
I Domingo de Cuaresma
El período cuaresmal es un tiempo en el que la Iglesia, muy maternalmente, llama a todos sus miembros a una renovación espiritual. Y el primer paso que hemos de dar consiste en revisar el modo como combatimos las tentaciones. Para librar bien esta batalla, el Señor nos ofrece un perfecto ejemplo en el Evangelio de esta liturgia.
Después de cuarenta días de ayuno, Jesús siente hambre (cf. Lc 4, 2). El enemigo se acerca a Él y le dice: «Di a esta piedra que se convierta en pan» (Lc 4, 3).
«No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4, 4), responde el Salvador. El pan simboliza los placeres materiales; cuánta gente se agita, se esfuerza y sufre por intereses fugaces. La liturgia cuaresmal nos invita a recordar que la materia no puede ser la finalidad última de nuestras vidas, y a preguntarnos: ¿habré dado real y sincera prioridad a lo que concierne a mi salvación eterna?
«Te daré el poder y la gloria de todo eso […]. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo» (Lc 4, 6-7), continúa el tentador. El demonio tiene el arte de pintar, a nuestros ojos ingenuos, actos opuestos a la voluntad de Dios como engañosa fuente de felicidad. Eso es lo que intentó hacer con el Señor, e intenta hacerlo con todos los hombres, desde Adán y Eva.
Para no sucumbir a esa tentación, basta con reconocer la autoridad de Dios sobre nosotros, como declaró Jesús: «A Él solo darás culto» (Lc 4, 8). Hoy también debemos interrogarnos: ¿he buscado las alegrías fugaces del pecado, despreciando los mandamientos divinos, o la práctica de la virtud, único manantial de la verdadera felicidad?
Finalmente, el diablo traslada al Señor al alero del Templo y le dice: «Tírate de aquí abajo» (Lc 4, 9). Se trata de una invitación a una insensata pretensión de salir ileso del peligro. A menudo no es el diablo quien propone directamente el pecado, sino la ocasión…
¿No es ésa la misma pretensión de no pocos que se ponen en ocasiones próximas de pecado? Y la respuesta del Señor —«No tentarás al Señor, tu Dios» (Lc 4, 12)— suscita una cuestión en la conciencia: ¿me he mantenido alejado de las personas, lugares, objetos y circunstancias que me llevan a pecar? ¿O me acerco a ellos con la ilusoria pretensión de no pecar, aunque me exponga al peligro?
Todos tenemos que pasar por tentaciones. ¿Qué ejemplo nos da el divino Maestro para combatirlas eficazmente?
Nuestro paso a la vida eterna depende de una fe operante en el misterio de la Resurrección. No se trata sólo de creer, sino de luchar por lo que se cree. Y la liturgia de este domingo nos inspira a pedir luces al Espíritu Santo para combatir las tentaciones, que consiste en llevar una vida centrada en lo sobrenatural, en oposición a una existencia de placeres materiales; en buscar la felicidad en la obediencia a la ley de Dios, contrariando las pasajeras alegrías ofrecidas por el demonio, por el mundo y por la carne; en procurar siempre ocasiones de virtud, frente a ocasiones de pecado.
Así, cuando terminen nuestros «cuarenta días» en el desierto, es decir, los pocos años de nuestra vida mortal, veremos a los ángeles bajar del Cielo y conducirnos al banquete eterno.