Debemos aprovechar nuestras faltas para hacernos más piadosos. Parte 2

Publicado el 11/18/2022

Cada una de nuestras faltas, si la hacemos objeto de incesantes sentimientos y dolor por haberlas cometido, puede servir de base a una montaña de méritos. En donde la sangre de Jesucristo cubre como una púrpura divina el sitio de las manchas que ha borrado, y las sustituye por una savia de energía sobrenatural, frecuentemente más vigorosa que antes de la caída.

José Tissot

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«No es razón que el pecado tenga tanta fuerza contra la caridad, como la caridad tiene contra el pecado, porque éste procede de nuestra flaqueza, y lacaridad procede del amor divino. Si el pecado abunda en malicia para destruir, la gracia sobreabunda para reparar; y la misericordia de Dios, por la cual se borra el pecado, se exalta siempre y se muestra gloriosamente triunfante contra el rigor del juicio con que Dios había olvidado las buenas obras que precedieron al pecado.

Curación del leproso, pintura de Cosimo Roselli

Así siempre, en las curas corporales que Cristo nuestro Señor hacía por milagro, no sólo restituía la salud, sino que añadía nuevas bendiciones, haciendo que el remedio excediese a la enfermedad: así de bondadoso es con los hombres».

San Bernardo habla del perfume de la contrición unguentum contritionis. «Es aquel que elabora el alma envuelta en muchísimos crímenes, cuando poniéndose a reflexionar sobre su conducta, recoge, reúne y tritura en el seno de su conciencia una infinidad de pecados de todas clases y, después, echándolos al fondo de un corazón inflamado, los hace arder en cierto modocon el fuego del arrepentimiento y del dolor. Entonces puede decir con el Profeta: Mi dolor se renovó, se inflamó mi corazón dentro de mí, y en mi meditación se encendían llamas de fuego, cuando pensaba en mis crímenes pasados (Sal 38, 4)».

No es necesario ir muy lejos para buscar la materia de este perfume: la encontraremos sin trabajo en nosotros mismos y la recogeremos abundantemente en nuestro jardín, siempre que tengamos necesidad: a menos que nos forjemos ilusiones, ¿quién no ha cometido un gran número de pecados y de iniquidades?

El sentimiento de haber herido el corazón de Dios y la necesidad de hacerle olvidar la infidelidad pasada nos lleva a llorar con la Magdalena ante el Salvador que acoge con mayor misericordia nuestro arrepentimiento.

Los sentimientos más vivos y más poderosos vienen a rodear al alma verdaderamente penitente, y a penetrar en ella por la brecha abierta por el pecado, para centuplicar en ella el amor hacia la Divinidad ultrajada: el sentimiento de haber herido el corazón de Dios, el agradecimiento por su paciencia, por sus repetidos dones y por la efusión de su perdón, la necesidad de hacerle olvidar la infidelidad pasada, y un no sé qué, amargo y suave a la vez, que nos lleva a llorar con la Magdalena ante el Salvador, y a llorar cada vez más, a medida que con mayor agrado nos permite que le besemos los pies y acoge con mayor misericordia nuestro arrepentimiento.

¿No hay en todo esto materia para encender en el alma contrita una llama de caridad que antes de cometer la falta no tenía? Si se mantienen estas disposiciones con el recuerdo de los pecados ¿hasta qué incendios divinos se podrá llegar?

«Cuanto más nos sumergimos en el amor de Dios, más penetrante es este recuerdo y más estimula a amar a un Ser tan indignamente ultrajado.» La falta sólo ha durado un instante; este incendio puede durar toda la vida.

Puede aumentar cada vez que volvamos a pensar en dicha falta. Más todavía, puede llegar a ser eterno.

En efecto, si todo recuerdo voluntario, con aprobación y complacencia, de una falta cometida es una nueva mancha, también es justo que cada vez que el alma justificada condena y se duele y reprueba sus antiguos pecados, sea recompensada con nuevos méritos. Como estas detestaciones se pueden multiplicar hasta el infinito, ¿hasta dónde alcanzará la posible suma de estos méritos?

Según costumbre inmemorial, no pasa un peregrino ante la tumba de Absalón, en el valle de Josafat, sin proferir una afrenta a la memoria de ese hijo desnaturalizado y arrojar una piedra contra su mausoleo. Bajo los guijarros acumulados por la indignación pública, este sepulcro de un malvado ha llegado a ser el monumento del respeto de los pueblos hacia el cuarto mandamiento, honra a tu padre y a tu madre.

De la misma manera, cada una de nuestras faltas, si la hacemos objeto de incesantes sentimientos y pena por haberla cometido, puede servir de base a una montaña de méritos.

Al confesarnos, la gracia santificante vuelve a florecer más abundante y espléndida, y la sangre de Jesucristo cubre como una púrpura divina el sitio de las manchas que ha borrado.

¿Quién es capaz de decir el valor y la fecundidad que a estos arrepentimientos añade la absolución sacramental, cada vez que sometemos a ella nuestros pecados pasados? No solamente la gracia santificante vuelve a florecer más abundante y espléndida, con aumentos proporcionados a las disposiciones del penitente, sino que la sangre de Jesucristo cubre como una púrpura divina el sitio de las manchas que ha borrado, y las sustituye por una savia de energía sobrenatural, frecuentemente más vigorosa que antes de la caída.

Es preciso colocarse en esta perspectiva, para comprender las frases, que parecen paradójicas, de quienes han tratado o hablan del arte de aprovechar nuestras faltas. Hay a nuestro juicio, en todos estos pensamientos, un océanoinfinito de consuelos. Se siente uno movido a aplicar al pecado o que el Profeta Oseas y el Apóstol San Pablo dicen acerca de la muerte: Ha sido absorbido por la victoria ( Os 13, 14; I Cor 15, 54.) por la victoria del amor.

Tomado del libro, El arte de aprovechar nuestras faltas, Capítulo VI, n°34; pp. 60-61

 

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