Al tener su mentalidad y su carácter
deformados por una mala orientación
desde la infancia, le faltaron a Luis XVI
la sabiduría, la sagacidad y la fuerza
necesarias para detectar y exterminar,
desde su nacimiento, los gérmenes de la
Revolución que lo llevarían al cadalso.
Plinio Corrêa de Oliveira

Luis XVI dando instrucciones a La Pérouse, el 29 de junio de 1785 – Palacio de Versalles
El 13 de julio de 1789, un día antes de la caída de la Bastilla, Luis XVI escribió una carta a su hermano, el Conde de Artois1, en la cual decía:
¡Querido hermano! Yo había cedido a vuestros consejos y a las reflexiones de algunos fieles vasallos. Recientemente, sin embargo, hice útiles meditaciones. En el momento presente,

La Guardia Nacional parisina parte para el Ejército en septiembre de 1792 – Palacio de Versalles
oponer resistencia [a la Revolución naciente] equivaldría a exponernos a perder la monarquía; y lanzarnos todos a la ruina. Retracté las órdenes que había dado; mis tropas saldrán de París y yo emplearé medios más suaves. No me habléis más de golpe de autoridad o de acto de poder. Considero más prudente contemporizar, ceder a la tormenta y esperar todo del tiempo, del despertar de la buena gente y del amor de los franceses a su rey…
Francia en el tiempo de Luis XVI
Para formar un cuadro completo de las consecuencias trágicas de esa política, conviene tomar en consideración el porqué de ese error en la mente de Luis XVI. Voy a utilizar un ejemplo muy prosaico, pero útil para que comprendamos cómo, bajo cierto punto de vista, la Historia se repite.
Cuando un empleado prepara un baño de inmersión, él puede realizar esa tarea de dos modos diferentes: con cuidado, de manera que mantenga el agua en una temperatura uniforme, o soltando el agua caliente y la fría de forma distraída, sin preocuparse por obtener una temperatura homogénea. En este caso, cuando el infortunado propietario de la bañera va a entrar, percibe varias camadas frías y calientes que no se mezclaron y acaba tomando, por así decir, varios baños simultáneos en superficies diferentes de su cutis.
La situación de esa agua que no se mezcla, sino que se yuxtapone en masas de temperaturas diversas, da bien la idea de la Francia del tiempo de Luis XVI.
Salones y Enciclopedia, semillas de la Revolución
La Revolución procedía toda del siguiente punto: había en París los famosos salones; reuniones de personas de importancia social y, en general, miembros de la nobleza. Cuando no eran de la nobleza de espada, por lo menos de la nobleza de toga, la de los magistrados y profesores universitarios, altos políticos, cuyas señoras tenían el don de mantener un salón.
El salón –a veces eran varias salas– estaba compuesto de muebles dorados, con mesas con cubierta de mármol, cortinas de damasco, espejos altos, paredes revestidas también de damascos; ora tapetes traídos de China, de Persia o de la India, ora fabricados en la Savonnerie de Francia2 o en los Gobelins3. Un verdadero ambiente de lujo, pero de un lujo alegre, porque todas esas piezas eran vivas, brillantes, impregnaban de gloria el lugar.
Allí se reunía toda la alta sociedad en una convivencia donde era lanzada la última moda en materia de trajes y, sobre todo, de maneras refinadas, lugar en el que se difundían los últimos rumores o noticias interesantes, así como también las últimas ideas provenientes de un pequeño clan, seguido con fervor por esa élite.
Ese clan era el de los enciclopedistas –Voltaire4, d’Alembert5, Diderot6, por ejemplo–, conocidos así porque estaban preparando, o ya habían preparado, una Enciclopedia7, la primera de su género en Occidente. Esta contenía un conjunto de conocimientos a la manera del Larousse de hoy, pero de presentación material muy superior, con caracteres muy bonitos y grandes, encuadernada con

Detalle de una de las salas del Castillo de Vaux-le-Vicomte – Maincy, Francia
cuero de calidad muy fina, en cuya capa estaba grabado el blasón de armas del noble que lo adquiría.
Los enciclopedistas constituyeron un clan ateo, liberal, libre pensador, escéptico y libertino, que favorecía toda especie de inmoralidad. Liberal y libertino, dos palabras que giran en torno de un mismo concepto errado de libertad. Ellos continuamente ponían en circulación ideas, doctrinas y modos de apreciar los acontecimientos, preparando la Revolución Francesa. Y, por lo tanto, dominaban la opinión pública de París, la cual era el corazón del reino. Y en casi todas las ciudades importantes de Francia se formaba un pequeño club, un salón relacionado con algún gran salón de París. De manera que, cuando alguien de una provincia iba a la capital, acababa frecuentando uno, dos o tres salones que conocía.

