Dejadlo hacerlo entonces. Os ama, sabe lo que hace, tiene experiencia; todos sus golpes son hábiles y cariñosos, ninguno es falso a menos que lo inutilicéis con vuestra impaciencia.
Este es un punto que debería consolarnos especialmente en tiempos de sufrimiento. Muchas personas con un espíritu pagano frente al dolor tienen una mentalidad por la cual consideran el sufrimiento como una mala suerte que les ha tocado.
Algo que podría no haber ocurrido, pero lo hizo, y que no debería hacerles ningún bien. Es puro horror lo que pasó, y punto. Nosotros, al contrario, sabemos que Dios nos hace sufrir por nuestro bien. Pero, sobre todo, lo que debemos tener en cuenta es que cada sufrimiento que atravesamos corresponde a un golpe de cincel dado por un escultor, un albañil muy habilidoso que nos toca en el punto que nos hará bien en ese momento. Entonces, el sufrimiento más estúpido, cuanto más imprevisto sea, sin embargo, es mejor para nuestra alma, en ese momento y de esa manera. En este sentido, no se trata de una forma de mala suerte, sino, por el contrario, es la aplicación por excelencia de lo que Nuestro Señor dice en el Evangelio: La Providencia cuida de cada hombre hasta el punto de que incluso los cabellos de nuestra cabeza no caen sin su consentimiento (Lc 21,18).
A veces vemos que suceden cosas que se diría: “¡Pero Dios mío, lo menos arquitectónico, lo más loco es eso! Me puede pasar cualquier cosa, pero eso no lo entiendo”.
Ahora bien, la apariencia anti-arquitectónica de lo sucedido es quizás la más arquitectónica. Precisamente aquello que Dios nos pide, de una manera que no quisiéramos imaginar, es lo que debe hacernos bien. En este sentido, Dios es como un cirujano experto que nunca corta excepto donde necesita hacerlo. Además, incluso si el cirujano hace un gran corte, sabemos que era el más pequeño posible.
Con nosotros también, a veces, no entendemos bien tanta cosa. Aún así, fue la mano de Dios que abrió lo menos posible, pero nuestra alma necesitaba eso y de ese tamaño. Sin embargo, todo se hizo con mucho amor, mucha consideración y mucho propósito.
Por lo tanto, debemos aceptar, aunque no entendamos, porque lo mejor está en no comprender el dolor inexplicable, el sufrimiento que viene sin sentido y cae encima de nosotros, más o menos como si fuera un perro enojado que de repente entra aquí y muerde a alguien. Este es el mejor sufrimiento, con el que Dios hiere a los que más quiere salvar.
Quien soporta el sufrimiento es un elemento escogido de la Iglesia
El Espíritu Santo a veces compara la cruz con un colador, que purifica el grano de la paja y la escoria: sin resistir, dejaos sacudir y agitar como el grano en un colador; estáis en la criba del Padre de familia y dentro de poco estaréis en su granero.
Aquí también, la expresión es muy hermosa. Porque la única selección verdadera es la que se puedes hacer en el dolor. El que soporta el sufrimiento es el elemento elegido de la Iglesia de Cristo. El que no tiene sufrimiento, después de todo, ¿qué vale ante Dios? Nada, porque no pasó por ningún suplicio.
Otras veces lo compara con el fuego que con la vivacidad de sus llamas quita el óxido del hierro. Nuestro Dios es un fuego que, a través de la cruz, permanece en un alma para purificarla, sin consumirla, como otrora en la zarza ardiente. Otras veces se compara la cruz con el crisol de una fragua, donde el oro bueno se afirma y el falso desaparece en el humo: el bueno sufriendo pacientemente la prueba del fuego, y el falso levantándose como humo contra las llamas. Es en el crisol de la tribulación y la tentación donde los verdaderos amigos de la Cruz se purifican con la paciencia, mientras que sus enemigos desaparecen en el humo por su impaciencia y sus murmuraciones.
