Dique levantado contra la Revolución

Publicado el 04/05/2022

En el siglo XIV había una gran putrefacción del clero, cuya consecuencia fue la corrupción de los fieles. De esta forma, toda la Edad Media entraba en deterioración moral, con una explosión de orgullo y sensualidad, que luego generaría los desvíos intelectuales. San Vicente Ferrer luchó contra estos vicios.

Plinio Corrêa de Oliveira

Debemos comentar una ficha referente a San Vicente Ferrer. Sobre él dice el Padre Rohrbacher 1 :

Reprendía los vicios no sólo del pueblo, sino de los príncipes y prelados

Vicente Ferrer nació en España, en 1357. Su vocación fue anunciada a sus padres de manera milagrosa, antes de su nacimiento. Toda la ciudad de Valencia acudió a su Bautismo, siendo sus padrinos los miembros del Concejo Municipal. Entró a la Orden Dominicana a los dieciocho años, revelando rápidamente una rara inteligencia y dotes para la predicación.

En 1405, el Papa Benedicto XIII llamó a Génova a San Vicente Ferrer, donde este santo predicador recibió del Dux grandes muestras de respeto y consideración. Pero como se le hubiese pedido que usara del crédito que tenía ante este magistrado para que salvara la vida de un valenciano, condenado a muerte por sus crímenes, San Vicente mostró tanto celo por la justicia que, aunque el criminal era de su país, juzgó que no debía interceder por un hombre que no lo merecía. Todo lo que hizo fue pedir que cambiasen el género de su suplicio.

Vemos aquí la idea opuesta a la que la “Herejía Blanca” 2 quiere inculcar sobre cómo debe ser necesariamente un Santo.

Sin duda, es propio de un santo pedir que sea indultada una persona amenazada por la pena de muerte. Pero esto desde que haya propósito, desde que haya una razón valedera. Si no la hay, el Santo no lo hace porque procede en todo con cuenta, peso y medida y, sobre todo, porque sabe que hay circunstancias en que la pena de muerte no sólo está indicada, sino que no debe ser revocada.

Es lo opuesto a la noción que muchas personas tienen de un Santo.

Para ellos, la pena de muerte es intrínsecamente mala y un Santo siempre debe pedir que no sea aplicada. Según esta mentalidad, quien sea solidario con la ejecución de la pena de muerte pasa por ser un individuo necesariamente de mal corazón. No un “hombre de buena voluntad”, para usar la expresión tan querida y distorsionada en nuestros días. Aquí tenemos una colisión entre el procedimiento de un santo y las ideas de la “herejía blanca” sobre la santidad que por ahí circulan.

San Vicente reprendía con una autoridad llena de audacia los vicios no sólo del pueblo, sino también los de los príncipes y prelados. Y no perdonaba a nadie cuya conducta escandalosa fuera digna de reproche.

Sin embargo, tenía cierta moderación y cuidado en relación a los 

San Vicente Ferrer frente al Duque de Bretaña

eclesiásticos, para salvar el honor de su carácter, haciendo la reprensión en privado. Hacía lo mismo con las religiosas que habían dado margen a que se hablase poco lisonjeramente de su conducta.

Evidentemente, es mucho mejor reprender en privado. Sin embargo, una persona tomada por la mentalidad “herejía blanca” objetaría: “Un santo no reprende a los prelados, porque todos ellos son santos…” 

Se debe estudiar para dar gloria a Dios y santificar la propia alma

Consejos de San Vicente para los que estudian: ¿Queréis estudiar de una manera que os sea útil?

Que la devoción os acompañe en todos vuestros estudios y vuestro objetivo sea alcanzar la santificación, y no solo la simple habilidad.

Esta es una recomendación muy importante. ¿Quieres estudiar bien? No debes hacerlo simplemente por estudiar, porque esto es propio de un espíritu superficial que no encuentra ni aprende nada realmente. Se debe estudiar para conocer, en último análisis a Dios Nuestro Señor, con miras a darle gloria y santificar su propia alma.

Consultad a Dios más que a los libros y pedidle con humildad la gracia de entender lo que leéis. Consultar más a Dios que a los libros significa orar y considerar las cosas en función del Creador. Por lo tanto, debemos pedir ayuda divina y analizar todo en relación con Él. Este pensar, hurgar y revolver los pensamientos internamente, relacionando todas las cosas con el Todopoderoso, es más importante que leer y constituye una de las formas de oración, porque es elevar la mente a Dios.

El estudio fatiga el espíritu y seca el corazón: id de vez en cuando a reanimarlo un poco a los pies de Jesucristo.

