ministro. Arreglen esas fronteras como entiendan. Yo no acepto.
Estaba planteada una incompatibilidad. Pero en Brasil siempre habría de aparecer un medio de resolver ese impasse. Y la solución fue esta: él firmaba Río Blanco, pero no “Barón”.
Así, todos los decretos promulgados por él, venían firmados: “Río Blanco”. Ahora bien, lógicamente él no tenía derecho a llamarse “Río Blanco” puesto que su nombre era José María da Silva Paranhos Junior. “Río Blanco” correspondía al extinguido título de nobleza. Pues bien, todo el mundo fingió normalidad, y se continuó la vida adelante.
Era un técnico eximio en materia de Geografía, conocía perfectamente los límites del Brasil. En este punto era un genio. Para trazar una frontera es necesario conocer los mínimos accidentes geográficos: una montañita, un riachuelo, un lago, un pantano, no sé qué más… No solo conocía eso, sino que negociaba muy bien. Resultado: él nos obtuvo los inmensos límites de nuestras fronteras.

El Obispo e Olinda y Recife es encarcelado en la Isla de las serpientes

Retomando nuestra historia, Don Vital desembarcó en Río de Janeiro, donde, por orden del Vizconde de Río Blanco y del Consejero João Alfredo, en cumplimiento del mandato del Emperador, fue enviado a la cárcel.

Con Don Pedro María de Lacerda en pánico, una parte del clero brasileño contrario a Don Vital y la opinión pública brasileña más o menos sin entender lo que estaba pasando, es de pasmar ver a un obispo preso. Todo Río de Janeiro asistió, apasionado, a los debates, que tuvieron lugar en el Tribunal Supremo y que fueron muy teatrales, a la manera del siglo XIX.
Así como el siglo XX, en su primera mitad, fue el siglo del cine, el siglo XIX lo fue del teatro. Europa y el mundo se llenaron de teatros, de compañías ambulantes de actores que visitaban todos los países.
Don Vital era bien joven en aquel tiempo, creo que aún no tenía 30 años. Alto, tez blanca, barba larga, cejas espesas, vistiendo el hábito franciscano. Entró en la Sala escoltado por la policía y se dirigió al banco de los acusados. Un ministro del Supremo Tribunal se levantó, cogió su propio sillón, fue hasta el banco de los acusados y dijo: “Señor Obispo, Vuestra Excelencia merece el lugar de un ministro. ¡Haga el favor!”
Naturalmente, aplausos delirantes de los partidarios de Don Vital y abucheo de sus adversarios. El ministro, no le dio importancia, volvió a su lugar. Poco después vino un funcionario del Tribunal trayendo una butaca para sentarse el ministro, y comenzó el juicio. Éste duró varias sesiones en las cuales Don Vital hizo uso de la palabra para defenderse. Quisieron que él nombrase un abogado, pero él dijo: “Yo no nombro abogado porque no reconozco a este Tribunal el derecho de juzgarme. Soy Obispo de la Iglesia Católica y a mí, sólo hay un poder que me juzga en la tierra: es el Papa, ¡en Roma y nadie más”!
Al final, el Tribunal condenó a Don Vital a cuatro años de prisión con trabajos forzados. Sin embargo, el Emperador sintió que era demasiado mantenerlo bajo trabajos forzados, porque se diseminarían por todo Brasil una serie de grabados representando al obispo con cadenas y azadón en las manos, vistiendo traje de sentenciado, lo que le daría a Don Vital un redoblado prestigio de mártir.
Entonces el monarca hizo un decreto dándole indulto en cuanto a los trabajos forzados, pero obligándole a la pena de prisión.