El papel de la tentación allí es muy importante. Me ha resultado muy difícil hacer que esto sea aceptado por las generaciones más recientes, que siempre toman la tentación como un signo de decadencia en la vida espiritual. Es automático: “Me sentí tentado; luego estoy anhelando cosas malas. Si estoy apeteciendo cosas ruines es porque empeoré”. No es verdad. La tentación puede golpear a un santo. Además, es una de las formas más duras de sufrimiento y, por eso mismo, una forma de cruz que debemos amar.
Debemos pedir que pase la tentación, pero regocijarnos de haber sido tentados, y aun de que la Providencia no quite la tentación de nuestra alma, mientras sea su designio. Hasta ahí tenemos que llegar. Aunque estos conceptos son familiares, siempre es bueno recordarlos. ¿Quién de nosotros no tiene algo que le haga sufrir? Espero que sea solo una cosa … Cómo recibiríamos mejor este sufrimiento si recordáramos lo que acabo de decir, de la mano de Dios que dio ese sufrimiento para que se recibiera de esa manera, en ese momento. Es evidente.
Incluso en el apostolado, el sufrimiento es necesario, absolutamente indispensable. Que el apostolado nos traiga molestias, amarguras, es normal. El apostolado que no implique molestias y amarguras no es bendecido por Dios.
A veces las dificultades en el apostolado son tales que nos dan la impresión de abandono de Nuestra Señora. Si nos dedicamos enteramente a una obra de apostolado, basta con empezar que comienzan a multiplicarse a nuestro alrededor las dificultades, a veces completamente inesperadas, imprevistas.
Pedir el espíritu de cruz
Mirad, mis queridos Amigos de la Cruz, mirad ante vosotros una gran nube de testigos que prueban, sin decir nada, lo que os digo. He aquí, de paso, al justo Abel asesinado por su hermano; al justo Abraham extranjero en la tierra, al justo Lot expulsado de su país; al justo Tobías, herido de ceguera; al justo Job empobrecido, humillado y cubierto por una llaga de la cabeza a los pies. Mirad tantos Apóstoles y Mártires cubiertos con la púrpura de su sangre; tantas Vírgenes y Confesores empobrecidos, humillados, expulsados, despreciados que con San Pablo exclaman: “Mirad a nuestro buen Jesús, autor y consumador de la fe que tenemos en Él y en su Cruz; fue preciso que Él sufriese para entrar en su gloria a través de la Cruz ”.
Ved al lado de Jesucristo un agudo gladio que penetra, hasta el fondo, en el corazón
tierno e inocente de María, que nunca tuvo ningún pecado, original o actual. ¡Cómo me pesa no poder extenderme hablando sobre la Pasión de uno y de otro, para mostrar que lo que sufrimos nada es en comparación de lo que sufrieron!
Después de esto, ¿cuál de vosotros puede abstenerse de llevar su cruz? ¿Quién de vosotros no volará rápidamente a los lugares donde sabe que le espera la cruz? ¿Quién no exclamará, con San Ignacio mártir: “¡Que el fuego, el patíbulo, las fieras y todos los tormentos del diablo caigan sobre mí, para que pueda gozar de Jesucristo!”.
Estas son consideraciones bien conocidas, pero siempre vale la pena recordarlas. Lo que más me emociona es precisamente la idea de que el sufrimiento fue medido, adecuado para mí, aunque no me dé cuenta, y por lo tanto de aquello no se perderá nada.
Para cada persona habrá otras dificultades y soluciones a considerar ante el problema del dolor. Pero al menos cuando sabemos que tiene una utilidad superior, nos sentimos bien. Que Nuestra Señora nos dé este espíritu de cruz para que podamos consagrarnos adecuadamente a su Inmaculado Corazón.
(Extraído de una conferencia del 30/9/1967)
1) Los extractos comentados por el Dr. Plinio en esta conferencia corresponden a la números 27 al 32.