Instaurando una Cristiandad “cœliforme” – Editorial

Publicado el 11/05/2024

En el universo que conocemos y con el cual tenemos un contacto continuo – por lo tanto, excluyendo los ángeles que no hacen parte de nuestro universo visible – lo más elevado que existe es el alma humana.

La experiencia muestra que cuando tenemos amigos en quienes podemos confiar plenamente, a los cuales estamos vinculados por una afinidad de alma completa, ya sea por la identidad de doctrinas y de convicciones, ya sea por una armonía de las semejanzas y diferencias psicológicas que hacen la relación agradable, interesante y variada, sobre todo afinidad en el servicio a principios más altos, están puestas las condiciones ideales para tener una convivencia de alma muy grande, en la cual encontramos lo más agradable que puede haber para la naturaleza humana. Por cierto, se puede decir que una convivencia así es muy rara. Pero, cuando se realiza, realmente es el mayor deleite posible en esta tierra.

El modo como se suele imaginar el cielo es corrientemente muy influenciado por imágenes de santos de estilo sulpiciano, con esto de singular: parecen mostrar almas sin características psicológicas propias. Así, ya sea Santa Dorotea, Santa Hildegarda o Santa Teresa, son representadas con la misma ausencia de personalidad.

Eso lleva a preguntarnos cómo será la relación de esas personas en el cielo, pues a primera vista se tiene la impresión de algo sin ningún sabor, dado que varios de los requisitos de una relación humana perfecta no existen, lo que contribuye a presentar del Paraíso una imagen poco atrayente.

Podemos imaginar la convivencia de almas afines en el Paraíso, tal vez entre personas de siglos diferentes, pero modeladas por la providencia de Dios mucho más para formar un grupo en el cielo que en función de su existencia en la tierra.

Esas personas, conviviendo entre sí, poseen una felicidad, en el orden de lo creado, la más completa posible. Pero más perfecta todavía, por estar gozando de la visión beatífica y comentar lo que están contemplando de Dios, el Divino Panorama, que se deja ver de maneras infinitamente variadas por almas afines, las cuales sienten del mismo modo. Con eso, ellas gozan de una felicidad inimaginable. Así, ¡el ideal da felicidad de la tierra se realiza en el cielo de un modo fantástico, maravilloso!

En la Edad Media, lo que se dio fue algo muy inferior al cielo empíreo, pero en ese mismo orden. Las almas tenían esa consonancia profunda, esa virtud, la fe las unía verdaderamente, se amaban, no solo por encima de los límites que las dividían en el campo social, sino inclusive por causa de esos límites: cada frontera social era un título para el amor y no para el odio. Todo eso gana mucha relevancia si es considerado a la luz de lo que San Luis Grignion de Montfort dice respecto al Reino de María, donde las almas santas, comparadas a las de los siglos anteriores, serán como cedros del Líbano en comparación con arbustos. Por tanto, la convivencia, la densidad y la realidad de la Cristiandad van a ser mucho mayores de lo que fueron en la Edad Media, pues habrá una presencia de la gracia en las almas especialmente propia a constituir una sociedad lo más parecida posible con el cielo empíreo.

Por esto estamos trabajando: para, en oposición a la Revolución “sataniforme” o “inferiforme” –modelada según satanás o los infernos–, instaurar una Cristiandad “coeliforme”. Este objetivo está contenido en nuestros ideales y lo realiza por entero. ¡Es el rumbo hacia dónde camina el élan1 de nuestras almas!

1) Élan: en francés, ímpetu.
2) Cf Conferencia del 21/5/1989.

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