
En el alma de un niño inocente duerme un deseo de lo paradisíaco que despierta cuando ve algo maravilloso, como un árbol de navidad. Es una especie de sentido virginal de una realidad existente más allá de esta que se ve. En una educación verdaderamente católica, los padres deberían enseñar a los hijos la realidad entera, mostrando como son bellas las criaturas puestas por Dios en esta Tierra, pero incentivándolos a imaginar cómo ellas serían en el Paraíso.
Plinio Corrêa de Oliveira
Por qué un niño queda maravillado al ver un árbol de Navidad?
En la inocencia primera los modelos ideales brotan en el alma enteramente inocente, que tiene la noción fácil e inmediata de las cosas como ellas deben ser y, por lo tanto, del modelo ideal de todo. Por eso, viendo un árbol de Navidad el niño queda encantado, pues él posee en el fondo de su inocencia la idea – no innata, mas fácilmente adquirida – del modelo ideal de como sería un árbol paradisíaco. Por la misma razón, el niño es fácilmente sensible a lo bello, se encanta con él.
Sentido de lo metafísico, de lo maravilloso, de lo sobrenatural
El espíritu del niño no es marchitado por ciertas cosas que marchitan el espíritu del adulto. En general, por el efecto del Bautismo – que es lo más importante – y por aún no haberse corrompido con la vida, el niño tiene una propensión a creer, una tendencia a concebir las cosas bajo la égida de lo maravilloso y una facilidad para admitirlo, cualidades estas que el adulto va perdiendo hasta llegar al tipo de viejo desilusionado, completamente escéptico, materialista, que representa el ocaso del espíritu humano.
Así, el alma del niño pide el árbol de Navidad.
Ahora, el árbol de Navidad es algo que emerge para el mundo de lo maravilloso. El niño tiene una apetencia para cuentos de hadas. ¿Qué es el cuento de hadas? Es el mundo de lo maravilloso.
El niño tiene también una gran aptitud para la Fe, cree y no pregunta sobre las razones para creer, él cree inmediatamente.
Eso es una especie de sentido virginal que tiene el niño de una realidad existente más allá de esta que nosotros vemos, la cual es más bella y sacia anhelos del espíritu humano que el hombre adulto ya no posee, pues a medida que la persona vive ella se va apegando a las cosas terrenales y perdiendo el sentido de lo extraterrenal, de lo metafísico, es decir, de una realidad existente más allá de lo físico, y el sentido de lo maravilloso, de lo sublime, de lo sobrenatural.
Todo eso va menguando en la persona a medida que ella se torna adulta.
Estas primeras posiciones del alma implican no en una profesión explícita de Fe en Dios, sino en la existencia del Creador, o porque la presuponen, o porque conducen a ella, pero son corolarios necesarios de la existencia de Dios.
Una educación verdaderamente católica
En efecto, sin que el niño haya oído jamás hablar de Paraíso, ni tener aún inteligencia para representarse lo que es un Paraíso, duerme dentro de él un deseo de lo paradisíaco que despierta cuando ve aquellas cosas.
Los trituradores, los incendiarios de Paraísos dicen que ese vuelo de alma de un niño es un movimiento tonto de la primera infancia; cuando él sea adulto se va a preocupar mucho más con la agencia bancaria cercana que con el árbol de Navidad armado en casa. No se dan cuenta de que ese paraíso que duerme en el niño es lo mejor de su talento y de su inteligencia.
Por estar en esta Tierra de exilio, el hombre no tiene cosas como las del Paraíso, donde todo es mucho más bonito; entonces, el imagina el árbol de Navidad. Y el niño se encanta porque su alma desea una perfección que no existe en las cosas de la Tierra. El querría un orden, una naturaleza, otras personas, en fin, todo como no existe, por- que su alma fue hecha para cosas mayores.
Precisamente por desear esas cosas mayores él posee una forma de talento por donde como que adivina la perfección que todo debe tener. Por causa de eso también el niño tiene una imaginación muy creativa y el sentido de lo maravilloso llevado a un alto grado.
