Debemos aprovechar nuestras faltas para la práctica de la satisfacción. Parte 2

Publicado el 12/15/2022

Por su parte, Jesús tiene reservados tales favores para los culpables que vuelven a Él, cubre su penitencia con una efusión tan generosa de su preciosa sangre, sabe tan bien hacer que sobreabunde la gracia donde abundó el pecado (Rom 5, 20) que,convierte nuestras miserias en gracias, las espinas en rosas, el veneno de nuestras iniquidades en contraveneno para la salud.

José Tissot

San Francisco de Sales no quiere que nos contentemos con aceptar las funestas consecuencias de nuestras caídas, como castigo legítimo de las mismas, sino que también quiere que las reparemos «apretando el paso». «Pero, me diréis, ¿qué debemos hacer para recobrar el tiempo perdido?

Hay que recobrarlo aumentando el fervor y la diligencia en correr nuestro camino, durante el tiempo que nos queda»

Santa Juana de Chantal

Santa Juana Francisca de Chantal, como verdadera discípula del Santo, repetía muchas veces a sus hijas estas consoladoras palabras: «Me preguntáis ¿cómo podremos ver la voluntad de Dios en nuestras faltas e imperfecciones? Pues bien, hijas mías, porque siempre podemos ver su voluntad permisiva, que nos ha dejado caer en tales o cuales faltas, para que nos humillemos, para que nos acusemos y amemos nuestra miserable condición, y por medio de estos ejercicios reparemos nuestras faltas y obtengamos el perdón».

Esta ha sido la práctica de los Santos; dice San Ambrosio: «Se levantaban de sus caídas con más ánimos para nuevos combates, hasta tal punto que, lejos de detenerles en sus caídas, sus faltas redoblaban su fervor».

«Los hombres que se han precipitado en el mal, añade San Juan Crisóstomo, tendrán el mismo ardor para el bien; tanto más, cuanto que no ignoran la enormidad de sus deudas: Ama menos aquel a quien menos se le perdona (Lc 7, 47). Abrasados por el fuego de la penitencia, ponen su alma más limpia que el oro puro y, bajo el impulso de su conciencia y del recuerdo de sus antiguas prevaricaciones, como ayudados por el soplo de un viento impetuoso, navegan a velas desplegadas hacia la virtud. En esto llevan ventaja sobre aquellos que nunca han caído… Que la penitencia confiere a los pecadores arrepentidos un esplendor considerable, lo hemos demostrado por la Sagrada Escritura: los publicanos y las rameras os precederán y entrarán más alto que otros en el reino de los Cielos (Mt 21, 31); por eso, muchas veces, los últimos serán los primeros (Mt 19,30)».

Se puede objetar que, si esto es así, parece que los pecadores arrepentidos llevan ventaja sobre los justos que no han pecado, y que la justicia restablecida lleva ventaja sobre la inocencia conservada. Está lejos de nosotros la intención de establecer un paralelo entre la virtud conservada intacta y la virtud reparada, ni de exaltar a esta segunda en detrimento de la primera. La inocencia se aproxima más de cerca a la santidad infinita de Dios, la imita con mayor perfección y será siempre muy amada por su Hijo, que la ha tomado por patrimonio suyo y de su Madre. Jamás el perfume áspero de la penitencia se parecerá al aroma puro de una vida inmaculada y, como el lirio entre las demás flores, la inocencia conservará siempre su especial perfume y su deslumbrante candor. Además, al perder la inocencia, el hombre pierde una dignidad que sólo a ella pertenece y que, una vez perdida, ya no se puede recuperar de ningún modo.

Sin embargo, sin recobrar la inocencia perdida, el hombre pecador y penitente, según la doctrina de Santo Tomás, se forma a veces un tesoro mayor, reconquista una fortuna más grande; porque, dice San Gregorio aquellos que reflexionan seriamente sobre sus extravíos pasados, compensan los estragos con ganancias subsiguientes, y son objeto de gran alegría en el Cielo; del mismo modo que, en una batalla, el soldado que después de haber retrocedido, vuelve a atacar al enemigo, es más apreciado por el capitán que aquel que ha permanecido fiel en su puesto, y que no se ha señalado por ningún acto extraordinario de valor.

Por su parte, el misericordioso Salvador tiene reservados tales favores para los culpables que vuelven a El, cubre su penitencia con una efusión tan generosa de su preciosa sangre, sabe tan bien hacer que sobreabunde la gracia donde abundó el pecado (Rom 5, 20) que, según palabras de nuestro Santo, convierte «nuestras miserias en gracias, las espinas en rosas, el veneno de nuestras iniquidades en contraveneno para la salud; así Job, imagen del pecador penitente, recibe el doble de lo que había tenido».

Aquí está, como ya nos lo ha dicho nuestro Doctor, el triunfo del amor. Un autor ya citado se preguntaba: ¿Hay alguna receta para recobrar el tiempo transcurrido? ¿Sería esto tanto como pretender encadenar el viento de las tempestades? Y él mismo se contesta: A Dios gracias, esa receta existe; el amor la ha inventado, el amor la ha revelado. Este secreto son las santas lágrimas, pero no las de los ojos, ya que éstas no las concede Dios a todos ni las exige a nadie, sino las lágrimas del alma, el arrepentimiento, el dolor del corazón, la contrición. Regad con ese llanto el espacio de vuestra vida que ha sido estéril, porque no quisisteis que el amor lo iluminase; y el amor vendrá llevado por esas aguas. ¿Quién sabe si delante de Dios esos años llorados no llegarán a ser más hermosos, más fecundos y más preciosos por la penitencia, que lo hubiesen sido por la inocencia? Podría ser que no tuviéseis que lamentaros de haber pecado como Magdalena, si lloráis comolloró Magdalena.

Este ejemplo de Santa María Magdalena confirma tan bien esta doctrina, que San Francisco de Sales saca buen partido de él. Esto vendrá a ser el remate de las citas del amable Doctor, y el resumen de este capítulo.

Tomado del libro El arte da aprovechar nuestras faltas, Capítulo VII, n°35

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