¿Cuál es nuestra responsabilidad cuando nos tientan los pensamientos impuros? Parte 1

Publicado el 05/07/2023

Unos pocos segundos bastan también para rasgar un cuadro de Rubens, para abofetear a un amigo, y para suicidarse, arrojándose por la ventana. ¿Y temes tú, sin embargo, que cometerías estas barbaridades en un momento, a pesar tuyo?

Padre George Hoornaert, S.J

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Pueden darse tres actitudes:

  • Resistir positivamente.
  • Consentir.
  • Observar una actitud intermedia de no combatir, pero juntamente de no ceder.

Examinemos cada actitud, comenzando por la última.

3ª Actitud. Teóricamente basta que se dé esta tercera actitud, ya que al fin y al cabo el pecado consiste en querer el mal; y en esta tercera actitud no se le quiere; y además, hay que suponer también que no se halla en ocasión próxima de quererlo. Pero en la práctica, sobre todo si la tentación es impetuosa, será casi imposible el resistir si el sujeto no se esfuerza, no solamente por conservar esta especie de actitud neutral de «no querer», sino también por querer positivamente lo contrario.

2ª Actitud. Si después de haber caído en la cuenta de que aquellos pensamientos y deseos son malos, se consiente en ellos libremente, en aquel preciso momento somos culpables. Al igual que no debemos conservar una foto pornográfica en un álbum secreto, no tenemos derecho a conservar un pensamiento impuro en el álbum secreto de la memoria.

Junto con el libertinaje exterior se da el libertinaje interior: memorativo o imaginativo. La imaginación en estos casos juega un papel muy grande. El acto culpable generalmente va acompañado de representaciones que lo provocan y lo fomentan.

1ª Actitud. Se pone el máximo cuidado de rechazar los malos pensamientos. Al obrar así, no sólo no se comete pecado alguno, sino que se ejercita la virtud y se adquiere mérito, ya que el hombre se vence a sí mismo.

Pero es que los pensamientos que me persiguen son tremendamente seductores.

¿Y qué? El pecado no está en los caprichos de la imaginación o de la inteligencia, sino en el consentimiento de la voluntad. No está el pecado en sentir, sino en consentir.

Pero es que esos pensamientos son para mí una verdadera obsesión, y no me dejan en paz ni de día ni noche.

Bueno, ¿y qué? Más glorioso es resistir dos horas, que resistir dos minutos. ¡A más largo combate, más hermosa la victoria!

«Existen dos maneras de merecer en el mal pensamiento que viene de fuera. Viene un pensamiento de cometer un pecado mortal, al cual pensamiento resisto al punto, y queda vencido. La segunda manera de merecer es, cuando me viene aquel mismo mal pensamiento, y yo le resisto, tórname a venir otra y otra vez, y yo siempre resisto, hasta que el pensamiento va vencido; y esta segunda manera es de más merecer que la primera» (SAN IGNACIO, Ejercicios Espirituales n. 33 y 34).

Pero es que siento el placer prohibido.

Es algo irremediable, pero tú no eres responsable, mientras lo experimentes sin haberlo buscado y sin complacerte voluntariamente en él.

Tiemblo con sólo pensar que bastan unos segundos para cometer un pecado mortal con el pensamiento.

Unos pocos segundos bastan también para rasgar un cuadro de Rubens, para abofetear a un amigo, y para suicidarse, arrojándose por la ventana. ¿Y temes tú, sin embargo, que cometerías estas barbaridades en un momento, a pesar tuyo? Este otro pecado mortal con el pensamiento de unos segundos, no se cometerá tampoco a pesar tuyo, ya que la culpa grave supone esencialmente, además de materia grave, deliberación perfecta y consentimiento pleno.

¡Puede tanto el diablo!

«El diablo, —dice San Bernardo—, es un perro que ladra terriblemente… pero que está atado. Déjale que ladre sin cesar. Está rabioso pero no puede nada. No te morderá, a no ser que tú mismo vayas a soltarle la cadena.»

7° principio

Esas tentaciones me asaltan, especialmente antes de comulgar.

Pasa con bastante frecuencia. Y se explica, desde luego por una causa muy natural. Por la mañana, hallándose el espíritu en toda su frescura y la imaginación descansada, las tentaciones se insinúan más fácilmente.

Además, el demonio sabiendo, como sabe, que la comunión es el gran medio de santificación, procura, para apartarnos de ella, turbarnos y después nos insinúa: «¡Cómo!, ¿te vas a atrever a recibir a tu Dios en tu alma, agitada de tan malos deseos y manchada con semejantes

ruindades?

Abstenerse de comulgar, cuando no se ha consentido en el pecado, es hacer bonitamente el juego al demonio.

Pero, a veces, antes de comulgar no se duda si ha habido consentimiento o no. ¿Qué hacer entonces?

Mientras sea sólidamente probable que se está en estado de gracia, se tiene derecho a acercarse a la sagrada Mesa. Vendrá muy bien entonces hacer un acto de perfecta contrición, pero no estás obligado a confesarte. ¿Por qué? Sólo estás obligado a hacerlo en el caso de que ciertamente estés seguro de haber cometido un pecado mortal; y siendo en tu caso el pecado mortal muy dudoso, dudosa queda también la ley de confesarte; ahora bien la ley dudosa no obliga.

Sin embargo, si tienes bastante certeza de haber cometido un pecado mortal, en este caso lo más conveniente es que acudas antes al sacramento de la confesión.

Sin duda hemos dicho que no habrá obligación estricta, mientras tengas una certeza sólida de haber resistido. Pero en las relaciones con Dios nuestro Señor, como en las de los hombres, junto a lo que hay que hacer por obligación, está lo que exige la delicadeza y la conveniencia. Un joven puede acercarse al confesionario aunque no tenga pecado mortal, para purificar su alma y recibir nuevas gracias.

Tomado del libro, El combate por la pureza; pp. 89-95

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