
Dios podría perfectamente haber hecho fuegos artificiales magníficos e incomparables, cerca de los cuales los nuestros fuesen una vulgaridad. Sin embargo, creando los astros, nos da la idea de un espectáculo pirotécnico, con la posibilidad de proyectar en el aire un orden que, desde el punto de vista lógico y puramente estético,en algo es más bonito que el orden que Él hizo.
Plinio Corrêa de Oliveira
Al considerar el universo sideral. vemos una tan grande serie de maravillas que lo maravilloso se multiplica por lo maravilloso y quedamos sin saber qué decir en vista de todo eso. Los comentarios que más saltan a los ojos son banales y mueren por inciertos, indecisos, quedando un gemido inexpresivo e insuficiente. Aquello que es lindo pide una exclamación: “¡Qué lindo!” Mas eso fue visto por todo el mundo. Y si comenzamos a describir lo lindo, se rompe la impresión de conjunto que él causa.
Siendo así, voy a esbozar la siguiente reflexión : es la analogía entre la relación de los cuerpos celestes y la sociedad humana.
Los cielos de Versalles cruzados por fuegos pirotécnicos
Imaginen el gran canal de Versalles, teniendo al fondo el castillo magnífico, el parque que se desenvuelve ordenadamente de un lado y del otro del gran canal y se desdobla hasta una especie de molduras de bosques, en que cada árbol es una obra prima de elegancia, de gracia, casi como si fuese un marqués o una marquesa, a punto de que se puede hablar, de cierto modo, de los bosques como si fueran cortes.
Sobre las aguas transitan armoniosamente las góndolas doradas que Luis XIV mandó poner; embarcaciones con magníficos terciopelos que quedan cerniéndose sobre la masa líquida y constituyen como que la cola pomposa de la góndola, algunas de ellas con faroles iluminados. En algunas se ríe, en otras se canta, en otras se toca música, en casi todas se come o se bebe un poco.
De repente, los cielos de Versalles son cruzados por centenas de fuegos pirotécnicos magníficos que suben y delinean algo feérico compuesto de luces y cuerpos celestes, lanzados por el hombre para iluminar el firmamento, conforme a lo que el propio hombre imaginaría como un cielo bonito. Por lo tanto, una imagen del firmamento toda ella artificial, construida por el hombre.
Si confrontamos ese espectáculo con las figuras que vemos formadas por los astros en la bóveda celeste, podríamos preguntarnos qué es más bello. En un primer momento responderíamos con énfasis que la obra salida directamente de las manos de Dios es incomparablemente más bella. Sin embargo, no se puede negar que la ordenación artística y visible que el fuego pirotécnico pone, efímeramente, en los aspectos del cielo tiene para la mente humana algo de más bello de lo que nos presenta el universo sideral.
Esos astros, dispuestos en desorden como alguien que se llenase la mano de harina y la desparramase sobre un tejido, no tiene para la concepción humana la belleza de los fuegos pirotécnicos, los cuales forman geometrías magnificas cuando son lanzados en los cielos de Versalles o de cualquier otro lugar.
¿Estaremos equivocados? ¿Existe un choque entre la obra divina y la humana? Dios trata al hombre con tanto respeto y delicadeza, que hace todas esas maravillas, pero le dio la oportunidad de superar en algo aquello que Él mismo creó.
Es un requinte de delicadeza y de misericordia paterna, por donde el propio Creador quiere manifestarse al hombre bajo otro aspecto, para que lo ame más entera y plenamente.
Creo que, si no hubiese estrellas en el cielo, el hombre no habría imaginado los fuegos pirotécnicos. Dios podría perfectamente haber hecho fuegos pirotécnicos magníficos e incomparables, al lado de los cuales los nuestros fuesen una vulgaridad. Pero no lo hizo. Sin embargo, creando los astros, nos dio la idea de un espectáculo pirotécnico, con la posibilidad de proyectar en el aire un orden que, desde el punto de vista lógico y puramente estético, en algo es más bonito que el orden que Él hizo.
Nuestra Señora es el centro y el ápice de todas las maravillas del universo
Alguien podría objetar: “¿Pero eso no lo disminuye? ¿No nos da orgullo, haciéndonos pensar que en algo somos más que Él?”
Ahora, Dios es tan poderoso y es tan auténtica la infinitud de su poder, que Él hizo todo eso, pero mucho más que eso: creó almas capaces de pensar, imaginar y componer algo en cierto sentido mejor que aquello creado por Él. Al hacer eso demuestra un poder incomparablemente mayor, con la delicadeza de quién dice: “¡Hijo mío, complete el diseño!”
Al mismo tiempo, manifiesta una grandeza fabulosa, como quién afirma: “Hijo mío, ¡mira lo que eres! Eres pensante y capaz de acrecentar una nota de armonía a todo eso, porque eres más parecido conmigo que todo el universo. Esas son mis semejanzas, tú eres mi imagen. ¡Hijo mío, cómo te amé cuando así te hice y cuando aproximé nuestras naturalezas, elevando la tuya al unir ambas en una sola Persona! Mira cómo todo eso es nada en comparación con las grandezas intelectuales, espirituales, morales, sobrenaturales para las cuales fuiste creado. Cuando un día pasees por esas vastedades en comparación con las cuales eres más pequeñito que un microbio, te sentirás un verdadero rey, pues comprenderás que, por haber existido, pensado, amado, sentido y actuado conforme a mí, tu Dios, te tornaste incomparablemente más bello que todo el universo.”
¡Oh Sol, oh Luna, oh universo, oh maravilla! Oh polvo… La menor de las almas que está en el cielo es más maravillosa que todo eso.
Nuestro Señor Jesucristo se volvería a Nuestra Señora y diría: “Vos sois mi Madre, el centro y el ápice de esas maravillas. En Vos hay más belleza que en toda la Creación, quién contempla vuestra mirada, contempla todo el universo en un grado de belleza y perfección como no se puede imaginar.”
Por fin, imaginemos a la Santísima Virgen, desde lo alto del Cielo contemplando todas esas maravillas y pidiendo en nuestro favor la gracia de que hagamos bien esta meditación, e interesándose más en ver el movimiento de la gracia en nuestras almas que en conocer el universo. Para Ella, cada uno de nosotros vale mucho más que esas inmensidades que nos deslumbran.
Con eso comprendemos cuanto valemos, cuanto Dios y Nuestra Señora nos aman, y qué posibilidades magníficas, como también responsabilidades, existen delante de nosotros. Así, estaría hecha una reflexión, entre mil otras que la contemplación del universo sideral nos sugiere.
Extraído de conferencia de 25/2/1977