Jean le Rond d’Alembert

Voltaire
Del mismo modo, cuando alguien de París iba a una provincia, en su trayecto paraba en los lugares donde había salones. Entonces, un amigo que llegaba de la capital traía las novedades. Era tanto más festejado cuanto en aquel tiempo la prensa – llamo prensa no la tipografía, sino el periódico– era raquítica, el periodismo estaba apenas comenzando y tenía, por lo tanto, pocas noticias. Y las informaciones que llegaban de la capital del reino eran orales.
Así, quien salía de París y recorría el interior, hacía el papel de televisión ambulante en los salones que frecuentaba. Así se formaba una especie de red de difusión de noticias, de modas, de impresiones, de estados de espíritu, de comentarios que, de algún modo, cubría el reino de Francia.

Denis Diderot
El fenómeno de las gotas de tinta en un vaso de agua
Para tener una idea exacta de cómo era una organización de esas, aconsejo hacer un experimento que, en medio del tedio de mi lejano curso secundario, hice varias veces.
Las plumas estilográficas que se usaban en aquel tiempo no eran, ni de lejos, los lapiceros o esferos de hoy. La pluma más usada era la suiza, llamada Montblanc. Estaba compuesta de una especie de bomba que, al apretarla dentro del tintero, sorbía suficiente tinta para escribir durante algún tiempo, unos dos o tres días.
En mis horas de tedio en la escuela, durante las clases de Física, Química, Historia Natural, Geografía o la pesadilla de las Matemáticas, yo trabajaba siempre con un vaso de agua delante de mí y una jarra de agua para ir llenándolo. Y, de vez en cuando, para distraerme, yo abría la bomba de mi pluma Montblanc y hacía caer una, dos o tres gotas dentro del vaso, pues me gustaba ver cómo estas se difundían dentro del agua.
Cuando caía la gota, en vez de formar una superficie azul clara proveniente de la dilución de la tinta en el agua, de la gota central partían pequeñas canalizaciones que abrían su camino dentro de la masa líquida y resultaban en la formación de otras gotitas menores. Esas gotitas, tan pronto se constituían, formaban otras por medio del mismo sistema, hasta que el vaso se llenaba de esa red de gotitas de tinta que penetraban dentro del vaso, pero no se mezclaban con el agua. Si alguien quisiese hacer la experiencia, podía introducir un pitillo en un vaso con bastante tinta y sorber el agua pura, porque en el lugar donde llegaba la punta del pitillo aún no había tinta mezclada. Así era la morfología de la difusión de las opiniones de la Francia de aquel tiempo, bien representada por esos salones. Esa difusión de opiniones se esparcía por todo el vaso, pero no lo llenaba por entero. Y las “masas de agua” no contaminadas envolvían esa especie de regaderita de “gotas de tinta” que se difundía por el “vaso”.
Todo ese maquinismo de salón, tan imponente, daba la impresión de una verdadera potencia de la opinión pública –y lo fue hasta cierto punto–, también completado por otro mecanismo del cual hablaré dentro de poco. Eso se presentaba legítimamente a los ojos del rey con una disparidad: si él adentrara el pitillo en el lugar donde solo había tinta, diría que el vaso estaba lleno de tinta; pero si pusiese el tubo donde no había tinta, él diría que el vaso estaba lleno de agua pura.
Imaginen a un hombre inmerso en la oscuridad, que fuese obligado a decir cuál es la naturaleza del líquido existente en el vaso, de acuerdo con lo que le llegara por la boca a través del tubo; él podría tener las sensaciones más contradictorias y, en el fondo, no sabría decir mucho sobre el contenido del vaso que tenía ante sí.
Esos salones formaban élites de “preciosos”8, quienes estaban más o menos tan aislados del público en el cual vivían, cuanto lo está el jet set9 de cierta sociedad internacional contemporánea. Eran, más o menos, una serie de “Christinas Onassis”10 que se relacionaban con otras “Christinas Onassis” de otros países, formando una especie de rueda internacional, que por un lado está en la cumbre, pero por otro lado no es nada, porque todo es artificial, no vale nada. Del mismo modo, la Enciclopedia era, por un lado, una potencia con todo ese organismo. Pero, si un rey actuara con fuerza, con facilidad podría suprimir esa “potencia” artificial.
Imaginen que la tinta esparcida en el vaso no fuera una red líquida dentro del agua, líquida también, sino que fuera una red de cuerda. Sería necesario coger la parte más alta del carrete y jalar para retirar todo y después botarlo; el vaso quedaba limpio.
Ahora bien, completaba ese mecanismo una estructura llamada de “sociedad secreta”, la cual conspiraba activamente una revolución dentro de Francia. Ya no eran intelectuales que se preocupaban por difundir ideas, sino conspiradores que se reunían para buscar capataces y toda especie de revolucionarios para, en el momento oportuno, montar el asalto al trono y el altar.