Una carta de Pío IX

A partir de aquel momento comenzó a venir gente de todo el Brasil para visitar al venerado Don Vital en la prisión. Venían personas de categoría del interior del Estado de Río de Janeiro – hacendados, políticos –, pero también personas simples de todo el País, que viajaban a caballo, en literas o en bamguê.
La litera era un medio de transporte donde la persona viajaba sentada en una silla colocada dentro de pequeña cabina cargada por esclavos. El bamguê era más cómodo: una red sujeta a dos palos con dos esclavos llevando a hombros y el dueño echado en ella.
Un viaje de esos tardaba varios días, y en ocasiones se corría riesgo de muerte. Tuve ocasión de ver el testamento de la famosa Marquesa de Santos, disponiendo de todos los bienes y pidiendo misas por su alma, en el cual declaraba que viajaría a Río de Janeiro por mar y que, en vista del considerable peligro de ese viaje, necesitaba hacer su testamento.
A pesar de eso, fue gente en cantidad desde San Pablo y de los más apartados confines del Brasil, llegaba al fondeadero de Río de Janeiro, tomaba unos barquitos fletados para llevar a los peregrinos hasta la Isla de las serpientes sólo para ver a Don Vital, recibir de él una bendición y después volver.
Hasta ese momento, para el obispo prisionero era apenas un crecimiento de prestigio. Sin embargo, un cierto día apareció Don Pedro María de Lacerda acompañado del Internuncio1.
Atraca el barquito, bajan y piden para hablar con Don Vital. Naturalmente, son recibidos, se sientan y ahí comienza el martirio de Don Vital

.– Tengo una carta del Santo Padre Pío IX para Vuestra Excelencia – le dice el Internuncio.

Don Vital sintió que venía un golpe. Él, que luchó por el Papado hasta el último aliento, lleva un golpe del propio Papa. No podía ser más cruel. Era un verdadero martirio del alma. Respondió:
– Entonces, deseo verla.
Uno de los dos sacó la carta y se la entregó. Él la abrió y la leyó, y vio que se trataba de una carta de Pío IX mandada por medio del Secretario de Estado, Cardenal Antonelli, censurando su actitud.
Terminada la lectura, Don Vital, la dobló, la guardó en su bolsillo y se quedó en silencio. Uno de los dos, que conocía el contenido de la carta dijo:
– ¿Pero cómo? ¿Vuestra Excelencia no nos comenta nada sobre la carta
– Comento que la recibí.
– Bueno, ¿pero Vuestra Excelencia no nos da la carta?
– No, el destinatario soy yo. Por lo tanto, soy el dueño de la carta.
Está en mi bolsillo.
– ¿Pero entonces no hay ningún comentario a hacer?
– No. La carta es para mí, no es para Vuestra Excelencia.
Por lo que parece, no respondió a Pío IX. Cuando saliese de la cárcel, iría a Roma a entenderse con el Papa.

Amnistía concedida por la Princesa Isabel

En ese ínterin el Emperador viaja a Europa y deja a la Princesa Isabel como Regente del Imperio. Era la primogénita, y el Emperador no tuvo hijos varones. Luego, si muriese, la Emperatriz sería la Princesa Isabel. Naturalmente quedaba como regente del Imperio, como heredera del trono. Siendo muy católica, una de las medidas que tuvo más empeño en tomar, en la ausencia del padre, fue dar amnistía a Don Vital.
Una vez puesto en libertad, Don Vital volvió a Recife donde su absolución causó una fiesta general, siendo recibido apoteósicamente por el pueblo. Y fue al Palacio de la Soledad. Bonito título para un palacio de obispo; recuerda la Soledad de Nuestra Señora, o sea el estado en que Ella quedó sola, en el periodo entre la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor. Entonces, Palacio de la soledad, yo considero un nombre imponente, lindísimo.
El Vicario General de la Diócesis había mandado pintar todo el palacio por fuera y por dentro, y Don Vital fue recibido con fiestas y permaneció allá. Pero después de haber pasado algún tiempo, declaró que iba a Roma para dar esclarecimientos a Pío IX. Quería conversar sobre
la carta, llevaba la misiva consigo.

