Discerniendo y asimilando la cultura alemana

Publicado el 07/17/2021

Aunque la cultura alemana haya ejercido una importante influencia en la formación de la mentalidad del Dr. Plinio, él supo analizarla con cuidado, discerniendo los aspectos buenos y malos, de manera a asimilar lo que correspondía al espíritu católico y rechazar todo cuanto a éste se oponía.

Plinio Corrêa de Oliveira

La Fräulein Mathilde entró como institutriz en mi casa porque mamá, siendo muy enferma, principalmente en las primeras décadas de mi existencia, no tenía condiciones para educar a mi hermana y a mí. La Fräulein fue contratada en París y, para ese fin, traída de Alemania para acá.

Doña Lucilia, siempre con recursos pecuniarios moderados, decía: “En un punto no haré economía: es en la educación de mis hijos. Ellos tendrán lo que sea necesario”.

Realmente, no puedo imaginar una persona más competente, más inteligente y más capaz de influenciar a sus alumnos que la Fräulein Mathilde. ¡Ella fue excelente!

A partir de los prismas alemanes que la Fräulein ponía, fui haciendo un análisis del Brasil. Y las cosas se fueron encontrando. De manera que, si no fuese en función de determinados defectos de los alemanes, yo nunca habría descubierto ciertas cualidades del Brasil, que nosotros mismos brasileros no apreciamos tanto cuanto debemos. Mas, por otro lado, sino fuese en función de ciertos defectos del Brasil, yo nunca habría visto tan bien ciertas cualidades de Alemania. Es decir, esto se entrecruzó y yo podría aún desdoblar estos entrecruzamientos sino fuese dar a la materia un tamaño que no merece.

Para tener bien en vista el análisis de Alemania y más tarde el de Brasil, es preciso tomar en consideración lo siguiente: en nuestro lenguaje corriente, llamamos permisivismo la actitud de temperamento, de espíritu y la convicción moral – por tanto, filosófica, porque la Moral es una parte de la Filosofía – de que se debe dejar a las personas hacer todo. No se debe trazar ninguna regla. Ellas hacen aquello que quieren. En el campo científico, el permisivismo tiene un nombre: freudismo. En el campo moral, otro nombre: liberalismo, o, si se quiere, anarquismo. Ya pasamos del campo moral para el campo político, la ausencia de toda ley, de toda regla es la característica del permisivismo.

El hombre de buen corazón

Sin embargo, una pregunta que se me podría hacer es si el permisivismo saltó dentro de la realidad como un muñeco de resorte puede saltar del interior de una caja, o si él mismo fue engendrado, preparado anteriormente.

Aquí tenemos dos polos. Alemania es un país entregado al permisivismo. El Brasil va, en materia de permisivismo, como vemos. ¿Cuál fue el origen del permisivismo, en Alemania y en Brasil? ¿Por qué caminos llegaron al mismo punto?

El permisivismo en el Brasil tuvo por origen, por “madre”, a la bondad. Yo sé que la afirmación choca, pero es así. “¡Pobrecito! Es preciso tener bondad, ¡misericordia! ¡Ah, al final deje pasar! No se incomode. Este es el espíritu cristiano: deje todo ir hacia donde quiera, en nombre del buen corazón. El hombre de buen corazón era aquel que permitía todo. No en nombre del principio de que todo debe ser permitido, pues éste es un principio nuevo. En aquel tiempo, se decía que nada debe ser castigado. Tal principio regía, por ejemplo, cuando se afirmaba que no se debe robar, o comer tomando directamente con los dedos el alimento. ¿Pero si alguno robó? ¡Pobrecito! Sabrá uno qué necesidad tuvo para robar… Deje pasar. Si otro comió con la mano, se diría que es un poco extravagante, pero es tan evidente que estuvo mal, que de aquí a poco se arrepiente y va a comer como se debe, con cuchillo y tenedor. ¡Bondad, bondad, bondad!

Así yo veía en los ambientes tradicionales, que eran los míos, muy frecuentemente las reglas más fundamentales, más arraigadas, más marcadas ir siendo, no propiamente negadas en tesis – algunos las negaban, pero ¿ esos eran los extravagantes: el promedio de las personas no las negaba, como tampoco las afirmaba –, pero quedaban así medio flotando en el aire, tolerándose toda especie de violación de la regla en nombre de la bondad.

“Seamos buenos, tengamos compasión. Nunca hablemos mal de nadie. Haya alguno hecho el mal que hiciere, no se habla mal porque es falta de caridad, pues ésta consiste en ver sólo las cualidades de los otros, no los defectos.”

