Debemos aprovechar nuestras faltas para aumentar nuestra confianza en la misericordia de Dios. Parte 1

Publicado el 07/19/2022

No hay duda de que la santidad divina tiene tal horror al pecado, que su justicia se ve obligada a castigarlo con penas espantosas; pero, precisamente por eso, la Misericordia de Dios se conmueve más por ésta que por todas las otras desgracias que pudieran herirnos. Si se le mira por el lado de la pena que merece, el pecado es la pérdida de Dios, el mal supremo y verdaderamente la miseria absoluta”.

José Tissot

1. Si nuestra miseria merece que la amemos porque nos obliga a rendir homenaje a la verdad, y nos facilita la imitación de las humillaciones del Verbo hecho carne, será todavía más amable para nosotros cuando la consideremos en sus relaciones con la infinita misericordia de Dios nuestro Señor.

Anteriormente ya hemos explicado que nuestras faltas no deben desesperarnos jamás ni desalentarnos, que siempre el dolor de haberlas cometido debe ir acompañado de una invencible confianza en la Bondad divina. Las consideraciones que vamos a exponer nos harán ver que nuestros pecados y nuestras imperfecciones. lejos de disminuir esta confianza, son uno de los elementos más fecundos de ella.

Acerca de esto, los textos de nuestro santo [San Francisco de Sales] son abundantes y claros, y no necesitan comentarios. Pero antes voy a tomar de otras fuentes algunas reflexiones, que son como una síntesis, y las pruebas teológicas de esta consoladora doctrina.

Dejemos que un eminente autor contemporáneo, ya citado, exponga y desarrolle en una página magnífica, llena de doctrina de Santo Tomás, el principio fundamental de este nuevo aspecto del arte de aprovechar nuestras faltas.

San Juan Evangelista escribió la célebre frase “Dios es amor”.

Dice Mons. Gaud, refiriendo la frase de San Juan, Dios es amor (4, 8): “Dios ama, Dios nos ama: nos ama porque es amor. Existir, amar, y ahora que existimos, amarnos es para El una sola y misma cosa, una sola y misma necesidad. Así, pues, ¿no es la esperanza un deber para nosotros? Podemos temer excedernos en la esperanza? ¿Tendrá excusa la desconfianza, si todavía la hay en nosotros?”

Diréis: pero existe el pecado. Por desgracia, es cierto; el pecado abunda por todas partes, y donde quiera que está plantea un problema, trae una complicación, levanta un obstáculo; problema para nosotros, complicación en nosotros, obstáculo ante nosotros; pero ¿acaso hay problema para Dios?”

¿Se pueden poner dificultades en sus caminos u oponerle obstáculos? Si Dios quiere, se detiene, pero únicamente porque quiere, y pasa por donde quiere pasar”.

El pecado se opone a Dios porque le ofende, pero nunca le cambia. Dios modifica sus actos, pero no sólo no modifica su esencia, sino que ni siquiera cambia su disposición primordial y sustancial para con nosotros: el amor que nos tiene. Frente a nuestra nada, su bondad se convierte en amor; frente al pecado, su amor se convierte en misericordia; y con esto queda todo dicho”.

Queda todo dicho, pero con una condición: que el pecador tenga esperanza; en cierto sentido, nadie tiene tantos títulos como el pecador para esperar en Dios”.

No hay duda de que la Santidad divina tiene tal horror al pecado, que su justicia se ve obligada a castigarlo con penas espantosas; pero, precisamente por eso, la Misericordia de Dios se conmueve más por ésta que por todas las otras desgracias que pudieran herirnos. Si se le mira por el lado de la pena que merece, el pecado es la pérdida de Dios, o cual es el mal supremo y verdaderamente la miseria absoluta”.

¿A dónde ha de ir la misericordia más grande, sino a la más grande miseria? Esta es la razón por la cual la Misericordia divina se mueve por sí misma, con el fin de que el pecador se arrepienta, tenga confianza, obtenga el perdón y se salve. De todo esto se deduce que la misma vehemencia de la cólera divina, es en Dios una fuente nueva y más viva de piedad y bondad; y es para todos nosotros un fundamento nuevo de esperanza” [1].

2. Probado de una manera tan clara que la Misericordia de Dios no es otra cosa más que su Bondad, es decir, la esencia misma de Dios en sus relaciones con la miseria de su criatura, ya se entrevé que cada una de nuestras faltas puede llegar a ser, si queremos, una ocasión nueva para que este atributo divino se manifieste.

¡Beati misericordis! Al pronunciar esta bienaventuranza, se puede afirmar que el Hijo de Dios hecho Hombre nos ha revelado su propia bienaventuranza y la de su Padre que está en los Cielos. Porque, si la misericordia, tal como puede practicarla un simple mortal, es para el que la practica un principio y una fuente de felicidad, ¿qué se podrá decir de la misericordia tal como Dios, y Dios sólo, sabe ejercerla, y qué fuente de felicidad no será incesantemente en el seno de la divinidad?”

Bienaventurados los misericordiosos: luego bienaventurado sobre todos aquel que esel único que tiene derecho de ser llamado bueno: unus est bonus Deus (Mt 19, 17). Aquel cuya esencia es la Caridad. Aquel cuya misericordia y sondad no tienen mas límites que los limites de la misma eternidad: Confiterruni Domino quoniam bonus, quoniam in aeternum misericordia eius (Salm 135). El rigor no es propio de la naturaleza de Dios.