Algunos momentos de descanso en sus llagas sacrosantas os dan renovado vigor y nuevas luces. Interrumpid vuestro trabajo con jaculatorias.

Lo que él dice al respecto de hacer jaculatorias de vez en cuando, de suspender el estudio para meditar en las llagas de Nuestro Señor es tan verdadero que puede ser considerado más ampliamente.

Al estudiar, si es un estudio puramente técnico, debemos interrumpirlo de vez en cuando para pensar en algo elevado, que nos lleve a Nuestra Señora, aunque sea una cosa terrena: algo hermoso de la Historia de la Iglesia o de la Civilización cristiana; algún bello aspecto del arte católico, etc., para distender el espíritu.

Esto, a su vez, es lo contrario de lo que se llama “mentalidad politécnica” Sin embargo, también existe una forma “politécnica” de hacer jaculatorias. Es lo siguiente: “Voy a hacer cada diez minutos una jaculatoria”. Es incomparablemente mejor que no hacer, pero no es la forma ideal, porque la jaculatoria debe corresponder a un anhelo del alma. Cuando el alma no siente esta necesidad, entonces se realiza cada diez minutos, utilizando el principio de que “quien no tiene perro, caza con gato”. Aun así, es muy bueno, pero lo verdadero es sentir esta necesidad de alma, de vez en cuando, y hacer jaculatorias.

Que la oración, finalmente, preceda y termine vuestro trabajo. La ciencia es un don del Padre de las luces. No la miréis pues como obra de vues tro espíritu y de vuestro talento.

De hecho, la mayoría de las personas considera que su enriquecimiento cultural es fruto de su propio espíritu y talento. Ahora bien, esas personas se engañan de forma cabal.

En sus sermones hablaba contra el pecado, sobre el juicio de Dios y el infierno

Vicente acompañó al cardenal Pedro de Luna a Aviñón, y tiempo después éste fue elegido Papa con el nombre de Benedicto XIII, en el momento del gran cisma que dividía a la Iglesia. El nuevo Papa quería que Vicente fuese su auxiliar, pero el Santo sabía no ser ésta su misión. Entonces, comenzó su gran obra de evangelización como predicador. Hizo giras por Francia, España, Italia e Inglaterra; esta última por pedido especial del rey Enrique IV. Los pecadores más empedernidos no resistían a sus palabras; también numerosos judíos, musulmanes y cismáticos se convertían.

La ignorancia y la corrupción de las costumbres, consecuencias comunes de la guerra y el cisma, hicieron necesarias las misiones de Vicente. Era necesario un apóstol cuya terrible voz pudiese sacudir las conciencias para arrancar de raíz a los pecadores de sus desórdenes.

El Santo abordó comúnmente los temas más impactantes del cristianismo, como el pecado, el juicio de Dios, el Infierno y la Eternidad. Tenía además el don de pronunciar sus discursos de la manera más patética. No contento con ser vehemente, él hablaba de una manera proporcionada a la comprensión de los oyentes. La santidad de su vida dio nueva fuerza a sus palabras.

Panorámica de la ciudad de Granada, España

Su fama alcanzó al reino moro de Granada, cuyo soberano quiso oírlo.

No obstante, San Vicente empezó a promover tantas conversiones que los ministros del rey, temerosos de lo que sucedería a la creencia musulmana, le pidieron que sacara de allí al gran predicador.

Después de toda una existencia consagrada a llevar almas hacia Dios, salpicada de milagros sin cuenta y por la lucha contra el doloroso cisma de Aviñón, que culminó con la condena del antipapa Pedro de Luna, y la completa aceptación de Martín V, elegido por el Concilio de Constanza, S. Vicente murió en Bretaña, en 1419, a la edad de sesenta y dos años.

Después de los Apóstoles, probablemente fue el predicador popular más grande

Pocas cosas son bonitas en la vida de los Santos, cuanto situar la misión de ellos en el panorama de la lucha entre la Revolución y la Contra Revolución 3.

Según ese panorama, en la Europa del siglo XIV, la Cristiandad comienza su proceso de decadencia. Era una terrible decadencia eclesiástica que fue atestiguada por el hecho de que había papas exiliados en Aviñón, bajo el dominio de los reyes de Francia, un tremendo cisma. Tres “papas” que se combatían recíprocamente, de los cuales, por supuesto, sólo uno era válido.

Pero tal era la confusión en la cristiandad que, junto a cada pseudo-papa o papa, había santos que los apoyaban.

