Debemos aprovechar nuestras faltas para aumentar nuestra devoción a la Santísima Virgen. Parte 1

Publicado el 01/24/2023

1. Cuando estábamos preparando la tercera edición de este libro, se nos ocurrió añadir un capítulo que sentimos vivamente no haber escrito antes.

¿Cómo se pueden cantar las misericordias divinas sin dedicar un himno a la que es Madre de las misericordias? No podíamos olvidar, estudiando el arte de aprovechar nuestras faltas en la escuela del más amable de los Santos, a quien es Refugio de los pecadores, cuyas bondades tanto ha celebrado el bienaventurado Obispo. No era suficiente haber tocado este punto a lo largo del libro: merece un capítulo aparte.

Estas reflexiones tomaron cuerpo en nosotros a los pies de Nuestra Señora del Puerto, en Clermont. En aquel antiguo santuario nos ha parecido comprender mejor que nunca que María es el Puerto de los náufragos, Portus naufragorum, y su estrella, Arnica stella naufragis.

San Francisco de Sales escribió: «La Santísima Virgen ha sido siempre la Estrella polar, el Puerto de refugio de todos los hombres, que han navegado por los mares de este miserable mundo… Los que dirigen su navío mirando a esta divina Estrella, se librarán de estrellarse contra los escollos del pecado; quienes, por desgracia se apartan de su dirección tutelar, no tienen más puerto seguro, en donde reparar sus averías y sacar provecho de ellas, que el Inmaculado Corazón de la más buena de las Madres.

Parece como que San Francisco de Sales nos impulsa a escribir este capítulo complementario, unirlo con una transición natural a las páginas precedentes, en las que nos ha presentado a Magdalena como abogada y modelo de los pecadores que desean aprovechar sus caídas, reparándolas al mismo tiempo.

2. En una carta a Santa Juana Francisca de Chantal, vuelve sobre el mismo asunto y, dando cuenta de su oración, en la que se vio trasladado a casa de Simón el leproso, dice: «Veía a nuestro Señor, que estaba muy contento; por respeto a Magdalena, no nos atrevimos a postrarnos a sus pies, ni a los de su Santa Madre, que también estaba allí; yo estaba muy triste porque no tenía tantas lágrimas, ni perfumes, como la santa penitente. Pero nuestra Señora se contentó con algunas lágrimas que cayeron en la orla de su vestido, ya que no nos atrevíamos a tocar sus benditos pies. Una cosa me consoló mucho: después de la comida, nuestro Señor entregó su amada penitente a su Madre; por eso vemos que, en lo sucesivo, apenas si se separó de Ella; y la Santísima Virgen acariciaba a esta pecadora. Esto me dio un gran aliento y muchísima alegría».

En otra parte, dice: «¿Es que acaso no fue por mediación de la Virgen Santísima como María Magdalena, que era como un vaso manchado con toda clase de suciedades, fue después de su conversión contada entre el ejército de la pureza virginal?».

Comunicad a todos los pecadores este estímulo, esta confianza optimista que inspira el recurrir a María. Convencedles de que si, a pesar de todas las razones expuestas en este libro, el exceso de su miseria les frena para arrojarse en el Corazón infinitamente bueno de Jesús, este mismo exceso debe ser para ellos un poderoso impulso que los lleve a los brazos de su Madre, que prodiga sus caricias más compasivas para quienes más enfermos están.

3. Nuestro Salvador ha querido que fuese así; se ha anticipado al temor que lógicamente debía inspirar a los culpables, por una parte, su divinidad, y por otra, su oficio de Juez, a pesar de todas las manifestaciones de su ternura. Sin dejar de ser nuestro abogado y nuestro mediador cerca de su Padre, se dignó poner entre El mismo y nosotros una mediadora, una abogada a la que podamos acercarnos sin temor, puesto que es nuestra Madre, y que al mismo tiempo pueda obtener todo de Dios, puesto que es su Madre; Ella aboga cerca de su Hijo mostrándole el seno que lo alimentó, como el Hijo mismo cerca de su Padre mostrándole su Corazón y las Llagas que sufrió por nosotros.

Los testimonios de los Santos Padres son unánimes en afirmar que ésta es la economía del plan divino. Jesús solo, dicen, era suficiente para la restauración del género humano, puesto que de El nos viene todo lo que es necesario. Pero era mejor que, habiendo concurrido hombre y mujer a nuestra ruina, también ambos concurriesen a levantarnos. El Redentor ha depositado en María el precio del rescate del género humano. Ha querido que todo nos viniese por Ella. María es el acueducto por donde la gracia se derrama sobre nosotros, la escala que nos conduce a Dios, la puerta que nos da acceso a su Bondad, el medio por el cual descienden sobre el cuerpo entero de la Iglesia los méritos de su Cabeza. Nadie se salva, nadie obtiene perdón sino por Ella.

Como una nueva Ester, ha encontrado gracia ante el Señor para todos los hombres, y ha obtenido la mitad de su divino imperio. Ella tiene el cetro de la misericordia, mientras su Hijo sigue siendo Rey de justicia.

María es la embajadora de la misericordia. La misericordia es su ministerio. A la Madre de Dios deben acudir los que tienen necesidad de misericordia: y cuanto mayor sea su miseria, más motivos tienen para llamar a su corazón maternal.