Cuando Dios cede a la cólera, hace una obra que le es extraña: irascetur ut faciat… alienum opus eius (Is 28, 21). Su mano izquierda tiene la vara de la justicia y Dios se cansa pronto de trabajar con esta mano: peregrinum est opus eius ab eo (ibidem). La mano derecha del Señor, al contrario, es el instrumento favorito de su corazón, ella es la que hace las obras de su amor… De un pecador ciego y empedernido, sabe hacer en un momento un penitente decidido: haec mutatio dexteræ Excelsi (Salm 66, 2)” [2].

Aún hay más: la misericordia no se puede ejercer sino sobre la miseria; ¿qué miseria hay más horrible que el pecado? ¿Qué objeto hay más lastimoso para una piedad infinita? De nosotros depende que esas faltas que nos convierten en reos y víctimas de la cólera divina, sean delante de Dios como una ocasión para que El manifieste un atributo que, según parece, le es más grato que la justicia: la bondad, el amor. De nosotros depende dirigirnos a su Corazón y decirle con David: Vos me perdonaréis, Señor, y borraréis mis faltas, para glorificar más vuestra perfección más amada: la misericordia: propter bonitatem tuam, Domine; y la multitud misma de mis crímenes me hace esperar más mi perdón, porque cuanto más numerosos sean, más glorificaréis vuestra misericordia: Propitiaberis peccato meo, multum est enim (Salm 24, 11).

Un antiguo escritor añade: Dios es el Maestro que nos ha enseñado a no dejarnos vencer por el mal, sino a vencer el mal con el bien (Rom 12, 21), a no devolver mal por mal, ni maldición por maldición (1 Pe. 3, 9), a colmar de beneficios a nuestros enemigos y acumular así carbones encendidos sobre sus cabezas (Rom 12, 20). No es el discípulo más que su Maestro, ni el siervo es más que su Señor (Mt. 10, 24), y si vemos a los discípulos de ese divino Maestro practicar tan perfectamente esta lección, que no solamente se han mostrado llenos de benevolencia y de mansedumbre hacia sus injustos perseguidores y tiranos, sino que les han devuelto bien por mal, hasta incluso han dado su vida por salvarlos, ¿qué diremos del Maestro de quien estos santos recibieron y aprendieron una doctrina tan sublime?”

La caridad de todos os discípulos juntos, puesta en comparación con la de Cristo, no alcanza las proporciones de una gota de agua comparada con el océano. Si una chispa de caridad ha sido tan poderosa en ellos, ¿qué hará el incendio inmenso, infinito, de la suprema caridad de Dios?”

San Juan Crisóstomo exclama: “Jesús dice: Si amáis a los que os aman,¿cuál será vuestra recompensa? ¿Es que no hacen esto también los gentiles? (Mt 5, 47). Y nosotros decimos de Dios: si sólo atiende, si únicamente socorre a os justos, que son sus amigos, ¿no faltará algo a su bondad?”

3. La santidad infinita de Dios se une con su bondad, para estimularla a perseguir el pecado con su odio, y para perseguir todavía más al pecador con su misericordia.

¿Sabéis por qué? ¿Habéis observado alguna vez a un cazador cuando va a tirar sobre la pieza? Evita el menor ruido, se agacha, si es preciso se arrastra ¿Para qué? Para cobrar la pieza. Pues bien: ése es el objeto de las súplicas del Señor, de su paciencia, de su calma, de su silencio cuando le ofendemos.

No tiene más que una sola finalidad: matar el pecado, exterminarlo totalmente.

Si el Señor precipitase inmediatamente en el infierno a toda alma que peca gravemente, no cabe duda de que mataría siempre al pecador, pero jamás exterminaría el pecado. Al contrario, el pecado se eternizaría con ese mismo castigo. Precisamente porque el odio divino va directamente contra el pecado, y sólo indirectamente contra el pecador como consecuencia de ese pecado, Dios emplea tantas industrias; se humilla adelantándose amorosamente, con el fin de apartar el pecado del pecador y matar a aquél, salvando a éste; pierde al culpable solamente cuando la obstinación de su libre voluntad en no apartarse de la culpa no permite a Dios matar el pecado en el pecador y le obliga a matar al pecador en el pecado.

Rey David

Este es el motivo que anima a la Bondad infinita a esperarnos, a invitarnos a la penitencia, y a recibirnos. Por eso, David, conociendo esta disposición de Dios, se vale de ella de una manera singular exclamando: Señor, Tú me perdonarás de mi pecado, porque es grande — Tu propitiaberis peccato meo: multum est enim (Sal 24, 11). Los que no conocen este cálculo divino creerían que el Profeta se equivoca, y que debería haber llamado grande a la misericordia divina y no al pecado, excusando a éste y atenuándolo con toda clase de consideraciones, para pedir con más atrevimiento el perdón y obtenerlo más fácilmente.

Pero David estaba mejor informado. Sabía que la enormidad del pecado es un motivo más para que la Bondad divina lo extermine con mayor satisfacción, y por eso se dirige a esa divina Bondad diciendo: Enorme es mi pecado, multum est enim, con el fin de obligarla a purificarle enteramente el alma. Es lo que hace un agricultor que ve su viña dañada por un jabalí: describe con los más negros colores la ferocidad y la fuerza del animal delante de un cazador, para animarle más a que lo persiga y lo mate. Tu propitiaberis peccato meo: multum est enim.

Tomado del libro El arte de aprovechar nuestras faltas, parte 2, Cap. 3, n°1-3.

[1] P. GAUD, Tratado de la Esperanza Cristiana.

[2] La vida y las virtudes cristianas. La Esperanza.

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