¿Cuál es la fuente de la santidad sacerdotal?

Publicado el 03/09/2021

En nuestros días, nada mejor que recordar al Santo Cura de Ars, modelo de sacerdote, y la entrañable y ardorosa devoción que él tenía por la Santa Misa :

“Si conociéramos el valor de la Misa, moriríamos. Para celebrarla dignamente, el sacerdote debería ser santo. Cuando estemos en el Cielo, entonces veremos lo que es la Misa, y cómo tantas veces la hemos celebrado sin la debida reverencia, adoración, recogimiento”. [1]

En el decreto Presbyterorum ordinis, el Concilio Vaticano II, en perfecta armonía con la doctrina tomista, resume de forma admirable la centralidad de la Eucaristía en la vida espiritual del sacerdote, como siendo su principal medio de santificación.

Seguidamente recuerda que es a través del ministerio ordenado cuando el sacrificio espiritual de los fieles se consuma en unión con el sacrificio de Cristo, ofrecido en la Eucaristía de modo incruento y sacramental.

Y afirma que “a este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio, que surge del mensaje evangélico, toma su naturaleza y eficacia del sacrificio de Cristo”.[2] Lo que equivale a decir que el sacerdote vive para la Celebración Eucarística y de ella es de donde debe sacar fuerzas para progresar en la práctica de la virtud.

Garrigou-Lagrange sintetiza con precisión esta doctrina: “El sacerdote debe considerarse ordenado principalmente para ofrecer el Sacrificio de la Misa. En su vida, este Sacrificio es más importante que el estudio y las obras exteriores de apostolado. Efectivamente, su estudio debe ordenarse al conocimiento cada vez más profundo del misterio de Cristo, supremo Sacerdote, y su apos- tolado debe derivar de la unión con Cristo, Sacerdote principal”.[3]

Royo Marín, cuando comenta la exhortación del Pontifical Romano que el obispo hace a los ordenandos, afirma enfáticamente que la Santa Misa es “la función más alta y augusta del sacerdote de Cristo”.[4] E inmediatamente después, conocedor de las múltiples ocupaciones pastorales de un sacerdote, que le pueden desviar fácilmente del núcleo de su vocación de mediador entre Dios y los hombres, refuerza la misma idea con encendidas palabras de celo sacerdotal: “El sacerdote lo es ante todo y sobre todo para glorificar a Dios mediante el ofrecimiento del Santo Sacrificio de la Misa” [5].

Benedicto XVI cuando trata sobre la vocación y espiritualidad sacerdotales, bajo una perspectiva pastoral afirma: “La celebración Eucarística es el acto de oración más grande y más elevado, y constituye el centro y la fuente de la que reciben su ‘savia’ también las otras formas: la Liturgia de las Horas, la adoración eucarística, la lectio divina, el santo Rosario y la meditación”[6].

La eficacia del ministerio sacerdotal

Como hemos visto anteriormente, la santidad de vida del sacerdote, como ejemplo para los fieles de Cristo, es un potente elemento para conducirlos a la perfección. 

Bien señala Dom Chautard que a un sacerdote santo le corresponde un pueblo fervoroso; a un sacerdote fervoroso, un pueblo piadoso; a un sacerdote piadoso, un pueblo honesto; a un sacerdote honesto, un pueblo impío[7]. Grande es, pues, el papel de la virtud del ministro para el éxito de su ministerio.

Por lo que respecta a la aplicación del valor de la Santa Misa, con finalidad propiciatoria, lo que se puede hablar es de su eficacia subjetiva, que depende de las disposiciones de quien la celebra y de aquellos por quienes es aplicada, como explica Santo Tomás: “Aunque esta oblación, por la grandeza de lo ofrecido, sea suficiente para satisfacer toda la pena, se hace satisfactoria, no obstante, sólo para aquellos por quienes se ofrece, o para aquellos que lo ofrecen, según la medida de su devoción, y no por toda la pena a ellos debida”.[8].

Ante estas realidades el sacerdote tiene dos grandes deberes. Uno para consigo mismo y otro para con el pueblo, pues ambos se benefician de los frutos de la Santa Misa, especialemntente el celebrante, según sea su grado de fervor o devoción”[9].

De esta forma correspondrá a la altísima dignidad de su ministerio, según decía el Santo Cura de Ars: “Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El Sacerdote.

¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote… ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!… Él mismo sólo lo entenderá en el Cielo”.[10].

Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio nº79, febrero de 2010, pp. 21-22

Notas:
[1] Cf. GARRIGOU-LAGRANGE, OP, Réginald. De Sanctificatione sacerdotum, secundum nostri temporis exigentias. Roma: Marietti, 1946, p. 42.
[2] Presbyterorum ordinis, n. 2.
[3] GARRIGOU-LAGRANGE, OP, op. cit., p. 38.
[4] ROYO MARÍN, OP, Antonio. Teología de la Perfección Cristiana. Madrid: BAC, 2001, p. 848.
[5] Ídem, ibídem.
[6] BENEDICTO XVI. Homilía en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 3/5/2009.
[7] Cf. CHAUTARD, Jean-Baptiste. A Alma de todo o apostolado. Porto: Civilização, 2001, p. 34-35.
[8] SANCTUS THOMAS AQUINAS, Summa Theologiae, III, q.79, a.5, Resp.
[9] Cf. ROYO MARÍN, OP, Antonio. Teología Moral para Seglares. Madrid: BAC, 1994, v.II, p. 158.
[10] Palabras de San Juan María Vianney, citadas por el Papa Benedicto XVI en la Carta para la Convocación de un Año Sacerdotal, de 16/6/2009.
 

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