Luis XVI en Reims, 13 de junio de 1775 – Palacio de Versalles
Actuación de las “sociedades de pensamiento”
Y había una tercera cosa que estaba entre las sociedades secretas y el mecanismo de los salones: las llamadas “sociedades de pensamiento”. Eran asociaciones de nivel más burgués, pequeñas, aunque en un número mayor que las demás y difundían las mismas ideas. Constituían un sistema así: en una pequeña ciudad, un hombre cualquiera, que pertenecía a los salones o a una sociedad secreta, o como más frecuentemente ocurría, perteneciente a ambas instituciones, donaba a la pequeña ciudad una biblioteca. Se abría el llamado “departamento de lectura”, en una época en que los libros aún no eran frecuentes como en nuestros días. Hoy hay muchos libros y pocos lectores. En aquel tiempo había muchos lectores y pocos libros.
Entonces, él constituía una biblioteca pública, cuyo pequeño funcionalismo y gastos de instalación eran costeados por el donante. Él ponía allí libros de la Enciclopedia a disposición de quien quisiera. Las personas que deseaban instruirse frecuentaban esas sociedades de pensamiento, formándose allí un punto de encuentro y también de propaganda de las mismas ideas de la Enciclopedia. Eso ocurría en las ciudades pequeñas, donde la ramificación aún no había llegado, con la peculiaridad de que los de una ciudad escribían a los de la otra.
Alguien, por ejemplo, escribía a un amigo o a un pariente que vivía a cincuenta kilómetros: “¡Mi estimado amigo! Oí decir que en tu ciudad se abrió un departamento de lectura gracias a la generosidad del Señor Conde –o del Señor Marqués o de Monsieur tal, un industrial rico o un comerciante rico que vivía en la ciudad–. No puedo dejar de manifestar mi satisfacción al saber que una localidad como la tuya goza de una importante obra como esa. Y, conociendo tu inteligencia y tu deseo de adquirir luces, no dudo que tú frecuentes mucho esos lugares.”

Salón literario de Madame Geoffrin – Museo de Bellas Artes de Ruan, Francia
“Ciertamente, tú tienes amigos con quienes intercambias ideas sobre esos problemas. Y también, como tu espíritu es amplio –espíritu amplio, espíritu iluminado, era el vocabulario que se empleaba en aquel tiempo para designar a los bandidos del pensamiento: ideas fuertes también– seguramente querrías saber las ideas que circulan entre nosotros, los que frecuentamos la biblioteca instalada aquí. Entonces, te cuento que…”
Y así se establecía una red de carteo que, a su vez, hacía otra trenza, recorriendo Francia entera. Eran, por lo tanto, tres sistemas de difusión de niveles diversos, a la manera de la gota de tinta dentro del vaso.
Pero, a pesar de eso, terminaba siendo real que el agua que quedaba fuera de esa red de difusión permanecía incontaminada. De donde había aún muchos católicos, muchos monárquicos y mucha gente tradicional que no tenían ninguna noción de las aberraciones puestas en circulación por la Enciclopedia.
Consecuencias de una educación muelle y optimista
Tomemos en consideración, en presencia de eso, a un rey educado, como Luis XVI lo fue. Su madre era una alemana de Saxe, Sajonia11; su padre era un buen hombre, evidentemente francés; era un buen matrimonio. Sin embargo, su madre era de esas alemanas optimistas, bonachonas, pesadas; no era el tipo del alemán guerrero. Ella transmitió esa índole a su hijo.
Su padre era un hombre católico, pero murió temprano, sin mucha posibilidad de formar al hijo. Por esa razón, la formación de Luis XVI en cuanto Delfín fue entregada a hombres del estilo de otro llamado Fénelon12, Arzobispo-Príncipe de Cambrai, en Francia. Hombre muy dulce, suave y gentil, de una literatura muy delicada. Si fuera pintor, pintaría paisajes en azul claro, aguas con tonalidades suaves, siempre muy delicado, casi aristocrático.
Por influencia de la Enciclopedia, ese Arzobispo Fénelon imaginaba a los hombres como siendo todos muy buenos, pues Rousseau13 afirmaba que el hombre era naturalmente bueno, pero la civilización y la sociedad lo corrompían. El pecado original no existía. Todos los vicios y crímenes nacidos entre los hombres eran fruto de una sociedad desorganizada, no bien estructurada. Si fuesen sacados de la civilización, los hombres volverían a su estado normal y serían amables, gentiles, agradables.
Educado con las ideas de Fénelon, Luis XVI fue puesto en el trono de Francia y, al intentar resolver la charada de extinguir la Revolución que iba penetrando en la nación como las ramificaciones de la tinta en el agua, él no actuaba cuando era necesario tomar medidas de urgencia, sino que mitigaba la situación al ver otras señales tranquilizadoras, no queriendo actuar con rapidez.
Cuando existe una hipótesis mala y una buena como puntos terminales posibles para un camino, siempre es necesario prestar más atención en la hipótesis mala y no en la buena, pues esta última, si es real, termina resolviéndose. Si es la mala, es necesario preparar el garrote. Ahora bien, si Luis XVI fuese un hombre fuerte, entendería que el mal es más probable que el bien y por eso es necesario preparar la espada con mucha antecedencia, para poder atacar al enemigo cuando aún es pequeño y aplastarlo como quien aplasta a un gusano.

