
Es necesario no olvidar jamás lo que hemos sido, para no llegar a ser peores. Por eso, el marinero que se ha visto ya en peligro está más en guardia, y el recuerdo de un sólo naufragio sufrido por su imprudencia la aleja, a veces para siempre, de los puertos peligrosos.
José Tissot
Nuestras caídas, al proporcionarnos un conocimiento más acertado de nuestra flaqueza, y al darnos de algún modo mayores derechos a la divina misericordia, nos llevan de un modo natural a que estemos más en guardia y a que recurramos con humildad más confiada a Aquel sin el que nada podemos, y con el que lo podemos todo. Es sabido que la desconfianza en nosotros mismos y la confianza en Dios son dos prendas de victoria en el combate espiritual.
Además, nuestras faltas, en los designios de Dios, están llamadas a prestar a nuestra perseverancia servicios no menos señalados, desde puntos de vista especiales. En primer lugar, es evidente que deben hacernos más vigilantes; éste es uno de los sentidos que los intérpretes dan al texto sagrado: Una grave enfermedad hace al alma sobria (Ecl 31, 2).

San Juan Crisóstomo
«Sin duda—dice San Juan Crisóstomo—, debería bastarnos ver que hombres muy superiores a nosotros en santidad no han estado libres de flaquezas, para hacernos más circunspectos, para andar con mayores precauciones, y para observar una mayor prudencia. Pero nuestras desgracias personales nos proporcionan un mejor escarmiento. Nuestra naturaleza es así; tiene necesidad de tropezar ella misma con los escollos para enterarse de su existencia»
Esta verdad está confirmada por el Espíritu Santo: ¿Quien no ha sido tentado, qué es lo que puede saber? (Ecl 34, 9). Y un Padre, comentando este texto, dice: «Una felicidad tranquila es muy peligrosa; pero el temor de caer otra vez en los lazos en que antes se ha caído, hace al hombre más vigilante.
Por eso, el marinero que se ha visto ya en peligro está más en guardia, y el recuerdo de un sólo naufragio sufrido por su imprudencia la aleja, a veces para siempre, de los puertos peligrosos».
Esta es la primera lección que nuestra vigilancia debe sacar de nuestras caídas: reconocer y combatir las causas, evitar la imprevisión y la ligereza; y, sobre todo, evitar las ocasiones voluntarias; éste es el demonio de los demonios, como se las ha llamado, y que tantas almas pierde. Los navegantes tienen sus cartas marinas en las que señalan cuidadosamente los arrecifes de que tienen noticia; a la luz de nuestras faltas pasadas, hagamos también nuestra carta de navegación, en la que deben estar señaladas las causas de nuestras anteriores caídas, las inclinaciones, las ilusiones vanas, las faltas de precaución que han traído nuestros extravíos: instruidos por nuestra triste experiencia, evitaremos en lo sucesivo los escollos señalados por nuestros naufragios.
San Francisco de Sales no se olvida de darnos estos consejos: «He visto por vuestras cartas vuestras pequeñas caídas e imperfecciones, por las cuales ni usted ni yo debemos de ningún modo asombrarnos. Son pequeños avisos para que nos mantengamos humildes ante los ojos de Dios, y para que estemos despiertos mientras hacemos centinela en esta vida».
«Las fiebres espirituales, así como las corporales, van ordinariamente seguidas de algunas molestias útiles para quien se cura por varias razones, pero principalmente porque destruyen los residuos de los humores malignos, que habían causado la enfermedad, hasta que no queda rastro de ellos; y porque nos traen el recuerdo de ]a enfermedad pasada, para que tengamos miedo a la recaída, en la que con frecuencia incurriríamos por excesiva despreocupación y libertad, si esos resabios no nos tirasen de las riendas, poniéndonos en guardia hasta que la salud esté bien consolidada».
«Es preciso no olvidar jamás lo que hemos sido, para no llegar a ser peores».
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Tomado del libro El arte de aprovechar nuestras faltas, Capítulo V; pp; 51-53