De inquisidor a apóstol de Perú

Publicado el 03/23/2023

Felipe II, habiendo conocido a un hombre bueno y virtuoso como Santo Toribio de Mogrovejo, lo sacó de las dulzuras de su piedad y lo nombró presidente del Tribunal de la Inquisición en Granada. Ejerció tan bien su oficio, que el emperador pidió que fuese consagrado obispo de Lima, en el Perú. Y nombrado como tal, luchó contra las costumbres lascivas y fue azote de los malos sacerdotes.

Plinio Corrêa de Oliveira

El 23 de marzo se celebra la fiesta de San Toribio de Mogrovejo, cuyos datos  biográficos a continuación sintetizamos.

En Granada fue presidente de la Inquisición durante cinco años

En este predio, funcionaba el Tribunal de la Inquisición en la ciudad española de Granada

Santo Toribio nació en 1558 en Mayorga, España, de una noble familia. Desde infancia reveló amor por la virtud y un horror extremo al pecado, junto a una gran devoción a la Santísima Virgen. Cada día recitaba su Oficio y el Rosario, y los sábados ayunaba en su honor.

Con inclinación a los estudios, los hizo en Valladolid y Salamanca. Felipe II llegó a conocerlo y, observando sus cualidades, le nombró primer magistrado de Granada y presidente del Tribunal de la Inquisición de esa ciudad, cargo que ocupó de forma excepcional durante cinco años. Quedando libre la Sede Episcopal en Lima, en el virreinato del Perú, el soberano lo llamó para el cargo a pesar de sus vehementes protestas. Fue consagrado sacerdote y obispo, y asumió su cargo a la edad de 43 años.

Su diócesis era inmensa y las costumbres de los españoles y otros conquistadores, al lado del clero, dejaban mucho que desear.

Los salvajes a su vez eran abandonados o perseguidos. Santo Toribio no se dejó desanimar y decidió aplicar las decisiones del Concilio de Trento para reformar la región.

En Lima, comenzó su acción por la reforma del clero

Dotado de una prudencia excepcional, así como de un celo activo y vigoroso, comenzó con la reforma del clero, manteniéndose inflexible en cualquier escándalo que viniese de allí. Se convirtió en el azote de los pecadores públicos y protector de los oprimidos. Fue muy perseguido por ello.

Como algunos cristianos dieron a la Ley de Dios alguna interpretación que favorecía las tendencias desarregladas de la naturaleza, les mostró que Cristo era la Verdad y no una costumbre, y que en su tribunal nuestros actos no serían pesados por la falsa balanza del mundo, sino por la balanza del Santuario.

Francisco Álvarez de Toledo, Virrey del Perú

Consiguió nuestro santo lo que quería y se volvió a la práctica de las máximas evangélicas con gran fervor, especialmente con la llegada del virtuoso virrey Don Francisco de Toledo.

Infatigable por la salvación de la más pequeña de las almas de su rebaño, no escatimaba trabajo ninguno. Protegió a los indios aprendiendo, ya en la vejez, varios de sus dialectos para enseñarles el Catecismo. Toda esta actividad fue iluminada por una intensa vida de piedad, misa, larga meditación, confesión diaria, largas horas de oración y severa penitencia. Su oración era continua, porque la gloria de Dios era el fin de todas sus palabras y obras.

Santo Toribio cayó enfermo en Sana, una ciudad distante de Lima. Previó su muerte y distribuyó sus bienes a los siervos y a los pobres, repitiendo sin cesar las palabras de San Pablo: “Deseo ser liberado de las ataduras de mi cuerpo para unirme a Cristo”. Murió diciendo con el profeta: “Señor, en tus manos entrego mi espíritu”. Era el 23 de marzo de 1606, cuando expiró el gran apóstol del Perú.

Salió de las dulzuras de su piedad para ser el azote de los herejes

Es una biografía tan hermosa que casi no dan ganas de hacer comentarios. En todo caso, vamos a tomar algunos aspectos de este asunto a ser considerados.

El primero de ellos, por supuesto, es la devoción excepcional de este Santo a Nuestra Señora. Todos sabemos bien que sin veneración filial y maravillada a la Virgen María no hay santidad, la cual existe, en cierta manera, según la devoción a Ella. Pasemos un poco a la consideración de las cosas del tiempo.