El abismo llama al abismo (Salm 41) y, como dice San Francisco de Sales, «nada es tan agradable a una liberal abundancia como una necesitada indigencia; y cuanto más abundancia hay de bondad, mayor es la inclinación a dar y a comunicarse… y no se sabría decir quién siente mayor contento, si la bondad abundante y liberal dando y comunicándose, o la bondad desfallecida e indigente consiguiendo y recibiendo, si nuestro Señor no hubiera dicho que hay más felicidad en dar que en recibir».

4. San Anselmo va más allá. No vacila en afirmar que muchas veces somos antes oídos invocando el nombre de María, que invocando el nombre de Jesús. «No porque la Madre sea más poderosa que el Hijo, añade, puesto que de Él tiene Ella todo su poder, sino porque, siendo Jesús el Señor y el Juez de todos, discierne los méritos de cada uno, y persiste en la justicia cuando difiere oírnos, mientras que, al nombre de María, su justicia satisfecha se aplaca, pues los méritos de esta incomparable criatura intervienen para obtenerlo todo.»

Otra razón extensamente desarrollada por los antiguos autores y apoyada en las Sagradas Escrituras, cuyo comentario hacen, nos descubre todavía con mayor claridad este encantador misterio. En el Antiguo Testamento, dicen, Dios es llamado el Señor de los ejércitos, el Dios de las venganzas, el León de la tribu de Judá; se nos presenta rodeado de llamas, acompañado del trueno, precedido por el rayo, empuñando una espada amenazadora y lanzando flechas aceradas; El es quien anegó la tierra con las aguas del diluvio e hizo llover azufre sobre las ciudades culpables; sumergió a sus enemigos en las aguas del Mar Rojo y los sepultó en el abismo abierto por su cólera.

Pero en el Evangelio este mismo Dios se nos presenta bajo el emblema de un cordero. No intenta siquiera romper la caña cascada, ni apagar la mecha que todavía humea. ¿Qué es lo que ha pasado?Es que Dios se ha encarnado en el seno de María. Así como el sol, mientras recorre en el zodiaco los signos de Cáncer, Tauro, Escorpión, Libra y Leo, nos envía fuego abrasador, que luego suaviza y transforma en rayos benéficos en cuanto entra en el signo de la Virgen, del mismo modo que el unicornio olvida su ferocidad salvaje y se amansa en cuanto apoya su cabeza en las rodillas de una niña; así también el Sol de justicia se convierte en astro benéfico y cambia los rayos de su cólera en suave calor, desde el momento en que oculta su esplendor en las entrañas de la Virgen de Nazaret.

La justicia queda en el Cielo; la misericordia viene a habitar en la tierra; se acabó la cólera y la indignación, cuando la tierra virginal de María dio su fruto (Salm 83).

El León de Judá ha tomado en el seno maternal de la más dulce de las mujeres—inter omnes mitis—la suave lana y la natural mansedumbre del cordero. Ha tomado, con la leche de su madre, la ternura de esta sencilla oveja. Leche mejor que el vino, dice un ilustre intérprete del Cantar de los Cantares, porque el vino puede embriagar a un hombre, hacerle perder la memoria de las injurias que ha recibido, y que le sea fácil perdonar; pero la leche de la Bienaventurada Virgen ha tenido como el poder de embriagar a Dios, pues cuando la bebió, bebió con ella la misericordia, arrojó lejos de sí el recuerdo de nuestros pecados, y se hizo pródigo en perdonar. Añade Ricardo de San Víctor: Sí, ¡Oh María!, creció la abundancia de la misericordia divina, y por Vos se derramó sobre nosotros. La miel salió de la piedra, porque la vara de Jessé ha brotado la flor que produce este jugo suave, remedio de tantos males.

5. En el paso del mar Rojo, las olas furiosas sepultaron a los Egipcios, figura de los pecadores. El Arca no estaba allí. Sin María, todo es de temer de un Dios vengador, pero desde que habita en esta Arca de propiciación, nada hay que esperar sino beneficios. Así, mientras Simeón está viendo al Mesías en brazos de su Madre, le proclama la salud de Israel, y, cuando lo toma en los suyos, reconoce en El la causa de la ruina y de la resurrección de muchos (Lc 2).

Debes temer, pecador, si separas a Cristo de María, pero en los brazos de esta amable Reina ruégale sin desconfianza, porque es la misericordia sobre su pedestal, la flor sobre su tallo, el agua en su océano.

En el seno de su Padre, el Hijo de Dios hecho hombre tomaba los atributos de la paternidad divina; en el seno de su Madre se revistió de sentimientos maternales, y un teólogo célebre no duda en concluir, fundándose en un texto de San Ambrosio, que María engrandeció la clemencia del Dios que engendró, y que coronó su cabeza con diadema de eterna misericordia.

Fueron verdaderamente locas, añade este teólogo, las vírgenes del Evangelio, cuando se durmieron sin tener aceite en las lámparas, pero más locas fueron todavía cuando, rechazadas por el Esposo, no imploraron el socorro de la Esposa, es decir, de María. Gritaron: ¡Señor, Señor, ábrenos! Se dirigen al Juez y reciben de su justicia la respuesta justísima que merecían: No os conozco. Si se hubieran vuelto hacia la Esposa gritándole: ¡Señora nuestra! ¡Señora nuestra!, hubieran, al sonido sólo de este nombre, obtenido gracia.

Tomado del libro El arte de aprovechar nuestras faltas, Capítulo VIII, n°1-5

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