Debemos aprovechas nuestras faltas para afirmarnos en la perseverancia. Parte 2

Publicado el 09/14/2022

Si la serpiente del pecado ha entrado en tu corazón, corre a las fuentes de la gracia y en ellas, haciendo penitencia, no solamente será borrado tu pecado, sino que serán restauradas tus fuerzas. Obrando así, ganaréis mucho con vuestra pérdida y lograréis más salud con vuestra enfermedad.

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De este primer provecho que saquemos de nuestras faltas, resultará, naturalmente, otro segundo: la fidelidad a los medios para perseverar. Cada una de nuestras caídas será como un predicador irresistible de la necesidad de la gracia, y del deber de atraerla por medio de la oración y de la frecuente recepción de los sacramentos. Estos recuerdos humillantes despertarán nuestra somnolencia, y estimularán nuestro amor para servir a Dios y para conquistar la virtud.

San Juan Crisóstomo comprobaba este feliz resultado en su amigo Teodoro: «Así como el cazador, cuando sólo hace un rasguño en la piel del león, no consigue sino que se ponga más furioso e irresistible, el enemigo del género humano, intentando heriros, ha redoblado vuestra generosidad y vuestra abnegación para las obras buenas».

San Epifanio expresa la misma idea con un apólogo: «Cuando el ciervo conoce que va siendo viejo, busca entre las rocas un nido de serpientes y, metiendo en él el hocico, se traga uno de los reptiles; inmediatamente, con un esfuerzo reavivado por la mordedura venenosa, y estimulado por una sed abrasadora, se lanza a buscar un manantial de agua pura y, si lo encuentra antes de tres horas, bebe en él cincuenta nuevos años de vida. De la misma manera, ¡Oh hombre espiritual!, si la serpiente del pecado ha entrado en tu corazón, corre a las fuentes de la gracia y en ellas, haciendo penitencia, no solamente será borrado tu pecado, sino que serán restauradas tus fuerzas».

«El niño que cae por haberse separado un poco de su madre y haber querido andar solo, vuelve a ella con más amor para que le cure del daño que se ha causado, y aprende con su caída a no separarse ya más. La experiencia de su debilidad y de la bondad con que su madre le recibe le inspiran mayor apego a ella».

Todos estos pensamientos, en el fondo, los encontramos también en nuestro Santo Doctor San Francisco de Sales: «Tomad vuestro corazón y ponedlo suavemente en manos de nuestro Señor, suplicándole que lo cure; por parte vuestra, haced todo lo que podáis, renovando los propósitos, leyendo libros adecuados para vuestra curación, y empleando los demás medios convenientes; haciéndolo así, ganaréis mucho con vuestra pérdida y lograréis más salud con vuestra enfermedad».

«En cuanto os deis cuenta de que os habéis descaminado, reparad la falta con cualquier acción contraria».

«¡Dios mío! ¡Qué feliz es el reinado interior cuando en él reina este santo amor! ¡Qué bienaventuradas son las potencias de nuestra alma cuando obedecen a un Rey tan santo y tan sabio! No, amada hija mía, bajo su obediencia y en ese estado, Dios no permite que habiten los pecados, ni siquiera el más pequeño afecto a ellos. Es verdad que les deja acercarse a la frontera, con el fin de que ejercitemos en la guerra las virtudes interiores y así se hagan más valientes; y permite que los espías, que son los pecados veniales y las imperfecciones corran arriba y abajo en su reino, pero es para darnos a saber que sin Él seríamos víctimas de todos nuestros enemigos»

«¿Qué queréis que os diga, amada hija mía, acerca de la reincidencia en vuestras miserias, sino que, cuando vuelve a atacar el enemigo, es preciso volver a tomar las armas y tener valor para combatir con más denuedo que nunca?… Pero, por Dios, guardaos bien de caer en la desconfianza, porque la bondad divina no permite estas caídas para abandonaros, sino para humillaros y hacer que estéis más fuertemente asida a la mano de su misericordia».

«Querida hija, sucede a veces que, pensando que ya están completamente derrotados enemigos antiguos sobre los que habíamos conseguido victorias, de pronto les vemos reaparecer por donde menos los esperábamos.

El mayor sabio del mundo, Salomón, que tantas maravillas hizo en su juventud, creyéndose seguro por la grandeza de su virtud y con la confianza en sus años pasados, cuando parecía estar libre de asaltos, fue sorprendido por un enemigo que, a su edad, parece que debía ser el menos temible, según el curso normal de las cosas.»

Es para que aprendamos dos lecciones muy señaladas: una, que debemos desconfiar siempre de nosotros mismos, andar en santo temor, pedir continuamente os auxilios del Cielo, vivir una humilde devoción; y la otra, que nuestros enemigos podrán ser rechazados, pero no muertos. Alguna vez nos dejan en paz, pero para volver a hacernos una guerra más cruda.»

Pero, a pesar de todo, no hay que desalentarse de ninguna manera… Estos pequeños descalabros nos hacen entrar en nosotros, considerar nuestra fragilidad y acudir con más fe a nuestro Protector.

San Pedro caminaba muy seguro sobre las aguas; hasta que el viento arreció y gritó a Jesús ¡Señor, sálvame!

San Pedro caminaba muy seguro sobre las aguas; arreció el viento y las olas parecía que iban a tragárselo. Entonces exclamó: ¡Señor, sálvame! Y nuestro Señor, asiéndolo, le dijo: ¿Hombre de poca fe, por qué has dudado? En medio de las perturbaciones de nuestras pasiones, cuando estamos alterados por los vientos y tempestades de las tentaciones, es cuando llamamos al Salvador, pues si permite que seamos agitados, es para movernos a invocarle con mayor fervor».

Tomado del libro El arte de aprovechar nuestras faltas, Capítulo V; pp; 53-55

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