En Lourdes, una misteriosa voz infantil anuncia la victoria

Partió hacia Roma y fue recibido por Pío IX con frialdad. El Papa le comunió que sería procesado canónicamente y estudiarían si él tenía o no la razón.
De hecho, el proceso comenzó y él compareció a las Congregaciones romanas competentes, para testificar y después viajó a Lourdes, donde estaba comenzando el auge de las curaciones milagrosas. Allí, almorzó y fue a descansar una siesta, teniendo uno de esos sueños en
los que las preocupaciones revolotean alrededor de la persona como murciélagos.
De repente, Don Vital escucha una voz de niño, que parecía venir del lado de afue-
ra del hotel, diciendo: “Don Vital, el proceso está juzgado, Vuestra Excelencia ganó”.
Se impresionó con aquello, creyendo que tal vez fuese una gra-cia de Nuestra Señora, porque una voz venida de la calle, decirle eso en portugués, en aquel tiempo en el que los turistas eran mucho más escasos de lo que hoy en día, los viajes caros, difíciles, era una cosa muy singular. Quedó impresionado y, algún tiempo después, recibió un telegrama del representan-
te de los capuchinos en Roma, confirmando: “Su proceso está ganado”.
Ese capuchino escribió a Don Vittal contando que la comisión de cardenales que debía juzgar su caso permaneció en una sala, a la espera de la hora marcada para el inicio del juicio. Allí él estuvo con todos los cardenales antes de comenzar la reunión, y como representante de la Orden de los Capuchinos, hablaba a favor de Don Vital. Pero notó que todos los cardenales estaban en contra.
Cuando ellos se encerraron en el recinto donde deberían deliberar sobre el asunto, el capuchino quedó afuera y ya consideraba el caso perdido. No se sabe qué aconteció, pero
cuando abrieron la sala, estaba listo el decreto considerando a Don Vital inocente. Para él, fue una victoria brillantísima.

Pintan con pintura tóxica el cuarto en que dormía Don Vital

Mientras tanto, otra probación se delineaba en el horizonte. Un sacerdote, pariente mío, muy próximo, pernambucano de Goiana, y que era canónigo, conocido como Canónigo Luis Cavalcanti, me contó que oyó eso del propio secretario de Don Vital, que viajaba siempre con el Obispo de Olinda. Decía este sacerdote brasileño que Don Vital era un fisonomista extraordinario, y que, habiendo visto una fisonomía, nunca más la olvidaba. En cierto momento le dijo al secretario:
– Ud. preste atención: en todos los lugares a donde voy aparece siempre el mismo hombre, cuidadosamente disfrazado, acompañándome, y siempre encuentra un modo de saludarme, haciéndose pasar por muy católico, y siempre queriendo saber para donde voy.
Cuando el hecho se daba, después que el hombre se marchaba, Don Vital le decía al secretario:
– ¿Ud. lo reconoce?
El secretario afirmaba que algunas veces el hombre estaba tan bien disfrazado que él por sí mismo no lo reconocería, pero diciéndolo Don Vital que era él, se daba cuenta.
Otras veces el secretario también lo reconocía. Don Vital siempre trataba al hombre con mucha educación.
De repente, Don Vital se enferma y comienza a expeler sangre con materia orgánica negra que parecen trozos de pulmón. Llamaron a los mejores médicos de Francia y todos decían que no era tuberculosis, pero no sabían cuál era la enfermedad. Como todavía no existían las radiografías, ellos solamente podían diagnosticar por auscultación, y ésta no indicaba
nada que ayudase al diagnóstico. Para resumir, Don Vital murió.
También hubo en aquella época, en Portugal, la muerte de varios miembros de la Familia Real portuguesa, que estorbaban una cierta sucesión al trono, y nadie sabía de qué morían. Investigaciones hechas en ese siglo, demostraron que en la pintura utilizada para pintar
paredes de los cuartos donde ellos vivían, era introducida una sustancia que creaba en los pulmones un proceso de disgregación que llevaba a la muerte. Al ser examinada la pintura del cuarto de Don Vital, fue detectada la misma sustancia tóxica. Se comprende por qué Don Vital murió.

Extraído de conferencias del 30/XI/1985 y 7/XII/1985

Notas
2) Internuncio: Agente diplomático interino, equivalente a ministro plenipotenciario, dependiente de la Secretaría de Estado del Vaticano. Actualmente no existen internuncios. (Vatican Information Service 2000).

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

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