De los escombros de la Revolución, surgirá el Reino de María

Publicado el 04/03/2021

Tres momentos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo son particularmente apropiados para alimentar nuestras meditaciones en este Sábado Santo.

La Crucifixión, culmina con el consummatum est, cuando el Alma santísima del Salvador se separó de su Cuerpo sagrado. La Víctima expiró, el sacrificio se hizo y la Redención se operó. En ese momento fuimos redimidos y la fuente de todas las gracias se abrió para nosotros.

Después de su muerte, el Corazón del Divino Redentor fue perforado por la lanza de Longinos que hirió, así, el propio símbolo del amor, traspasado por el furor de los perseguidores. Aunque algunos intérpretes sostienen que esto fue hecho con la intención de evitar una agonía muy larga, sin duda fue la saña de sus enemigos que llegó hasta su Sagrado Corazón, del cual brotó la última gota de sangre y agua derramada por nosotros, mostrando hasta qué extremos llegaba su misericordia, bondad y condescendencia hacia los hombres.

Contemplando esta escena, debemos pedir que el Señor tenga compasión de nosotros, de todos aquellos que se esfuerzan por santificarse y de los que, habiendo abandonado el mal camino, emprendieron el camino de la conversión. Que, por misericordia, el Divino Crucificado atraiga a todas las personas a sí, los confirme y los lleve adelante por las sendas de la santidad.

Otro es el momento en que el cuerpo inerte de Nuestro Señor yace en el regazo de la Santísima Virgen. Aquí, pidamos dos gracias; primeramente, la de comprender el sentido de la Pasión de Jesucristo. Muchos meditan en la Pasión con indiferencia: “Es algo que ya pasó ¿yo qué tengo que ver con eso?” Ahora, en el Viacrucis se acostumbra a cantar: “Santa Madre, clavad en mí, de verdad, las llagas de Cristo”. O sea, haced que tenga la vivencia de la solidaridad con Cristo, que me compadezca de Él, que haga mío su dolor y que viva teniendo presente su Pasión.

En segundo lugar, pensemos en la Iglesia que atraviesa hoy una Pasión parecida con la de Nuestro Señor Jesucristo. Supliquemos la gracia de salir de la mediocridad para tener constantemente delante de nuestros ojos la tremenda Pasión por la que está pasando la Santa Iglesia Católica.

Al contemplar un tercer momento – Cristo en el sepulcro, lívido, abandonado – debemos considerar que murió, pero resucitó. En muchas ocasiones la Santa Iglesia parece muerta, pero nunca muere. A pesar de no poder resucitar, siempre resurge de todas sus derrotas y humillaciones. Por tanto, por humillada y profanada que esté hoy, es innegable que la Esposa de Cristo se levantará, y de los escombros del reino de la Revolución surgirá el Reino de María.

 

Que la Virgen nos dé la perspectiva de esta Pascua de su Reino, que será algo así como la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. 

En este momento en que la causa católica se encuentra como en estado cadavérico en un sepulcro, que María Santísima nos dé la confianza inquebrantable de que, incluso en nuestros días, veremos el Reino de su Sapiencial e Inmaculado Corazón

Plinio Corrêa de Oliveira, cfr. Conferencia del día 7/4/1966

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