Consideraciones sobre el Sagrado Rostro

Publicado el 01/29/2021

Plinio Corrêa de Oliveira.

Algunas representaciones de Nuestro Señor en las catacumbas no se parecen a Él. La piedad católica fue poco a poco componiendo la fisonomía del Redentor y, cuando encontraron el Santo Sudario, hubo una coincidencia impresionante. En la Sagrada Faz, según como se analice, están insinuadas todas las formas posibles de la belleza de la cruz.

Analizando el rostro humano, notamos que se compone de dos líneas. Una vertical y otra horizontal. Una línea parte desde la frente, descendiendo hasta la base de la quijada, de manera que toda la horizontalidad de las cejas, de los labios y de la quijada es recorrida sutilmente por una verticalidad.

En el Sagrado Rostro están insinuadas todas las formas posibles de la belleza de la cruz.

Tengo la impresión de que en el Sagrado Rostro es imposible descubrir su proporción, porque de tal manera todo es centrado que dentro de su discreción nada es artificioso. Están insinuadas todas las formas posibles de belleza de la cruz, conforme se analice.

Imaginen que nos dieran una imagen del Sagrado Rostro, faltando apenas el delineado de las cejas; y que uno de nosotros debiera hacer ese delineado. Yo quedaría muy inseguro.

¿Dónde poner las cejas ideales en la Sagrada Faz? Es que un milímetro hace la diferencia. ¿Cómo pintarlas? ¿Arqueadas? ¿Rectas? ¿De qué manera? Pongan atención, ellas están en el Sagrado Rostro de una manera tan discreta, que ni nos acordamos del problema de las cejas. Pero en todas hay un mismo toque que indica una misma cosa y que guía a losmautores por una tradición de piedad y buen gusto. Y que indica una determinada forma.

 

Después, la barba aumenta la línea perpendicular. Mientras que el cabello suelto extendiéndose por los lados, aparenta aumentar la línea horizontal. Hay una inmensidad de posibles horizontales dentro de todo esto. Y una cantidad fantástica de cruces.

El Sagrado Rostro tiene algo que también es insondable: si vamos a ver en las catacumbas las representaciones de Nuestro Señor, algunas no se parecen a Él. Por ejemplo, la pintura del Buen Pastor, que representa un pastor cualquiera de la campiña romana, con una oveja a sus espaldas.

Es digno, estoy lejos de despreciarlo, pero no es su Faz. Después, poco a poco, la piedad católica concibió el rostro de Nuestro Señor y, cuando encontraron el Santo Sudario, todo coincidió impresionantemente.

Su rostro es tan perfecto que cualquier expresión fisonómica que se le quiera comunicar – tristeza, dolor, majestad, bondad o cualquier otra –, con algún pequeño detalle, queda muy expresiva. Son los opuestos armónicos.

No hay rostro que sea más expresivo y que necesite move se menos para abarcar un mundo de expresiones.

Más aún: las actitudes del divino cuerpo poco importan, porque el Sagrado Rostro llama tanto la atención que el resto queda casi como si fuera un busto. Se mira tanto a la Faz que nadie pone atención a los pies divinos. Se pone eso sí, alguna atención a las manos.

Estados de alma del Redentor

Veamos ahora los estados de alma. En el momento de la compasión tenemos la impresión de que Nuestro Señor es de tal manera compasivo, que no es capaz de otro sentimiento que no sea ese.

Pero en el momento de su oración, se tiene la impresión de que se aísla de todo y queda en oración. Y si alguien de lejos lo viera rezar, podría decir: “En toda mi vida no haré otra oración que la suya, porque después de verlo rezar, no sé hacer otra cosa, a no ser acordarme de eso y orar.

¿Qué son mis Padrenuestros, mis Avemarías en comparación con la oración hecha por Él? ¡Absolutamente nada!” De repente es una acción: “¡Vamos al mar de Galilea!” O sea, todo esto tiene una grandeza tal, que Nuestro Señor en cada movimiento de alma, es como si fuera eso mismo. Él es la acción, el sueño, la compasión, la cólera, la justicia.

Aquella respuesta a los fariseos: “Entonces, dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios…” (cf. Mar 12, 17), da la impresión de que en ese momento Él fue de una astucia tal, que sus ojos resplandecieron en discernimiento. Inmediatamente, al primer brillo de su astucia, nos ponemos de rodillas.

Yo leí que algunos autores espirituales han censurado una actitud de San Pedro. Si fueran todos, sería censurable, pero no siendo la totalidad, estoy del lado de los que admiran. Me refiero a aquel dicho de San Pedro a Jesús: “Apartaos de mí, Señor, porque soy un miserable pecador” (Luc 5, 8). Porque es tanta la grandeza, tan infinita, que no tenemos ni idea; va mucho más allá de lo que estamos afirmando.

Dan ganas de decir: “Yo me descompongo, me acabo, me derrito como cera por el suelo, delante de tanta grandeza. Señor, apartaos de mi porque soy un miserable pecador. Pero no os apartéis demasiado porque sin veros yo muero…”

Hay en María algo parecido a lo que existe en su Hijo

¿De qué manera vemos esto en Nuestra Señora?

De un modo muy bonito. No sé si notan que las invocaciones a Nuestra Señora son muy variadas, pero que varias de ellas se repiten. Por ejemplo: Nuestra Señora Auxiliadora y Nuestra Señora del Amparo son la misma cosa. Nuestra Señora de la Salud y Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Nuestra Señora de la Salud, socorriendo a los enfermos, o sea una especificación del género de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Pero Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es Auxiliadora y Amparo, pues está socorriendo.

Cada una de las imágenes propias a esas invocaciones, representa una personalidad propia. De manera que Nuestra Señora en cuanto Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano, o en cuanto Auxiliadora, es como si fueran personas distintas, armónicas, pero diferentes.

Es que la piedad popular se da cuenta que hay en Ella, en las pro-porciones de una criatura, algo parecido de lo que existe en su Divino Hijo. Y en cada invocación Ella es tan plena, que pensamos estar tratando con otra persona.

En realidad, yo creo que, si viéramos a Nuestra Señora, no aguantaríamos. Si Ella hiciera con nosotros lo que Nuestro Señor hizo en el Tabor, nosotros no lo soportaríamos, tal es su esplendor, su grandeza.

Alguien diría: “Pero en el Tabor hasta los Apóstoles pidieron para quedarse.”

Es verdad, porque les fue mostrado todo con una dulzura muy grande y con los contrapesos necesarios.

Porque, de lo contrario, no aguantaban. Pues un hombre no aguanta la aparición de un ángel, si este no ayuda al hombre. Y el ángel de la guarda es la jerarquía menos elevada de
los ángeles. ¡Imaginen con Dios! Hagan, entonces, la retrospectiva.

Tomado de la Revista Dr Plinio nº 33 p. 10-15

 

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