Introducción:
Iniciemos nuestra devoción del Primer Sábado contemplando el 1º Misterio Gozoso: La Anunciación y Encarnación del Verbo. Al recibir la noticia de que sería la Madre de Dios, María Santísima dijo su “sí” salvador y, en el mismo instante, por la fuerza del Espíritu Santo, el Verbo Eterno se hizo carne en su seno inmaculado. Allí comenzó la obra de nuestra Redención.
Composición de lugar:
Imaginemos el interior de la humilde casa de Nazareth, donde María Santísima está en profunda oración. De repente, toda la sala se ilumina y la vemos dialogando con el Mensajero de Dios que le anuncia la Encarnación del Verbo.
Oración preparatoria:
¡Oh Virgen Santísima de Fátima, obtened de vuestro Divino Hijo las gracias necesarias para meditar bien el jubiloso Misterio de la Encarnación del Verbo en vuestro seno inmaculado! Y que así preparemos nuestros corazones para celebrar alegres y santamente, una vez más, el Nacimiento de Cristo entre nosotros. Así sea.
San Lucas (1,31-33, 38)
“31Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».”
“38 María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».”
I –EL PADRE ETERNO DECRETA NUESTRA REDENCIÓN
Al contemplar el misterio de la Encarnación, San Bernardo de Claraval imagina una disputa entre la justicia y la misericordia. “Estoy perdida”, dice la justicia, “si el pecado de Adán no es castigado”. “Estoy perdida”, retruca la misericordia, “si el hombre decaído no es perdonado”. Ante tal contienda, Dios interviene y decide que, para salvar al hombre reo de muerte, debe morir un inocente.
1- EL Unigénito de Dios acepta sufrir por nosotros
En la Tierra, sin embargo, no se encontraba a nadie que fuese inocente. Entonces, el Padre Eterno se pregunta:
“Ya que entre los hombres no existe nadie que pueda satisfacer mi justicia, ¿Quién podrá rescatar al hombre? Los serafines, querubines y todos los ángeles quedan en silencio, nadie responde. Sólo el Verbo responde: “Padre mío, Yo iré a satisfacer vuestra justicia. Envíame. A pesar de tantos beneficios brindados a los hombres, no hemos podido ganarnos su amor, porque hasta el día de hoy no han conocido todo el amor que les tenemos. Si queremos que nos amen irresistiblemente, aquí tenemos una oportunidad que no podemos descartar. Permitidme que, para redimir al hombre pecador, Yo, vuestro Hijo, descienda a la tierra y asuma la naturaleza humana. Haz que pagando con mi muerte las penas debidas al hombre, satisfaga plenamente vuestra justicia divina y el hombre quede bien convencido de nuestro amor. Me sujeto a todos los dolores y penas que tendré que sufrir, con tal que el hombre se salve”.
Convencido por el argumento del Verbo, Dios Padre aceptó la propuesta y así se decretó que el divino Hijo se hiciese hombre y redentor de los hombres. ¡Oh, amor infinito de Dios por nosotros!, exclama San Alfonso María de Ligorio.
¿Y hasta ahora, cómo hemos correspondido a beneficio tan desmedido?
II –EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS
Dios, sin embargo, dejó pasar cuatro mil años desde la caída de Adán, antes de enviar a su Hijo a la tierra para redimir al hombre. En ese largo período, tinieblas morales desoladoras cubrieron el mundo. El Dios verdadero no era conocido ni adorado, a no ser en una pequeña región del planeta. La idolatría reinaba por todas partes. San Alfonso nos enseña que la demora no fue casual, sino intencionada por la sabiduría divina: demora en enviar al Redentor para hacer su venida más
aceptable por el hombre; para que se conozca más la malicia del pecado, la decadencia humana y la necesidad de la salvación. Si Cristo hubiera venido inmediatamente después del pecado de nuestro primer padre, no se habría podido apreciar la grandeza del beneficio que nos trajo.
1- En la plenitud de los tiempos, la Anunciación
He aquí que llegó “la plenitud de los tiempos”, como afirma San Pablo, refiriéndose a la gracia que el Hijo de Dios, por medio de la Redención, venía a traer al mundo. He aquí que el Señor envía a su embajador a la casa de María Santísima, en Nazaret, para anunciarle que el Verbo Eterno deseaba encarnarse en su seno purísimo. El ángel la saluda, la llama “llena de gracia y bendita entre todas las mujeres”. La Virgen se perturba con esas alabanzas a causa de su profunda humildad. El ángel, sin embargo, la tranquiliza, la anima y le dice que ha encontrado gracia delante de Dios. Es decir, obtuvo la gracia que reestablece la paz entre el Creador y la creatura humana y repara el daño causado por el pecado de Adán. El ángel le anuncia que su Hijo será Hijo de Dios, se llamará Jesús, rescatará el mundo y por ello reinará sobre los corazones de los hombres.
