Dios tiene corazón y se consume de amor por nosotros

Publicado el 06/24/2022

Hno. Guillermo Torres Bauer

Estaba ya todo listo, las piedras dispuestas para servir de altar, el fuego en la antorcha, la leña encima del altar y sobre ella la oblación que Dios le había pedido.

Tomó el cuchillo para la inmolación, levantó su mano temblorosa para sacrificar a la víctima y cuando se disponía a dar el golpe mortal, una voz venida del Cielo le dijo: “Abraham, Abraham, no alargues tu mano contra el niño ni le hagas nada, ya sé que tú eres temeroso de Dios, porque no me has negado a tu hijo, tu único hijo” (Gn 22, 12).

Pocos pasajes del antiguo Testamento son tan conmovedores como éste. Dios le pide a Abraham que le sacrifique a su propio hijo, el Patriarca con enorme dolor y sin igual confianza obedece al pedido divino, pero al momento de consumar el acto un Ángel no se lo permite.

Unos siglos más adelante un sacrificio similar marcaría la historia: en éste, el padre es el mismo Dios; el altar, una cruz; el cuchillo, una lanza y unos clavos; y la víctima es el propio Dios hecho hombre que se inmola para redimir al género humano.

Dios Padre ama tanto a la humanidad, que ese amor lo llevó hasta a ofrecer a su propio Hijo como víctima de propiciación por los pecados del mundo entero. Y no le bastó un simple gesto o una simple herida para consumarlo, por el contrario, quiso que su Divino Hijo se ofreciera completa y enteramente, siendo golpeado, insultado, flagelado, coronado de espinas y colgado de una cruz, ofreciendo por amor hasta la última gota de sangre de su Sacratísimo Corazón.

¡Dios tiene Corazón! Un corazón que arde en llamaradas de amor por toda la humanidad. Y la humanidad ¿cómo le ha correspondido? Sólo con ingratitud.

Le dijo cierta vez el Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque:

He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres, no ahorrando nada hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. En reconocimiento, sólo recibo ingratitudes de la mayor parte: por sus irreverencias y sacrilegios, por las frialdades y desprecios que ellos tienen por Mí en ese Sacramento de amor. Sin embargo, lo que más me hiere es el hecho de que así proceden corazones que me son consagrados.”

Esa ingratitud me es más penosa que todos los sufrimientos que padecí en mi Pasión. Si en algo me retribuyesen ese amor, Yo tomaría como poco todo lo que hice por los hombres y estaría dispuesto a hacer más aún, si fuese posible. En ellos, entre tanto, sólo encuentro frialdades y rechazos delante de mis desvelos y bondades.”

¿Acaso podría Él sufrir más de lo que ya sufrió por nosotros? El amor de su Santísimo Corazón no tiene límites y si fuera necesario pasar de nuevo por los dolores de la Pasión o de mil millones de “Pasiones” para la salvación de una sola alma, los sufriría sin vacilar. Y nosotros ¿Qué hacemos por Él?

Amor con amor se paga, y si Él nos amó hasta el punto de dar su vida por nosotros, nuestro deber debe ser el de amarlo con todas las fuerzas de nuestro ser hasta el punto de dar nuestra vida por Él.

El mismo Jesucristo Nuestro Señor en su última aparición a Santa Margarita María le revela cuál es la mayor prueba de amor que se le puede dar para desagraviar su Sagrado Corazón tan cruelmente ofendido. Nos cuenta ella misma:

«Me dijo el Señor: “Tú me darás la mayor prueba de tu amor, haciendo lo que ya te pedí innumerables veces. Te pido que el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicada una fiesta especial para honrar mi Corazón: comulgando en ese día y prestándole a Él una solemne reparación, a fin de desagraviarlo por las indignidades que recibe cuando está expuesto sobre los altares. Yo te prometo también que mi Corazón se dilatará para difundir con abundancia los influjos de su divino amor sobre aquellos que le prestaren esta honra y se empeñen en que le sea tributada”.»

Aprovechemos esta Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús para presentarle de todo corazón: un acto de agradecimiento, por haberse entregado completamente por nosotros sin escatimar una gota de su sangre; un pedido de perdón, por todos los pecados que diariamente lo hieren y finalmente, un acto de reparación, que ayude a aliviar esas heridas que hacen sangrar su Divino Corazón.

 

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