Corredentora del género humano

Publicado el 04/28/2021

Monseñor João Clá Dias.

Habiendo contemplado en los más variados aspectos la compasión – sufrir con, en su sentido etimológico – de Nuestra Señora, comprendemos la magnitud de su cooperación en el misterio de la Redención, eminente entre todas y hasta necesaria, por soberana voluntad divina.

La cruz, consuelo para los católicos de todos los tiempos, fue el dolor más grande de María. De modo recíproco, su sufrimiento condolía al Divino Crucificado, pero Jesús sabía que no podría conceder a su Madre toda la gloria que deseaba, sin consentir que Ella pasase por ese tormento. Si bien es verdad que Nuestra Señora no sufrió físicamente – en lo que se refiere a su cuerpo virginal, sin considerar su finísima sensibilidad –, Ella soportó una plenitud de padecimientos de alma inalcanzable por cualquier criatura humana.

Más aún, Ella penetraba en el alma de su Divino Hijo y discernía la inmensidad de su sufrimiento, al pesar los pecados de la humanidad resultantes del rechazo de tantos tormentos. Deseando aliviar al máximo ese dolor, en su amor materno por el género humano Ella pidió por todos los que vendrían, juntando sus oraciones y lágrimas a la Preciosísima Sangre redentora. Por eso se puede afirmar con seguridad que los beneficios recibidos por nosotros en el plano de la gracia, también fueron conquistados por la Madre Lacrimosa.

Otro aspecto a ser considerado con respecto a la participación de Nuestra Señora en la Pasión, parte de una realidad mencionada en el inicio de este capítulo. Cuando Ella comulgó en la Última Cena, las Sagradas Especies se mantuvieron en su interior y nunca más la abandonaron. Con la muerte de Jesús se operó un misterio profundo, que nuestra inteligencia no alcanza: a pesar de la separación entre Alma y Cuerpo, ambos continuaron unidos a la divinidad en la Persona del Verbo. Ahora bien, ese fenómeno se dio en la Eucaristía que estaba en María, de manera que no solo toda la Pasión, sino inclusive la Muerte de Nuestro Señor, se verificó dentro de Ella.

Sobre ese particular observa muy acertadamente el Dr. Plinio, resaltando la humillación que tal hecho significó para el poder de las tinieblas: “Eso forma un contraste lindísimo y afirma, de un modo tan glorioso que no hay palabras para calificar, la victoria de Nuestro Señor sobre el demonio, porque durante la Pasión, Él estaba atado a la columna, cargando la cruz, crucificado y hasta muriendo, pero, al mismo tiempo, se encontraba en su Paraíso, que es Nuestra Señora, y así triunfaba en medio de la derrota”.

Para el Dr. Plinio, la participación de Nuestra Señora en la Pasión significó una gran humillación para el poder de las tinieblas.

Análogamente, durante el período en que el Cuerpo divino reposaría en el sepulcro, Ella sería el ostensorio vivo de su Hijo para la Humanidad. Y en la Resurrección, el Alma de Jesús retomaría el Cuerpo en estado glorioso en la Sagrada Hostia, que estaba en el interior de María.

Ponderadas esas razones, el Autor eleva su pedido a Nuestro Señor Jesucristo para que llegue el día en que la Iglesia, en su infalibilidad, declare solemnemente el dogma de la Corredención de la Santísima Virgen.

Tomado del libro ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres. Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. – Arautos do Evangelho, São Paulo, 2019

 

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