En una educación verdaderamente católica, los padres deberían enseñar a los niños la realidad entera, mostrando como son bellas las criaturas puestas por Dios en esta Tierra, pero incentivándolas a imaginar cómo serían en el Paraíso. Entonces, la ardilla es muy bonita, pero se podría conjeturar cómo serían las ardillas moviéndose en el Paraíso.
A veces, al ver pasar una bella mariposa, un picaflor, o algún otro bicho bonito, el niño tiene la tendencia de perseguirlo, pues es algo maravilloso que quiere agarrar, como si esas criaturas se hubiesen extraviado del Paraíso y hubiesen venido a parar aquí en la Tierra.
Delante de esa tendencia los padres del niño deberían decir: “Mira, Dios hizo así el Paraíso. Esto está aquí para que tu tengas una idea de cómo las cosas podrían ser.
Observa lo que Dios hizo de maravilloso, procura prestar atención e imaginar como sería el Paraíso.
En todo cuanto tu hagas procura expresar tu tendencia para el Paraíso. Toma el rumbo de la perfección. Mas, pobre Paraíso terrestre en comparación con el celestial… En este no hay flores, existen ángeles. Y por encima de ellos y de todo está Nuestra Señora, que es más tu Madre que tu propia madre.
Porque Ella te ama más de lo que todas las madres juntas amarían al hijo único que tuviesen. Y si tú te sientes una ratita para ser amada así por María Santísima, cree porque es de Fe, a cada ‘ratita’ humana Ella ama así. Cree y confía, alégrate y reza. ¡Trata de servirla y batallar por Ella!
“Pero contempla los ojos de Nuestra Señora y verás que en el fondo hay una luz que va mucho más allá. ¡Ella te está mirando, pero al mismo tiempo está mirando a su Divino Hijo! Hay una luz de Cristo en Ella que va más allá de lo humano. Es humano, pero divino. Más aún, Ella está viendo a Dios cara a cara. Mirando los ojos de Ella es como si tu mirases un espejo para ver el Sol: ¡lo maravilloso por excelencia, la perfección de todas las perfecciones!”
Volver a comprender y a amar lo maravilloso es una verdadera conversión
Si todos los hombres tuviesen eso presente, el mundo sería otro. Es incalculable el bien que los sacerdotes harían si en las iglesias pronunciasen sermones sobre eso.
Además, realzado por algo que la palabra del padre tiene y la del laico no, esto es, la gracia del sacerdocio, resaltada por el púlpito, por la dignidad y por las bendiciones especiales que Dios pone en el edificio sagrado.
Sin embargo, ya en la remota época de mi infancia la formación no era dada así, sino que se decía: “Esas cosas son bobadas de la infancia, no pienses en eso. Todo cuanto es maravilla es sueño. Tu pierdes el partido de la vida si piensas en esas cosas. ¡Sé práctico! Para eso tu precisas dos cosas: tener salud y ganar dinero. Preocúpate en ser saludable y en hacer fortuna. ¡Corre detrás del oro! No sueñes esas maravillas. ¿Qué dinero o que salud ellas te dan? ¡Cierra tu horizonte a lo maravilloso! Así tu tendrás el placer y la riqueza.”Ahora, esta no es la perfecta formación.
Alguien objetará: “Está bien, Dr. Plinio, pero si no nos empeñamos cien por ciento en ganar dinero moriremos mendigos”. Nuestro Señor Jesucristo afirmó: “Mirad como crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan, sin embargo, Yo les digo, ni Salomón en toda su gloria jamás se vistió como uno sólo de entre ellos” (Mt 6, 28 – 29). Por lo tanto, confía, porque eso se arregla. Es posible recuperar la salud o la fortuna perdida. No obstante, no se recupera el tiempo perdido. Es necesario una gracia muy grande para que un alma, que se haya dejado trancar en esos horizontes más bajos, vuelva a comprender y a querer lo maravilloso. Es una verdadera conversión.
Tales consideraciones nos llevan a la idea de que debemos pedir a Nuestra Señora esa inocencia, para nosotros y para todas las personas, porque Dios es infinito en su deseo de bien y quiere abarcar con su grandeza y bondad a la Creación entera.
Extraído de conferencias de 28/6/1969, 7/6/1974, 29/5/1981, 12/10/1985