Debemos aprovechar nuestras faltas para conocer nuestra debilidad

Publicado el 03/09/2022

Si hay algún tormento en este mundo para los corazones que ambicionan santamente la perfección, es el doble sentimiento de la necesidad de la humildad y el de las dificultades para alcanzarla.

José Tissot

No desanimarnos, ni siquiera asombrarnos, después de nuestras caídas, son disposiciones indispensables y, al mismo tiempo, altamente saludables. Sin embargo, esto no es más que la parte negativa del arte de utilizar nuestras faltas. Ahora vamos a ocuparnos de la parte positiva, aprendiendo cómo podemos aprovechar para nuestro progreso espiritual nuestros propios pecados, a pesar de su fealdad y malicia.

Está claro que este provecho no viene de los pecados en sí mismos, sino de la misericordia de Dios y de la gracia de Jesucristo, que hace servir nuestras iniquidades para su bondad, y nuestras flaquezas para nuestra salvación. El estiércol es corrupción y podredumbre y, no obstante, como dice San Bernardo, «el labrador y el jardinero se sirven de él para hacer que la tierra produzca frutos más hermosos y abundantes.

Santísima Trinidad, Catedral de Viena, Austria

De la misma manera, Dios se sirve de nuestras faltas para hacer producir a nuestra alma numerosos frutos de virtudes, y su bondad, que sabe siempre utilizar nuestras voluntades y acciones desordenadas para la belleza del orden divino, se digna también emplearlas para nuestro adelantamiento». Este provecho será mayor si, por una parte, perseguimos nuestras faltas con odio más vivo y con guerra más implacable, y por otra, colaboramos más activamente con los designios de Dios, que las ha permitido para nuestro bien.

Es necesario secundar los planes del Redentor que la Iglesia nos descubre; combatir a Satanás con sus propias armas; volver contra él sus malas artes; y encontrar remedio en las mismas heridas que nos causa. Haciéndolo así, comprobaremos con feliz experiencia lo que dice San Juan Crisóstomo: «Con frecuencia, el diablo mismo nos es de gran utilidad; hay que saber hacerle servir para nuestro provecho. Así la ganancia que nos proporciona será inapreciable»

San Agustín

San Agustin resume esta ganancia en pocas palabras. Todo contribuye al bien de aquellos que aman a Dios, dice repitiendo a San Pablo: sí, todo, hasta las caídas, porque nos queremos levantar más humildes, más vigilantes y más fervorosos.

Este es el pensamiento de San Francisco de Sales: «Benditas imperfecciones, que nos hacen reconocer nuestra miseria, nos ejercitan la humildad, en el desprecio de nosotros mismos, en la paciencia y en la diligencia» Hablemos de la primera de estas tres ventajas: la humildad, porque es la primera que señala el santo, siguiendo a San Agustín.

Divino Espíritu Santo

«Quiera el Espíritu Santo inspirarme lo que tengo que escribiros, señora. Para vivir en constante devoción, basta establecer sólidas y saludables máximas en el espíritu. La primera que deseo al vuestro, es la de San Pablo: todo contribuye al bien de aquellos que aman a Dios (Rom 8, 18). Y es verdad, porque si Dios puede y sabe sacar bienes de los males. ¿Por quién mejor hará todo esto que por aquellos que se le han entregado sin reservas?

Rey David

Si. hasta los pecados—de los que Dios, por su bondad nos preserve—se ven reducidos por la divina Providencia a servir para el bien de aquellos que aman a Dios. Nunca fue David tan lleno de humildad como después de haber pecado».

«Debéis aborrecer vuestras imperfecciones… con un aborrecimiento sereno, mirarla con paciencia, y utilizarlas para rebajar vuestra propia estimación; debéis sacar el provecho de un santo desprecio por vosotros mismos

Si hay algún tormento en este mundo para los corazones que ambicionan santamente la perfección, es el doble sentimiento de la necesidad de la humildad y el de las dificultades para alcanzarla. Por una parte, esta virtud «tan necesaria al hombre en esta vida, base y fundamento de todas las virtudes ,es la madre, la raíz y el lazo de unión de todos los demás bienes»; y por otra parte, cuando parece que debería germinar y florecer espontáneamente en el suelo corrompido de nuestra miseria, tropieza con el orgullo, principio de todo pecado (Ecles 10, 15.), que más arraigado que la humildad, pretende ahogarla continuamente.

No hay palabra para expresar la fuerza y la astucia de este demonio de la soberbia, ni el ingenio y la variedad de sus artimañas.

Es una verdadera serpiente que ha nacido con nosotros, y quisiera enredar en sus anillos y enconar con su veneno todas nuestras pasiones, las más santas y las más indiferentes, nuestros más secretos pensamientos y nuestras más rectas intenciones. «Se alimenta con frecuencia de nuestras mismas virtudes, y trata de aprovecharse hasta de los dones más exquisitos de Dios».

Si alguna vez parece adormecerse, es para introducirse con mayor comodidad en nuestra alma llena de ilusiones; si se muestra, si se deja herir, es para triunfar con los mismos golpes que le asestamos.

En fin, según San Francisco de Sales, «la soberbia es un mal tan corriente entre los hombres, que nunca se les predicará ni se les inculcará suficientemente la necesidad que tienen de perseverar en la práctica de la santa y amabilísima virtud de la humildad».

Tomado de la obra “El arte de aprovechar nuestras faltas. Capítulo II; n°1-2

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