Entonces, la Moral, la educación, hasta la Gramática, el modo de pronunciar las palabras, de conversar, todo erosionándose, desvaneciéndose, los vocabularios empobreciéndose, los errores del portugués invadiendo el vocabulario como yerba dañina. Las malas maneras substituyendo las buenas de antiguamente, más o menos como las joyas falsas pueden inundar el mercado y robar clientes de las verdaderas.

En el fondo, el raciocinio era el siguiente: “Cumplir una regla puede ser desagradable: hacer algo desagradable es sufrir; causar sufrimiento a alguien es maldad; luego, nadie reclama el cumplimiento de ninguna regla y está terminado.” ¡Esto era la bondad!

De ahí vino después el permisivismo que afirma, ‘¡no hay regla!’ Primero, la violación de la regla es impune, y posteriormente se declara que no existe regla, está terminado.

Este modo evidentemente errado de entender la bondad y esa actitud frente a ella encuentra tal o cual consonancia con el temperamento brasilero. Este es afectivo, desinteresado, acogedor, afable, gusta de querer y de ser querido. Normalmente, salvo situaciones excepcionales, tiene horror a la pelea. 

Cuando el brasilero es peleador, todavía lo es menos de lo que un extranjero lo sería en las mismas circunstancias. Nosotros gustamos de la vida tranquila, donde todos se entienden sin líos y todo da en un acuerdo.

Críticas a los perezosos que no tienen lógica, elogios a la coherencia y a la fuerza de voluntad.

Ahora bien, yo veía en el ambiente creado por la Fräulein lo contrario de eso: la regla sobresaliente, protuberante. Ya el modo de llamar la atención era característica de eso.

Si, por ejemplo, yo hacía alguna cosa equivocada, ella no decía “Plinio”,
acentuando normalmente la primera “i” sino “¡Plinió!” Entonces, yo ya tocaba todas las alarmas, pues sabía que alguna cosa no estaba bien. Enseguida venía la pregunta: ¿Ud. hizo tal cosa así? – Sí, señora, lo hice. –Está bien, entonces tal castigo.

Castigo físico, nunca. Era, por ejemplo, privarme de alguna golosina, a lo que era sensibilísimo, y otros castigos del género.

Los casos contados por ella giraban en torno a una constante: había un deber que cumplir y la persona que precisaría cumplirlo fue perezosa, y no lo hizo porque no era agradable. Entonces, dio mal resultado y la persona recibió su merecido. Esto en la vida terrena, pues la Fräulein no era de hablar del Cielo, de la vida eterna.

Este aspecto sobrenatural, lo aprendí con mamá, en el Colegio San Luis y en las aulas de Catecismo en la iglesia Santa Cecilia. Con ella, no. Ella se decía católica, pero lo era de un modo flojo. Sin embargo, era portadora de una tradición que, en muchos aspectos, mil años de civilización católica habían formado. De manera que aquello andaba en los buenos rieles.

Siempre los episodios contados por la Fräulein terminaban en un comentario despreciativo para con la persona perezosa que no tuvo la lógica, no supo prever, disponer de los medios y arrancar de sí la fuerza para cumplir su deber; acompañado de la idea de que la coherencia y la fuerza de voluntad exigían del hombre una Leistung  – término alemán utilizado por ella con un matiz intraducible para el portugués – en que él se empeñase por entero; ¡esto era un hombre!

El resto era un perezoso, despreciable, un tipo que fracasaría, que merecía todo el asco del universo.

Yo oía aquellas narraciones y naturalmente, filosofaba. El primer obstáculo encontrado por mí era mi molicie. Fui un niño ultra perezoso.

Yo pensaba: “Lo que está exigiendo esta mujer es una vida dura. ¿Cómo es que voy a tomar esta pereza toda y poner esto en movimiento como ella me está indicando?”

Pero, de otro lado, yo no dejaba de percibir que mi preceptora tenía razón respecto de los fracasos de la molicie. Y si en varios puntos mi modo de ser nativo mal me ayudaba, en un punto me servía: lo que yo encontraba deseable, dentro de toda mi
pereza, yo lo quería intensamente; y lo que juzgaba indeseable, lo rechazaba categóricamente.

No tardé en colocar frente a mis ojos la siguiente idea: en último análisis, o tendré una existencia de lucha continua para acabar teniendonlo que quiero, o seré un almacén de golpes de la vida, llevando una existencia que no deseo.

 Delante de mí, en un plato de la balanza está la molicie: en el otro plato están la lógica y la energía. En el plano terreno – el plano sobrenatural entró un poco después-, ¿cuál es la peor vida? ¿La del esforzado que camina para donde quiere o la del perezoso que se acuesta, pero cuyo barco va a parar no se sabe adónde? Yo pensaba: “En el fondo, es mejor pese a todo ser esforzado. La Fräulein tiene razón.”

Extraído de conferencia del 28/2/1981

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