2- El “sí” de María fue el inicio de nuestra Redención
Por instantes la salvación del género humano quedó suspendida en los labios de María. El grandioso plano de la Encarnación y de la Redención estaba en la dependencia del “sí” de la Virgen de Nazaret, porque, si por una absurda hipótesis, no hubiera aceptado, el Verbo no se habría hecho hombre. Mil gracias sean dadas pues, a la Santísima Virgen, que consintió en ser la Madre de tal Hijo: “Hágase en mi según tu palabra”, respondió al Ángel y, en el mismo instante, el Verbo asumió nuestra carne humana en el vientre inmaculado de María y habitó entre nosotros.
¿Y, como hemos manifestado nuestro profundo agradecimiento a la Madre de Dios, por haber aceptado la invitación divina y así haber consentido en la obra de la Redención? ¿Hemos honrado con una vida devota y virtuosa la indecible dádiva que con su “sí” nos dio nuestra misericordiosa Corredentora?
3- El Padre Eterno y María: paralelo de impresionante grandeza
Consideremos ahora un aspecto particularmente conmovedor del “sí” de Nuestra Señora. Así como el Padre Eterno engendró el Verbo desde toda la eternidad sin el concurso de ninguna madre, también María engendró al Hijo de Dios sin el concurso de ningún padre natural. Entre el Padre Eterno y María Santísima hay un paralelo de impresionante grandeza. ¡Él engendra el Hijo en la eternidad, Ella engendra el Hijo de Dios en el tiempo! ¡El Padre creó todas las cosas en el Verbo y por el Verbo, por la Encarnación, María permitirá al Hijo ofrecerse en sacrificio al Padre por la recuperación de todas las cosas degradadas por el pecado!
III – INEFABLE DIGNIDAD DE LA MADRE DE DIOS
Sabemos que las oraciones de Nuestra Señora, frecuentemente hechas recogida en su casa de Nazaret, conmovieron los cielos y agradaron al Altísimo, que le envió al Ángel para anunciar la Encarnación. La llena de gracia, la bendita entre las mujeres había cautivado el corazón del Padre Eterno.
1- Elevada por encima de todos los ángeles y santos
Para comprender a que altura fue elevada María, bastaría considerar la altura y grandeza de Dios. Bastaría decir que Dios hizo a la Santísima Virgen Madre de su Hijo para dejar claro que no puede elevarla más alto de lo que lo hizo, comenta San Buenaventura.
Al encarnarse en María, Dios la elevó encima de todos los santos y ángeles. En una palabra: es tan grande la dignidad de María que el propio Dios, con toda su omnipotencia, no puede hacer nada mayor. Por eso los evangelistas, que hilvanaron mayores comentarios sobre San Juan Bautista y María Magdalena, fueron escasos en describir las grandezas de María. Habiendo dicho que de esta Virgen nació Jesús, no juzgaron necesario añadir otra cosa, porque en este privilegio están incluidos todos los demás. Cualquier título que se le dé nunca llegará a honrarla tanto cuanto el de Madre de Dios
Hagamos un acto de fe viva en la maternidad divina de María, alegrémonos con Ella, agradezcamos a Dios por Ella y reafirmemos nuestra creencia en este gran privilegio de la Santísima Virgen.
2. Madre de Dios y refugio de los pecadores
Y tengamos siempre presente, como dice San Anselmo, que fue más para los pecadores que para los justos que María fue hecha Madre de Dios, así como Cristo dijo de sí mismo que vino para llamar no a los justos sino a los pecadores. Por eso tiene especial predilección en socorrer a los desamparados de alma para reconducirlos a la amistad con Dios y al camino de la salvación. Por lo que en Ella debemos depositar toda nuestra confianza.
¿Hemos sido de esos devotos que ponen toda la certeza en María de que su auxilio jamás nos faltará, especialmente cuando nuestras faltas e imperfecciones nos angustian y necesitamos del consuelo y de la fuerza de su maternal misericordia?
Nunca dejemos de recurrir al amparo de esta Madre que el mismo Dios escogió para sí y para nosotros.
CONCLUSIÓN
Al final de esta meditación, grabemos en nuestro corazón cómo estamos en
deuda con el amor infinito de Dios por nosotros, a punto de haber enviado a su propio Hijo, el Verbo Eterno, para tomar nuestra naturaleza humana y redimirnos de la caída de Adán. Y cómo estamos igualmente en deuda de la humildad y grandeza de María que aceptó la invitación divina de ser Madre del Redentor, consintiendo así en la realización del plano de Dios para nuestra salvación.
Elevemos nuestra eterna gratitud a la Madre y al Hijo y hagamos el firme propósito de exaltarlo con una vida de virtud y piedad. Y pidamos a Nuestra Señora, de manera especial, que prepare nuestros corazones para celebrarnos dignamente, una vez más, la venida de su Divino Hijo Jesús entre nosotros.
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas
Basado en:
Santo Afonso de Ligório, Meditações para todos os dias e festas do Ano, Friburgo, 1921, vol. I.
Monsenhor João S. Clá Dias, O Inédito sobre os Evangelhos, Libreria Editrice Vaticana/Instituto Lumen Sapientiae, Città del Vaticano/São Paulo, 2013, vol. VII, pp. 58 e ss.