Rey Felipe II

Tan pronto como el rey Felipe II notó a este hombre tan piadoso, lo llamó para ejercer el poder judicial. Imagínense que, en nuestros días, se publicara una noticia que dijera: “El presidente Fulano estaba en tal lugar y, oyendo hablar de un hombre muy religioso, que ayunaba, hacía penitencia todos los sábados, rezaba el Pequeño Oficio de Nuestra Señora, exclamó: ‘Oh, aquí está el Magistrado’”. Nadie creería esta noticia porque todo el mundo sabe que ningún jefe de estado contemporáneo selecciona hombres verdaderamente piadosos y religiosos.

Ahora bien, ¡maravilla de maravillas! Felipe II conoció a un hombre piadoso que no era “herejía blanca”1, y este Monarca – también él enteramente contrario a la “herejía blanca” – viendo a ese hombre tan bueno, lo llamó a una rama especial del poder judicial que es nuestra bien amada “Inquisición contra la perfidia de los herejes”. Y helo entonces transformado en un perseguidor de los herejes. Este hombre sale de las sombras del santuario, de las dulzuras de su piedad, para ser el azote de los herejes. Y ocupa su cargo tan bien que es nombrado obispo de Lima, Perú.

Esto es señal de toda una época en la que la virtud era buscada, premiada y considerada como un instrumento para el buen progreso del gobierno de un reino.

Implantó y consolidó los cimientos del Reino de Cristo en Perú

Santo Toribio comienza a actuar y, por ser un auténtico santo, sabe golpear donde es necesario y se convierte en el azote de los malos sacerdotes, reformando el clero.

Se puede ver cuál era el pensamiento de Felipe II al enviar a un hombre así al Perú. El Rey, comprendiendo muy bien toda la corrupción a la que estaba sometida una nación colonial, con la presencia de la élite en España o en Portugal y la llegada de la escoria a América del Sur, su preocupación fue la de tomar a un hombre eminente para implantar y consolidar los cimientos del Reino de Cristo en el Perú.

Esta actitud nos hace percibir mejor cómo había por parte de Felipe II un verdadero celo por la propagación de la Fe. Hay quienes difunden la cantilena por ahí de que España y Portugal, al hacer el descubrimiento, solo estaban interesados en el dinero.

¿Cuál era el lucro monetario que tenía Felipe II al enviar a un hombre de este valor al Perú con el fin de hacer una reforma de carácter espiritual? ¡Ninguno!

Santo Toribio comienza a actuar y, por ser un auténtico santo, sabe golpear donde es necesario y se convierte en el azote de los malos padres, reformando el clero. Su acción es prestigiada por otro hombre de altas virtudes, que Felipe II envía para el cargo de Virrey del Perú: Don Francisco de Toledo.

Vemos, por tanto, al gran Monarca, a quien Santa Teresa llamó “nuestro santo Rey Felipe”, nombrar a un santo obispo inquisidor y a un virrey virtuoso. ¿Quién oye hablar de estas cosas en los días de hoy? ¡Cómo hemos caído! Estamos en tal decadencia que nos parece natural que esos excéntricos estén por ahí gobernando, dominando, mandando, hablando, dirigiendo…

No entendemos el fondo del abismo en el que estamos, porque lo normal es que un obispo sea como Santo Toribio de Mogrovejo y que el poder político sea entregado a un rey o virrey virtuoso, y no a esa “mediocridad” que tenemos por ahí. Pero hemos perdido la noción de ello.

Entonces, deberíamos pedirle a Santo Toribio de Mogrovejo que nos obtenga la gracia de luchar activamente para derribar ese estado de impiedad en el que la normalidad parece extraña a los hombres, y el horror político que se ve por ahí pasa a ser lo normal.

Es, por lo tanto, la derrota del orden revolucionario y el triunfo de la Contrarrevolución lo que debemos invocar a este Santo que, como inquisidor, luchó duramente por la causa contrarrevolucionaria. Desde lo alto del cielo, seguramente escuchará nuestra oración con benignidad y alegría. 

Extraído de conferencia del 22/3/1966

Notas

1 Expresión metafórica creada por el Dr. Plinio para designar la mentalidad sentimental que se manifiesta en la piedad, la cultura, el arte, etc. Las personas afectadas por ella se vuelven flojos, mediocres, poco propensas a la fortaleza, así como a todo lo que signifique esplendor.

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