La Sagrada Escritura atestigua la existencia de los ángeles; muchos pasajes, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, lo comprueban.
El número de los ángeles es muy grande. Si alguien tiene cien ovejas, dice Jesucristo y una de ellas se extravía, ¿no deja á las noventa y nueve restantes en la montaña, y no corre a buscar la que se ha extraviado? (Matth. XVI 11). Por las noventa y nueve ovejas, los Santos Padres entienden los ángeles que han perseverado y por la oveja perdida entienden al género humano. ¡Cuán grande sea pues el número de los ángeles, puesto que son comparados a las noventa y nueve ovejas!
Hay nueve coros de ángeles nombrados y distinguidos en la Escritura: los Ángeles, los Arcángeles, los Tronos, las Dominaciones, las Virtudes, los Principados, las Potestades, los Querubines y los Serafines.
Los ángeles son también las ovejas del Hijo del hombre. Es su salvador y no su redentor, como lo es de los hombres, porque los ángeles no han pecado. Pero por él han merecido los ángeles todas las gracias y toda su gloria, esto es, su elección, su predestinación, su vocación, todos los recursos suficientes, prevenientes, concomitantes y eficaces; es el principio de su mérito y el aumento de su gracia y de su gloria. Habiendo los ángeles tenido una fe viva en Jesucristo hecho hombre, han sido justificados por esta fe. Así hablan algunos teólogos.
Salido Tobías, hallóse con un joven de deslumbrante hermosura que llevaba ceñidos sus vestidos como un viajero pronto a ponerse en camino. ( Tob. v. 5).
En los libros de los Macabeos se ve también descrito el esplendor de los ángeles. Varias veces, habiéndose aparecido los ángeles en la antigua ley, los hombres los tomaban por el mismo Dios y querían adorarles ….. ¡Tan hermosos eran!
En el cielo, los ángeles forman la corte del Rey de los reyes; están rodeados de hermosura y de gloria como de un espléndido vestido.
“Los ángeles de los niños ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos”, dice Jesucristo.
Parecía que yo comía y bebía con vosotros, dijo el ángel a Tobías padre e hijo; pero yo uso un alimento invisible y una bebida que los hombres no pueden ver¨ (Tob. XII. 19).
El ministerio de los ángeles de la guarda consiste:
1o. En alejar los peligros, ya del cuerpo, ya del alma…;
2o. En iluminar, en instruir y en inclinar a buenos pensamientos, a piadosos deseos y a obras
santas…;
3o. En impedir que los demonios sugieran malos pensamientos, en alejar las ocasiones de pecado y en ayudar a vencer las tentaciones…;
4o. en ofrecer a Dios las oraciones de aquellos que ellos protegen…;
5o. en rogar por ellos, en corregirles si pecan, en asistirles en la muerte, fortificarles, ayudarles, consolarles, etc….;
8o. en conducir sus almas al cielo después de la muerte, y si van al purgatorio, en acompañarlas allí y consolarlas hasta que se hallen libres. El universo tiene un ángel de la guarda; cada nación, cada ciudad, cada parroquia, cada casa, cada particular tiene también el suyo.
“El Señor, dice el Salmista, ha mandado a sus ángeles que os guarden en todos vuestros caminos” (XC. 11). Os llevarán en sus manos, no sea que vuestro pie tropiece con alguna piedra¨ (XC. 12).
“Ved ahí, dice el Señor en el Éxodo, que enviaré mi ángel que os preceda, os guarde en el camino y os introduzca en el lugar que os he preparado. Respetad y escuchad su voz y guardaos de despreciarle”.
Tobías dijo a su hijo y a su guía: “¡Ojalá sea feliz vuestro viaje: Dios vele en vuestro camino y su ángel os acompañe”. Tobías dijo a su esposa desconsolada por la marcha de su hijo: “No llores, nuestro hijo llegará al término de su viaje con buena salud, volverá entre nosotros de la misma manera y tus ojos le verán; porque creo que el ángel de Dios le acompaña, que todo lo dispondrá en su favor y que por consiguiente volverá lleno de alegría”. (Tob. V. 26-27). “¡Hállese el ángel santo del Señor en vuestro camino y él os preserve de todo peligro!” dijo Raquel al hijo de Tobías cuando partió para volver a la casa de su padre.
TESOROS DE CORNELIO A LÁPIDE.
TOMO PRIMERO.
LIBRERÍAS Hnos. MIGUEL OLAMENDI DE D. EUSEBIO AGUADO, DE LÓPEZ y DE FRANCISCO LIZCANO. 1866.
Pag. 94 y siguientes.