Se entiende, para que esto fuera posible, lo que significaba la putrefacción del clero, que traía como consecuencia la corrupción de los fieles.

Así, era toda la Edad Media que entraba en putrefacción, de carácter más moral que intelectual. No se trataba tanto de una gran herejía sino de una deterioración moral, una explosión de orgullo y de sensualidad que comenzaba, que luego generaría las desviaciones intelectuales que son los errores de la Revolución.

Entonces la Providencia envió, muy apropiadamente para ese momento, un Santo que fue grande en su esfera propia, como por ejemplo lo fue Santo Tomás de Aquino en la suya propia; porque, si podemos decir que Santo Tomás de Aquino fue el Doctor común, el filósofo de los filósofos, el teólogo de los teólogos, el maestro de los maestros, podemos afirmar que, como predicador popular, después de los Apóstoles, probablemente nadie superó a San Vicente Ferrer.

Ni siquiera San Antonio María Claret, quien en el siglo XIX fue un predicador asombroso, tuvo de lejos la expresión de San Vicente Ferrer.

San Vicente decía de sí mismo que era el Ángel del Apocalipsis, que había venido a anunciar la caída de la civilización cristiana y el comienzo del fin del mundo. De
hecho, él luchó enormemente por la moralización de las costumbres, con miras a detener esa decadencia moral.

El Santo opuesto a la tibieza

En ese sentido, esta ficha bibliográfica de San Vicente es muy sintomática porque habla de conversiones de judíos, mahometanos, herejes, pero los menciona como hechos colaterales, de menor importancia dentro del cuerpo de su obra. Mientras que el gran acontecimiento fue el poder de su predicación con la que sacudió las conciencias medio adormecidas, siendo así, por excelencia, el Santo opuesto a la
tibieza, porque ese tipo de predicador que habla del infierno, de los pecados, que grita, que pide el castigo del Cielo, es exactamente el Santo llamado a hablar, no a las almas fervorosas, sino sobre todo a las tibias; y hecho para sacudir a aquéllas que de otra manera no pueden ser convencidas.

Entonces, se comprende el colosal número de conversiones operadas por él. Sin embargo, por más numerosas que hayan sido, estas conversiones fueron insuficientes. De ellas no
surgió un movimiento, una corriente organizada para luchar contra la Revolución que nacía. El resultado es que San Vicente Ferrer convirtió muchas almas, pero no a la Cristiandad, no convirtió a la sociedad como tal, porque no fue tan oído por los hombres de su tiempo cuánto deberían haberlo escuchado.

Así, San Vicente Ferrer fue el dique que la Providencia levantó contra la Revolución, pero que la maldad de los hombres destruyó. Sin embargo, en la abertura de este torrente que comienza a caer al abismo, queda de pie la figura grandiosa de él, anunciando las catástrofes que provenían del hecho de él no haber sido escuchado, igual que el de un Profeta del Antiguo Testamento anunciando desgracias al pueblo elegido, porque no había prestado atención al enviado de Dios.

Así se cierne la inmensa figura de San Vicente Ferrer en el firmamento de la Iglesia, en un pórtico que es el final de la Edad Media y puede ser considerado el comienzo de la Revolución.

Tomado de conferencias del 4/4/1966 y 4/4/1967

Notas

1) Cf. ROHRBACHER, René-François Histoire Universelle de l’Église Catholique París: Librairie Louis Vivès, 1901 v X, págs. 39-110.

2) Expresión metafórica creada por el Dr. Plinio para designar la mentalidad sentimental que se manifiesta en la piedad, en la cultura, en el arte, etc. Las personas por ella afectadas se vuelven de espíritu flojo, delicado, mediocre, poco propenso a la fortaleza, así como a todo lo que signifique esplendor.

3) Por Revolución el Dr. Plinio entendía el movimiento que desde hace cinco siglos viene demoliendo a la cristiandad y cuyos momentos de apogeo fueron las grandes cuatro crisis del Occidente cristiano: el protestantismo, la Revolución francesa, el comunismo y la rebelión anarquista de la Sorbona en 1968. Sus agentes impulsores son el orgullo y la sensualidad. De la exacerbación de esas dos pasiones resulta la tendencia a abolir toda legítima desigualdad y todo freno moral. A su vez, denominaba a la reacción contraria a ese movimiento de subversión como Contra-Revolución. Estas tesis están expuestas en su ensayo Revolución y Contra-Revolución (cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revolução. 5.ª ed. São Paulo: Retornarei, 2002), publicado por primera vez en la revista mensual de cultura Catolicismo en abril de 1959.

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