Jean-Jacques Rousseau – Museo de la Revolución Francesa, Domaine de Vizille, Francia
Sin embargo, Luis XVI, bonachón, prefería ver la situación apenas de forma suave. Algunas veces le llamaban la atención: “Vea cómo está esto, cómo está aquello, ¡es necesario tomar medidas!” Él tomaba alguna medida tímida. Pero los revolucionarios conocían el carácter del rey y respondían ferozmente. El monarca, asustado, pensaba: “Quién sabe si no habría sido mejor no haber hecho lo que hice.” De repente sucedía algo peor, y la esposa o sus hermanos decían: “¡Es necesario intervenir! ¡Se pasaron de la raya!” El rey mandaba a intervenir con otro golpe débil.
Eso es lo que no se debe hacer en esa situación. O se da una paliza para liquidar o se intenta una política de conciliación, por más loca que esa política sea. Pero una alternativa de golpes débiles y de concesiones, es lo que no se debe hacer. Fue ese el programa escogido por Luis XVI.
Si él tuviese una comprensión clara de la situación, se daría cuenta de que era necesario extirpar aquella tinta dentro del agua o, si no fuese posible, debería coger el vaso de agua y lanzarlo al piso.
Un rey fuerte pensaría lo siguiente: “Lo peor que puede sucederle a Francia no es quedar depauperada, sino volverse revolucionaria. ¡Por lo tanto, para evitar lo peor, voy a emplear el medio más drástico, más enérgico! Si se quiebra, los pedazos que resten de ella aún estarán limpios de la lepra de la Revolución.

Luis, Delfín de Francia y María Josefa de Sajonia

Delfina de Francia, padres de Luis XVI
Después veremos qué hacer, primero vamos a curar la lepra.”
Ahora bien, nosotros vimos lo que hizo Luis XVI, por la carta de él a su hermano. Ante los excesos de la Revolución, decidió tomar una actitud fuerte, pero después percibió los aullidos de los revolucionarios mucho más fuertes de lo que él imaginaba y decidió volver atrás. ¿Qué resultado produjo eso? Ese vaivén incierto, con golpes débiles y retrocesos enormes, caracterizó el itinerario de Luis XVI del trono hasta la guillotina. v
(Extraído de conferencia del 19/7/1989)
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1) Charles-Philippe de Bourbon (*1757 – †1836). Futuro Carlos X, Rey de Francia de 1824 hasta su abdicación en 1830.
2) La manufactura de tapetes se inició en Francia en un taller en las galerías del Louvre. Más tarde fue instalada en un nuevo taller en los edificios de una antigua fábrica de jabón, por eso el nombre de Savonnerie. Esa fábrica pasó a hacer parte de la Manufacture des Gobelins en 1825.
3) Histórica fábrica de tapetes en París.
4) François-Marie Arouet (*1694 – †1778).
5) Jean le Rond d’Alembert (*1717 – †1783).
6) Denis Diderot (*1713 – †1784).
7) Enciclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers – Enciclopedia, o diccionario razonado de las ciencias, artes y profesiones.
8) Alrededor de 1680 surgieron en Francia dos grupos: las “Preciosas” y los “Libertinos”. Eran, respectivamente, las mujeres y los hombres de la nobleza involucrados en actividades nuevas, que cambiarían la sociedad. Ambos lucharon por la libertad de pensamiento contra la Iglesia.
9) Del inglés: comunidad internacional de personas adineradas que tienen el hábito de frecuentar lugares exclusivos de su propia clase.
10) Alusión a Christina Onasis (*1950 – †1988), hija del magnate griego Aristóteles Onassis.
11) Marie Josèphe Caroline Éléonore Françoise Xavière (*1731 – †1767).
12) François de Salignac de La Mothe- Fénelon (*1651 – †1715).
13) Jean-Jacques Rousseau (*1712 – †1778).